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Globalización y violencia
César Manzanos
Profesor de Sociología en la UPV. Miembro de Salhaketa
La globalización está de moda. Ante la rápida extensión de las ideas y el movimiento anti-globalización en amplias capas de la sociedad, hasta Chirac y Zapatero aparecen como críticos de aquella. Por otro lado, medios de comunicación y partidos de orden coinciden en afirmar que, si bien es legítima y justa la protesta ante las cumbres, no lo es el uso de la violencia en las mismas. Analicemos estas dos ideas.
Globalización. En general, el mensaje que nos trasmite el sistema (FMI-BM, OMC, G-8) es el de identificar la globalización con lo «moderno»: cibernética, biotecnología, investigación genética... En esta medida dicen, oponerse a la globalización es oponerse a la modernidad y al progreso.
No es una idea original, pero sí bastante efectiva. Desde que nació, el capitalismo ha tratado de identificar su ideología y sus fines con el progreso. Si bien su esencia es la propiedad privada, el ánimo de lucro y la libertad de mercado, el sistema se cubre con el manto de la modernidad para ocultar sus intereses, ya que el único progreso que interesa al capital es el de sus ganancias.
Hoy, el sistema y sus instituciones llaman globalización a lo que es el envoltorio tecnológico con el que se manifiesta el capitalismo del siglo XXI, un sistema asentado en el liberalismo económico más radical, dominado como nunca por el capital financiero y las transnacionales y que, tras el hundimiento de los regímenes del Este, campea a sus anchas por el mundo, utilizando para ello los importantes avances que en materia de información, comunicación y otros campos se han dado en los últimos años.
Frente a la globalización de las guerras que el neoliberalismo practica, abogamos por globalizar el desarme, la desmilitarización y la paz. Frente a la globalización de las patentes farmacéuticas, el negocio de la medicina privada y la extensión criminal del sida, luchamos por extender la salud pública y la posesión gratuita de los conocimientos científico-sanitarios en todos los pueblos del mundo. Frente a la globalización de la doble jornada y la marginación de las mujeres, abogamos por la igualdad real en todos los campos de la vida. Frente a la globalización del paro y el trabajo precario, queremos universalizar el reparto del trabajo y el salario social. Frente a la globalización de la comida basura y la destrucción ecológica, impulsamos la agricultura ecológica, la hermandad con la naturaleza y un urbanismo humano.
Nuestro enemigo no es el progreso, sino este capitalismo que, hoy más que nunca, sacrifica los valores humanos, sociales y democráticos de la humanidad a los intereses de cada vez menos personas y de un mercado monopolizado por cada vez menos multinacionales. Nuestro objetivo no es aliviar los efectos más negativos del neoliberalismo, sino modificar radicalmente los principios sobre los que se asienta nuestra sociedad. Nuestra práctica no es la cooperación al desarrollo, sino la cooperación a la resistencia. No nos importa que nos llamen «anti-globalización», pero lo que realmente somos es anti-neoliberales y anti-capitalistas y, por encima de eso, solidarios e internacionalistas. Esa es nuestra tarjeta de presentación. Las cosas, claras.
Violencia. Pongamos el ejemplo de Génova para mejor explicarnos. El G-8 es una banda de malhechores. Allí se encuentran seis de los diez mayores productores y traficantes de armas del planeta. Ellos fabrican también la mayor parte de las guerras y deciden su comienzo y su final. Representan a menos de la quinta parte de la población mundial, pero imponen sus decisiones al resto del planeta. Cuatro de ellos, miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, pueden vetar cualquier decisión tomada en su seno. Todos ellos son hombres. Los intereses de la humanidad les importan muy poco, pues, por encima de todo, ellos representan a esas 156 personas que poseen tanto como el total de los ingresos anuales de la mitad más pobre del mundo.
Lo dicho, el G-8 es una banda de malhechores que imponen su voluntad al resto del mundo por la fuerza de sus vetos, sus dineros y sus armas. Por ello, impedir sus reuniones es, no sólo un derecho, sino un deber cívico: se trata de evitar la comisión de nuevos delitos sociales. Llamar a boicotear sus fastuosas cumbres es cumplir con una obligación ciudadana. La policía que defiende a esta banda está por ello deslegitimada para ser tomada en consideración: defienden a forajidos. La desobediencia civil ante la misma está justificada. Intentar desbordar sus barreras y evitar la Cumbre es un deber cívico.
La violencia primera y esencial, tanto cuantitativa como cualitativamente, es la suya. Los violentos que disparan, atropellan, rompen costillas, abren cabezas y golpean gratuitamente son ellos. Lo hacen tanto en la calle, como amparándose en la impunidad de sus furgonetas y comisarías. Su objetivo no son los manifestantes «violentos», sino el movimiento en su conjunto. En Génova todas las columnas fueron atacadas por igual por la policía: las blandas, las duras y todas las intermedias. El asalto y destrucción del Centro de Documentación y el apaleamiento de toda la gente que allí se encontraba, no tenía nada que ver con la represión de la violencia, sino con el deseo del delincuente de destrozar las pruebas de su crimen. Las comisarías, como lo evidencian decenas de testimonios, se convirtieron en centros de malos tratos y torturas. A pesar de ello, la actuación policial ha sido defendida, no sólo por Berlusconi, sino también por el G-8. ¿Quiénes son los violentos?
El movimiento contra la globalización neoliberal ha crecido mucho en poco tiempo. Tiene sólidas raíces en muchos lugares del mundo: en Brasil, en Ecuador, en India, en México, en EEUU, en Europa... Sindicatos, organizaciones campesinas, ONG, grupos ecologistas, feministas... forman parte de él. A pesar de ello, sus fuerzas aún son débiles. El enemigo es muy poderoso. La lucha es pues a medio y largo plazo. El objetivo es ir cambiando la correlación de fuerzas. Ante cada acción, campaña o concentración, nuestras preocupaciones deben ser siempre las mismas: intentar que nuestro mensaje penetre en la sociedad y no que rebote sobre ella, tratar de que cada vez más gente se sume a nuestras iniciativas y no que se alejen de éstas, reforzar nuestra organización y no debilitarla ni dividirla... y, por otro lado, golpear al enemigo en sus puntos débiles y no en los fuertes, crear contradicciones en su seno y no favorecer su apiñamiento...
Las acciones no pueden justificarse única ni principalmente en base a la maldad del enemigo, sino a un análisis más global que de respuestas positivas a lo anterior. La contundencia en las respuestas sitúa con frecuencia a éstas en el terreno en el que el sistema es más fuerte policial y mediáticamente. Por el contrario, las acciones de desobediencia civil y de resistencia activa son las que más han servido hasta la fecha para que este movimiento vaya avanzando y consolidándose y para comenzar a cuestionar a los todopoderosos BM, FMI, OMC, G-8... Merece la pena seguir trabajando en la misma dirección.
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