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Pensamiento :: 05/12/2005

Una ciencia expropiadora y manipuladora

Carlos X. Blanco - La Haine
El análisis de una "formación socioeconómica" concreta ya no puede realizarse, a nuestro juicio, al margen de los procesos internacionales de acumulación y concentración de capitales, con la redistribución de la producción y la división mundial del trabajo que esta realidad planetaria lleva consigo.

En tiempos de Marx el papel de la ciencia, un motor responsable del aumento incesante de las fuerzas productivas-ha cambiado de manera notable. Es cierto que nuestra civilización es generadora de técnica y que la dependencia de tecnologías por parte de las culturas periféricas con respecto a un centro generador es enorme. La punta de lanza de este tipo de transferencias se sitúa hoy en las tecnologías de la información.

Pues bien, una civilización técnica que se impone a todo el planeta desde un centro cada vez más liberado de los sectores primario y secundario, convierte a la mayor parte del planeta (en términos poblacionales y geográficos) en zona de saqueo, expolio y depauperación al servicio de un futuro que sólo es real para unos pocos: el futuro de la no dependencia de la producción. La opulencia del primer mundo desfigura por completo la lucha contra la escasez y la racionalidad de la subsistencia. La ciencia económica sólo contempla la racionalidad parcial de una búsqueda de beneficios privados, y de una expansión de las necesidades creadas para quienes (masivamente) ya no producen, mientras se olvida el principio ecológico básico (en el sentido de una ecología humana y de una ecología general) de subsistir ante recursos naturales limitados. Hoy en día, la posición central que ocupa la ciencia en el sistema de la cultura debe entenderse a través de las siguientes claves:

a) Un auge de "nuevas clases" sociales impulsadas por la extensión y aumento de la educación, especialmente cuando esta se convierte en base para la competencia técnica y el pensamiento calculador. Tecnólogos, asesores científicos, investigadores, profesores. Su número toma las dimensiones de un verdadero ejército de trabajadores científicos, situados tanto en la fase formativa, como en la investigadora. Por encima, o en coordinación horizontal surgen los tecnócratas y demás gestores.

b) La ciencia se convierte en motor incesante de nuevas necesidades, de nuevos bienes encaminados a satisfacerlas, en creadora de nuevos mercados y nuevos espacios para el ocio consumista, la sofisticación de las mercancías y la elaboración de bagatelas.

c) Forma parte de un código compartido universalmente. La incorporación sucesiva de países, etnias y grupos en vías de desarrollo, o marginales, supone un acatamiento a directrices "científicas" de desarrollo que hacen que la inteligencia o los conocimientos de la humanidad se impongan (lejos de colectivizarse). La imposición se realiza sobre una base material de intercambio desigual. Desigual es la transferencia de tecnologías entre los países, a costa de una verdadera demolición de las estructuras tradicionales de producción y de conocimiento. Las cúpulas dirigentes y la nueva burguesía enriquecida por ese proceso de incorporación desde la periferia del desarrollo económico a un "centro" que se promete idílico, no se realizan sino a costa de una expropiación de masas enteras de oficios artesanales. Dicha expropiación toma el aspecto de una pirámide en la que una gran masa de trabajadores manuales, en cuyo "saber hacer" hay incorporadas importantes dimensiones cognoscitivas, deben transvasar, en un plazo a veces inferior a una generación, todo género de sabiduría técnica a una minoría cualificada según cánones foráneos de cientificidad y pericia técnica. Una minúscula cúpula detenta, tras la transición al nuevo modo productivo, los conocimientos requeridos para la producción, habiendo convertido a la gran masa de la población de estos países "en vías de desarrollo" en un contingente descualificado de proletarios que hacen cola para ser utilizado en los sectores emergentes (industria, o producción agrícola y minera dirigidas según criterios de la multinacionales centrados en el monocultivo y la exportación masiva al extranjero). Los criterios de la cúpula dirigente y de las exiguas burguesías locales no son otros que los criterios internacionales del capital, que dictan la división internacional de la fuerza de trabajo, por la vía de una expropiación "cognitiva" del saber hacer de las masas populares, y por el camino de una reducción de las comunidades (cuando no continentes enteros) a meros parques para la extracción de materias primas baratas, o a campos inmensos de esclavitud, cuando el capital trata de localizar mano de obra dócil y barata, ya en una segunda fase de mayor grado de industrialización o de instalación del capital extranjero en el sector primario.

No se puede hacer historia de la ciencia, y hoy en día, no se puede comprender sociología o análisis político de ella, como si ésta fuera una sustancia autónoma, que sigue su propio camino independientemente de los obstáculos institucionales, ideales o políticos que en cada época concurran. Más provechoso será emprender un análisis de la ciencia "apropiada" por instancias de esa índole. Y deberíamos saber que aquello que sirve de agente para una apropiación no se limita a imponer su "sello", es decir, una forma externa a un determinado producto que, materialmente aún fuera reconocible como "cientificidad autónoma", al margen de todo tipo de manipulación. Si la ciencia es manipulación y construcción de realidades, ahora, más que nunca, el manipulador de las manipulaciones es un sujeto institucional, o una formación social que nada tiene que ver con una caricatura o un arquetipo. Nos resistimos a escribir sobre al sujeto de la ciencia y pensar, inmediatamente, en un señor con bata blanca, que además tiene nombre, apellidos, títulos y rostro. Para colmo, ese arquetipo exige un complemento. Inocentemente habría que pensar que, puertas afuera, alguna institución, llámese Sociedad, es quien le pide cuentas y le paga. Nos podemos plantear en qué sentido razonable hay que considerar la nuestra una civilización "científica" cuando el ejército mundial de trabajadores de la ciencia y la tecnología deposita a un margen de su trabajo la racionalidad global (que, al menos en el pensamiento teórico ya hemos alcanzado al poder "hablar" en nombre de la especie y en nombre del planeta), y sólo atiende a los criterios de sus pagadores (estados, compañías privadas). Nos podemos plantear en qué sentido la inteligencia se ha socializado, más allá de una difusión y publicidad de ciertos conocimientos y métodos científicos de trabajo. ¿Quienes somos "nosotros"? ¿Qué pretendemos decir cuando hablamos de una humanidad, en primera persona del plural, capaz de extraer información sobre el universo a través de unos métodos racionales de búsqueda y construcción?.

Es evidente que el sujeto de conocimiento científico es una abstracción funcional, que toma como valores unos colectivos diversos de personas agrupadas institucionalmente. No es tarea sencilla saltar del plano epistémico al social. Nuevas complicaciones se añaden cuando el economicismo (del que pecan muchos críticos marxistas, anarquistas o postmodernos) se mete por el medio con sus simplificaciones y nos fuerza a pensar que "quien paga manda". Entonces el sujeto de la ciencia pasa a ser un villano o un esbirro. Tanto da. Pues su mezquindad esencial como agente imprime su miseria moral a sus productos: explotación humana, manipulación de las masas, destrucción del ambiente... los pagadores se enriquecen y el mundo se viene al traste. En este orden de cosas la ciencia se reduce a una especie de código impuesto, imprescindible para entrar en mayor o menor grado en los estándares mundiales de interconexión económica, dándose la "paradoja" siguiente. Una mayor participación y esfuerzo en esos criterios del centro, no hace más que endeudar y generar desarrollo desigual en las sociedades de la periferia. En cuanto a la pirámide de los conocimientos, la introducción de centros universitarios "modernos" e instituciones politécnicas, respaldadas por la exigencia universal del "desarrollo" desemboca en un trazado más desigual aun de estas sociedades. El vértice superior de los "expertos" (científicos e ingenieros, tecnócratas) presenta un ángulo mucho más agudo, y la distancia de éste vértice de poder intelectual con respecto a una base cada vez más despojada, intelectualmente hablando, se hace más y más grande. Nada tiene de extraño que en muchos países de la "periferia", sudamericanos, asiáticos, africanos..., se esté desarrollando una ideología de marcado carácter relativista o pluralista, reivindicando así modos indígenas de sabiduría frente a imposiciones "universalistas" de la ciencia occidental. En la propia Europa, portadora principal de la ciencia como valor, hemos asistido a un auge de esta mentalidad relativista. Valores "indígenas", o para más rigor, aldeanos y tradicionales, pretenden ser rescatados con justificaciones y ropajes ecologistas, humanistas, anarquistas, etc. Ciertamente, la ecuación ciencia=poder se ha instalado con firmeza tras los diversos descalabros que la mentalidad positivista e ilustrada ha sufrido como consecuencia de las guerras mundiales: uso militar de la ciencia, compromiso de sus instituciones con la dominación y la manipulación del género humano, subvención capitalista y hermanamiento con los aparatos estatales, y un largo etc.

 

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