Chavales anarquistas e hipocresía

x Barbara Ehrenreich
ZNet en español

Echando la vista atrás, parece un ejemplo de publicidad engañosa. Los carteles de las acciones contra el FMI del 16 de abril en Washington, D.C. (2000) prometían una "manifestación no-violenta". Pero lo que realmente ocurrió fue que miles de manifestantes fueron gaseados y/o golpeados con porras de la policía.

El Colectivo Legal Especial de Medianoche, que daba apoyo legal a los manifestantes, informa que uno de ellos sufrió tres costillas rotas durante su arresto. Otro fue golpeado salvajemente hasta sangrar y luego metido en una camioneta con la instrucción de que le dieran vueltas unas cuantas horas antes de llevarlo al hospital. En la cárcel, se le negó agua y comida a cientos de manifestantes durante veinticuatro horas, provocando al menos un caso de una reacción hipoglicémica grave. Según el colectivo legal:

"Un grupo de hombres fue llevado al sótano y metido en una celda, y un oficial de los EE.UU. les dijo ‘Aquí no hay cámaras. Podemos hacer lo que queramos’. Cualquiera que levantara la vista mientras hablaba el oficial era abofeteado. La gente era puesta en libertad en medio de una noche fría y lluviosa sin chaquetas ni zapatos, en algunos casos sin camisa, y sin dinero alguno para tomar un autobús o un taxi, todo se lo habían quitado los funcionarios".

Si esto es no-violencia, saldrías mejor parado dedicándote al boxeo sin reglas.

Los posters anti-FMI, por supuesto, prometían que los propios manifestantes se comportarían de forma no-violenta, pero la no-violencia por una parte está conectada, al menos en teoría, con la no-violencia en el lado opuesto. Si los manifestantes son educados y predecibles en sus acciones, generalmente se cree y se espera que la policía se sentirá impelida a emularlos. Y si la policía fracasa en ser perfectamente no-violenta, entonces (así funciona el razonamiento) los pobres mártires de los manifestantes al menos habrán ganado la batalla moral. De ahí, en gran parte, la reacción excesiva de los organizadores de las protestas contra la OMC en Seattle a los anarquistas vestidos de negro que lanzaron piedras a los escaparates de NikeTown, Starbucks, The Gap y otras cadenas el pasado noviembre.

No se hizo daño a ningún ser humano en esos incidentes de los escaparates, las tiendas estaban cerradas en ese momento. Sin embargo, los organizadores anti-OMC de la Red de Acción Directa (DAN, Direct Action Network) reaccionaron como si la protesta hubiera sido invadida por una banda de Angeles del Infierno. En vez de tratar a los jóvenes lanzadores de piedras como hermanos y hermanas en la lucha (equivocados, quizá, pero entusiastas sin duda), los organizadores limpiaron los vidrios rotos. Insinuaron que eran agentes provocadores pagados por la policía. Algunos afirman orgullosos (aunque no puedo confirmar esto) que la gente de la Red de Acción Directa ayudó a señalar a los lanzadores de piedras a la policía.

Por favor, que alguien llame al Grupo de Vigilancia de la Hipocresía. La misma gente que administró una bronca pública a los chavales anarquistas tenía como uno de sus invitados de honor a José Bové, el granjero francés que destrozó un McDonalds. Nunca se explicó el doble rasero de lo que cuenta como "violencia" y lo que no.

Los organizadores de Seattle también estaban preocupados de que las acciones de los chicos anarquistas molestaran a los sindicatos, aunque ningún líder sindical ha expresado una sola palabra de queja. Sería extraño si lo hicieran, pues América tiene una de las historias sindicales más violentas de cualquier país industrializado del mundo, y no toda esa violencia la hicieron los Pinkertons. Tampoco está claro que los lanzamientos de piedras "arruinaran" las protestas de Seattle a ojos del público. De hecho, probablemente dobló la atención mediática, y la mayoría de reportajes distinguieron cuidadosamente entre los 50.000 manifestantes sin piedras y los veinte más o menos que rompieron ventanas.

Sería interesante también saber cuántos de los críticos de estos chicos se preocuparon de denunciar los disturbios que barrieron Los Angeles después del veredicto de Rodney King en 1990. Sí, he dicho "disturbios", incluyendo ataques a gente además de a las propiedades, muchas de ellas pertenecientes simplemente a gente de clase media, la mayoría coreanos. Pero los políticamente correctos, entre los cuales sin duda hay que contar algunos de los indignados manifestantes no-violentos de hoy, prefieren llamarlo una "revuelta".

Los eventos de Seattle y Washington son en muchos sentidos alentadores pero también ilustran cuán absurdamente ritualizadas se han hecho las protestas izquierdistas, al menos por parte de los manifestantes. Hubo un tiempo, en los prehistóricos sesenta, en que un grupo montaba una manifestación, con o sin permiso policial, y los fieles se presentaban. Si eras afortunado o ligero de pies, salías de ella sin daños. Si no, bueno, todos sabían que había riesgos en confrontar el poder del Estado.

En algún momento de los 80, los organizadores empezaron a hacerse más listos (o, quizá sea mejor decir más científicos y controladores) sobre el proceso de manifestarse. En los movimientos anti-nuclear y anti-guerra del momento, separaron cuidadosamente a los manifestantes que querían ser arrestados de aquellos que no, e insistieron en que los potenciales arrestados se organizaran en "grupos de afinidad" que hubieran sido entrenados durante horas o incluso días en la tecnología de la "desobediencia civil no-violenta". Tenía sentido en ese momento. Los grupos de afinidad proporcionaron una base para la toma de decisiones consensuada entre grandes cantidades de personas. El entrenamiento (en unir brazos, en dejarse llevar, en la "solidaridad entre rejas") ayudó a asegurar el menor daño físico posible a los arrestados. Además, todo se profesionaliza con el tiempo, ¿por qué no la revolución?

Pero hay problemas con esta nueva liturgia de la protesta. Para empezar, no todos tienen un máster en desobediencia civil no-violenta, y muchos manifestantes potenciales, incluso algunos bastante militantes, se sentirían incómodos con la atmósfera contra-cultural de los entrenamientos. Recuerdo perfectamente que estuve a punto de irme de una acción anti-nuclear en 1982 hasta que uno de mis compañeros tuvo el ingenio para mentir y asegurar que ya habíamos tenido un extenso aprendizaje.

Luego está el aspecto atontadoramente ritual de las acciones: los manifestantes se sientan en un sitio acordado con la policía, luego se los lleva la policía y los detiene, y más tarde los deja libres. A veces las protestas seguras ritualizadas pueden ser efectivas, como en marzo de 1999, cuando casi 1200 personas, incluyendo dignatarios como el ex-alcalde de Nueva York David Dinkins, fueron arrestadas para protestar el asesinato de Amadou Diallo. Pero incluso una de las organizadoras de esa protesta, la veterana activista Leslie Cagan, señala la ironía en la relación armoniosa con la misma fuerza policial contra cuyo comportamiento homicida estaban protestando.

Lo peor de todo es que la no-violencia por parte de los manifestantes no garantiza un comportamiento no-violento por parte de la policía. En Seattle, al igual que en Washington, muchos manifestantes fueron premiados por su civismo con aerosoles de pimienta, golpes y gases. No nos enfrentamos contra aduaneros sino contra una de las policías más altamente militarizadas del mundo. En pocas décadas han pasado de aterrorizar a las comunidades de color a emplear la tortura como táctica contra cualquiera, de cualquier color, que se salga de la raya: haciendo pasar hambre a los detenidos de Washington, echando pimienta en los ojos de los manifestantes contra la industria forestal en California, confinando a prisioneros en sillas potencialmente letales, como informó Anne Marie Cusac en esta revista hace dos meses.

Claramente la izquierda, hablando en general, ha llegado a un impasse creativo. Debemos inventar nuevas formas de manifestarnos que minimicen el peligro y maximicen las posibilidades de expresión individuales (disfraces de tortugas, canciones, bailes y en general pasarlo bien). Debemos encontrar formas de protestar que sean accesibles a los no iniciados, a los no entrenados, así como a los veteranos expertos. Debemos descubrir cómo capturar la atención del público a la vez que, tan a menudo como sea posible, conseguimos directamente algún objetivo no enteramente simbólico, como chafar una reunión de la OMC o, para el caso, parar la venta de hamburguesas en un McDonalds.

Tirar piedras no cumple exactamente esos criterios, ni tampoco las viejas manifestaciones de los sesenta, de "ven como quieras". Pero tampoco lo hacen los rituales elaboradamente coreografiados conocidos como desobediencia civil "no-violenta". La gente de la Red de Acción Directa, de Global Exchange [Intercambio Global] y otros fueron suficientemente inteligentes para entender el funcionamiento de la OMC, el FMI y el Banco Mundial. Ahora es el momento de que piensen cómo grandes cantidades de personas pueden protestar contra el sistema capitalista internacional sin ser zurrados (o arrastrados por sus compañeros de protesta) en el proceso.

Barbara Ehrenreich es columnista de The Progressive

 
         
   
 

| Principal | España | País Vasco | Internacional | Antiglobal | Antimúsica |
| Pensamiento autónomo | La violencia como herramienta de lucha política | Alizia Stürtze |
| Reconstruyamos la historia de América Latina | La prensa al servicio del neoliberalismo |
| Anticultura | Desenmascaremos a Garzón | Antirred [enlaces, campañas] |