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Reflexión contra la Europa del capital y
la guerra: cuestiones de identidad, acción y organización
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x Jónatham F. Moriche
El medio millón de personas de la manifestación del 16
de marzo en Barcelona ha dejado a su paso más interrogantes que
certezas. Aunque esa manifestación no agota cuanto la Campaña
ha significado hasta hoy, Barcelona vuelve a ser, como en junio de 2001
ante la no-cumbre del Banco Mundial, laboratorio de experimentación
social y punto de inflexión. Hablar sencillamente de "éxito"
o "fracaso" sería un gesto más propagandístico
que analítico (la propaganda, sabemos, puede ser tanto "entusiasta"
como "catastrofista"), y en general escamotear el bulto de una
realidad más compleja. Se trata, de hecho, de un auténtico
"cambio de escenario". De éste ya podemos extraer numerosos
datos, algunos (aparentemente) contradictorios: es momento, pues, de replantear
las preguntas. La pregunta por la identidad: quiénes eran el medio
millón de personas de esa manifestación (sin duda, muchos
más de los que soñábamos con ver protestar ante la
Unión Europea mientras se urdían los mimbres de la Campaña
en septiembre en Orcasitas, auténticas "multitudes",
en la exitosa jerga de Negri y Hardt). La pregunta por la organización:
cómo se ha articulado el proceso de agregación social que
las ha llevado hasta allí y cómo debe reformularse ese proceso
para proseguir el camino. La pregunta por la acción: qué
hicieron, qué podrían haber hecho y qué pueden hacer
a partir de ahora, sean quienes sean, estén donde estén.
Para una primera aproximación me serviré de la distinción
operada por los conceptos de "movimientos sociales" y "estados
de opinión". En el período que comprende las campañas
contra el Banco Mundial y contra la UE se ha producido un doble proceso
de construcción de identidad. Por un lado, una confluencia de movimientos
sociales diversos, altamente consciente y autorreflexiva, producto de
un análisis exhaustivo de la realidad y de un debate de intensidad
antropófaga. Por otro, la construcción de un estado de opinión
colectiva mucho más difuso pero que de forma intuitiva parece coincidir
con los resultados del análisis de los movimientos. La conciencia
de crisis de lo político en el occidente imperial se agudiza. Las
ruinas de Nueva York, Kabul y Jenin, los cadáveres de las playas
del Estrecho y Canarias y las cacerolas de Buenos Aires ponen al alcance
de las inmensas mayorías una (incómoda) interpretación
catastrófica de la realidad. Los movimientos sociales ya han ganado
su primera batalla, marcando con un nombre a la bestia (que es casi que
ponerle el cascabel a un gato): "globalización", "Banco
Mundial" o "Unión Europea" se están resocializando
como términos de connotaciones macabras (guerra, paro y precariedad,
deterioro mediambiental, autoritarismo...) para sectores cada vez más
amplios de la población, que pasan de estar sólo vagamente
de acuerdo a personarse directamente como parte interesada, sumándose
a las vías de contestación abiertas por los movimientos
sociales. Esa agregación pudo intuirse ya en Barcelona en junio
y en Génova en julio, y frenarla en seco era el objetivo de la
represión en ambos casos, antes de que alcanzase los espacios más
que simbólicos de la Bolsa de Barcelona y la "zona roja"
del G-8. En marzo en Barcelona (como en Perugia en diciembre, en Munich
en enero o en Washington en abril) esta estrategia represiva ha demostrado
su fracaso.
Es preciso partir de esta transformación crítica "desde
abajo" del "estado de opinión" para poner en contexto
la transformación igualmente crítica de las identidades
y estructuras de contestación. Antonio Gramsci hablaba de los "bloques
históricos" como ejecutores de los procesos de cambio social.
Un "bloque histórico" es una agregación social
que opera en una dirección determinada, al margen de que no todo
el mundo opera en una determinada dirección a la vez, con el mismo
sentido ni con las mismas intenciones. Aplíquese esto a la masiva
presencia de la izquierda parlamentaria en Portoalegre, las manifestación
de la Confederación Europea de Sindicatos en Niza y Laeken o las
actividades del Foro Social de Barcelona. Evidentemente, ni las burocracias
partidarias y sindicales se han convertido masivamente al no-capitalismo,
ni su aproximación a "lo antiglobalización" (participando
en foros, acercando fechas o expropiando terminologías) es ajena
a los conocidos intereses sistémicos de tales estructuras. Pero
sin duda al PSC le resultaría más confortable postular a
Maragall como President de casi cualquier otro modo que manifestándose
contra la UE y ofreciendo ese perfil antisistema tan grato a los editores
de La Razón y los portavoces de CiU y PP. Efectivamente, la aproximación
de buena parte de la izquierda tradicional es "estratégica",
pero esa estrategia choca con barreras infranqueables. Por una parte:
las prácticas y las estructuras de los movimientos funcionan mejor
que las de los agentes tradicionales. Por otra: su discurso resulta mucho
más creíble. Las cifras de cada bloque de la manifestación
de Barcelona hablan por sí solas.
La experiencia italiana marca el límite actual de esa tendencia.
Génova inaugura y marca la pauta de un proceso político
amplio que conduce a la huelga general, y en general a la constitución
del primer bloque histórico antagonista efectivo ante el régimen
de Berlusconi. Sin el gesto de Génova no hubieran existido ni la
expresión clara del sujeto y su voluntad, ni un lenguaje que expresase
su posición exacta en el conflicto. Pese a quien pese, en la construcción
de ese bloque se está jugando con mucho más que con estrategias,
existe un proceso de construcción de identidades sociales y políticas
en el que la autonomía y la desobediencia de los social han tomado
la iniciativa (aunque por supuesto no agoten el resultado): piénsese
en las amplias campañas de acción directa de los Desobedientes,
incluso en la misma jornada de huelga general, así como en su destacada
presencia en Palestina; en las marchas por la paz de Perugia y Roma y
los bloques de los Social Forum en las manifestaciones de la huelga; en
el fortísmo impacto de la comisión parlamentaria sobre Génova
y de la reciente detención de nueve oficiales de policía
por la represión en Nápoles en marzo de 2001. Aunque la
situación italiana es excepcional, ligada a condiciones históricas
peculiares, pueden hallarse tenues signos de las mismas "multitudes"
en otras partes.
Sin duda, en las manifestaciones espontáneas francesas contra
el Frente Nacional y que acabaron por convertirse en una crítica
de conjunto del sistema que había hecho posible su éxito.
Casos más cercanos los tenemos en el discreto pero inquietante
sesgo antagonista y auto-organizativo que ha emergido en el interior de
iniciativas sociales tan precondicionadas políticamente como las
luchas contra la LOU y el Plan Hidrológico. Lo sucedido en ambos
casos y con el Foro Social de Barcelona, y en general con la condescendencia
o supuesta complicidad del PSOE y los medios del Grupo PRISA, entre otros
sujetos sistémicamente muy integrados, responde más a un
intento de sofocar determinados procesos de fractura cultural y política
que están ocurriendo dentro su area social de influencia (electorados,
audiencias...) que a un auténtico intento de "fagocitar"
a los los espacios antagonistas: dado lo improbable de que Juan Luis Cebrián
y Víctor Pradera se conviertan en referente intelectual del movimiento,
el peligro estriba en que el movimiento pueda convertirse en referente
intelectual para una porción significativa de los lectores de El
País (en el más amplio sentido sociológico y politológico
de esa categoría). En junio esa fractura ya estaba presente, y
se materializó con viveza en el corazón de la sociedad civil
y política barcelonesa (piénsese en la final autorización
judicial de la manifestación unitaria, los testimonios de la regidora
de derechos civiles y otros políticos sobre los reventadores, la
carga policial en el interior del MACBA, los tremendos titulares acerca
de "escuadrones de la muerte en Barcelona" de The Guardian...).
Nueve meses después, esa grieta en lo social ha alumbrado multitudes...
Proyectemos todos estos apuntes de situación sobre un escenario
concreto y ordenado. La presidencia española de la UE y un intenso
proceso de crisis económica y contrarrevolución política
que hacer gobernable y rentable, desde el punto de vista de La Moncloa,
con teléfono rojo al despacho del mismísimo Nerón
en Washington (los rostros babeantes de satisfacción de Rodrigo
Rato inaugurando la sesión en Wall Street, o de Javier Solana estrechando
las manos ensangrentadas de Ariel Sharon, suplen un balance más
detallado del acontecer de la Presidencia). Pero también la voluntad
de un antagonismo frágil y persistente, que sin duda salió
renovado y fortalecido de la experiencia de junio contra el BM y apostó
alto en la construcción de esta campaña, armado con ese
escepticismo rebelde del "haremos lo que podamos con lo que tengamos
a mano". En el transcurso de la Campaña, se ha avanzado mucho
en los terrenos de los contenidos, la comunicación y la participación.
La organización es un cuestión que no ofrece aún
respuestas unívocas, pero que apunta direcciones factibles. El
debate sobre las formas de acción es el que resulta, de lejos,
más insatisfactorio.
En el primer aspecto, la ronda de trabajos preparatorios y contracumbres
ha permitido una extraordinaria socialización de contenidos e incorporacion
creativa de temáticas. Las reflexiones de los foros (Salamanca
sobre educación y cultura, Zaragoza sobre paz y antimilitarismo,
etc...) o los análisis de grupos de reflexión (CAES, Universidad
Nómada, etc...), suponen un bagaje extraordinario con el que contar
en adelante como herramienta de transformación social (y por fin
puede comenzar a hablarse en términos de auténtica "producción
teórica de y desde lo social"). El anillo de sitios de internet
de la Campaña (Indymedias, Rebelión, La Haine, Nodo50...)
es un formidable vehículo de comunicación, que junto a las
publicaciones impresas (Molotov, Rojo y Negro, Viejo Topo, Desobediencia
Global...) o las radios libres constituyen a la vez espacio deliberativo
y trama organizativa. Las labores de comunicación exterior (áreas
de comunicación, prensa y artes gráficas de los foros, CUPACS,
Lasagencias, Espai Obert...) han roto el cerco mediático y han
llevado a la gente una cantidad más que razonable de mensajes claros
y motivadores.
La cuestión de la organización resulta, como decía,
más compleja. Primero: qué organización. La descentralización
ha sido completa y cada estructura local se ha compuesto con mimbres distintos.
El papel de las asambleas generales presenciales (Orcasitas, Zaragoza...)
es básico cognitiva y hasta emocionalmente, pero la verdadera estructura
de la Campaña han sido otros canales como la discusión telemática
o el intercambio informal de activistas en cumbres y áreas parciales
de trabajo, colectivos y grupos o temas de afinidad. Eso ha bastado para
levantar esta estructura difusa en condiciones políticas que no
hacían posible ninguna otra (de nuevo ese "escepticismo rebelde"
al que me refería antes). Incluso los propios foros locales han
acabado mezclándose hasta la indistinción con las estructuras
de lucha contra la LOU o contra la guerra, combinando tejidos de asamblearismo
y de representación, de participación individual o de colectivos...
También han sido ambiciosos: piénsese, a niveles distintos,
en la Xuntanza Libertaria de Santiago o el Foro Social Transatlántico
de Madrid (que pueden convertirse en referentes válidos para una
reestructuración a largo plazo de los campos libertario y de solidaridad
internacionalista). La nota negativa, sin duda, la han dado los foros
sociales "alternativos" construídos sobre la exaltación
de la diferencia.
El papel que hizo la Coordinadora Anarquista contra la Globalización
en junio lo ha hecho el Foro Social de Barcelona en marzo (también
han existido "foros paralelos" en otras convocatorias de la
Campaña), con las evidentes diferencias de forma e intención.
Después de junio, el movimiento okupa, la "autonomía
obrera" y buena parte del anarcosindicalismo han asumido su rol esencial
en la movilización de forma abiertamente cooperativa y leal. Con
respecto al campo socialdemócrata, el simple hecho de haber estado
en Portoalegre no es signo de nada, más que de poder hacerse cargo
de la factura del viaje. Los espacios de la protesta deben ser abiertos
pero, como en la popular anécdota bíblica de Salomón,
debe quedar excluído quien exija un ámbito propio e insolidario
de legitimidad y decisión. Y, por supuesto, no se debe ser cómplice
de tales operaciones desde el interior de los espacios antagonistas. La
participación que exigen hoy las bases de sindicatos mayoritarios
y partidos socialdemócratas debe ser satisfecha, pero de modo tal
que el proceso no caiga en manos de las estructuras burocráticas
respectivas. Esto debe quedar meridianamente claro para los sujetos políticos
del "reformismo fuerte" (IU, IC, BNG, CGT, críticos de
CCOO, ATTAC...) que están asumiendo los roles de intermediación.
Si la situación hace legítimo y deseable cooperar con un
rápido desalojo electoral del "extremo centro" (Gran
Wyoming dixit) de Aznar o Berlusconi, hay que tener bien presente la novedosa
figura del "genocida ecopacifista" que inaugura Joschka Fischer,
y el pinchazo del "gobierno antiglobalización" de Lionel
Jospin, a la hora de valorar los límites y los riesgos de semejante
empeño.
Esta cuestión inconclusa de la organización remite a su
vez al problema de las formas de la acción política. Un
problema que sólo muy parcialmente corresponde a los términos
absurdos de violencia/noviolencia en que muchas veces se ha planteado.
No se trata de la oportunidad moral de desmantelar un McDonald's o no
hacerlo, sino de pensar y habilitar vías de participación
democrática y creación de contrapoderes frente al marco
contrarrevolucionario global. Algo, sin duda, mucho más complicado...
no olvidemos Génova si queremos saber dónde estamos... Aunque
resulte un término siniestro en comparación con "insurrección"
o "espontaneidad", es necesaria una "táctica"
que racionalice el "haremos lo que podamos con lo que tengamos a
mano". Ante la evidencia de la represión, la experiencia radical
del "laboratorio Génova" debe ser retomada por vías
distintas a las que condujeron a la muerte de Carlo Giuliani. Salvo para
quien conserve esperanzas en un "cuanto peor mejor" de muy improbables
efectos sobre la estructura social contemporánea, plantear conflicto
en áreas militarizadas o en términos militares es una idea
suicida. Muy al contrario, el conflicto debe ser "desmilitarizado"
y llevado a terrenos no-militarizables, allá donde más valen
los principios y la racionalidad que respaldan la movilización.
Aparcada de momento la propuesta de la "desobediencia civil protegida",
es cierto que volvemos a vernos entre la espada del insurreccionismo y
la pared de las manifestaciones asediadas y monitorizadas. Es preciso
buscar otras vías de visibilizar la radicalidad del mensaje por
medio de la práctica. Apuntan direcciones muy interesantes los
"reclaim the streets" y la jornada de acción directa
descentralizada del 15 de marzo en Barcelona (donde las acciones de Zuzen
o los "caza-lobbies" marcaron una pauta interesante frente a
planteamientos más "tradicionalmente radicales", que
de nuevo sirvieron más para recibir caña que para darla).
Pero es preciso inventar y recuperar formas de acción también
en otros ámbitos distintos al de las contracumbres. Tales ámbitos
son parcialmente explorados en algunas de estas iniciativas de la Campaña
o coincidentes con ella, algunas frustradas y o semiocultas entre otras
de mayor calado aparente: las concentraciones ante el concierto inaugural
de la Presidencia en Madrid y en el acto de condecoración de los
cerebros y los músculos de la represión policial en Barcelona;
el (nunca celebrado) debate público con Ansuátegui y Cotino
propuesto por el MRG de Madrid; la acción directa-informe antirrepresivo
"Vigilando al vigilante" de Nodo50; las acciones en el estadio
del Barcelona el 16 de marzo; el "asalto" de Greenpeace a la
central nuclear de Zorita; la imaginativa (y efectiva) defensa de Kan
Mas Deu... Acciones aparentemente muy dispares, unidas por su voluntad
de sacar el conflicto de los terrenos y lenguajes que favorecen la lógica
represiva y trasladarlo a otros, donde la simple acumulación de
antidisturbios no resuelva la situación en favor del poder, y el
antagonismo, amén de desfilar ordenadamente con sus pancartas o
intercambiar piedras por pelotas de goma, pueda ejercer un verdadero potencial
creativo. Esto no significa, aún después de aparcada la
"desobediencia social protegida", que debamos olvidar la cuestión
de la autodefensa de los movimientos y las multitudes. Acontecimientos
brutales como el asalto policial de la Plaza Catalunya y los desalojos
de verano de 2001 en Barcelona, o la investidura de Fraga y el desalojo
del claustro de la Universidad en Santiago, mantienen viva la necesidad
de un esfuerzo en esa dirección: sencillamente, la crucifixión
pública de los "petos rojos" o los "pasamontañas
negros" no resuelve la cuestión en la medida en que no dispongamos
de otras alternativas. Es preciso superar los atavismos simétricos
de violar la legalidad a toda costa o dejarse matar en su nombre, en virtud
de no se sabe muy bien qué estrategias de fondo. En lo que va de
Campaña no se han dado grandes aportaciones al respecto; en general,
parece que cuanto mayor sea la socialización de la tarea de autodefensa,
menor será la posibilidad de que vanguardias con ideas propias
de contención o radicalización del conflicto impongan sus
criterios. En según qué circunstancias y escenarios puede
ser tan juicioso cruzar contenedores ante la policía como reunirse
con las delegaciones del gobierno, la legitimidad y oportunidad de ambas
opciones no es moralmente absoluta ni previa a la realidad. Más
allá de estas lecciones primarias de la práctica, todo está
por hacer.
"100.000 sería una muy buena cifra", me decía
un activista barcelonés de la Campaña la noche del 15 de
marzo. Propongo esta frase para prevenir cualquier atisbo de futurismo.
Quedan por delante las cumbres de Madrid y Sevilla (junto a otras menores),
donde el movimiento espontáneo de las multitudes, un imprevisible
cambio de estrategia en el gabinete del doctor Rajoy, la imaginación
desbordante de alguna secta insurreccionista más o menos infiltrada,
o simplemente los impulsos anímicos de cualquier delegado del gobierno
o sargento chusquero de las UIP, pueden desembocar en un nuevo cambio
de escenario. Pero es preciso operar (siquiera lógicamente) a largo
plazo, más allá de Sevilla y la propia presidencia española.
La Campaña contra la UE (y lo que en ella hay de continuidad con
la Campaña contra el BM) han dado contorno y coherencia a un sujeto
que ahora debe repensar la organización y la práctica, haciendo
balance del trecho recorrido. Lo que sigue no es un recetario, sino un
simple alijo de propuestas más o menos desarrolladas que ofrezco
a discusión,
- es posible abordar la cuestión de la represión profundizando
en la dimensión jurídica del conflicto. No hablo simplemente
de empapelar a García Valdecasas o Ansuátegui (algo coincideremos
que muy deseable), sino de explotar al máximo el cariz extrajurídico
o jurídicamente irregular de las estrategias represivas. Esto es
aplicable no ya a la mera represión policial callejera, sino a
fenómenos mucho más complejos, como los procesos de deportación
o expulsión de inmigrantes, el uso de la legislación antiterrorista
con fines de represión política (Madrid, Barcelona, Sevilla...)
o la próxima aplicación de la "ley de internet"
(LSSI), la ley "antibotellón" y la Ley de Partidos Políticos.
Una estrategia completa atraviesa la formalidad dicotómica legalidad/legitimidad,
como muestran los Desobedientes italianos en escenarios tan diferentes
como la comisión de investigación parlamentaria sobre los
sucesos de Génova o la invasión de los centros de internamiento
de extranjeros; aquí no faltan precedentes que redescubrir: Itoiz,
insumisos en los cuarteles...
- es posible retomar el debate sobre las experiencias de desobediencia
social y democracia directa, que no están extendiéndose
proporcionalmente a la participación en las manifestaciones. En
este sentido existen alternativas en marcha o en construcción que
deben ser difundidas y experimentadas: en el ámbito de la democracia
directa y deliberativa, los presupuestos participativos de Cabezas de
San Juan y otros municipios, las "zonas Tobin", la consulta
de abolición de la deuda de RCADE, la conferencia de paz de Elkarri
o el proyecto de Consulta Social Europea 2004; en el ámbito de
la desobediencia social, la (fallida pero retomable) insumisión
a la LOU, la objeción fiscal, etc. Esta línea de actuación
conduce, como la anterior, directamente a la cuestión de los espacios
institucionales. No existen respuestas unívocas ni causalidades
directas para hipótesis tan diferentes como: por un lado, el ayuntamiento
de Cabezas de San Juan, donde la impregnación social de lo institucional-político
resulta eficaz y coherente con las subjetividades que cooperan en el proyecto
de democracia deliberativa (tan dispares como la parlamentaria IU, las
asambleas vecinales y los post-situacionistas de la Fiambrera Obrera);
por otro lado, los claustros universitarios en los que se ha valorado
la desobediencia civil a la LOU, donde las estructuras estudiantiles asamblearias
han asumido la vía de la representación y sin embargo sus
pretensiones han chocado frontal y estérilmente con la inercia
institucional universitaria. La cuestión está abierta también
a nivel global: la amarga experiencia francesa de las presidenciales explica
lo que ocurre si el "espacio público convencional" contemporáneo
queda enteramente en manos de actores antagonistas agotados (ya se trate
de burocracias socialdemócratas o sindicales, o de sectas trotskistas),
poderes imperiales y patologías políticas posmodernas. Con
todas sus contradicciones, la campaña francesa contra el Acuerdo
Multilateral de Inversiones (AMI) de 1998, la cooperación entre
los centros sociales y los ayuntamientos de izquierda plural de Roma o
Venecia, la marcha zapatista de la dignidad a México D.F. en marzo
de 2001, los gobiernos de Portoalegre y Río Grande do Sul, quien
sabe si próximamente de todo Brasil, materializan las posibilidades
de extender la participación más allá del límite
de las instituciones, entrando en su espacio pero transformando irreversiblemente
sus códigos. No hace falta incidir en que, junto a su inteligencia,
la legitimidad ética y política de estas estrategias ha
tenido mucho que ver son su éxito,
- paralelalmente, es posible avanzar en las líneas de auto-organización,
auto-producción social y meta-economía, extendiendo y aquilatando
el potencial antagonista de prácticas y herramientas como los grupos
de consumo, el software libre y el anti-copyright, la banca ética,
el autocultivo (cannábico y de otras categorías)... hasta
formas más primarias de expropiación, reapropiación
o "auto-reducción", y por supuesto la cuestión
siempre abierta de los centros sociales y otros "espacios liberados".
Un debate que puede trasladarse a la esfera pública a través
de herramientas generales como la discusión de la renta básica
o la propiedad intelectual, pero que debe traducirse en formulaciones
estratégicas concretas e inmediatas en el interior de los movimientos
sociales, cuya dinámica de crecimiento requiere crecientes estructuras
materiales de sostenimiento, y exige éticamente que tales estructuras
sean en sí mismas antagónicas de la estructura de producción-consumo
que se rechaza (es posible además que en estas prácticas
discretas de microtransformación deba plasmarse ahora la auténtica
radicalidad ética y política de los movimientos, en los
que que como sabiamente explica Hakim Bey, no tienen por qué coincidir
siempre los niveles más público y más operativo),
- es posible una nueva fase de tensión hacia lo local y lo cultural,
que implique una ampliación de ámbitos temáticos
y operativos. Sin duda es importante estar presentes allá donde
el poder económico y militar se reune, visibilizando la trama de
dominación global de el BM, el G-8, la OTAN o la UE, la deuda externa
o los paraisos fiscales. Pero radicalizar el no-capitalismo de los movimientos
exige una apertura de campo en esa doble dirección. Por un lado,
trasladar el antagonismo a los fenómenos del capitalismo local:
sin duda las prácticas y las temáticas de los movimientos
tienen especial cabida en lugares como Aguilar de Campoo, Bétera
o El Ejido (sólo tres ejemplos en la infinita cartografía
catastrófica de la globalización), en los que pueden resultar
mucho más creíbles que la visita relámpago de tal
o cual burócrata de partido o sindicato que después veremos
en el palco del estadio Santiago Bernabeu. En este sentido, procesos muy
dinámicos de "deslocalización" y "relocalización"
de luchas, como los Border Camps, las Euromarchas contra el Paro o la
Marcha Azul del agua (en una dirección) o las estructuras de lucha
barrial y en el mundo rural (en otra) pueden ser significativos. Por otro
lado, la crítica de los fundamentos y consensos culturales de la
moderna explotación capitalista sigue careciendo de la continuidad
y proyección suficientes, como demuestra la nula presencia de los
movimientos ante manifestaciones ejemplares de canibalismo sociocultural
capitalista como ARCO y otras tantas ferias del arte o el libro, el fútbol
televisado, Operación Triunfo, las mafias del patrocinio y el mecenazgo,
las normativas de protección y gestión del patrimonio, los
fastos y capitalidades culturales... La tarea de contestación a
la reproducción simbólica capitalista no es un aspecto subsidiario
de la tarea de los movimientos ni una excentricidad situacionista, no
puede ser dejada en exclusiva a pequeños nucleos de artistas-activistas
ni mucho menos ser despachada con estudios académicos o la satisfacción
episódica de algún impulso iconoclasta. Expongo ejemplos
que juzgo van en la dirección positiva para su consideración:
la acción directa del genial payaso Leo Bassi ante la casa del
Gran Hermano, las numerosas psicogeografías e intervenciones materiales
y simbólicas de Lasagencias, del Dinero Gratis de Barcelona a la
Guerra/Tierra Mítica en Valencia, las contracampañas del
MOC sobre los motivos de la propaganda de reclutamiento del Ministerio
de Defensa... Elementos interesantes pero de momento aislados que requieren
más intensidad y coherencia...
Apenas una última reflexión de fondo para finalizar este
largo análisis. Cuando hace ya nueve meses echó a andar
la Campaña contra la Europa del Capital, estaba claro que hablábamos
de un "período" o de un "proceso", y sólo
muy relativamente de un "movimiento" o "sujeto", aún
en el sentido más elástico del término. Un proceso
que sólo parcialmente comienza en Orcasitas y para nada concluye
en Sevilla. Amén de un muestrario de apuntes y propuestas concretas,
este texto es también un expreso llamamiento a mantener e incluso
incrementar la intensidad y riqueza del proceso en general. Nada termina
en Sevilla; más bien al contrario, como hemos visto, la Campaña
ha sido un espacio de construcción de preguntas: es a partir de
ahora, y en este nuevo escenario, cuando se hace posible la búsqueda
de respuestas.
jfmoriche@mixmail.com
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