Bajas en el orgullo yanqui

x Editorial de ¡Ni un paso atrás! Programa del 27-03-03. Madres de Plaza de Mayo

Las vacaciones que los norteamericanos pensaban tomarse en Iraq se están nublando. La agresión imperialista ya no es un “paseo”, como sí lo fue durante toda la campaña subjetiva previa, precisamente cuando no caían bombas todavía, ni había combates cuerpo a cuerpo entre invasores e invadidos. El súper parque bélico y la tecnología de punta anglo-norteamericanas no logran aún imponerse por sobre el ímpetu liberador de los hombres y la historia. Nadie sabe cuánto más podrán resistir los valientes iraquíes, pero el heroísmo de ese pueblo ya es bandera en las conciencias de los pueblos de los cinco continentes.

El ejemplo de entrega apasionada a la causa de la patria bien entendida y el antiimperialismo, ¿cuántas resistencias, armadas y no, inspirará de ahora en adelante en respuesta a la escalada guerrerista del imperio yanqui? Lejos de bajar los brazos, los millones que se movilizaron en todo el planeta para impedir el ataque no evaluaron el comienzo de la operación militar como una derrota, sino comprendieron que hoy mismo es el inicio de la indispensable lucha por detener el siguiente genocidio.

Los campos para recibir a los refugiados que huyeran de Iraq se han quedado vacíos. Todos regresan para defender el suelo, la familia, el valor supremo de no vivir como esclavos. Piden armas; si nos les dan, afilan cuchillos y espadas. “Vuelvo para atar mi futuro al futuro de mi pueblo”, transcribe un enviado especial desde la ciudad capital de Jordania, país vecino al bombardeado, relatando las convicciones de uno de los tantos iraquíes que desandan en micro el camino que los sacó de Bagdad, para combatir al enemigo imperialista. El conmovedor relato, entre crudo y poético, contrasta con las caras acobardadas, afligidas, de los militares estadounidenses capturados, que por única defensa afirman: “Yo cumplo órdenes”, las mismas órdenes que los genocidas argentinos impartieron a su ejército de picaneadores y violadores de mujeres en el año 76, hace ya 27 años.

Por su parte, la gran prensa mundial, cómplice de la matanza, aumenta sus críticas al “régimen” de Saddam, en igual proporción a la creciente - e impensada según su óptica chicata - resistencia iraquí a los bombardeos. A coro y con gran hipocresía, los analistas pronorteamericanos hablan de “la coalición” para magnificar al triste triunvirato que comete el genocidio, mientras obvian el arco iris de voces, pasos y bombas molotov que estallan a lo largo de todo el horizonte contra la masacre. Los más subordinados se pelean por precisar la menor distancia entre la capital Bagdad y la avanzada de las tropas yanquis, como Alfonsín cuando alertaba la inminente llegada de los invisibles tanques del general Aláiz. Con total impunidad a la hora de mentir, la CNN inventa tantas tomas de la ciudad de Basora, como necesidades de propaganda tiene el agresor imperialista. Complicados hasta por las tormentas de arena, los yanquis intentan revertir en el plano psíquico la paliza política sufrida antes de la primera bomba y el no menos contundente revés propinado por los valientes “bolsones de resistencia”, como ellos dicen para minimizar la voluntad iraquí de preservar su autonomía.

Si – además de los niños, las mujeres y los ancianos - la inicial víctima en una guerra es la verdad, en ésta también lo ha sido el orgullo prepotente y fascistoide de los norteamericanos. Ramplona y soez, la pedantería yanqui ha sufrido sus primeras bajas en manos de esos hombres y mujeres en sandalias, campesinos pobres y dignas madres, de ojos negros como la noche más brutal, con pañuelos palestinos enredados entre los bordes de sus fusiles automáticos, mojados de viento y arena, amantes hasta la raíz de la vida y la libertad.

 
       

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