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Pensamiento :: 18/01/2006

Tiempo y Dinero

Nel Ocejo Durand
Entre las cosas que admitimos sin pensar, es decir, los conceptos que hemos interiorizado sin jamás meditar sobre su significado, fiándonos de la evidencia que ha forjado la cultura en nuestras mentalidades, se encuentran el tiempo y el dinero.

El concepto de tiempo posee un vasto campo semántico, tan amplio como el que las lenguas han sido capaces de dotar a los términos en los que no ha encontrado una fácil definición. La ambigüedad que posee la palabra "tiempo", sus tantos aspectos y matices, se la puede considerar inmanente a la esencia de quien a lo largo de su evolución se ha visto anonadado por su inaprensibilidad: el mismo ser humano que la ha creado.
Entre las numerosísimas acepciones que se utilizan de este concepto, desde la "duración de las cosas sujetas a mudanza" a "cada una de las partes de igual duración en que se divide el compás"(esta última relativa al "tiempo" en la musica), por poner ejemplos característicos de la amplitud semántica señalada, se encuentra también la relacionada con su valor de uso, y, por ende, con la de valor de cambio. Es así que se nos ha inculcado a través del tiempo la ilusión de poder comerciar con el concepto y, lo que resulta más sorprendente, aplicar un sentido moral a su empleo y manipulación. De aquí que, casi inconscientemente, utilicemos alocuciones y frases hechas relativas al carácter moral de nuestro comportamiento en relación con el uso que se hace del tiempo que se nos ha concedido: "emplear bien o mal el tiempo" son formas que se utilizan corrientemente en el lenguaje coloquial que constituye la comunicación en nuestra cotidianidad, sin que se preste la menor atención a las posibles implicaciones que comportan tales expresiones lingüísticas.
Es natural, por tanto, que se haya tratado de valorar el tiempo, ya que su empleo ha sido considerado como fuente de riqueza para quien lo utiliza "correctamente" y, viceversa, causa de desventura para el que lo malgasta. He aquí la principal relación existente entre los conceptos de tiempo y dinero, a la vez que es el lema del capitalismo moderno y contemporáneo: "el tiempo es dinero".

En relación con el tiempo, el concepto dinero comparte la amplitud semántica y la riqueza de agregados que matizan su empleo, dependiendo del contexto en el que aparece. Pero su etimología, que recuerda claramente el nombre de la unidad monetaria romana (denarius), ha permitido concretizar su significado más usual en "moneda corriente", extendiéndolo al de capital cuando la cantidad acumulada de dinero lo convierte en sinónimo. Parece evidente, pues, que, tanto el tiempo como el dinero son conceptos de los que se ha apropiado la ideología capitalista, presente en nuestra sociedad desde los últimos siglos: ambos conceptos sintetizan el corpus de su moral, la denominada "moral burguesa", y se han instalado, con sus acepciones más corrientes, en nuestras mentes en la peculiar forma que se ha descrito: imperceptiblemente. Hasta el punto de no considerar otras relaciones semánticas entre ambos conceptos que no sean las acuñadas en el lema del capitalismo enunciado supra, lo cual responde a la concepción materialista que tal ideología posee de la existencia de los seres humanos.

Se podrá objetar que tales conceptos provienen de un pasado remoto, que la división del tiempo pertenece a la cosmogonía inherente a la especie humana, se encuentran en la base de todas las civilizaciones aparecidas en el planeta, etc. Pero incluso admitiendo la veracidad de tales objeciones (y con el permiso de culturas nacidas en las antípodas de nuestro eurocentrismo, que tanto se sorprenden de nuestra civilización como la rechazan - bastaría recordar los discursos de Tuiavii de Tiavea a sus compatriotas samoanos para sonreir sobre la uniformidad de las civilizaciones), el hecho de ligar los dos conceptos a través del lazo economicista, lo cual está presente en las actuales sociedades, es indudablemente un hecho reciente (tanto como lo puede ser la sustitución de las campanas por el reloj de la torre del municipio o de la iglesia), si se considera "reciente" el advenimiento de la burguesía y su posterior hegemonía como clase social. Esta fatídica relación "económico-temporal" es la que ha penetrado en nuestras mentes con nuestra educación, y ya sean el capitalismo o la burguesía (¿dónde está la diferencia?) los responsables de la asociación conceptual, el resultado no cambia: a cualquiera de nosotros se les "cambia" el tiempo por dinero en un sistema autoritario de comercialización de entelequias que, observado con detenimiento, raya en el más completo de los absurdos, no obstante forme parte, o, mejor, constituya, nuestra cotidianidad (el trabajo) y ocupe, prácticamente, la mayor parte de la jornada de nuestras vidas.

Remitiéndonos a nuestra cultura actual sin entrar en el debate metafísico, parece obvio que el concepto "tiempo" como valor de uso (y también de cambio) es una convención, es decir, un acuerdo entre los poderosos, los propietarios del dinero, para llevar a cabo sus negocios con la más alta rentabilidad (en términos económicos: te "cambio" tu tiempo por mi dinero). Es comprensible que fuesen ellos, los poderosos, los que acuñasen el citado lema para legitimar sus intercambios en la esfera quimérica de la sugestión permanente (puesto que, en realidad, se trata de conceptos y no de cosas tangibles), llegando a "convencer" al conjunto de la sociedad de la inamovilidad del dogma preestablecido, tanto como de la conveniencia general de su cumplimiento a través de la identificación del tiempo con el trabajo (te "cambio" tu trabajo por mi dinero).

Como se deduce de tales observaciones, el intercambio quimérico entre conceptos diferentes es la base de la ideología capitalista, puesto que, por lo menos, el trabajo asalariado es una invención de reciente implantación (¿cuándo se abolió la esclavitud?), y se conoce, por la crónica de los acontecimientos históricos, cuánto esfuerzo emplearon los plutócratas en convencer a los esclavos de trabajar a cambio de un salario. No obstante el origen de los conceptos sea tan remoto, la relación entre los mismos que se trata de analizar es mucho más reciente en la historia de nuestra cosmogonía, tanto como lo es la hegemonía del sistema capitalista para nuestra civilización greco-romana.

Lo que se puede deducir de todo esto aparece como una contradicción evidente en la ideología capitalista: siendo, o, mejor, diciendo ser, una ideología "materialista", circunscrita a la "realidad’ económica del ser humano, la "única posible" regulación de nuestros intereses, enfrentada con las ideologías utópicas nacidas en la Revolución francesa, etc., resulta que basa sus postulados en un juego conceptual estrechamente relacionado con la metafísica...¿el materialismo en el ámbito de las entelequias? Por supuesto, como el resto de las ideologías existentes que se mueven en el etéreo campo del pensamiento. Lo que sorprende, en todo caso, es que la mayoría de la población haya adquirido el hábito de asimilar tales conceptos sin preguntarse los porqués de su validez, valorar las pruebas de su irrefutabilidad, siendo, como son, solamente juegos de palabras, dogmas, cuya principal razón de su existencia es que patrocina los peores instintos del homo sapiens: la insolidaridad, la ley del más fuerte, la discriminación por cuenta corriente (además de por raza, religión, sexo, etc.), la creencia en el determinismo calvinista, que salva sólo a los ricos y condena a los pobres...Pues bien, en este tipo de sociedad capitalista es en la que se verifican las más increíbles de las paradojas, y la defensa de este tipo de sociedad por la gran mayoría de la población resulta de difícil comprensión si no se considera a ésta, como así parece ser, alienada del mundo del conocimiento. Algo tendrá que ver la educación recibida (si se le puede llamar "educación" a lo que se imparte actualmente en las escuelas y en el seno de las familias, por no mencionar el tipo de valores difundidos a través de los medios de comunicación) en este tipo de comportamiento masificado y en la renuncia al conocimiento de las cosas.

Tras estos preliminares aclaratorios, es preciso reconocer que el orden de los términos, en el caso que nos ocupa, sí altera el producto, puesto que si invertimos los términos de la alocución que se ha impuesto en nuestro orden mental el resultado no parece convincente: "el dinero es tiempo". Y esto es fácilmente comprobable para quienes, "disponiendo de todo el tiempo del mundo", no tienen dinero. De ello pueden ser testigos las amas de casa, por ejemplo, que realizan tareas programadas como en cualquier tipo de trabajo, más o menos manual, sin que se les reconozca una cantidad de dinero a cambio de los cuidados del hogar, de los hijos, etc. Por no mencionar a los "desocupados", que registran situaciones más dramáticas, si cabe.

Estas situaciones resultan paradójicas apenas nos interesamos en meditar sobre algo que conforma nuestra cotidianidad, pero aún se puede ir más lejos: no parece que en el transcurso de los últimos tiempos a alguien se le haya ocurrido afirmar o demostrar lo contrario, ni tan siquiera en los tiempos en los que se enseñoreaba el optimismo y parecía que se podía cambiar el signo del "progreso" en Occidente; fundamentalmente porque no habría obtenido ningún beneficio: si el tiempo no es dinero, ¿qué es?, ¿a qué sirve? De ahí que se haya deducido, inexorablemente, que el que no gana dinero está "perdiendo el tiempo"; paradójicamente, los juegos de palabras resultan muy significativos: aquellos que ocupan la mayor parte de su tiempo en obtener dinero, realizando dos o más trabajos durante la jornada, de lo que se lamentan es, precisamente, de la falta de "tiempo" (trabajarían más y ganarían más dinero con una jornada más larga).

A la luz de estas constataciones, no parece razonable admitir la veracidad de la ecuación capitalista, aun cuando forme parte de nuestra "realidad’ cotidiana y no se haya establecido ninguna alternativa para la supervivencia en este tipo de sociedad que establezca otra relación entre los conceptos tiempo-trabajo y tiempo-dinero (lo que comporta, como se deduce en el silogismo, la relación intrínseca trabajo-dinero). Porque, cuando se trata de razonar estos postulados, inevitablemente surgen otras dificultades: ¿y los que no trabajan, y tienen "tiempo" y "dinero"? A esta particularidad de nuestro sistema económico se responde, sin ruborizarse por ello los exégetas del neoliberalismo, que se trata de "privilegiados", es decir, exentos por nacimiento u otros tipos de fortuna aleatoria de someterse a la ley general vigente en nuestra sociedad: la del "libre" comercio entre los seres que trabajan, empleando su "tiempo" a cambio de un "dinero". Claro está que los términos del intercambio están establecidos por los que poseen el segundo de los conceptos, siendo admitidos a regañadientes, por lo general, por los que "venden" su tiempo, queriendo obtener a cambio "algo más" de lo que tienen en abundancia los "adinerados". A tal sistema lo denominan "liberal", haciéndonos creer que se es "libre" de comerciar con el tiempo que cada uno de nosotros tiene a su disposición, algo que nos convierte, automáticamente, en filósofos mal pagados, además de esclavos "a sueldo".

Los "privilegiados" que, como se ha afirmado, no están sujetos al intercambio de tiempo por dinero, por poseer ambos en abundancia, no parece que comprendan nuestro afán por imitarles, mientras que la gran mayoría de la sociedad recurre a los expedientes más irrazonables para alcanzar el privilegio de sustraerse a la intransigente ley del capitalismo: loterías, juegos de azar, Bolsa, especulación con pisos, etc. Tales quimeras son propias de quienes nunca comprendieron la existencia de clases sociales, creyendo vivir en una sociedad de "igualdad de oportunidades" que les facilitaría el acceso al mundo de los privilegiados; aquéllos, sin comprender el determinismo que impone toda sociedad autoritaria a quienes no representan sus intereses, se abandonan a los inmisericordiosos brazos de la diosa de la cornucopia con la ilusión de evadirse de tan miserable destino y lograr alcanzar la categoría que se concede a quien tiene el suficiente dinero: el privilegio, y la facultad de disponer de todo su tiempo. Otros tratan de emular a las grandes corporaciones bancarias, interesándose de los vaivenes de la Bolsa o de las posibilidades de beneficio en el tráfico de pisos. Lamentablemente, esos pocos afortunados que el sistema económico concede para mantener la ilusión general, al carecer de la costumbre de poseer ambos dones contemporáneamente, hábito que se inculca desde la infancia y no es posible comprarlo en las tiendas especializadas, derrochan tanto lo uno como lo otro: malgastan su tiempo y su dinero, a la par que destrozan sus vidas en sus intentos de emulación de los comportamientos de las clases adineradas, resultando víctimas de la envidia ajena que les rodea, suscitando las peores pasiones entre sus familiares, parientes y "amigos", dispuestos a aprovechar la ingenuidad y falta de preparación de sus víctimas para arruinarlos económica y moralmente. Tales peligros encierra el privilegio para los neófitos(as) que se adhieren al reducido grupo de los poderosos careciendo de los principios que rigen su exclusiva clase social.

Los demás, el resto de la ciudadanía sin ínfulas plenipotenciarias, obligados por decreto al intercambio de su tiempo (el trabajo ya no es lo que era gracias a la tecnología aplicada) por un salario cada día más exiguo, podemos optar por una sola de las dos variables, pero nunca por ambas a la vez: si se quiere tener dinero, se ha de renunciar al tiempo para disfrutarlo y, viceversa, el que elige tener tiempo para entender su vida, las cosas que suceden a su alrededor, pasear o meditar, querer o amar a personas y animales..., en fin, todo lo que "lleva tiempo", el "tiempo" de disfrutar de todas esas cosas, el "tiempo" de vivir, a ése ¡ ni un céntimo! Se trata de no hacer ninguna excepción a la ley general que regula nuestra existencia en este sistema económico tan admirado por muchos.

Y las paradojas que tal imposición doctrinal provoca, al identificar ambos conceptos en uno solo, estableciendo un orden inmutable en la proposición, no parece que alteren en lo más mínimo nuestras convicciones sobre la cotidianidad.

Hay otra observación, no tan banal como las anteriores, según mi parecer, que ridiculiza en mayor grado el citado postulado económico-temporal: casi sin excepción, la mayoría de las personas que conozco, integradas en una de las innumerables subdivisiones que componen la clase media, no obstante desenvuelvan un cualquier tipo de actividad laboral, no disponen "materialmente" ni de tiempo ni de dinero. No tienen ni suficiente dinero (aspiran constantemente a tener más) ni suficiente tiempo (principalmente para gastar el dinero que ganan empleando la mayor parte de su tiempo "libre"). Y, como se ha visto, siendo la duración de la jornada la que es, se encuentran en una situación sin solución aparente, pues los salarios ya no son lo que eran (y cada día que pasa lo serán menos, llegando hasta el punto que se autorebajarán los mismos los trabajadores que verán peligrar con la crisis su puesto de trabajo), mientras que su tiempo "libre" se verá notablemente disminuido, al aumentar los "tiempos muertos" de los cada día más largos desplazamientos desde el lugar de residencia al puesto de trabajo. La paradoja no parece arredrar su entusiasmo por el sistema vigente, no obstante se haya suficientemente demostrado que por medio del trabajo no se alcanza la riqueza. Porque, en la mayoría de los casos citados, trabajando, no obtienen ni tiempo ni dinero, con lo que, además de refutar el dogma engañoso del capitalismo, quedan a la merced de la fortuna de la misma manera que los que habían recurrido a ella para salvarse.

De hecho, la sociedad capitalista no es la "sociedad del trabajo", no se basa en el trabajo y el esfuerzo personal, puesto que la riqueza no se obtiene por tales medios. El trabajo está en la base de la sociedad socialista, en la socialización de los medios de producción de la riqueza común. La sociedad capitalista se basa, como su propio nombre indica, en el capital, en la acumulación de riqueza para crear más riqueza, y esto sólo es posible a través de métodos deshonestos, que teóricamente traicionarían los principios de la moral burguesa, pero que son permitidos y apoyados por el conjunto de la población que aspira a gozar de los privilegios que de ello se derivan. El capitalismo se basa en la rapiña, en la piratería, en el fraude, en el aprovechamiento del prójimo...en la explotación del hombre por el hombre. Y, sin embargo, cada día resulta más popular e incontestado: la mayoría está dispuesta a subirse al carro del oportunismo económico y para ello no es preciso trabajar, es más conveniente engañar, incluso engañarse a sí mismos: actualmente se gana más comprando y vendiendo pisos que trabajando todos los miembros de una familia numerosa. Es la conocida como "fuga hacia delante" o "escapismo", cualquier cosa con tal de negar la evidencia de la corrupción de las masas por un sistema económico que se asemeja en sus métodos al barracón de tiro al blanco en las romerías y verbenas populares.

Ante tales circunstancias, hay quien demanda soluciones. Lo cual corresponde en la democracia burguesa a los políticos. Pero éstos, lejanos de la problemática popular, estan más preocupados por mantenerse en la clase de los privilegiados que en abrir las puertas del bienestar al conjunto de la sociedad. Les basta con justificar con unas pocas leyes incomprensibles la tarea para la cual han sido elegidos. En los casos más urgentes han decretado soluciones "temporales", tales como la jubilación anticipada para eliminar puestos de trabajo, a la que tantos se adhieren con la esperanza de, finalmente, disfrutar de su tiempo. Pero, como durante su vida laboral no aprendieron a emplear adecuadamente su tiempo libre, preocupándose fundamentalmente de conseguir más dinero, se encuentran ante un vacío "temporal" que no saben como colmar, produciéndose entonces desequilibrios emocionales que rebajan la autoestima, agrian las relaciones personales y sumen en la depresión a los sujetos que habían impostado su existencia en los ritmos biológicos creados por la rutina del trabajo, que hasta ese momento habían desempeñado sin preocuparse jamás de entender lo que sucedía en sus mentes alienadas por el dogma capitalista: "el tiempo es dinero".

Si se hubiese otorgado la representación política a los filósofos, tal como preconizó Platón en su República, quizás no se hubiese llegado tan lejos en el progreso tecnológico, y no gozaríamos de sus ventajas para ahorrar tiempo y fatiga, pero seguramente habríamos aprendido a emplear con mayores satisfacciones el tiempo que nos queda, ése al que nadie recurre para tratar de entender lo que le pasa. Lo que está pasando, mientras "perdemos el tiempo" en hablar de ciertas cosas, es que nos están "robando el tiempo" sin dejarnos nada a cambio: ni un futuro (que nos promete más muerte y destrucción) ni un pasado (que no se puede recordar para no caer en tentaciones subversivas) se nos concede, sólo este triste presente monetizado y salvaje que tampoco nos interesa.
Si se considera que nuestra vida no es más que el tiempo que vivimos, ¿por qué no dedicarnos a ganar tiempo, es decir, vida, en vez de concebir nuestra existencia como un vano reflejo del capital acumulado en el tiempo arrebatado a nuestras vidas? Porque - se responde desde las instancias del poder - la vida es lo que tenemos para gastar el dinero que ganamos. Es la ley del consumismo, del derroche de energía y el despilfarro de los recursos. Y con ella estamos quitando el tiempo de vida que pertenece a los otros, ya sean los desheredados de la tierra o las futuras generaciones. A los primeros no les dejamos, con nuestro insaciable egoísmo, el dinero para sobrevivir a su manera, con otros postulados más humanos, y a los segundos, el tiempo para gozar de un planeta que ya hemos arrasado. Pero como tales reflexiones se consideran una "pérdida de tiempo" y no se gana dinero con pensar en algo más que en tener, los desafortunados que pretender también ser, están abocados a renunciar al lema del capital y a refugiarse en la pobreza, resultado de la marginación social a la que les someten los pobres de espíritu y ricos en objetos inútiles, inservibles para encontrar un significado a sus "opulentas" vidas.

Nel Ocejo Durand

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