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¿De qué hablamos?
El movimiento antiglobalización, entre la reforma y la transformación
A la hora de interpretar el movimiento antiglobalización, deberíamos entenderlo cómo un salto cualitativo y una nueva fase de la izquierda transformadora, puesto que ni los discursos ni la gente que forma el movimiento surgieron de la nada en Seattle. Y digo que representa una nueva fase porque ha adaptado su discurso y praxis a la actual fase de desarrollo del sistema capitalista. Podemos decir, creo, que el movimiento anticapitalista se ha globalizado pararelamente a su enemigo.
Esta mutación en las formas ha permitido adquirir una repercusión y un nivel de aceptación social que parecían imposibles hace sólo unos años para los movimientos antisistema. El éxito mediático (y una incipiente y nueva integración simbólica) ha sido clave, y lo ha convertido en un nuevo y relevante actor en la arena política mundial, en centro de atención casi contínuo y motivo de debates, comentarios, libros...
En este salto, empieza a gestarse la que puede ser una de las principales victorias del movimiento, si se sabe y se quiere gestionar en este sentido: la dialéctica impuesta por el movimiento (poder-contrapoder, neoliberalismo-humanidad, poblacion-élites...) tiene la potencialidad de volver a situar el eje central del debate político y económico en unas coordenadas que parecían largamente abandonadas en los países "centrales" del sistema (en gran medida, desde 1945, y si se quiere, desde 1973 o 1989): ahora se vuelve a hablar de la legitimidad del propio sistema en sí, y si se retoma y se impone esta dialéctica el debate tiene posibilidades de convertirse en una nueva formulación del gran debate político de fondo (en que sistema queremos vivir?) y no un mero juego de diferentes puntos de vista (muchas veces más técnicos que políticos) sobre la mejor forma de gestionar el sistema capitalista. Se trata de retomar LA pregunta clave, abandonada ya hace años.
La sola reaparición en escena de la cuestión no implica una victoria del movimiento. De hecho, en el pasado, cuando esta pregunta ha estado abierta (por ejemplo, en los años 30), los resultados implicaron una clara victoria del sistema, que sufrió fuertes convulsiones e inestabilidades, pero que las supo utilizar para reinventarse a sí mismo y hacerse más y más estable. Esto fue lo que llevó al gran crecimiento de los años 50 y 60 (los sesentayochos no pasaron de ser pequeños sustillos), y, a través de otra crisis, a su configuración actual, definida a partir de 1973, pasando por el Thatcherismo, la caída del muro y la actual fase de globalización. En todos estos años el sistema se ha encontrado cómodo, incuestionado y en expansión imparable, y cuando ya veían culminada esta autoafirmación sistémica y la preveía -o deseaba?- definitiva (el fin de la historia...) ha reemergido, a escala global un nuevo cuestionamiento, planteado en términos sólo relativamente nuevos y capaz de adquirir una importancia relativa en absoluto despreciable, hasta el punto de condicionar la agenda de los governantes y gurús del sistema, que se han encontrado, de repente, en el punto de mira mundial y se han visto forzados a intentar una autolegitimación hace pocos años totalmente innecesaria y, paralelamente, a organizar una contraofensiva política, militar (más bien policial), mediática e ideológica en toda regla.
Es en estos términos que hay que interpretar los tiros de Göteborg
y Génova, los cierres de fronteras, la brutalidad policial, los intentos
de criminalización del movimiento, reduciéndolo a vandalismo organizado
y forzando su identificación con el nuevo demonio, el terrorismo. Mucho
más peligrosos son, pero, los intentos de banalización y ridiculización
(niños ricos que juegan a revolucionarios, nueva tribu urbana de peinados
estrafolarios...) y sobretodo, la demagogia con que atacan des de los circulos
académicos los postulados del movimiento, acusándolo de reaccionario,
proteccionista, de ser los nuevos luditas e incluso, girando la tortilla totalmente,
de defender posturas perjudiciales para el desarrollo de los países del
Tercer mundo. Al mismo tiempo, anuncian a los cuatro vientos -aunque con menos
credibilidad cada día- las maravillas de la globalización y de
sus efectos beneficiosos para el tercer mundo, la supuesta convergencia entre
países ricos y pobres, los milagros del sureste asiático...Por
no hablar del discurso del choque de civilizaciones, la seguridad, la defensa
de la civilización occidental, etc.
Hay que estar atentos para resistir esta contraofensiva, que ya vivimos en los
medios de comunicación, en las aulas universitarias, en los libros...
No nos podemos quedar en la autosatisfacción por los éxitos alcanzados
y pensar que la batalla de las ideas y la opinión está ganada.
Nuestra arma ideológica más poderosa son las cifras, que hablan
claro (de muertes, de pobreza, de desigualdades, de destrucción ambiental,
de concentración de la riqueza...), pero los medios de comunicación,
los recusos y el poder son suyos y sin duda jugarán a fondo por el sistema.
Una de las posibilidades, si realmente se acaba de afirmar la nueva dialectica es que la gran desplazada del juego acabe siendo la izquierda reformista que, sobretodo en Europa occidental, no ha jugado más que a mantener el sistema desde 1945 a mantener el sistema. Si el movimiento quiere y puede consolidar el centro del debate entorno a la gran pregunta, les cuestiones intrasistémicas, que son el terreno de juego de esta izquierda, quedaran marginadas y estos sectores tendrán que definirse claramente en uno u otro bando. De hecho, sus líderes -por mucho que jueguen a la confusión del nuevo portoalegrismo light-, ya lo han hecho (¿o no fou Jospin el de los gases y las fronteras cerradas en Niza? ¿O no fue l'Ulivo el que organizó el G8 a Génova? ¿Y los tiros suecos? ¿Y sus políticas económicas, y su seguidismo de los EEUU?), pero habrá que ver si los (amplios) sectores sociales que los han mantenido y los mantienen pueden mantenerse al margen del debate y seguir dando su apoyo a los que se han posicionado con los globalizadores contra los globalizados.
En este sentido, la gran ocasión del movimiento se puede echar a perder si se cae en la trampa de entrar a discutir sobre reformas, en la búsqueda de elementos que permiten a un sistema que empieza a entrar en crisis1 de mantenerse unos años más, volviéndolo a relegitimar e ideando instrumentos funcionales para el propio sistema (como fueron el Estado del Bienestar y el neocorporativismo en la segunda posguerra, o incluso algunos elementos del 68 en el plano más ideológico e inmaterial). Entrar en el juego de las pequeñas -o no tan pequeñas- reformas solo puede que llevarnos al terreno en el que el sistema se siente realmente cómodo, un terreno en el que no se lo cuestiona ni se buscan alternativas al sistema en sí. Me estoy refiriendo a las tesis que se centran exclusivamente, sin ir más allá en cuestiones parciales cómo la condonación de la deuda, la imposición de tasas sobre transacciones financieras, el cambio en el sistema de votación de los organismos económicos internacionales...
No se trata, ni mucho menos, de rechazar estas propuestas que son, sin duda, urgentes y necesarias, pero hay que estar atentos para no dejar que el debate se desvíe exclusivamente a estas parcelas, lo que lo haría entrar en una vía muerta muy, muy cómoda para el sistema. Hoy, más que nunca, es posible y urgente reabrir la gran pregunta.
Entiendo que estas propuestas de reforma tratan de dar contenido concreto a un discurso que muchas veces se hace demasiado genérico y negativo, y nacen sobretodo de la conciencia de la imposibilidad de el advenimiento, a corto o medio plazo, de una Revolución global ni nada que se le parezca. Pero hay que romper el juego dialéctico que nos presenta como única alternativa a esta Revolución global el camino del mero reformismo. Hay que plantear, ante la inviabilidad de la Revolución mundial la posibilidad y necesidad de las pequeñas revoluciones, de las actuaciones locales de transformación real que se sitúan al margen del sistema e intentan incidir y extenderse en su entorno.
Son las experiencias de autogestión de la producción y el consumo, de la información, del saber y de la vida, de democracia directa, de alternativas ecológicamente viables.... Son las enseñanzas de las asambleas populares argentinas, de las comunidades indígenas del sureste mexicano, de Indymedia, de la okupación, de los Sin Tierra o de la universidad popular de las Madres de la Plaza de Mayo. En definitiva, si el lema del movimiento es "otro mundo es posible", entiendo que se habla de esto.
Muchas veces, la línea entre una pequeña reforma y una pequeña revolución puede parecer muy fina, sutil y difusa, casi imperceptible. Pero creo que se puede delinear claramente tomando como referencia el lenguaje que hablan. Es decir, si hablan el lenguaje propio del sistema, del mercado, el Estado y el capital o hablan otro lenguaje, el de la gente, las personas y el medio ambiente, el de la democracia y la justicia, y sobretodo si hablan de emancipación, si se situan en unas cordenadas diferentes de las del sistema y no dentro suyo.
No quiero implicar, con este discurso, ningún purismo, que nos lleve
a rechazar, o no formular, ninguna propuesta de reforma. Algunas son urgentes
y necesarias (reducción de las emisiones de CO2, abolición del
trabajo infantil, condonación de la deuda, la misma Tasa Tobin, la supresión
de los paraísos fiscales...) y más que deseables, pero hay que
saber jugar con ellas sin que eso nos lleve a pasar a la historia como otro
elemento funcional para el sistema y sin que eviten la reapertura del debate
que nos interesa de verdad, el debate sobre la legitimidad, viabilidad y conveniencia
del sistema capitalista.
La oportunidad, pues, es nuestra. La capacidad y la voluntad es lo que hay que demostrar ahora.
Notas
1. Inmanuel Wallerstein: El futuro de la Civilización Capitalista.
Ed. Icaria Antrazit, 1999
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La Haine
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