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Pensamiento :: 18/09/2008

Víctimas en el altar del Progreso. Crítica de la ideología del ?multiculturalismo?

Carlos X. Blanco
La hora de suministrar esclavos a la maquinaria explotadora, los seres humanos aparecen en el mundo ya marcados étnicamente, y por tanto tarifados en cuando al grado de explotación.

Tan sumido vive el hombre en el Mito que ni siquiera es consciente de su incapacidad de romper con él. Quisiera el Homo faber romper con el Pasado, como si toda esa colección de cachivaches y artilugios que ahora le rodean pudiera, de una manera efectiva, hacerlo añicos. Es imposible. La Tecnología que, de una manera tumultuosa, ha venido impulsando el Capitalismo desde sus inicios, es la responsable de la destrucción de todo un sinfín de realidades. Ella misma es el proceso de sustitución de la Naturaleza por el cachivache, la culpable de la extinción de la vida natural, saludable y buena. La Tecnología crea y multiplica una masa ingente de mercancías y es capaz de acelerar el proceso de explotación del hombre sobre el hombre, sustituyendo por basura lo natural que resta en el planeta tanto como lo natural que se resiste a morir en el hombre. La Tecnología locamente impulsada por el Capitalismo es consustancial con el mismo asesinato del mundo natural, y de toda la plétora de criaturas con raíces. Pero este ser humano, esclavizado a través de la Tecnología, desarraigado de sus profundos vínculos con la Tierra y con la Tradición, sigue llevando dentro una compleja constelación milenaria de mitos que proceden de una vía inconsciente, y a él le llegan –quiera o no quiera- a pesar de tres siglos de Ilustración y Humanismo Progresista. Los mitos de la corteza más reciente, la cáscara de la Religión del Progreso, producen el efecto justamente contrario al que perseguía éste culto devoto en sus inicios dieciochescos. La enantiodromía, en palabras de Carl G. Jung, es decir, el proceso dialéctico de pasar de un extremo a su contrario, se ha producido en esta Civilización Occidental sacrificada a su dios Progreso: hemos logrado la contrafigura exacta de la emancipación del hombre gracias a la Técnica y a las Luces.

La célebre filmación en blanco y negro donde se observa una pila de cadáveres humanos desnudos y esqueléticos ante la pala de una excavadora, amontonados por la máquina como cualquier otra materia crasa y elemental, puede servir como refutación definitiva de cualquier Mito de Progreso. Desde Auschwitz, se dijo, ya no es posible la Poesía. Desde el Horror nazi, cualquier proyecto de emancipación “total” toma de forma intrínseca una coloración merecedora de toda sospecha. Y más aún la Emancipación por la vía de la Tecnología y la conversión del hombre en cosa consumible y consumista.

Los Mitos Ilustrados fueron mitos, ante todo, de sustitución. Dios fue canjeado por el Progreso. La Trascendencia se plegó, y toda fe práctica hubo de ser re-dimensionada en forma de anhelos de “un mundo mejor”. Había otros mundos, pero estaban en este. Eran mundos posibles, y el anhelo de un otro mundo posible –consecuentemente- el anhelo de perfectibilidad de este que tenemos aquí, bajo nuestros pies y alrededor, fue el anhelo humanista de un único telos de paraíso técnico en la Tierra, merecedor de todos los esfuerzos y sacrificios. Hubo que combatir la escasez material, produciendo más escasez para los más. Era necesario expandir la educación elemental, para incorporar cuerpos humanos al consumo (incluido el consumo de esos mismos cuerpos humanos) y a la explotación. Se hizo preciso racionalizar las leyes y homogeneizar el trato entre seres definidos formalmente como iguales, para quedar igualados como sujetos explotables y consumibles. La navegación de la sociedad hacia un puerto ideal, la Perfectibilidad y el Progreso, fue la coartada para dar la espalda a una base o infraestructura muy otra. Por ejemplo, entre los idealistas del Progreso, los liberales decimonónicos: ¿cuántos no fueron esclavistas? La Estatua de la Libertad se levanta sobre millones de negros masacrados durante siglos de esclavitud. El nivel de “bienestar” de las naciones caucásicas se levanta sobre millones de víctimas de todos los colores: despojadas, esclavizadas. Ese es el Pecado Original que Marx describió como Acumulación Primitiva. Hoy en día, el acto simple de comprar una mercancía dentro del circuito capitalista de la Economía es siempre “un dar la espalda” a los sacrificios humanos requeridos para la fabricación, valorización, y el embolsamiento pertinente de las plusvalías del fabricante. Hemos construido una Utopía del Progreso que, analizada en su corte transversal, no es otra cosa que una Religión sanguinaria basada en los sacrificios humanos. La palabra “progreso” esconde e incluye esos sacrificios de vida humana: muertos, esclavos, desposeídos... Las víctimas del Progreso nunca cuentan, pero se presuponen. La conciencia “civilizada” de hoy ya no debería hacer nada con su mortífero Mito. Sigue ella agitando dioses falsos porque aún no se han removido las relaciones sociales que le han dado pábulo, en especial las relaciones de producción que exigen e impulsan la masacre cotidiana. Una simple retención temporal de alimentos básicos, hecha con el fin de hacer subir precio en el mercado e intervenir en los valores de la Bolsa, puede matar de hambre a millones de seres humanos. Pero resulta curioso que en la nómina de genocidios suelen figurar nombres como Hitler, Stalin o Franco, pero nunca se publican los nombres de los brokers, de los anónimos financieros y ejecutivos de crímenes igual de horrendos como los del Capitalismo progresista de nuestros días.

Nuestras aulas y libros de texto siguen revolviendo una serie de mitos de juguete, un montón de artículos de fe más bien propios de un museo, mas nunca envejecidos lo suficiente, al parecer de nuestros pedagogos y bienpensantes. Los Mitos del Progreso, los Derechos Humanos, la Democracia Universal, etc. siguen pareciendo “Modernos” por el mero hecho de asignarles esa etiqueta de modernidad. Pocos se dan cuenta de lo muy periclitados que están. Son Mitos de Sustitución que justifican antiguos crímenes y sacrificios, que perpetúan otros nuevos, que legitiman todos los que están por venir, y, sobre todo, que embozan la cruda realidad.

Si un día cayera el ídolo del Progreso, la humanidad retornaría feliz a los modos sanos y sencillos de vida. La vida no es, no puede ser lujo ni exceso. Las señales de mal gusto, barroquismo y exceso ya son como luces rojas de alarma. Están anunciando en el seno de una civilización su decadencia, podredumbre y bajada de nivel moral. La civilización que abandona la naturaleza y se aleja de su matriz, la que rompe amarras con sus leyes sencillas y exigentes, esa será una civilización de muerte, de extinción agónica. La agonía (lucha) es una batalla por llevar hasta sus últimas consecuencias un programa de vida incompatible con la Tierra y con la sencillez esencial de la vida. La Roma tardía, ya infectada de cristianismo, el Egipto helenizado de los Ptolomeos, el suburbio parisino, madrileño, o neoyorquino... Todos estos son escenarios no ya de un rico “multiculturalismo”, sino de la decadencia. La decadencia se nos quiere disimular con la palabra “multiculturalidad”, palabra vacía y que apenas tapa las vergüenzas de la agónica existencia de civilizaciones (la capitalista, la islámica, la oriental), que se dan la espalda. La mezcla auténtica aquí y ahora sólo podrá alcanzarse por la vía de la completa desintegración de cada una de las unidades a entrelazar. El “diálogo” de civilizaciones solo puede darse a muy otro nivel, al nivel de una evolución convergente de las propias unidades civilizatorias, hacia una existencia civilizada “compartida”, un desarrollo que parte de las propias raíces de cada una pero que incorpore una cláusula de convivencia planetaria, la cláusula del “tener en cuenta” a los otros, a los diferentes. El multiculturalismo como ideología desprende un tufo marcadamente occidental e irenista. Debemos preguntarnos, como sujetos que analizan siempre sospechando: ¿quién promueve este nuevo mito? Lo promueven los que esconden su proyecto capitalista tardío de convertir al africano, al oriental al magrebí, al sudamericano... en un consumidor potencialmente tan bueno como ya lo es el consumidor caucásico o el japonés. Si el capital no tiene nacionalidad, el consumidor no debe tener religión, color de piel, rostro. O mejor dicho, si posee todas esas cualidades a pesar de todo, el Capital actual debe ser ciego a ellas. Y debe serlo, además, de acuerdo con su propia lógica formalista. La única integración que conoce el Capital es la de hacer de los seres humanos, ora unos productores, ora unos consumidores. A través de la vía de conversión forzada en productores desposeídos (desposeídos incluso de su “humanidad”), incorporó el Régimen de Capital a millones de seres racionales, a través de la esclavitud, del saqueo, por la vía de la proletarización forzada de naciones enteras en la fase de la Acumulación Originaria... Hace varios siglos que el Capitalismo nos está ofreciendo muestras de su proyecto de “Multiculturalismo”, vale decir, de desintegración de culturas y de sacrificio de vidas y raíces. El 80 % de la población mundial ya malvive hoy en un estado de desintegración social, reducida a mera masa de partículas corpóreas “disponibles” para el Capital. A esto lo llaman “Progreso”.

La miseria moral de los nuevos misioneros del Progreso consiste en que son patronos explotadores y esbirros académicos y políticos pagados por estos patronos. ¿Quién propaga esta “buena nueva”? Si los detectáis, ya sabréis que hacer con sus santurronas intenciones. La pedagogía multicultural, el apostolado del Progreso Indefinido, todo ello conforma –de una forma cada vez más palpable—conforma la traducción directa de ese proyecto “integrador” del Capital, ab initio fracasado, proyecto genocida desde hace siglos y necesariamente polarizador. En el ámbito formal y en el de las superestructuras, el individualismo burgués sólo quiere reconocer entidades corpóreas discretas (”el individuo”, ese fantasma creado por la imaginación dieciochesca, la mentalidad robinsoniana). Pero, en realidad, a la hora de suministrar esclavos a la maquinaria explotadora, los seres humanos aparecen en el mundo ya marcados étnicamente, y por tanto tarifados en cuando al grado de explotación posible y el grado de resistencia colectiva a la esclavitud digna de previsión.

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