Y... las ideas reaccionarias se abrieron paso en los entornos de izquierda
Recuerdo que, cuando empecé a militar en movimientos populares, a acercarme a los Centros Sociales Okupados, a sus asambleas, a los colectivos de barrio, a las Plataformas para denunciar tal o cual caso represivo o cuando por primera vez entré a militar en una organización política, había cosas que estaban muy claras. O al menos eso creía yo.
Vale que la unidad de la izquierda siempre ha sido una quimera, pero sí que había cierto consenso en cosas básicas, había cosas de cajón: y es que, si tenías un discurso racista, machista, homófobo, xenófobo, tránsfobo, etc.… pues txiki, ya lo siento, pero no pintabas nada en un colectivo de izquierda, antifascista, libertario o anticapitalista. No era compatible. Puerta y te vas a tu casa. Y punto.
Han pasado casi 30 años desde entonces, y observo, con gran rabia y mala hostia, cómo se nos han colado todos estos discursos en varios sectores de la izquierda. Cosas que 25 o 30 años atrás eran impensables hoy están a la orden del día. Debates que creíamos ya superados hace mucho tiempo resurgen artificialmente y hacen perder los valores y la esencia de la propia izquierda, y de su lucha por la igualdad y contra la injusticia y la opresión.
Tanto es así que, si un militante de aquella época se metiera en una máquina del tiempo, viniera a parar a nuestros días y observará los actuales debates y los argumentos que una parte de la izquierda ha acogido con los brazos abiertos (argumentos e ideas ligadas históricamente a la ultraderecha) nos diría: “¿Pero qué coño habéis hecho?”. Y con razón.
Hoy en día podemos escuchar a personas hablar contra la inmigración, renegar del feminismo, soltarte alguna transfobada, negar el cambio climático y a continuación autoproclamarse como “supercomunistas” o como la única izquierda real. Y es que tienen toda una serie de adjetivos para ponerle a cualquiera que les diga “se os ha ido la olla”: “Posmo”, “neoliberal”, “woke”...
Partiendo de discursos obreristas con grandes dosis de populismo estos sectores quitan hierro a las opresiones y discriminaciones que sufren determinados colectivos (por raza, por género, por lugar de procedencia, por orientación sexual o identidad de género...), tratándolos como cosas secundarias, sin importancia, o incluso llegando a introducir la idea conspiranoica de que estas ideas son introducidas por “las élites”. Todas estas opresiones son secundarias, sólo importa “la lucha de clases”, entendida, por supuesto, con su particular visión.
En aquellos años de los que hablaba antes, siempre me llamaba la atención como los nazis trataban de copiar a los antifascistas en todo: en los lemas, en los discursos, en la estética, hasta en la música. Por poner algunos ejemplos: Se trató de copiar esa imagen de rebeldía tan vinculada a la izquierda en los discursos y en los lemas (utilizando lemas ambiguos, hablando de “revuelta” o “revolución, “combatir al enemigo”, etc.., pero con un fondo bien distinto). También el movimiento skin head, que originariamente estaba ligado al antirracismo y que estaba influenciada por la música reggae jamaicana y el llamado “rude boy”, lucía una estética que fue posteriormente copiada por los nazis de la época, convirtiendo las cabezas rapadas, las bombers y las botas militares en lo habitual entre los grupos neonazis de aquellos años. O que decir del RAC (Rock Against Communism), una especie de punk-rock con letras racistas, xenófobas, machistas, supremacistas... Grupos que negaban el holocausto en sus letras o que cantaban “Eh negro, vuelve a la selva” y otras lindezas parecidas, pero con ritmos hardcore o punk.
Pues bien, hoy parece que tenemos “compañeros” que dicen ser de izquierda pero que hacen al revés: le compran los discursos y el argumentario a la extrema derecha. Desde introducir invenciones como “la ideología de género”, un término originariamente acuñado por el ultracatolicismo para atacar al movimiento feminista, a dar alas a teorías conspirativas abiertamente racistas, como la llamada “teoría del gran reemplazo”, negar el cambio climático al más puro estilo Donald Trump o hasta introducir el consabido discurso macho-facho de “las feministas han ido demasiado lejos, ahora somos los hombres los discriminados”.
Los nazis copiaban todas esas cosas a los movimientos antifas para tratar de tener más visibilidad, más tirón y tratar de llegar a más gente. Pero lo que está claro es que, hacer al revés, copiar “desde la izquierda” los discursos y los argumentos a la extrema derecha es muy mal negocio. Además, que si te tienes que rebajar a eso, es que ya te han vencido.
Quienes defienden e introducen este tipo de discursos en la izquierda tienden, además, al victimismo y tienen un sorprendente arte para darle la vuelta a la tortilla. No faltan quienes hablan de “censura”, cuando se deja claro que determinados discursos de odio no tienen cabida en nuestros colectivos, en nuestros actos o en nuestras movilizaciones. Te hablaran de “cultura de la cancelación” y señalaran como “inquisidoras” a quienes se opongan a que dichas ideas tengan cabida en entornos de izquierda. Y no hablo sólo de los movimientos que se identifican como “izquierda”, sino que en el movimiento libertario también está pasando, sólo hay que recordar, por poner un ejemplo, el penoso espectáculo protagonizado meses atrás por CNT-Barcelona organizando un acto con una persona abiertamente tránsfoba, que además es una CHIVATA policial, y para terminar de bordarlo llamar a los mossos para que les “protegieran” de les activistas que protestaban por tal despropósito. Pues si eso es anarquismo yo soy monja.
Y, por supuesto, apelarán al “debate” y, me van a disculpar ustedes, pero hay cosas que están fuera de todo debate. Y es que no, no nos vamos a poner a debatir si los negros son personas o si son animales, ni nos vamos a poner a discutir si las mujeres son inferiores a los hombres, ni vamos a debatir si la existencia de las personas trans “es un disparate”, tampoco vamos a debatir sobre si lo que quieren realmente los inmigrantes que llegan a Europa es “invadirnos y reconquistarnos”. No. Al menos a mí no se me ha ido tanto la olla para volver atrás a debatir cosas que ya están más que claras. Y además no lo vamos ni a debatir, porque debatir en esos términos es legitimar dichos argumentos, presentarlos como una opción posible. Y no, ni de coña vamos a volver a la edad media.
Y es que si abriésemos este peligroso abanico... ¿Qué sería lo siguiente? ¿Invitar a un violador a que dé una charla diciéndonos porque es “tan guay” violar a una mujer? ¿Hacer un debate con un torturador que nos cuente las delicias de aplicarle la bolsa, la bañera o los electrodos a un detenido? ¿Una mesa redonda con un sionista que nos cuente lo maravilloso que es bombardear Gaza y cargarse unas cuantas decenas de niñes en cada petardazo?
Pues no txikis, como decía antes, hay cosas que están fuera de todo debate y hay discursos que tienen que erradicarse de la faz de la tierra. Y dar espacio a esos discursos, aunque se haga apelando al “debate”, es complicidad con esas ideas reaccionarias y con esos discursos de odio. Es complicidad con el fascismo.
Es lo que hay...