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EE.UU. :: 13/07/2005

Estados Unidos: El control militar del planeta

Samir Amin
Como en toda la historia moderna de Estados Unidos, el poder dominante nunca ha sido otro que el de una coalición de intereses segmentarios del capital (mal calificados de lobbies)

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Desde los años 80, cuando se anuncia el desmoronamiento del sistema soviético, se diseña una opción hegemónica que se granjea al conjunto de la clase dirigente estadunidense (a sus establishment demócrata y republicano). Llevado por el éxito de su potencia armada, que ya no tiene ningún rival capaz de templar sus fantasmas, Estados Unidos elige afirmar su dominio, en primer lugar, por medio del despliegue de una estrategia estrictamente militar de "control del planeta". Una primera serie de intervenciones -Golfo, Yugoslavia, Asia Central, Palestina, Irak- inaugura a partir de los 90 la puesta en marcha de este plan de guerras made in USA, guerras sin fin, planificadas y decididas unilateralmente.

La estrategia política que acompaña al proyecto prepara sus pretextos: terrorismo, lucha contra el narcotráfico o la acusación de producción de armas de destrucción masiva. Pretextos evidentes cuando se conocen las complicidades que permitieron a la CIA fabricar un adversario "terrorista" a medida (los talibanes, Bin Laden, aunque los hechos del 11 de septiembre nunca han sido clarificados) o desarrollar el Plan Colombia dirigido contra Brasil. Respecto a las acusaciones de posible producción de armas peligrosas lanzada contra Irak, Corea del Norte, y en el futuro contra cualquier país, no son nada comparadas con el uso efectivo de estas armas por parte de Estados Unidos (las bombas de Hiroshima y Nagasaky, el empleo de armas químicas en Vietnam, la amenaza reconocida de utilización de armas nucleares en futuros conflictos). Así pues, se trata sólo de medios que son muestra de la propaganda en el sentido que Goebbels daba al término, eficaces quizá para convencer a la ingenua opinión pública estadunidense, pero cada vez menos creíbles en otros lugares.

La guerra preventiva formulada desde ahora como un "derecho" que Washington se reserva de invocar, supone de entrada la abolición de todo derecho internacional. La Carta de Naciones Unidas prohíbe recurrir a la guerra, excepto en caso de legítima defensa, y somete esta posible intervención militar propia a condiciones severas, además de establecer que la respuesta debe ser mesurada y provisional. Todos los juristas saben que las guerras emprendidas desde 1990 son absolutamente ilegítimas y que, por lo tanto, sus responsables son, en principio, criminales de guerra. Naciones Unidas ya es tratada por Estados Unidos, aunque con la complicidad de terceros, como antaño lo fuera la Sociedad de Naciones por los estados fascistas.

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La abolición del derecho de los pueblos, ya consumada, sustituye el principio de su igualdad por el de la distinción entre un Herrenvolk (el pueblo de Estados Unidos, accesoriamente el de Israel) que tiene el derecho de conquistar el "espacio vital" que considere necesario y los demás, cuya existencia misma sólo es tolerable si no constituye una "amenaza" para el despliegue de los proyectos de aquellos que están llamados a ser los "amos del mundo".

¿Cuáles son, por lo tanto, estos intereses "nacionales" que la clase dirigente de Estados Unidos se reserva el derecho de invocar como le viene en gana?

A decir verdad, esta clase se reconoce sólo en un objetivo -"hacer dinero"- y el Estado estadunidense se ha puesto abiertamente al servicio prioritario de la satisfacción de las exigencias del segmento dominante del capital constituido por las multinacionales de Estados Unidos.

tienen derecho a existir en la medida en que no interfieran en la expansión del capital multinacional de Estados Unidos. Cualquier resistencia será reducida por todos los medios, incluso hasta el exterminio si fuera necesario, como nos asegura Estados Unidos. Quince millones de dólares de beneficios suplementarios para las multinacionales estadunidenses y, en contrapartida, 300 millones de víctimas, sin duda alguna. Estados Unidos es el Estado canalla por excelencia, por retomar la terminología de los presidentes Bush padre, Clinton y Bush hijo.

Este proyecto es claramente imperialista en el sentido más brutal, pero no es "imperial" en el sentido que Negri da a este término, porque no se trata de controlar al conjunto de las sociedades del planeta para integrarlas en un sistema capitalista coherente, sino sólo de apoderarse de sus recursos. La reducción del pensamiento social a los axiomas de base de la economía vulgar, la atención unilateral dada a la maximización de la rentabilidad financiera a corto plazo del capital dominante, reforzada por la puesta a disposición de éste de medios militares conocidos por todos, son los responsables de esta bárbara deriva que el capitalismo lleva consigo, puesto que se ha desecho de cualquier sistema de valores humanos que ha sido sustituido por las exigencias exclusivas de la sumisión a las supuestas leyes del mercado.

Por la historia de su formación, el capitalismo estadunidense se prestaba a esta reducción mejor aún que el de las sociedades europeas, porque el Estado estadunidense y su visión política han sido formados para servir exclusivamente a la economía, aboliendo con ello la relación contradictoria y dialéctica economía-política. El genocidio de los indios, la esclavitud de los negros, la sucesión de oleadas de emigraciones que sustituían la maduración de la conciencia de clase por la confrontación de los grupos que compartían supuestas identidades comunitarias (manipuladas por la clase dirigente), han producido una gestión política de la sociedad por parte de un partido único del capital, cuyos dos segmentos comparten las mismas visiones estratégicas globales, ya que se comparten la tarea por medio de sus retóricas aptas para controlar cada una de las constituencies, circunscripciones electorales, de la mitad escasa de la sociedad que cree lo bastante en el sistema como para tomarse la molestia de ir a votar. Privada de la tradición por medio de la cual los partidos obreros socialdemócratas y comunistas marcaron la formación de la cultura política europea moderna, la sociedad estadunidense no dispone de los instrumentos ideológicos que le permitirían resistir a la dictadura sin contrapeso del capital.

Por el contrario, es éste el que labra unilateralmente el modo de pensar de la sociedad en todas sus dimensiones y, en especial, produce, reforzándolo, su fundamental racismo que le permite verse como Herrenfolk. El eslogan Play boy Clinton, Cow boy Bush same policy (play boy Clinton, cow boy Bush: misma política), expresado en "lenguaje indio", pone con toda justicia el énfasis en la naturaleza del partido único que gobierna la supuesta democracia estadunidense.

Debido a ello el proyecto estadunidense no es un proyecto hegemónico banal que compartiría con otros que se han ido sucediendo a lo largo de la historia moderna y antigua las virtudes de una visión de conjunto de los problemas que permite darles respuestas coherentes estabilizadoras, aunque estén fundadas en la explotación económica y en la desigualdad política. Es infinitamente más brutal por su concepción unilateral, extremadamente simple, y desde ese punto de vista se acerca más al proyecto nazi, fundado también en el principio exclusivo del Herrenfolk. Este proyecto no tiene nada que ver con lo que afirman los universitarios liberales estadunidenses, que califican a esta hegemonía de "benigna" ("indolora").

Si este proyecto se sigue desarrollando durante cierto tiempo, sólo traerá un caos cada vez mayor que apele a una gestión cada vez más brutal por medio de acciones puntuales, sin una visión estratégica a largo plazo. En última instancia, Washington ya no tratará de reforzar verdaderos aliados, lo que siempre impone saber hacer concesiones. Unos gobiernos títere, como el de Karzai en Afganistán, son más útiles mientras el delirio del poderío militar permite creer la "invencibilidad’ de Estados Unidos. Lo mismo que pensaba Hitler.

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El examen de las relaciones de este proyecto criminal con las realidades del capitalismo dominante constituido por el conjunto de países de la tríada (Estados Unidos, Europa, Japón) permitirá medir sus fuerzas y debilidades.

La opinión general más extendida, dirigida por aquellos media que no llaman a la reflexión, es que el poderío militar estadunidense no constituye más que la punta del iceberg, que prolonga la superioridad de este país en todos los dominios, especialmente económicos, pero también políticos y culturales. Debido a ello la sumisión a la hegemonía que pretende sería inevitable.

El examen de las realidades económicas invalida esta opinión. El sistema productivo de Estados Unidos está lejos de ser el "más eficaz del mundo". Por el contrario, casi ninguno de sus segmentos estaría seguro de superar a sus competidores en un mercado verdaderamente abierto como imaginan los economistas liberales. Prueba de ello es su déficit comercial que se agrava cada año: de 100 mil millones de dólares en 1989 ha pasado a 450 mil millones en 2000. Además, este déficit concierne a prácticamente todos los segmentos del sistema productivo. Incluso el excedente del que se beneficiaba en el terreno de los bienes de la alta tecnología, que era de 35 mil millones de dólares en 1990, se ha convertido actualmente en déficit. La competencia entre Ariane y los cohetes de la NASA, Airbus y Boeing son testimonio de la vulnerabilidad de la ventaja estadunidense. Frente a Europa y Japón para los productos de alta tecnología a China, Corea y otros países industrializados de Asia y de América del Sur para los productos manufacturados corrientes, a Europa y al Cono Sur para la agricultura, Estados Unidos probablemente no los superaría sin recurrir a los medios "extraeconómicos" que violan los principios del liberalismo impuestos a sus competidores.

De hecho Estados Unidos sólo se beneficia de las ventajas comparativas establecidas en el sector del armamento, precisamente porque escapa ampliamente a las reglas del mercado y se beneficia del apoyo del Estado. Sin duda esta ventaja implica algunas consecuencias para la vida civil (el ejemplo más conocido es Internet), pero también está en el origen de las importantes distorsiones que constituyen desventajas para muchos de los sectores productivos.

La economía estadunidense es parásita en detrimento de sus socios en el sistema mundial. "Estados Unidos depende para el 10 por ciento de su consumo industrial de bienes, cuya importación no está cubierta por exportaciones de los productos nacionales". (E. Todd, Après l’empire, p. 80).

El crecimiento en los años de Clinton, alabado por ser producto del "liberalismo" al que Europa, desgraciadamente, se había resistido demasiado, es de hecho muy facticio y, en todo caso, no generalizable, porque descansa en transferencias de capital que implican el estancamiento de los socios. Para todos los segmentos del sistema productivo real, el crecimiento de Estados Unidos no ha sido mejor que el de Europa. El "milagro estadunidense" se ha alimentado exclusivamente del crecimiento de los gastos producidos por el agravamiento de las desigualdades sociales (servicios financieros y personales, legiones de abogados y de policías privados, etcétera). En ese sentido, el liberalismo de Clinton preparó claramente las condiciones que permitieron el desarrollo reaccionario y la ulterior victoria de Bush hijo. Además, como escribe Todd (p. 84), "inflado por los fraudes, el PNB estadunidense empieza a parecerse, por la fiabilidad estadística, al de la Unión Soviética".

El mundo produce, Estados Unidos (cuyo ahorro nacional es prácticamente nulo) consume. Su "ventaja" es la de un depredador cuyo déficit está cubierto por el aporte, consentido o forzado, de terceros. Los medios puestos en marcha por Washington para compensar sus deficiencias son de distintas naturalezas: repetidas violaciones unilaterales de los principios del liberalismo, exportaciones de armamento (60 por ciento del mercado mundial) ampliamente impuestas a aliados subalternos (que, además, como ocurre en los países del Golfo, ¡nunca utilizarán ese armamento!), búsqueda de subrentas petrolíferas (que suponen poner a los productores bajo su autoridad de forma regulada, motivo real de las guerras en Asia Central e Irak). En todo caso, lo esencial del déficit estadunidense se cubre por las aportaciones en capital procedentes de Europa y de Japón, del sur (países petrolíferos ricos y clases compradoras 1 de todos los países del tercer mundo, incluidos los más pobres), al que se añadirá la sangría ejercida a título del servicio de la deuda impuesta a la casi totalidad de los países de la periferia del sistema mundial.

Las razones que dan cuenta de la persistencia de los flujos de capital que alimenta el parasitismo de la economía y de la sociedad estadunidense, y permiten a esta superpotencia vivir al día son indudablemente complejas. Pero en absoluto son resultado de las supuestas "leyes del mercado", que son a la vez racionales e ineludibles.

La solidaridad de los segmentos dominantes del capital multinacionalizado de todos los socios de la tríada es real y se expresa mediante su adhesión al neoliberalismo globalizado. En esta perspectiva Estados Unidos es visto como el defensor (militar, si es necesario) de estos "intereses comunes". En todo caso, Washington no pretende "repartir equitativamente" los beneficios de su liderazgo. Por el contrario, se esfuerza por avasallar a sus aliados, y en ese espíritu sólo está dispuesto a consentir concesiones menores a sus aliados subalternos de la tríada. ¿Acaso este conflicto de intereses del capital dominante está llamado a acentuarse hasta el punto de acarrear una ruptura en la alianza atlántica? No es imposible, aunque sí poco probable.

El conflicto prometedor se sitúa en otro terreno: las culturas políticas. En Europa sigue siendo posible una alternativa de izquierda que impondría simultáneamente una ruptura tanto con el neoliberalismo (y el abandono de la vana esperanza de someter a Estados Unidos a sus exigencias, permitiendo así al capital europeo librar una batalla sobre el terreno no minado de la competición económica), como con alineamiento a las estrategias políticas estadunidenses. El excedente de capitales, que por el momento Europa se contenta con "situar" en Estados Unidos, podría entonces destinarse a una recuperación económica y social, sin lo cual ésta seguiría siendo imposible. Pero cuando Europa eligiera por ese medio dar prioridad a su desarrollo económico y social, la artificial salud de la economía estadunidense se desmoronaría y su clase dirigente se enfrentaría a sus propios problemas económicos y sociales. Ese es el sentido que doy a mi conclusión: "Europa será de izquierdas o no será".

Para lograrlo hay que librarse de la ilusión de que la carta del neoliberalismo debería -y podría- jugarse "honestamente" por todos y que, en ese caso, todo iría mejor. Estados Unidos no puede renunciar a su opción en favor de una práctica asimétrica del liberalismo, porque es el único medio que tiene de compensar sus propias deficiencias. El precio de la "prosperidad’ estadunidense es el estancamiento de los demás. ¿Por qué, entonces, a pesar de estas evidencias, continúa el flujo de capitales en su beneficio? Sin duda para muchos el motivo radica en que Estados Unidos es "un Estado para los ricos", el refugio más seguro. Este es el caso de las inversiones de las burguesías compradoras del tercer mundo. Pero, ¿en el de los europeos? El virus liberal -y la creencia ingenua de que Estados Unidos acabará por aceptar el "juego de los mercados"- opera aquí con una fuerza evidente entre las grandes opiniones públicas. En este espíritu el FMI ha consagrado el principio de la "libre circulación de capitales", de hecho simplemente para permitirle cubrir su déficit por medio del bombeo de los excedentes financieros generados en otros lugares por las políticas neoliberales, a las que Estados Unidos sólo se somete selectivamente. Sin embargo, para el gran capital dominante la ventaja del sistema prevalece sobre sus inconvenientes: el tributo que hay que pagar a Washington para asegurar su permanencia.

Existen países calificados de "países pobres endeudados" que están obligados a pagar. Pero también existe un "país poderoso endeudado", del que debería saberse que nunca va a devolver sus deudas. Debido a este hecho, el verdadero tributo impuesto por el chantaje político de Estados Unidos sigue siendo frágil.

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La opción militarista del establishment de Estados Unidos se sitúa en esta perspectiva. No es otra cosa que el reconocimiento de que no dispone de otros medios para imponer su hegemonía económica.

Las causas que están en el origen del debilitamiento de su sistema productivo son complejas, No son, desde luego, coyunturales, y que por ello se podrían corregir, por ejemplo, por medio de la adopción de una tasa de cambio correcta, o mediante la construcción de relaciones más favorables salario-productividad. Son estructurales. La mediocridad de los sistemas de enseñanza general y de formación, producto de un prejuicio tenaz que favorece sistemáticamente lo "privado" en detrimento del servicio público, es una de las principales razones de la profunda crisis que atraviesa la sociedad de Estados Unidos.

Así pues, deberíamos sorprendernos de que los europeos, lejos de sacar las conclusiones que impone la constatación de las insuficiencias de la economía estadunidense, se apresuren, por el contrario, a imitarlas. A este respecto tampoco el virus neoliberal lo explica todo, aunque sí satisfaga algunas funciones útiles para el sistema, paralizando a la izquierda. La privatización a ultranza, el desmantelamiento de los servicios públicos sólo podrán reducir las ventajas comparativas de las que aún se beneficia la "vieja Europa" (como la llama Bush). Pero sean cuales sean los daños que ocasionen a largo plazo, estas medidas ofrecen al capital dominante, que vive en el corto plazo, la ocasión de beneficios suplementarios.

La opción militarista de Estados Unidos amenaza a todos los pueblos. Procede de la misma lógica que antaño fue la de Adolfo Hitler: modificar por medio de la violencia militar las relaciones económicas y sociales en favor del Herrenfolk del momento. Esta opción, imponiéndose por delante del escenario mundial, sobredetermina todas las coyunturas políticas, porque la prosecución del despliegue de este proyecto debilitaría extremadamente todos los avances que los pueblos podrían obtener por medio de sus luchas sociales y democráticas. Por consiguiente, hacer fracasar el proyecto militarista estadunidense se convierte entonces para todos en la tarea primordial, en nuestra principal responsabilidad.

La lucha para hacer fracasar el proyecto de Estados Unidos es ciertamente multiforme. Comporta aspectos diplomáticos (defensa del derecho internacional), militares (se impone el rearme de todos los países del mundo para hacer frente a las agresiones planeadas por Washington -no hay que olvidar nunca que Estados Unidos ha utilizado armas nucleares cuando tenía su monopolio y que ha renunciado a ello cuando no lo tenía) y políticas (especialmente en lo que concierne a la construcción europea y a la reconstrucción del bloque de los países no alineados).

El éxito de este combate dependerá de la capacidad de los espíritus para liberarse de las ilusiones liberales. Porque nunca existirá una economía globalizada "auténticamente liberal". Y, sin embargo, se intenta y se seguirá intentando por todos los medios hacerlo creer. Los discursos del Banco Mundial, que opera como una especie de ministerio de propaganda de Washington, concernientes a la "democracia" y al "buen gobierno", o la "reducción de la pobreza", tienen esta única función, como el ruido mediático organizado en torno a Joseph Stiglitz, al descubrir algunas verdades elementales, afirmadas con autoridad arrogante, sin sacar, sin embargo, la menor conclusión que cuestione los prejuicios tenaces de la economía vulgar.

La reconstrucción de un frente del sur, capaz de dar a la solidaridad de los pueblos de Asia y Africa, y a la tricontinental, una capacidad de actuar en el plano mundial pasa también por la liberación de las ilusiones de un sistema liberal globalizado "no asimétrico" que permitiría a las naciones del tercer mundo superar sus "retrasos". ¿No es acaso ridículo ver a los países del tercer mundo reclamar la "puesta en marcha de los principios del neoliberalismo, pero sin discriminación alguna", y beneficiarse entonces de los nutridos aplausos del Banco Mundial? ¿Desde cuándo el Banco Mundial ha defendido al tercer mundo frente a Estados Unidos?

La lucha contra el imperialismo estadunidense y su opción militarista es la lucha de todos los pueblos, de sus víctimas principales de Asia, Africa y América del Sur, de los pueblos europeos y japonés condenados a la subordinación, pero también del pueblo estadunidense. Saludemos desde aquí el valor de todos aquellos que en el "corazón de la bestia" se niegan a someterse igual que sus predecesores se negaron a ceder al macartismo de los años 50. Igual que quienes osaron resistirse a Hitler han conquistado cuantos títulos de nobleza puede otorgar la historia. ¿Será capaz la clase dominante de Estados Unidos de volver sobre el proyecto criminal al que se ha adscrito? Pregunta difícil de responder. Poco, si no nada, en la formación histórica de la sociedad estadunidense dispone a ello. El partido único del capital, cuyo poder no se discute a Estados Unidos, no ha renunciado hasta el momento a la aventura militar. En este sentido no se puede atenuar la responsabilidad que esta clase tomó en conjunto.

El poder de Bush hijo no es el de una "camarilla" -los petroleros y las industrias de armamento-. Como en toda la historia moderna de Estados Unidos, el poder dominante nunca ha sido otro que el de una coalición de intereses segmentarios del capital (mal calificados de lobbies). Pero esta coalición sólo puede gobernar si lo aceptan los demás segmentos del capital. En su defecto, todo sucede en este país tanto menos respetuoso de hecho del derecho de lo que parece serlo en principio. Desde luego, algunos fracasos políticos, diplomáticos y quizá hasta militares podrían animar a las minorías que en el seno del establishment aceptarían renunciar a las aventuras militares en las que su país está embarcado. ¡Esperar más me parece tan ingenuo como podía serlo la esperanza de que Adolfo Hitler entrara en razón!

Si los europeos hubieran reaccionado en 1935 o en 1937 habrían logrado detener el delirio hitleriano. Al reaccionar solamente en 1939, se infligieron decenas de millones de víctimas. Actuemos para que la respuesta sea más temprana frente al desafío de los neonazis de Washington.

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Nota: 1 Clases no productivas que sirven de enlace con el capitalismo exterior

* Economista egipcio, director del Foro del tercer mundo en Dakar, Senegal
Traducción: Beatriz Morales, para el Comité de Solidaridad con la Causa Arabe. 5 de mayo del 2003
El texto aquí reproducido tiene la autorización del autor

 

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