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Dos reporteros del Washigton Post describen el
tiempo que pasaron bajo custodia policial
x Michael Bruno y Cristina Pino-Marina. Reporteros
del Washigtonpost.com. Traducido del inglés para La Haine
por M y F.
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Las esposas de plástico son un interesante
tópico de discusión y un buen recurso de bromas para pasar
el tiempo cuando estás detenido por la policía. Aunque
también duelen.
Estábamos en Pershing Square el viernes por la manana, donde
centenares de manifestantes se concentraban sin permiso de manifestación
contra el FMI y el Banco Mundial. Policía a pie, a caballo y
en motocicleta han rodeado completamente el parque a las 9 a.m. A las
10:15 a.m., los manifestantes estaban aburridos. Algunos reporteros
se marchaban y los manifestantes cantaban, bailaban y en algunos casos
dormitaban. Un autobus aparece al final del sudeste del parque, en la
esquina con la calle 15 y la Avenida Pennsylvania.
Entonces ocurrió.
Sin un anuncio o algun tipo de notificación, la policía,
que sólo unos momentos antes parecía muy lejana, avanzó
de repente hacia los manifestantes y reporteros, y comenzó a
empujar a todo el mundo hacia el autobús. Algunas personas fueron
tiradas al suelo, empujadas a la acera, esposadas con las manos en la
espalda y escoltadas al autobús.
Entonces, ¿cómo se siente uno al estar rodeado durante
una protesta? Confuso e intimidado, por decir algo suave.
Aún habiendonos identificado varias veces como reporteros, fuimos
llevados a la fuerza por los oficiales antidisturbios de la policía,
esposados y trasladado al autobús numero 8771 con 34 manifestantes
y un indignado reportero de United Press International.
Una vez en el autobús, no nos dijeron de qué nos acusaban
y vimos como a otros periodistas les dejaron marchar.
Las esposas de plástico parecen finas, pero hacen daño.
Cuando aprietan mucho las muñecas, se clavan en la piel y las
manos se ponen de color morado. Los dedos se entumecen.
Dentro del autobús, el ambiente era sumiso y contemplativo.
Anonadados manifestantes que parecian tener 17 años estaban sentados
junto a activistas bastante veteranos.
Unos pocos hablaron primero, el dolor de las esposas en la espalda
rompió el hielo:
Uno de los oficiales de policía ironizó amargamente:
"OK, quien quiera aire acondicionado que levante la mano".
Otro activista se presentó a sí mismo con una sonrisa:
"Te daria la mano, pero..."
Ya con el autobús en movimiento, otro activista, que llevaba
una gorra de los Redskins, se levantó de espaldas y sacó
las manos esposadas por las ventanas. "No quiero que la gente piense
que sólo somos unos pasajeros normales aqui".
El gracioso oficial de policía se puso serio de repente. El
hombre corrió y se llevó al activista a un asiento delantero
donde poder vigilarle durante el resto del recorrido. El conductor nos
llevó a través del centro de Washington, del 395 al 295
y finalmente a la Academia de Policía, en el 4665 Blue Plains
Ave. en el sudeste de Washington.
Tontamente, 15 minutos de viaje fueron suficientes para que el oficial
de policía y el joven de la gorra de los Redskins empezaran una
amistosa conversación sobre los éxitos de los Redskins
y los Baltimore Ravens.
Una vez que llegamos a la academia de policía, los activistas
dentro del autobús ya parado, empezaron a preguntar para qué
les quitaban las esposas. El oficial de policía J.R. King ayudó
a cambiar esposas muy apretadas por otras menos apretadas.
Las preguntas de los activistas sobre los cargos de los que se les
acusaba quedaron sin respuesta. Varios de ellos se giraron en su asiento
y entablaron conversaciones con el teléfono móvil de su
compañero. Con todo el mundo esposado, una persona podía
marcar el numero de teléfono a otra, y levantarse y ponerle el
telefono en el oido a otra persona. También lo hicimos nosotros.
Algunas llamadas fueron para avisar a amigos y otras para recibir consejos
legales.
Un joven manifestante estaba tumbado en el asiento con el teléfono
al oido: "¿Podemos darles nuestros nombres?"
Preguntó a la persona con la que hablaba.
A mediodía, once autobuses habían llegado a la academia
de policía, formando una línea tan larga que alguno tuvo
que aparcar fuera del recinto. Nuestra espera podría ser mucho
más corta que los otros que estaban siendo detenidos. Nuestros
companeros de trabajo trataron con la policía para liberarnos,
y nos soltaron sin cargos a la 1 p.m.
Justo antes de salir del autobús, tuvimos una conversación
con Chris Downes, un pacifista de Fairfax. Él recordaba la experiencia
en Pershing Square: "Alguien andaba tras de mi, me tiró
por las rodillas, me caí de cara, me esposaron y me metieron
al autobús."
El dijo:"Yo no tenia intención de ser arrestado".
Y nosotros tampoco.
Viernes 27 de Septiembre de 2002, DC.
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