“Cuando la gente se cabrea En los últimos años hemos visto como en el estado español se han multiplicado las movilizaciones contra la política del gobierno, la inmensa mayoría de ellas de carácter pacífico. También hemos visto cómo desde las huelgas estudiantiles contra la LOU (2001-2002) hasta las multitudinarias manifestaciones contra la catástrofe del Prestige y contra la guerra (2002-2003), que si bien logran impactar a la opinión pública, el gobierno opta directamente por hacer oídos sordos e imponer los intereses económicos por sobre las exigencias de amplios sectores de la población. El sistema tiene perfecta capacidad para asumir manifestaciones por multitudinarias que sean, gracias a su mediatización. Los medios de comunicación trabajan intensamente para tergiversar, reconducir y reducir el alcance del mensaje de las protestas. Esto evidencia que las movilizaciones se han limitado a producir un efecto de propaganda a corto plazo y no a provocar el derribo efectivo de las imposiciones gubernamentales. El movimiento estudiantil, así como el movimiento antiguerra, no han sabido dotarse de herramientas de presión; no han sabido minimizar o anular el papel de los medios y buscar formas de acción que permitan avanzar a hacia sus objetivos políticos sin depender de lo guapos que salgamos en la tele. Si el gobierno “respeta” la opinión de los que se oponen a una ley de mercantilización de la Universidad como la LOU, pero impone dicha ley por ser “mejor para los estudiantes españoles”, al movimiento estudiantil no le quedará más remedio que, además de las manifestaciones pacíficas, utilizar otras formas de presión para contrarrestar la mediatización de la lucha: cortar calles, desarrollar la huelga indefinida, atacar físicamente a las instituciones responsables directas, etc. El momento para usar la violencia “Somos el resultado de lo que durante años Muchas veces se oyen desde la izquierda voces que critican el uso de las acciones violentas “porque no es el momento”. Cuando empezaron las manifestaciones antiguerra en Madrid del 20-22 de marzo de 2003, todo apuntaba a que el gobierno jugaría sus cartas coherentemente. Según el presidente Aznar, el enemigo estaba en Irak, la violencia sería usada contra Saddam para evitar violencias mayores, etc. Obviamente no era el momento de usar la violencia contra el pueblo en el Estado español; era el momento de ganar cuotas de credibilidad ante el aumento del descontento social. Por eso lo que nadie imaginaba era que la policía reprimiría con tanto salvajismo a manifestantes que se arrodillaban con los brazos en alto ante los antidisturbios para pedir el fin de la masacre al pueblo iraquí(1). Los porrazos y los hospitalizados durante esas jornadas se multiplicaron asombrosamente, evidenciando lo siguiente: Muchos manifestantes tragan con el discurso desmovilizador de que “no hay que usar la violencia porque no es el momento” sin caer en la cuenta de que, después de todo, para el pueblo nunca llega el momento de usar la violencia, mientras que el gobierno siempre la usa, sea o no sea “el momento”. La policía reprimió las manifestaciones antiguerra cuando estas se dirigieron a las sedes del PP, al parlamento, cuando los manifestantes bloquearon las principales calles de las ciudades(2); en definitiva, cuando se desestabilizaron efectivamente las formas institucionales de orden y control social impuestas. Para la clase dominante, en cualquier momento de la lucha política, el único objetivo es mantener su poder sobre la clase dominada. Si se puede o conviene hacerlo pacíficamente, mejor; sin embargo, si conviene o la única forma de conseguirlo es empleando la violencia, no dudará en hacerlo a cualquier nivel. Dotarnos de mecanismos de presión “Los coches cruzados en la calzada En las últimas semanas, asustados sectores del movimiento antiglobalización han abogado por acabar con “las manifestaciones sin sentido” y fabrican una supuesta crisis interna provocada por “la lógica del asedio y el hostigamiento a los poderosos”(3). A pesar de ello las recientes citas anticapitalistas (cumbres G8 en Evián(4) y UE en Tesalónica (5)) son un buen ejemplo de que la movilización popular debe ir acompañada de una contundente acción directa. Los bloqueos de vías y el enfrentamientos con las fuerzas represivas cristalizaron una política que no puede ser mediatizada tan fácilmente. Los medios pueden manipular el mensaje de las protestas pero no pueden reducir su efecto desestabilizador, que es real (directo) y no simbólico. Los movimientos populares de protesta deben tener en cuenta que las batallas se ganan con la presión real y no simbólica. La movilización pacífica de masas es necesario combinarla con la paralización de la producción, el bloqueo de carreteras, el ataque físico a estructuras políticas o económicas, la autodefensa ante la represión policial... Las grandes empresas mediáticas siempre van a estar al servicio de los poderosos, independientemente de la forma en que nos manifestemos. Por eso debemos fortalecer conscientemente nuestros mecanismos de presión para driblar la agresión de esos medios de comunicación, que no sólo tiene por objetivo mostrar una España que “va bien”, sino además delimitar los márgenes de nuestra lucha y evitar así que en algún momento podamos llegar a desestabilizar la “paz social”. Notas: 1. www.lahaine.org/global/minuto_21mantiguerra_madrid.htm 2. www.lahaine.org/global/20m_antiguerra_resumen.htm 3. “Post-Salónica. Apuntes sobre una crisis”, IndyACP. acp.sindominio.net/article.pl?sid=03/06/25/2127208&mode=thread&threshold=0 4. www.lahaine.org/global/evian03.htm 5. www.lahaine.org/global/tesalonica03.htm 12/08/03 |
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