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Carlo Frabetti, Pensamiento :: 01/12/2011

Tres retos internos del socialismo

Carlo Frabetti - La Haine
El socialismo no solo tiene que enfrentarse a un capitalismo despiadado, sino también a sus propias contradicciones internas: el machismo, el carnivorismo y el agonismo

Resumen de una ponencia presentada en los Askencuentros de Donostia

En el siglo XXI, el socialismo no solo tiene que enfrentarse a un capitalismo despiadado y provisto de nuevas y poderosas armas, sino también a sus propias contradicciones internas. Y entre ellas hay que destacar la solapada (cuando no explícita) aceptación del machismo, el carnivorismo y el agonismo, tres ramas especialmente resistentes del tronco del patriarcado, origen de casi todos los males.

Machismo

Gracias, sobre todo, a la tenaz lucha de las feministas durante la segunda mitad del siglo XX, buena parte de la izquierda, si no toda, ha comprendido que el socialismo es inseparable del feminismo, y que la relación entre ambos no es jerárquica, sino dialéctica: feminismo y socialismo son como dos manos entrelazadas que se contienen mutuamente. La liberación de las mujeres no es posible en un mundo capitalista, y la superación del capitalismo no es posible en un mundo patriarcal. Solo algunos marxistas de neandertal se atreven a seguir diciendo simplezas tales como que primero hay que hacer la revolución y lo demás vendrá por añadidura, o que los problemas de la clase obrera son prioritarios con respecto a los de las mujeres; pero ese tipo de discurso era normal hasta hace tan solo un par de décadas en el seno de las organizaciones de izquierdas. Por no hablar de la marginación (cuando no persecución) de los y las homosexuales, que es puro fascismo y que ha sido una de las mayores aberraciones del mal llamado “socialismo real”.

Afortunadamente, las cosas han cambiado mucho en los últimos años; pero el machismo solo ha sido superado, y no siempre, en sus manifestaciones más agresivas, y en amplios sectores de la izquierda sigue vivo en forma de paternalismo o puritanismo (o la unión sinérgica de ambos: lo que podríamos llamar “paterpuritanismo”). La actitud de muchos izquierdistas ante la prostitución es un claro ejemplo. Los abolicionistas que pretenden “redimir” a las prostitutas sin preguntarles si quieren ser redimidas, son tan paterpuritanos -y tan obtusos- como quienes promulgaron la Ley Seca en los años veinte del pasado siglo (una ley que, como es bien sabido, solo benefició a Al Capone). Los abolicionistas confunden el síntoma con la enfermedad y el efecto con la causa (como quienes llaman “terroristas” a los guerrilleros); o la Luna con el dedo que la señala, como dice la sabiduría oriental. Quienes tanto empeño tienen en redimir a las mujeres explotadas y escarnecidas, deberían empezar por las amas de casa y las abnegadas esposas, las verdaderas esclavas sexuales (y esclavas a secas) de nuestra hipócrita sociedad cristiano-burguesa.

Carnivorismo

Los ecologistas empiezan a darse cuenta de que el generalizado carnivorismo de los países desarrollados no solo es una aberración ética y dietética, sino también ecológica, económica y sanitaria (y por ende política); pero todavía estamos lejos de una toma de conciencia generalizada.

Para producir un kilo de proteínas cárnicas se necesitan unos diez kilos de proteínas de origen vegetal (que además son mucho más saludables si se consumen directamente), y el gasto de agua también es unas diez veces mayor. Con la soja y el grano que consume el ganado estadounidense se podría alimentar a toda la humanidad, y mientras los etíopes se mueren de hambre, casi la mitad de sus tierras cultivables se dedican a la producción de soja destinada a la alimentación de unas vacas que, a su vez, se convertirán en hamburguesas que contribuirán a provocar la obesidad y los trastornos cardiovasculares de millones de occidentales.

Por otra parte, el metano expulsado a la atmósfera por las reses como consecuencia del meteorismo intestinal contribuye al efecto invernadero tanto como el dióxido de carbono emitido por los automóviles. Las verdaderas vacas sagradas, objeto de un culto irracional, son las nuestras, no las de los indios, cuya intocabilidad responde a sabias consideraciones ecológicas.

Y el hacinamiento de los animales en las modernas granjas industriales (por no hablar de la adulteración de los piensos y de los propios alimentos cárnicos) favorece la aparición y difusión de todo tipo de enfermedades e intoxicaciones. Vacas locas, peste porcina, gripe aviar… El hecho de que las autoridades sanitarias y las empresas farmacéuticas se lucren difundiendo falsas alarmas, no significa que la moderna industria cárnica no entrañe gravísimos riesgos para la salud pública.

A pesar de todo ello, gran parte de la izquierda sigue aceptando como algo normal los nefastos hábitos alimentarios del mundo desarrollado, por lo que es necesario decirlo alto y claro: el carnivorismo, brutal expresión de la barbarie capitalista y de la sociedad del despilfarro, es incompatible con el socialismo.

Agonismo

E igual de alto y claro hay que decir que para tomarse en serio el fútbol o cualquier otro deporte competitivo hay que tener el cerebro hipotecado. Cuando el deporte no es mero juego amistoso y saludable ejercicio físico, cuando el objetivo de ganar a un adversario deja de ser anecdótico y se convierte en algo importante, en algo capaz de emocionar e incluso de exaltar los ánimos (“¡A por ellos!”), estamos ante un fenómeno claramente patológico, y el hecho de que esa patología afecte a millones de personas, algunas de las cuales se reclaman de izquierdas, no es una circunstancia atenuante, sino todo lo contrario.

En última instancia, el deporte agonístico es la expresión del belicismo latente en una sociedad enferma, basada en la competencia y deslumbrada por el nefasto estereotipo del “triunfador”. La izquierda debería tener claro que ningún triunfo puede basarse en la derrota de otros (salvo la liberadora victoria de los explotados sobre los explotadores), y que aspirar a ser o tener más que los demás es, también, puro fascismo.

Así que el primer reto de un aspirante a socialista del siglo XXI es enfrentarse al fascista que todos llevamos dentro. Sin perder de vista, claro está, al que muchos llevan por fuera.

 

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