Toda ausencia de la izquierda la ocupará la extrema derecha
Hay un obvio descontento, graves problemas y más que legítimas reivindicaciones en el sector agrícola y ganadero por las protestas que están llevando a cabo en varios países de Europa y que ahora llegan también a España. El sesgo urbano de la política y de la información impide a menudo que se entiendan los motivos de las protestas y se empatice con ellas más allá del terreno.
La instrumentalización que desde el primer momento está tratando de hacer la extrema derecha, desviando el tiro y tratando de apropiarse de las protestas, hace más complicado todavía que haya un posicionamiento claro y convencido del resto de la ciudadanía al respecto. La arrogancia con la que se ve el campo desde la ciudad y la falta de estrategia por parte de la izquierda, cuyo mando es todavía demasiado urbanita, está dejando el terreno allanado para que se cuelen los marcos reaccionarios y los intereses partidistas en esta nueva movilización.
Si alguien ajeno al campo siente curiosidad por lo que está sucediendo, y decide enterarse echando un vistazo a los grupos de Whatsapp y Telegram que se pusieron en marcha hace unos días y que se arrogan la organización de las protestas, posiblemente siga sin entender nada. O peor, acabe pensando que el sector está infectado de chalados, conspiranoicos y fascistas, y que la mayoría de los agricultores andan como pollo sin cabeza siendo pastoreados por los cuatro listillos de la ultraderecha que ni siquiera se esconden.
Cualquiera puede meterse en estos canales, inundarlos de basura y reventar o dirigir los debates y las reivindicaciones hacia donde quiera. Mala idea es entonces querer comprender este tema a través de estas redes y de algunos medios que reproducen la caricatura que la ultraderecha impone sobre lo rural sabiendo que la izquierda reacciona con rechazo y que abandona así el terreno de juego.
Esto ya sucedió durante la pandemia del Covid, una ocasión perdida para las izquierdas para imponer sus marcos y reforzar así la sanidad pública y el acceso gratuito a las medicinas, la solidaridad de clase, el internacionalismo y el bien común.
Lo que uno recuerda de las protestas de entonces no es que estas iban en este sentido, sino todo lo contrario. Fueron en su mayoría reivindicaciones que daban una vuelta de tuerca más al individualismo capitalista, al ‘hago lo que me da la gana’, y a la propagación de cada vez más teorías de la conspiración. La izquierda, en vez de disputar el relato ante un hecho traumático colectivo que podría evidenciar los fallos del sistema, y donde se evidenció la necesidad de colectivizar las respuestas a las crisis, acabar con el negocio de la salud de las multinacionales farmacéuticas y la falta de inversión en servicios públicos, optó por no moverse.
Optó por alinearse con el discurso oficial, por acatar sin rechistar y mirar por encima del hombro a quienes manifestaban sus inquietudes y sus legítimos miedos ante algunas más que discutibles medidas de control o los obvios intereses empresariales de farmacéuticas y otros lobbies. No se disputó el relato a la ultraderecha ni a la conspiranoia, que andaban de la mano, y el capitalismo pudo seguir su curso sin problemas.
Aquí la izquierda falló, y posiblemente esté fallando ahora mismo no solo en el campo, sino en muchos otros ámbitos. Y en estos son en los que la extrema derecha sí que ha visto esta ausencia y ha sabido ocuparla con sus recetas envenenadas que, lejos de solucionar los problemas, los amortiguan con medidas elocuentes envueltas en banderas y de prejuicios a base de disparos al aire.
Hoy vemos algunos tractores culpando a la Agenda2030, a Marruecos, a los ecologistas y al Gobierno. De nuevo, una queja legítima a causa de la precariedad a la que les somete el capitalismo es redirigida en algunos casos por la ultraderecha hacia sus propios fantasmas. Y de nuevo también, vemos a los patronos usando de escudo a sus trabajadores, a marqueses y latifundistas hablando en nombre del campo, reivindicando mejoras en abstracto que no cuestionan su estatus ni la precariedad a la que ellos mismos someten a sus trabajadores.
Además de advertir del intento de infiltración de la extrema derecha en estas reivindicaciones, deberíamos amplificar los mensajes de las organizaciones agrarias y de los sindicatos de clase que apuntan bien al origen del problema. Algunos medios de comunicación están contribuyendo interesadamente a que la extrema derecha capitalice la protesta, entrevistando y dando protagonismo a sus autoproclamados líderes y portavoces. Para contrarrestar esta marea no basta con exponerla y denunciarla sino, desde el periodismo y las redes sociales, promocionar las alternativas.
Hay que apuntar al fracaso de la política común de la Unión Europea al haber una competencia desleal con las importaciones de productos de otros países que no están sometidos a las mismas condiciones que los que se producen aquí.
Esto, lejos de traducirse en muchas de estas protestas en una crítica al modelo de los acuerdos de libre comercio con países con menos seguridad para sus trabajadores o menos controles sanitarios y medioambientales, se retuerce por la extrema derecha para convertirlo en un reclamo racista y nacionalista contra el Sur Global.
De hecho, a pesar de que un alto porcentaje de los trabajadores y de las trabajadoras del campo sean personas migrantes, estas no se ven representadas en las protestas que ayer se extendieron por toda España. Ni siquiera sus condiciones laborales, múltiples veces denunciadas y expuestas, tampoco han motivado demasiadas protestas en el sector, ni han gozado del foco mediático que sí están teniendo algunos de estos líderes espontáneos de las protestas de ayer.
Por otra parte, la incapacidad de los agricultores y ganaderos de adaptar de manera eficiente y rentable las políticas sostenibles exigidas, provocan un falso e interesado enfrentamiento entre los productores y el cuidado de la salud y del medio ambiente.
Esto es, de nuevo, otro regalo para los discursos populistas de derechas, que pueden enfrentar así las demandas medioambientalistas que en el imaginario colectivo se asocian casi siempre a la izquierda, con el mundo rural al que estas políticas les están afectando más que a nadie. Para un agricultor, el problema será el ecologismo y la obsesión por lo ‘saludable’, que viene impuesto desde las ciudades y los despachos, desde el esnobismo urbanita de la vida sana y la preocupación por el medio ambiente, mientras ellos se arruinan y ven cómo su modo de vida y su trabajo es constantemente cuestionado, criminalizado y ridiculizado por hacer ‘lo que siempre se ha hecho’.
Da igual que siempre haya matices. Ya pasó con las advertencias sobre la ganadería extensiva y el sujeto agraviado que impusieron los medios de comunicación, que no fue la gran empresa ni la macro industria, sino el pobre ganadero con dos vacas al que los ecologistas querían quitar su modo de vida.
El papel de la Unión Europea y de los Estados miembros en la decisión de las medidas que afectan a estos y otros sectores de la población es usado por la extrema derecha para insistir en el relato de las élites contra el pueblo, de una manera muy alejada de la que se hace desde la izquierda. La UE y la economía global responden a un modelo neoliberal que cada año otorga mayores beneficios y menores controles a las grandes empresas y grandes propietarios, y más precariedad a la clase trabajadora.
La solución que ofrecen las derechas ante este agravio no pasa ni por la redistribución de la riqueza, ni por exigir mejores estándares a los productos extranjeros. Ni abordan los derechos de los trabajadores ni al medio ambiente, a cuya conservación se enfrentan a pesar de que la crisis climática les afecta mucho más que a cualquier otro sector. La derecha tampoco alude a la mejora de las condiciones para los productores a costa de los beneficios de los distribuidores y las grandes compañías. Ni explica que muchas de estas grandes empresas son las que producen o compran en el extranjero, aunque sus propietarios se vistan constantemente con la bandera nacional y se declaren más patriotas que nadie.
La incomparecencia de la izquierda, que a menudo invierte más en análisis desde el despacho que en patearse la calle y el campo, es aprovechada siempre por la derecha. Sobre todo, cuando existe miedo e incertidumbre.
Al final, una protesta legítima ante las medidas neoliberales que empobrecen cada vez más a la clase trabajadora acaba siendo una oportunidad para los ultraderechistas, que esperan un paso en falso de la izquierda, un relato ambiguo o un alejamiento de la causa para presentarse con fórmulas mágicas. Estas, lejos de solucionar el problema, siempre ofrecen bálsamos envenenados bien envueltos en banderas.