Una mala y una buena
He preguntado a un amigo de España por las elecciones y me ha dicho que tiene dos noticias: una mala y otra buena. La mala es que la mayoría de las y los ciudadanos que se presentaron a las urnas han votado a la derecha. La buena es que el PP y VOX no tienen los escaños suficientes para formar gobierno, así que los socialiberales del PSOE ratificaran la continuidad de Pedro Sánchez, o habrá un nuevo llamado a elecciones.
“Alivio”, debe haber sido la palabra más escuchada anoche en España, cuando se advirtió que el Partido Popular (PP) había ganado las elecciones, pero no arrasado, como se pronosticaba. El partido que llevaba como candidato a Alberto Nuñez Feijoo había sumado 47 escaños nuevos, alcanzando 136 diputados que lo convierte en una holgada primera minoría pero muy lejos de los 176 que necesita para gobernar. VOX, que empezó a descender, aporta 33 diputados. Pero a la posible alianza liderada por el PP le faltan 7 escaños que parecen imposibles de conseguir.
La totalidad de esos escaños pertenecen a partidos independentistas que han tenido una mala relación con los centralistas del PP, y una pésima con VOX. A modo de ejemplo, quien podría dar vuelta la balanza es Junts per Cataluña, cuyo líder es Carles Puigdemont, quien ha sido detenido y vivió exiliado por decisiones del Poder Judicial muy vinculado al centralismo español. Lo mismo ocurre con los partidos independentistas vascos, donde el ascendente Bildu no votaría nunca al PP, y el PNV ha sido un aliado histórico del PSOE.
En esta elección la casi totalidad de los encuestadores, que pronosticaban una derrota aplastante del Presidente Sánchez, fallaron. Parece que no tuvieron en cuenta que muchos y muchas ciudadanas, ante la perspectiva de que una alianza del PP y VOX llegara al gobierno, abandonaron la abstención y salieron a votar por el mal menor. Este cambio queda expresado en una recuperación del 4% en la participación electoral en relación a la elección de noviembre de 2019. Esta vez votó el 70,38% del padrón.
Las lecciones de la memoria
El gobierno de Sánchez ha sido tan malo como otros gobiernos del PSOE. El progresismo ha sido un barniz que no alcanza a disimular la ejecución de políticas neoliberales en lo interno y en lo externo, una total sujeción la Unión Europea y a la política exterior de EEUU. Entre sus múltiples “hazañas” será recordada el reconocimiento del “autoproclamado”, Juan Guaidó como presidente de Venezuela. Tampoco se olvidarán las intervenciones de su exministro, Joseph Borrell, como alto representante de la Unión para asuntos exteriores y política de Seguridad y Vicepresidente de la Comisión Europea, verdaderos compendios de racismo, delirio político y cipayaje.
Algunas “perlitas” en sus intervenciones sobre la guerra en Ucrania: “Las fuerzas del mal (…) siguen vivas y frente a ellas tenemos que demostrar una capacidad de acción mucho más poderosa, mucho más consistente y mucho más unida que la que hemos sido capaces de hacer hasta ahora” ... ”nos acordaremos de aquellos que en este momento solemne no estén a nuestro lado”. O cuando comparó a Europa con un “jardín” y al resto del mundo con una “jungla”.
España es un país políticamente atrasado, que es capaz de mantener a un Rey y su corte devenida en un nido de parásitos lobbistas. Un país que no solo no ha podido hacer justicia con los crímenes del franquismo, sino que ha mantenido algunas de sus instituciones. Un país donde ha sobrevivido el papel de la iglesia interviniendo en las vidas de las familias, y dando consejos políticos a la hora de poner el voto.
Sin embargo, cuando grupos como VOX hacen regresar a los espectros del pasado reivindicando al franquismo, hay muchas personas que demuestran su decisión de, al menos, poner un voto para que no vuelvan. Sánchez no debería ufanarse por esos votos, ni suponer que su gobierno ha sido reconocido como popular. Son votos de la memoria, un exorcismo para evitar que vuelvan los peores.