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Florencia y Euskal Herria
x Iñaki Gil de San Vicente
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Una de las cosas que más me llamaron la
atención del Foro Social Europeo fueron las muestras de simpatía
que muchos de los asistentes tenían para con Euskal Herria. Me
impresionaron pese a que ya desde hace bastante tiempo era apreciable
la corriente de solidaridad con nuestro pueblo por parte de algunas
izquierdas europeas. Pero en Florencia la solidaridad venía de
espacios sociales más amplios que los por ellas influenciados.
Procedía de múltiples colectivos y de personas aisladas.
Buscando las razones de estos sentimientos he llegado entre varias más,
a estas conclusiones. Por un lado, la larga lucha de nuestro pueblo
ha logrado romper los plomizos muros de silencio y mentira levantados
por España y Francia. Por otro lado, cuando en Europa se endurecen
las condiciones sociales, mucha gente oprimida busca en sitios cercanos,
en la misma Europa, referencias, ejemplos, prácticas sociales
que les sirvan y les animen, y encuentran entre otros, también
a los vascos. Además, en bastantes sectores va calando la consciencia
de que la opresión nacional, o cuando menos, la denegación
de elementales derechos de los pueblos, si bien siempre ha ido unida
a la expansión del capitalismo, actualmente es una necesidad
ciega para aumentar sus beneficios. Por último, para mucha de
esta gente crítica con la forma y el contenido de la UE, Euskal
Herria aparece como uno de los lugares en el que más avanzado
está su rechazo desde la izquierda. Y sobre todo, un lugar europeo,
sito en el corazón del capitalismo continental, no distanciado
por un enorme océano.
Pienso que no se puede aislar esta preocupación por Euskal Herria
del proceso de crítica y denuncia del capitalismo actual. En
la primera mitad de los 90 se inició una oleada de luchas anticapitalistas,
diferente a la sostenida entre finales de los 60 y comienzos de los
80. Esta oleada, como la anterior, es también mundial, pero en
Europa adquiere la forma precisa de, entre otras características,
el rechazo de la UE. Un rechazo generalmente difuso y abstracto, muy
influenciado por los intereses sectoriales de las burguesías
de cada Estado y, con demasiada frecuencia, dependiente de la manipulación
reformista. No debemos subestimar esta realidad ni sobrestimar la fuerza
del actual movimiento. De hecho, nos encontramos ante dificultades similares
a las que existieron en anteriores oleadas de lucha, y a la vez ante
retos nuevos porque existen diferencias muy apreciables comparadas con
las de entonces, que atañen casi a la totalidad de las estructuras
políticas, sindicales, culturales y estatales, y también
a algunos aspectos de la estructura económica del capitalismo.
La crisis de legitimidad institucional, electoral, político-sindical...
es apreciable. No existe la URSS y sí existe la UE. La mundialización
del capitalismo se ha acrecentado sobremanera y se han multiplicado
exponencialmente las contradicciones a escala planetaria. Hace quince
o vein- te años hubiera sido inimaginable el Foro Social Europeo,
así como otros eventos mundiales en los que mal que bien, con
muchas dificultades y en medio de un descarado esfuerzo desmovilizador
del reformismo internacional, se expresan cada vez las voces y las prácticas
de cientos de miles de colectivos.
Ahora bien, si es cierto el riesgo de que buena parte de la oleada
actual sea desactivada e integrada en el sistema mediante las trampas
burocráticas y los engaños del reformismo de todo tipo,
también hay que considerar como mínimo otros tres más.
En primer lugar, la represión, que se ha endurecido en Italia
y aumenta en todo Europa. En segundo lugar, las dificultades internas
de los colectivos de izquierda para coordinarse, para presentar un frente
común a los dos riesgos anteriores, dificultades provenientes,
en mucha me- dida, de los restos de sectarismo y atraso adaptativo a
los cambios sociales. Pero, en tercer lugar, hay otro peligro consistente
en perder de vista la estructura objetiva de la explotación,
olvidar o negar que el capitalismo funciona debido a una lógica
básica y férrea que no es otra que la búsqueda
del máximo beneficio a cualquier costo. Esta lógica es
interna, genética, recorre y une a todas las formas externas
en las que se sufre la explotación y explica en última
instancia la continuidad del patriarcado, la opresión nacional
y la explotación de clase. Allí donde, como Euskal Herria,
existe un proceso de liberación nacional, de clase y antipatriarcal,
en estos casos, nada es comprensible al margen de esa naturaleza objetiva
del capitalismo, que vertebra internamente ésas y otras injusticias.
En estos casos, las luchas contra esas injusticias tienden a coordinarse
mediante la reivindicación de los derechos nacionales como necesidad
democrática común, urgente e imprescindible para avanzar
con más fuerzas en las restantes. Sin embargo, por razones que
no podemos exponer ahora y con la excusa, entre otras, de la «globalización»
como tópico que resuelve todas las dudas, se retrocede a una
interpretación superficial, creyendo que todo se puede solucionar
mediante luchas aisladas, esporádicas, sin coordinaciones estables
y por ello democráticas y abiertas. Se reduce todo a contactos
puntuales para humildes objetivos tácticos, simples puestas en
común de diversas experiencias.
Mientras el imperialismo dispone de auténticas oficinas de dirección
estratégica por encima de las disputas y contradicciones secundarias
entre las distintas burguesías, la nueva oleada mundial de luchas
adolece de una suficiente coordinación de objetivos mínimos
e imprescindibles. Esta debilidad estructural se vio y se sufrió
en Florencia. Semejante debilidad, que agudiza los peligros y riesgos
antes vistos, no se detiene en el plano mundial sino que, sobre todo,
es especialmente dañina en las bases materiales, en los estados
y sociedades, pero sobre todo en las naciones oprimidas que se enfrentan,
además de al imperialismo en general, sobre todo a la centralidad
propia del imperialismo concreto que padecen. No hace falta decir que
Euskal Herria es un ejemplo terrible. El largo y brutal contexto histórico
de opresión nacional como el que sufrimos que, al margen de matizaciones,
influye con mayor o menor intensidad en cada situación, en todos
y cada uno de los comportamientos colectivos e individuales, nos debe
llevar a una rigurosa reflexión sobre necesidades autoorganizativas
que tenemos como pueblo negado en sus imprescindibles derechos. El Foro
Social de Euskal Herria es una necesidad que surge de la cruda naturaleza
estructural, unitaria y estratégicamente centralizada de opresión
nacional que sufrimos. Un Foro que asuma las excelentes prácticas
democráticas de las experiencias mundiales y que las enriquezcan
y amplíen con nuestra propia experiencia autocríticamente
mejorada. No existe otra alternativa, excepto la de jugar a pompas de
jabón.
Publicado en Gara el 09/12/02
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