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Una problemática viciada por el discurso
del poder
x Ana Intxaurregi, Argentina
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En sí, la violencia es una problemática
viciada por el discurso del poder. Cuando hacemos referencia a la violencia,
la palabra nos remite sin más a situaciones de disturbio, a acciones
físicas concretas. Es evidente entonces que estamos partiendo desde
el propio discurso del poder.
Si en cambio mencionáramos la palabra violencia y simbólicamente
nos representara al Estado (en especial el Estado capitalista, aunque
a cualquier forma de estado se le asimile), recién entonces nos
despojaríamos del ropaje del discurso hegemónico para empezar
a desmembrar de qué se trata esto de la Violencia.
El Estado se define (y esto no es un invento anarquista ni marxista,
sino que es la definición de diccionario), por ser el que monopoliza
el ejercicio de la violencia.
La violencia es constitutiva de cualquier estado. La forma más
explícita de esa violencia del Estado es el Poder coercitivo que
detentan, el que ataca a las conductas desviadas interviniendo
físicamente a través de sus agencias de control: la cárcel
( imaginemos por un momento lo que significa que alguien esté legitimado
para privar de la libertad a millones de personas en el mundo, como resulta
ser el ejercicio de la fuerza del Estado en este sentido, respecto de
presos políticos y sociales), la policía, los ejércitos,
el poder judicial, etc.
Las otras manifestaciones de violencia son menos explícitas pero
no menos efectivas: ocupación de un territorio, imposición
de un orden jurídico que es internalizado a través de otras
agencias de control, etc.
Por todo ello es imprescindible que los colectivos que se definen contrarios
al modelo, discutan y transiten la problemática de la violencia.
¿Por qué?
En el seno de una organización esta problemática es un
medio y un fin en sí mismo. Es un objetivo y un instrumento, que
transcurren como un proceso dialéctico en la construcción
de un colectivo.
Es un fin en sí mismo ya que una de las metas (implícitas)
de cualquier orgánica que defina como antisistema, tiene la particularidad
de desestructurar a los integrantes que la conforman, para construir individuos
que se conformen de otra forma, al margen de la cultura hegemónica.
Esto puede parecer simple, pero no lo es. Cuando alguien plantea la violencia
como forma de acción dentro de un espacio, ocurre que nos pone
en contradicción con los valores que hemos naturalizado de tal
forma, que nos parecen propios. Genera resquemores, aparecen discusiones
eternas. Pone en jaque nuestra formación burguesa que concibe a
la violencia como algo malo, que no existe o no tiene cabida en una sociedad
civilizada (desconociendo casualmente lo que significa en sí mismo
un Estado). Por ello es importante discutir y transitar experiencias atravesadas
por la violencia. Porque a ella se ligan los valores del sistema, sus
normas, el orden impuesto, etc.
Cuando podemos desarmarnos individualmente frente a todo esto, estamos
en condiciones de comenzar a construir un hombre nuevo.
Por otra parte, la violencia es un medio de acción. Y como tal
no se utiliza dogmáticamente. Debemos determinarla en función
de cuestiones que para mí son esenciales: la correlación
de fuerzas, el nivel de exposición, los costos y beneficios. Cada
acción en particular requiere una análisis de estas consideraciones.
Según mi caracterización no nos encontramos en una etapa
pre-revolucionaria, y por ende las organizaciones van a tener que convivir
un trecho importante en la legalidad (las que así lo definan).
Legalidad y violencia (con minúscula, ya que la Violencia del
Estado se escribe de otra forma), son cuestiones que deben encontrar un
equilibrio, que debe considerarse particularmente.
Es preciso profundizar el tema, para que luego de despojarnos de los
prejuicios que hemos incorporado por el solo hecho de vivir en el seno
de una sociedad capitalista, podamos utilizarla como un instrumento más
en la lucha contra el poder.
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