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Pensamiento :: 06/12/2006

Una nueva edad de barbarie

Carlos X. Blanco
Volvemos a una edad de barbarie. Ante la disyuntiva de socialismo o barbarie, ya se sabe lo que ha triunfado. La barbarie. Se aprueban leyes que permiten la tortura. Se alzan muros para contener la miseria humana. Se animaliza al ser humano, y se enseña a ver al otro humano, como un ser radicalmente ajeno a nosotros: un mero animal o un objeto.

¿Cómo hemos caído tan bajo? - Clama el humanista, el filósofo. Es facil - responde retóricamente a una pregunta retórica (y con ello ya empieza a ganarse el sueldo): Crisis de valores. La crítica a la ilustración y al progreso moral y social de la humanidad, eso nos trae este caos axiológico... Lo peor de todo es que en las aulas y en los periódicos se puede vivir bien y cobrar un sueldo, diciendo estas pamplinas. Y, creyéndoselo o no, el humanismo progresista resulta un caldo nutritivo y caliente para el burgués medio. Pero la simple mención de unos imperios (U.S.A. el primero, U.E., China, Rusia, después), supone entrar de lleno en el estudio de esos fieros depredadores militaristas, productos y motores a un tiempo de este capitalismo tardío del s. XXI, y ya complica mucho la cuestión. Para ello, el humanista, el experto en axiología y decadencia cultural debería aprender un abecé de economía. Y eso es demasiado indigesto.

Economía marxista queremos decir, naturalmente. Esto es, una filosofía materialista que analice cómo hemos llegado históricamente a esta situación. Una estructura en que la mayor parte de la especie humana pasa hambre, una mayoría a la que le han sido negados la mayor parte de los derechos fundamentales. De cómo, con el fin de alimentar una loca y ciega espiral autodestructiva (homicida, ecocida), y suministrar "bienestar" (que no felicidad) a un escaso tanto por ciento (alrededor del 20 %) de seres humanos, a cambio, se ha de negar literalmente el trato y el derecho a ser humanos a la mayor parte de la especie (alrededor del 80%).

Para llegar a esta situación, Occidente ha tomado la senda de la Mercancía. Y con Occidente, la humanidad entera. Aun antes de que el capitalismo hiciera acto de presencia en la historia como modo de producción triunfante, disgregando y arrinconando a todos los demás modos de producción, el pujo de la "mentalidad mercantil" unido a una jefatura política clara, un estado, conformaron los pilares de la "era del control". Que unas voluntades escasas pero fuertes se hicieran con el control de numerosas voluntades sumisas, esto es, lograran la apropiación de los cuerpos y voluntades ajenos, hecho acaecido en el origen de la misma "civilización", está el fundamento previo al éxito del modo de producción capitalista. Este no se hubiera impuesto, de la forma depredadora en que lo conocemos hoy, sin que su forma productiva tomara como premisa anterior la existencia de un capitalismo comercial y una desacralización de la tierra. A la altura del siglo XVIII europeo, tales premisas se estaban dando. La "mentalidad comercial" es muy anterior y se remonta al lejano albor de las civilizaciones. Las posibilidades del enriquecimiento comercial con apoyo o como apoyo de las instituciones militares y políticas de la más lejana antigüedad siempre le han sido evidentes a los hombres de los grandes "centros de civilización". En aquellas edades, robar, comerciar, capturar, mandar, etc, eran funciones que se confundían ampliamente. El paso histórico de una barbarie a la "civilización" no fue otra cosa que el paso de un bajo grado de control de unas pocas elites sobre rebaños humanos, hacia un grado mucho más poderoso de domesticación de esos rebaños humanos, a través de la riqueza, el poder y temor a la muerte.

La civilización de Occidente, saliendo de "barbaries anteriores", que siempre se considerarán relativas con respecto a qué cambios civilizatorios posteriores, pudo, por medio de la "liberalización" del campesino y de la tierra, empezar a emplear estos factores productivos como auténticas mercancías. Mercancías ya eran de hecho desde la misma edad media, si bien tenían camuflada su verdadera naturaleza por medio de artimañas jurídico-morales. Cuando el capitalismo muestra ya su desencarnada faz, la apropiación de los seres humanos bajo el aspecto de una fórmula jurídica va ganando extensión y profundidad. La fórmula jurídica de una compraventa de la capacidad de esfuerzo humano expresada en un trabajo productivo o servicio, medido por horas, fue la trampa perfecta que permitía renovar con la mayor crueldad y el más perfecto descaro esa larga tradición "civilizada" de ejercer un dominio sobre una masa de población cuyas voluntades quedaban anuladas en esa compraventa de su tiempo de trabajo. El acto formal parecía, y parece, un acto de libertad, pues nadie vende -en un mundo ideal de formas jurídicas- sino quiere. Pero las circunstancias históricas y económicas en las que una masa de población desposeída de sus propios medios de producción, de autosubsistencia, son las que fuerzan, con una lógica inexorable, la venta de la capacidad de trabajo a esa misma masa, bajo la espada de Damocles que siempre ha sido la conservación misma de la vida. La misma cuantía de la masa humana desposeída y en venta hace que el trabajador que vende su capacidad de trabajar compita con sus compañeros de fatiga, tirando a la baja el valor de cambio de su mercancía. Los nuevos mercados de esclavos se van a llamar, en la época contemporánea, mercados de trabajo. Son mucho más baratos para el amo-comprador de fuerza laboral. Las mazamorras y jaulas de almacenamiento de seres humanos en oferta corren a cuenta del propio ser humano-mercancía, que con su salario, frecuentemente por debajo del nivel de subsistencia, ha de pagar su inmundo alojamiento. Incluso la captura de esos cuerpos, y el transporte de carne humana, ya no suponen gastos a cargo de los traficantes. En el mercado de trabajadores asalariados, son los propios seres en venta los que han de recorrer varios kilómetros, a veces millares, para acceder a la fuente de empleo, al capital, que majestuosamente y sin perder nada en ello, se sienta en su trono a la espera que estos esclavos se le ofrezcan postrados, anhelando ser comprados.

En el mundo de hoy, el mundo globalizado, el trabajo desciende en picado en su pugna con el capital. El capital huye de las metrópolis (Europa occidental, especialmente) y busca los yacimientos de trabajo-basura, que los hay por millares. Allí la explotación se agudiza, y el ser humano se transforma en esa mercancía única que dota de plusvalor a todas las demás mercancías posibles en el mundo. Pero mercancía-objeto cuyo jugo se puede extraer hasta el fin mismo de su existencia. Mercancía a estrujar y de fácil reposición. Objeto barato al que la naturaleza dota de altas tasas reproductivas gratuitas por obra del acto sexual, especialmente en los países pobres, entre míseros prolíficos por ser míseros. Mercancía versátil, multiusos, que lo mismo sirve para trabajar doce horas seguidas en un inmundo taller, que para dar placer a los turistas a cambio de una moneda y una infección mortal. Que lo mismo sirve para proporcionar sus órganos a los ricos que los necesitan, o mejorar las curvas de ganancias empresariales, que jamás deben ir a la baja, ni perder el ritmo ascendente. Los nazis se adelantaron, sabiendo aprovechar del hombre incluso la piel y la grasa. Bastaba con una nueva taxonomía, "subhumanos", y una técnica industrial de producción en masa de víctimas. El capitalismo global ahora ha devenido en fascismo global. Se destruye humanidad para producir miles de pares de botas, de pastillas de jabón o ropa de marca. Industrias respetables, todas ellas, que expían su ansia de plusvalía con fundaciones y ONG's de gran caridad. La barbarie reina cuando ya una masa creciente la va aceptando sumisa y calladamente. Esta era ha llegado.

 

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