Zapatero y la restauración del bipartidismo
A casi dos meses de las elecciones municipales y autonómicas y de haber escuchado tantos y tantos análisis post-electorales, uno de los elementos que más desapercibido ha pasado ha sido la tendencia creciente a la recomposición del bipartidismo.Y es que hemos vuelto a una realidad electoral más parecida al pre-15M. Una de las principales consecuencias del ciclo político abierto a partir de la primavera del 2011 fue la impugnación del régimen del 78, que se manifestó social, cultural y electoralmente, especialmente a través del cuestionamiento del turnismo bipartidista entre el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español.
Este turnismo, que había gobernado desde finales de la transición, pasó de sumar un 84% del voto en las elecciones del 2008, previas a la crisis de la deuda en el sur de Europa, a un 49% en las elecciones europeas del 2014 momento de la irrupción de Podemos como síntoma principal del distanciamiento simbólico-cultural de la gente respecto de las élites. Un distanciamiento que se acrecentó además con las victorias municipales de las llamadas candidaturas del cambio, que consiguieron gobernar cuatro de las cinco ciudades más pobladas del Estado español. Un proceso que culminó en las elecciones generales del 2015, cuando el bipartidismo alcanzó un raspado 50% de los votos totales y Podemos se situó muy cerca de superar al PSOE.
Este bipartidismo imperfecto favorecido por tener un sistema electoral que es el menos proporcional posible y que junto con el neocorporativismo competitivo, en el que desde los Pactos de la Moncloa se insertaron los sindicatos mayoritarios, fueron los encargados de garantizar la gobernabilidad del sistema en los últimos cuarenta años.
Un modelo político al servicio de un capitalismo cada vez más centrado en el poder financiero-inmobiliario y transnacionalizado, y reforzado por las sucesivas privatizaciones del sector público. Hasta que el shock austeritaritario de los recortes, la reforma del artículo 135 de la Constitución con agosturnidad o la marea negra de la corrupción ejercieron de detonadores de los consensos sociales sobre los que había pivotado, hasta ese momento, la legitimidad del régimen post-Transición.
Y a la vez fueron el caldo de cultivo fundamental para el estallido del 15M cuando nadie lo esperaba porque, como le gustaba decir a Daniel Bensaïd, las revueltas y las revoluciones suelen ser intempestivas, llegan cuando todavía no se las espera o cuando ya no se las espera.
Este acontecimiento inesperado al grito de “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros” fue una impugnación intuitiva del régimen del 78 por parte de una serie de capas medias de la sociedad, que se sentían traicionadas por un sistema que no les aseguraba el sueño “meritocrático” de ascensión social que le habían prometido.
El distanciamiento de estas clases medias cabreadas con el régimen del 78 no solo fue electoral, pero se expresó con especial fuerza en la deslegitimación del turnismo bipartidista como reflejo de los males de la “casta”, entendida esta última como una representación directa de los responsables económicos y políticos del saqueo, de la fusión entre los poderes públicos y privados que gobernaban en contra de los intereses de las mayorías. La solución se centró en cambiar las manzanas podridas por unas nuevas manzanas, cuando el problema era que el cesto estaba podrido. Abandonando el horizonte constituyente y dejando finalmente intactas las bases del régimen del 78, que desde entonces ha trabajado para restaurar el orden bipartidista, suturando paulatinamente las fugas que se habían producido.
Con todo, finalmente, se produce una situación paradójica, en la que llevamos más tiempo hablando del cierre del ciclo del 15M, que lo que duró realmente dicho ciclo. Y en mi opinión, si tuviéramos que determinar cuándo se cerró finalmente, este momento sería con la formación del gobierno de coalición, que supuso no solo la subordinación de las fuerzas del cambio al PSOE sino sobre todo la normalización política de los socialistas como el partido de la “izquierda”. Este proceso reconvirtió al PSOE en parte de la solución y no, como se criticaba precisamente desde las plazas, en parte del problema. El bipartidismo no solo es un modelo de turnismo electoral sino sobre todo es una camisa de fuerza que acota el horizonte de lo posible dentro del marco neoliberal del “no hay alternativa” o del “no se puede cambiar las cosas”, sobre el que se asienta la antipolítica y la desafección.
Así, si el gobierno de coalición cerró finalmente el ciclo abierto en el 15M, estas elecciones generales pueden llegar a ser las de la restauración del orden bipartidista. El debate a dos entre los candidatos del PP y el PSOE nos retrotrae una década atrás en el tiempo, es decir, la vuelta al chantaje del voto útil, del mal menor, del voto con la nariz tapada para frenar a la derecha, o la misma actitud de Sumar, cuya única propuesta y expectativa parece ser erigirse en muleta o pata izquierda del bipartidismo en una nueva edición de gobierno de coalición, eso sí, con menos ruido.
Pero el elemento más simbólico de esta restauración bipartidista quizás sea la rehabilitación de la figura de Rodríguez Zapatero como nuevo gurú de la izquierda. Y esta restauración es impulsada, precisamente, por los mismos que supuestamente lideraron la revuelta electoral contra Zapatero, sus políticas y su figura como representación de los recortes. La exaltación de Zapatero ejemplificados elementos íntimamente ligados:no solo la mencionada vuelta al bipartidismo, sino tambiénla reducción de las expectativas de una izquierda institucional derrotada, que se encuentra en un camino acelerado de moderación e incapacidad políticas. Un auténtico proceso transformista en donde, ante una derecha reaccionaria envalentonada, algunos comienzan a añorar al neoliberalismo progresista.
Más allá de los resultados finales de este próximo 23J, la campaña electoral y el papel que ha desempeñado Zapatero en ella han dejado claro el proyecto de restaurar el bipartidismo, probablemente imperfecto, con dos muletas a izquierda y derecha de un extremo centro que vuelve a restaurar el orden electoral del régimen del 78. Pero sería bueno recordar lo que decía Marx para pensar este nuevo ciclo de restauración:“todo lo sólido se desvanece en el aire”. Porque muchas de las que hoy aparecen como certezas inamovibles sobre las que se reconstruye el sistema político y económico español están en realidad en el aire. El ciclo se cerró, pero la crisis sigue abierta, presentándose ante nosotros una convergencia de desafíos que confirman, definitivamente, que hemos entrado en una nueva era de emergencia crónica y de incertidumbre marcada por la emergencia ecológica global.
Todo ello, además, en un contexto de inestabilidad geopolítica creciente a escala internacional, con la guerra de Ucrania como telón de fondo y de refuerzo de los nacionalismos de Estado dentro de una Unión Europea cada vez más desigual, tanto social como territorialmente.
Todo lo anterior no significa ni mucho menos que el resultado electoral del 23J nos deba dejar indiferentes, porque no es lo mismo que Vox entre en un gobierno a que lo haga Sumar, el cuanto peor mejor nunca puede ser una opción para las clases populares. Pero a partir del 24J, la razón estratégica de las fuerzas antagonistas debería volcarse en imaginar un proceso de ruptura desde conflictos concretos, que puedan construir una dinámica de desborde de los límites institucionales. Una razón que responda a las oportunidades que la crisis de régimen aún ofrece y en donde aparece como más urgente que nunca la construcción de un proyecto ecosocialista amplio, que no se contente con administrar lo existente, y que busque ensanchar el campo de lo posible. Un proyecto que permita visualizar que lo que hoy no es posible, ni lo parece, pueda empezar a serlo, colectivamente, el día de mañana.
* Miguel Urbán es eurodiputado de Anticapitalistas
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