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El movimiento sindical frente a la globalización
neoliberal
x Kjeld Jakobsen (*)
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La victoria entre dos partes en conflicto
no es alcanzada solamente por el hecho de que una de ellas sea más
poderosa. Los errores del adversario también ayudan mucho. La derrota
del liberalismo económico al inicio del siglo XX no se dio solamente
por la oposición que sufría sino también por sus contradicciones
internas, expresadas principalmente en la crisis de 1929, que fue tan profunda,
en el entender del historiador Erik Hobsbawn, que eliminó el liberalismo
por 50 años. De hecho, este modelo económico, que causó
dos guerras mundiales, así como el advenimiento del fascismo y nazismo,
fue sustituido por otras experiencias de desarrollo como el socialismo real,
la socialdemocracia, la liberación colonial, los «Tigres Asiáticos»,
la sustitución de importaciones, entre otras. Los límites
que estas experiencias tuvieron a partir de determinado momento para garantizar
el bienestar social para todos, unido a la acumulación de riquezas,
resucitaron las viejas ideas liberales bajo nuevo ropaje y, apoyándose
en el progreso de los medios de comunicación y los transportes, pasaron
a ser denominadas como neoliberalismo. Este, por priorizar la acumulación
de riqueza basada ya no en la producción sino en la especulación
financiera, liberalización del comercio e inversiones y en la concentración
de la renta, ha demostrado más rápidamente sus límites
y contradicciones.
Ya fueron alcanzadas victorias por medio de las movilizaciones de un
movimiento social antiglobalización neoliberal vigoroso, combinado
con las contradicciones internas del propio modelo. Dos ejemplos son el
fracaso del inicio de una nueva ronda de negociaciones comerciales en
Seattle y el abandono de las negociaciones del Acuerdo Multilateral de
Inversiones (AMI), en el ámbito de la OCDE. Aunque la existencia
de democracia formal forme parte de la estrategia de legitimación
del modelo neoliberal, como ocurrió en el proceso de redemocratización
de América Latina, las graves consecuencias sociales que viene
provocando han exigido cada vez más la aplicación de medidas
autoritarias para asegurar la imposición de su pensamiento único,
que por su naturaleza de «único» representa una postura
antide- mocrática en sí mismo. La represión a los
opositores del modelo también ha ayudado a denunciarlo, pues, al
final, lo que es bueno no requiere ser impuesto. Un modelo tan excluyente
como ése no consigue evitar sus cuestionamientos, incluso cuando
se esconde tras la supuesta modernidad representada por la globalización.
Esta se expresa en acuerdos comerciales internacionales, y su discusión
deja de ser dominio exclusivo de especialistas para ser compartida también
por varios sectores sociales. Principalmente después de la crisis
asiática en 1998, cuando muchos dogmas del modelo neoliberal cayeron
por tierra, un número cada vez mayor de personas percibe que las
promesas de desarrollo y bienestar no son cumplidas por el neoliberalismo
y que, muy al contrario, la situación económica y social
se ha deteriorado, sin perspectivas de solución en el corto plazo
y que hay una relación de eso con la llamada globalización.
Las recientes movilizaciones contra los efectos de la globalización
neoliberal, en Seattle, Génova, Barcelona, entre otros, y el Foro
Social Mundial de Porto Alegre, que consiguió unir el debate político
con organización y movilización, son la respuesta más
eficiente a la presente coyuntura que exige combinar las iniciativas nacionales
con una reacción más global. El sindicalismo en escena.
El movimiento sindical también se viene dando cuenta de esto y
de que es necesario cambiar su estrategia. Los sindicatos conforman la
parte más tradicional y estructurada del movimiento social. Sin
embargo, por lo general no atraen la misma atención de la prensa
que otras organizaciones que actúan en el terreno de la actual
movilización antineoliberal. Posiblemente esto ocurre porque los
sindicatos repre- sentan básicamente sectores sociales incluidos,
esto es, los trabajadores con relaciones de trabajo formales que ya conquistaron
una cierta rutina de negociación colectiva y de relaciones institucionales.
Los trabajadores construyen también su protagonismo en ese movimiento.
La huelga general en Francia contra el Plan Juppé, en 1975/76,
adquirió un carácter de solidaridad en común, por
defender intereses del conjunto de la población respecto a la seguridad
social, y contribuyó a la introducción de cambios políticos
en el país, cuyos resul- tados positivos se hacen presentes hasta
hoy. La huelga de UPS en los Estados Unidos, que conquistó la formalización
de 10.000 contratos precarios, fue también un golpe importante
a uno de los conceptos neoliberales, la flexibilización de derechos,
así como la huelga general en Corea del Sur de 1997, que derrotó
en aquel momento las intensiones gubernamentales de flexibilizar la legislación
laboral. Las recientes moviliza- ciones de los sindicatos sudafricanos
han dado otra dirección a los programas de privatización,
y nuevamente los compañeros sudcoreanos están en acción
por el mismo motivo, ante la amenaza de privatización del transporte
público y la energía eléctrica. Y, en días
pasados, Italia fue totalmente paralizada por una huelga general contra
cambios adversos en las leyes de protección al trabajo. Sin embargo,
así como el mercado de trabajo se modificó profundamente
en los países industrializados y en aquellos que buscaban la sustitución
de importaciones a partir de la década del 30, lo mismo pasó
con el modelo de organización sindical.
El modelo tradicional era típicamente de organización de
artesanos que tuvo que adaptarse al sindicalismo industrial con el advenimiento
del Taylorismo. Actualmente, el sindicalismo industrial provee el modelo
de organización para cualquier tipo de sindicato, incluso para
los trabajadores del campo. Hoy estamos en transición hacia nuevos
modelos productivos y se hace necesario que los sindicatos se adapten.
No podemos dejar de organizar a los trabajadores informales, lo que puede
inclusive ser facilitado con la construcción de alianzas con otros
actores sociales que ya actúan en este medio. Esa política
de alianzas, además de proporcionar un espacio político
para los sindicatos junto a los trabajadores excluidos del mercado formal
de trabajo, será fundamental también para impulsar la lucha
contra la globalización neoliberal. Algunas organizaciones sindicales
necesitan de más tiempo para concienciarse de esto, aunque muchas
ya se dieron cuenta de la importancia de este paso. También hay
buenas noticias. No hay dudas de que hay avances en esta lucha más
general, principalmente si tratáramos de medir la reacción
de la derecha, que no es pequeña, según nos demuestran los
hechos como la formación de la coalición antiterrorista
y las agresiones militares que vienen promoviendo; la suspensión
de los derechos civiles básicos en varios países; la reocupación
de Palestina por las tropas israelíes; la elección de gobernantes
conservadores en Australia, Dinamarca y Nicaragua, con base en el discurso
de la seguridad y la xenofobia; el golpe contra el presidente de Venezuela;
la insistencia del FMI en presionar a Argentina para que siga con las
políticas económicas neoliberales, a pesar de que éstas
llevaron el país al abismo, entre otros. Estas son las malas noticias.
Las buenas son, asimismo, que el movimiento social no se dejó subyugar.
Una parte expresiva de la población venezolana reaccionó
al golpe, así como parte importante de la comunidad internacional.
Indepen- dientemente del mérito del gobierno de Chávez,
lo que estaba en juego era la democracia.
El movimiento antiglobalización neoliberal volvió a demostrar
su vigor a partir del II FSM de Porto Alegre y la reciente movilización
en Barcelona. Incluso al interior de los Estados Unidos, donde la situación
está más difícil por el trauma de los atentados terroristas,
hay un retorno del movimiento. Y en el Oriente Medio, a pesar de toda
la truculencia aplicada contra los palestinos, centenas de militantes
de varios países manifestaron in situ su solidaridad con el pueblo
agredido. La campaña contra el ALCA (Area de Libre Comercio de
las Américas) en América Latina viene también alcanzando
proporciones importantes. El contenido extremadamente protec- cionista
del Trade Promotion Authority (TPA), aprobado en el Congreso estadounidense,
es la mayor prueba del carácter impositivo y unilateral de la política
comercial norteamericana y nos ha dado una munición importante
en el debate con nuestros gobiernos, que insisten en proseguir con estas
negociaciones, revelando lo entre- guistas que son. A partir de la resolución
de Alianza Social Continental, aprobada en octubre de 2001 en Florianópolis
Brasil, de promover una amplia campaña continental contra
el ALCA, por intermedio de debates, consultas y movilizaciones diversas,
ha habido varias iniciativas importantes. En Brasil conseguimos reunir
más de 500 personas por fin de semana, para debatir el tema y prepararnos
para el plebiscito que realizaremos en setiembre. Lo fundamental ahora
es proseguir. Tenemos toda una agenda que cumplir a nivel nacional, continental
y mundial. Hay varias propuestas hasta el momento para realizar Foros
Sociales regionalizados antes del tercero de carácter mundial,
que se realizará en Porto Alegre en enero de 2003, globalizando
aún más la lucha. Hay un crecimiento de ese proceso, cualitativamente
y cuantitativamente, lo que nos permite visualizar una luz de mucha esperanza
al final del túnel.
(*) Kjeld Jakobsen es secretario de Relaciones Internacionales de
la Central Unitaria de los Trabajadores de Brasil (CUT), presidente del
Observatorio Social de la CUT y miembro del Comité Organizador
del Foro Social Mundial. © "Alai-amlatina"
Gara
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