Arno J. Mayer: muerte y actualidad
El 18 de diciembre murió Arno J. Mayer (1926-2023), el historiador de origen judío-luxemburgués, autodefinido marxista disidente de izquierdas.
En 1940, junto con su familia –aunque unos de sus abuelos murieron en el gueto de Theresienstadt en Chequia ocupada–, logró huir de los nazis. Sus principales campos de estudio han sido historia política europea del siglo XX, la diplomacia (donde rompía con una regla no escrita de que uno tenía que ser un diplomático para escribir de ella), el periodo 1914-1945 (que ha bautizado como la crisis de los 30 años al estilo a la Guerra de los Treinta Años de 1618-1648), el holocausto, el sionismo y la violencia en la política.
Mayer formó parte –bien escribía Enzo Traverso hace exactamente un año en un exquisito perfil que hoy se lee como un obituario, https://lahaine.org/gG1a– de una extraordinaria generación de eruditos judíos de habla alemana, como George L. Mosse, Raul Hilberg, Peter Gay o Fritz Stern (siendo Mayer uno de los pocos marxistas de este grupo) que nacieron en Europa entre el final de la I Guerra Mundial y el ascenso de Hitler y que acabaron exiliados en EEUU. Sus hábitos mentales, forjados por los cataclismos del siglo XX les han dado un agudo sentido de la historia, algo que supieron traducir en la escritura y así contribuir a nuestra comprensión de la modernidad.
Mientras otros historiadores de diplomacia estudiaban relaciones entre Estados, Mayer en los libros como Wilson vs. Lenin: orígenes políticos de la nueva diplomacia (1959) y Política y diplomacia del establecimiento de la paz (1967) insistía en que las relaciones exteriores se entendían mejor mirando hacia adentro. A las relaciones internas y las luchas por el poder: la Innenpolitik.
La cúspide de este argumento fue su libro más importante, La persistencia del viejo régimen (1981), en el que argumentaba, contrariamente al mainstream, que Europa en las vísperas de la I Guerra no era ni moderna ni liberal, con aristocracia -y no burguesía- que reinaba realmente y que fue este atraso y decadencia interna de los beligerantes que los llevó a la guerra.
Un análisis de particular importancia para pensar en las maneras de la descomposición interna de EEUU, con su orden constitucional arcaico diseñado para proteger a las clases terratenientes, blancas y esclavizadoras, el poder de la nueva aristocracia billonaria y la implosión de bidenismo que en realidad alimentan sus guerras imperiales vía proxys (Ucrania e Israel) y como, a la luz de la guerra en Gaza, queda claro que los impulsos reaccionarios en la sociedad y el gobierno no provienen (sólo) del trumpismo, sino del seno del liberalismo.
Otra de sus ideas perdurables fue –en ¿Por qué no se oscurecieron los cielos? (1988)– su interpretación del holocausto (judeocidio, como lo llamaba él) en clave de una cruzada secular nazi enfatizando el factor del anticomunismo por encima del antisemitismo y usando la comparación –una de las principales herramientas de su método histórico– con las Cruzadas cristianas en contra de los musulmanes de los siglos XI a XIII y su propia violencia antijudía, tal como lo ha hecho el mismo Hitler: la operación Barbarossa contra la URSS en 1941 fue nombrada así por el rey Federico I Barbarroja (1122-1190), que emprendió en la Tercera Cruzada, pero pereció en el camino a Palestina (Mayer, 1988: 218-223).
Inmune, siendo súbdito del Gran Ducado de Luxemburgo, a las grandes pasiones nacionalistas, como él mismo decía, Mayer se distanció pronto de Israel y del sionismo. En El arado y la espada (2008), fiel a su identidad cosmopolita –en clave de Martin Buber o Judah Magnes–, fustigaba con precisión la degradación de Israel a raíz de la ocupación colonial de Palestina, temiendo que el régimen de apartheid se iba a convertir en una especie de nueva Esparta, militarizada y aislada.
Sólo así, y tomando en cuenta sus críticas a la petrificación y pasterización de la memoria de Auschwitz que la volvió inflexible y no-dialéctica con un -determinado ideológicamente- énfasis en la barbaridad de los nazis y el sufrimiento de sus víctimas judías que ocultaba otras fuentes de estos horrores (¡anticomunismo!), algo que marcaba su despolitización y el retiro de la propia historia (Mayer, 1988: 470), es posible entender cómo la sociedad israelí −vista también en términos fanonianos: como el colonialismo deforma al colonizador− al excepcionalizar su trauma se ha podido convertir en uno de los más brutales opresores sin dejar de lado su victimismo.
Y sólo así, bien anotaba Corey Robin, apuntando a Las furias (2000), donde Mayer afirmaba que, a contrapelo de las interpretaciones revisionistas, no era el utopismo ideológico de las revoluciones rusa y francesa lo que llevó a la violencia y el terror, sino el deseo de vengarse tanto por el lado revolucionario como de parte de la contrarrevolución, es posible ver que esta es la idea que nos sigue gobernando.
¿No sería la batalla de Philippeville, una serie de masacres de colonos supremacistas franceses a manos de insurgentes argelinos, una buena analogía para el ataque de Hamas a Israel? ¿No serían –sí, sea, de manera provocativa y en espíritu de Mayer–, Lídice y Ležáky, pueblitos checos arrasados por los nazis junto con sus habitantes en una sádica retribución por el asesinato de Heydrich, una buena analogía para la represalia israelí a Gaza? Nunca nada queda resuelto ni mediado. Espiral eterna de violencia, patología y venganza.
@MaciekWizz