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Acerca de la coordinadora anarquista de Sevilla
x Paco Gamboa
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Me permito escribiros algunas consideraciones, respecto
al artículo titulado: ¿Por qué no ha funcionado
la coordinadora anarquista de Sevilla?, y editado en La Haine.
Creo que, en parte, habéis contestado a vuestra pregunta, en la
que decís:
"En el campo de batalla, ha triunfado el miedo, la campaña
de terror contra el pequeño movimiento ocupa de la ciudad ha hecho
mella en muchos de los nuestros, que se han quitado de en medio mientras
sus compañeros seguían trabajando a pesar de las amenazas
y los golpes".
Para comenzar, deciros que no milito en el espacio libertario desde hace
años, aunque comparta muchos de sus postulados. Sí en cambio
participé en la manifestación unitaria, muy cerca de vosotros,
y seguí de cerca todo lo que ocurría. Por esa razón
considero que el problema central, no de esta manifestación, sino
de todo el movimiento reivindicativo, rebelde y revolucionario de Andalucía
es, EL MIEDO.
Pero ese miedo al que aludís no es un miedo circunstancial, o
coyuntural, sino que recorre todo el cuerpo social a lo largo de muchos
siglos de historia. Lamentablemente desde la izquierda, desde la más
moderada, hasta la más radical, nunca se han tomado la molestia
de reflexionar ni analizar porqué nos recorre es miedo, que desde
la más tierna infancia hemos mamado de los pechos de nuestras madres.
Esa es la razón de este escrito.
El miedo es el arma de los poderosos (la minoría opulenta), para
doblegar a la mayoría. Es necesario, para dominar el miedo, y combatirlo,
definirlo, localizarlo. Esa es la primera condición. Luego combatirlo.
UNA EXPERIENCIA PERSONAL
El primer aldabonazo.
No voy a entrar en una análisis teórico de este problema,
pues basta que os cuente mi propia experiencia personal, para luego hacer
mi propia reflexión.
Nací de padres de pequeños campesinos y medio jornaleros,
en cuyo seno familiar el miedo lo mamamos a través de la leche
materna. "ver, oir y callar" era el primer consejo que recibimos
de nuestros padres para poder sobrevivir, puesto que la rebeldía
en los pueblos andaluces, si dependes de un jornal, era una pesada carga
que te marginaba. En las cuadrillas, cuando aún se escardaban los
trigos, los más viejos, cuando me veían leer, me espetaban
"que el señorito nunca sepa lo que tu sabes. Nunca leas delante
de la cuadrilla, pues hasta los olivos ven y oyen". Mala cosa para
un jornalero que los señoritos sepan que te preocupas de leer,
y de saber.
En una de las huelgas de jornaleros, por el año 68, para reivindicar
mejoras salariales, la guardia civil nos interrogó y se nos maltrató,
desde ese momento tuve que despedirme de ser contratado por nadie. Me
fui a Barcelona y comencé a buscar trabajo, y no tardé en
encontrar un empresario que me contratara, pero ese fue el primer aldabonazo
a mi conciencia de luchador y de andaluz.
Llego a pedir trabajo, como lo hacíamos en Andalucía, y
cuando me enteré de la hora y el día de comienzo, me fui
para atrás de nuevo. El empresario me llama y me pregunta ¿es
que no te interesa saber las condiciones de trabajo: salarios, horario,
etc.? (lo hizo con la mayor naturalidad). Esa actitud me dejó fuera
de juego, pues en Andalucía si se te ocurre preguntar, eso mismo,
teníamos por seguro que nos mandaban a freír espárragos.
¿Como se me podía ocurrir preguntar por el sueldo, las horas
y demás condiciones de trabajo? Solo se busca trabajo, y para lo
demás hay que callar, si no quieres que te dejen en la calle. Esa
era la lógica de los señoritos, y esa lógica se hace
costumbre en cualquier trabajo: las fábricas, la construcción
etc.
¿Y cual es la causa?............. EL MIEDO, solo el miedo que
llevamos en las venas, en los más recónditos espacios de
nuestra sangre y nuestras venas. ¿pero donde nace? ¿como
es posible llegar a ese extremo?
Segundo aldabonazo. El origen social
Pero el miedo puede ser individual, o colectivo. Los fantasmas, los duendes
y los sueños penetran en tus sentimientos para crear un universo
para cada uno de nosotros, pero ¿como se crea el miedo colectivo?
Cuando llego a Cataluña (o Catalunya) me integro en los movimientos
organizados de la izquierda, especialmente activos en los pueblos que
circundan la metrópoli. Los andaluces, que debimos emigrar por
razones económicas, también nos fuimos como exiliados, y
ocupábamos los trabajos menos cualificados, como es normal en la
emigración, pero por esa razón, también teníamos
un protagonismo muy destacado en las luchas sociales, ya que el miedo
que sentíamos en Andalucía, se disipaba en Cataluña,
como si el aire te despojara de los fantasmas. No es que sintiéramos
miedo, cosa impensable para cualquiera que haya asistido a una simple
manifestación, sino que ese miedo ya no era ancestral, sino circunstancial,
cercano pero breve.
No teníamos opciones, ya que no nos identificábamos ni
con la cultura católica, ni con el Islam pues era una religión
de los infieles que invadieron nuetros territorios, nos obligaron a cambiar
de religión y hasta de lengua. Ese era el otro complejo, el otro
miedo, el de la herejía, los infieles, los apestados colectivos.
¿como mirar la historia, nuestra historia como pueblo? Eso era,
además, un espacio del pensamiento reaccionario y pequeño
burgués. Pero ¿como explicar los problemas, las actitudes,
los prejuicios, complejos y demás características sociales
de los andaluces? ¿porqué esa sumisión, ese miedo,
esa indolencia congénita?
Buscando las raíces
Cuando vuelvo a mi tierra, a Sevilla, comienzo a investigar por mi cuenta
el problema de la tierra en Andalucía, especialmente en la época
medireview, o sea en los tiempos de al-Andalus. Mi sorpresa era cada día
un poco mayor, pues me encontraba con un universo totalmente desconocido
por mí. Los fundamentos de la propiedad (que no era personal, salvo
como administrador) era desconocida en los términos de propiedad
privada (bajo el principio del derecho romano: usanti et abusendi), los
sistemas administrativos, jurídicos, etc., eran para mí
admirables, pues resolvía, con ello, cuestiones planteada por la
Reforma Agraria de la II República, de haberse tenido en cuenta.
¿Cómo era ello posible? Y sobre todo ¿cómo
habíamos desandado tanto en la historia, o en los derechos sociales?
Ello me exigió buscar los principios de esa sociedad, y para ello,
no podía más que ir a las fuentes: indagar en la historia
no oficial.
La historia desconocida
Algunas personas del entorno anarquista, nos dispusimos a indagar en
esas lides. Leímos a Américo de Castro, a Ignacio Olagüe,
y otros historiadores críticos. El más radical de ellos,
Olagüe, era un catedrático catalán, el cual escribió,
y editó en Francia, en los años 60 el estudio titulado,
Los árabes no invadieron la Península, y luego fue editado
por la Fundación Juan March, bajo el título La revolución
islámica en occidente. Este libro era imposible encontrarlo en
las librerías o en la editoras, por lo que decidimos hacer una
edición pirata, la cual todavía sigue circulando, pero nunca
se ha vuelto a editar más.
Con estos estudios, la percepción de toda la historia comenzaba
a tomar una coherencia desconocida hasta entonces. Desde esa perspectiva
se comienza a comprender muchas de las cosas que ocurren en Andalucía,
y en otras comunidades en el Estado Español, sobre todo el MEDO
que atenaza a la sociedad. Me refiero al miedo colectivo, gregario, el
que se mama a través de la leche materna, que heredamos en los
genes de nuestros antepasados. La luz comienza a despejar las mentes y
el miedo, real como la misma naturaleza, toma cuerpo, se ve, es conmensurable
y, por ello, también superable y combatible. Solo falta que se
le presente a la sociedad el MIEDO tal cual es, sin tapujos, sin ocultamientos,
para que todos sepan los límites de ese miedo. Es la antesala de
la libertad, pero no esa libertad formal que nos ofrece muchas palabras,
y pocas soluciones a nuestra vida cotidiana, sino la real, al sentimiento
de rebeldía positivo, ese que nos lleva a luchar por lo que consideramos
justo y noble, ese al que consideramos que: quien no tiene razones para
morir, es que no tiene razones para vivir.
Bien, pues siguiendo con mi relato, leyendo y releyendo la historia,
expondré someramente, cual es mi percepción de todo ello,
y me vais a permitir que me remonte muy atrás en la historia.
Los fundamentos históricos de la intolerancia
En los colegios nos hablaron de la epopeyas heroicas de los visigodos,
y nos obligaron a aprendernos de memoria los nombres de sus reyes. Pero
detrás de esa historia había otra que nos fue ocultada.
Los visigodos, como el resto de los bárbaros, eran seguidores
de la secta arriana, considerado herética por la iglesia de Roma.
Cuando llegan a la Península, Roma se había hecho cristiana
trinitaria y, por ello, con el poder del estado romano, toda aquella comunidad
que no aceptaran los dogmas trinitarios, serían perseguida y eliminada.
Sin embargo el cristianismo de la bética tenía un origen,
y una influencia muy particular, pues además de que ya tenían
un importante legado intelectual, como el de Isidoro de Sevilla y otros,
recibía la influencia de otras comunidades denominadas orientales,
como los sirios y los judíos.
Los sirios, de origen árabe, pero de religión cristiana
(el Islam todavía no había nacido) y de lengua latína,
puesto que pertenecían al Imperio Romano, así como los judíos,
estaban al corriente de la cultura clásica, griega, helenística
y romanizada, como lo demuestra el propio Isidoro de Sevilla. Los visigodos
en cambio, no poseían ese importante legado cultural, lo cual les
hacía estar en inferioridad cultural frente a los cristianos. Pero
esos cristianos de la Bética no eran, todos, trinitarios, sino
que existía un profundo debate teológico y filosófico
entre unitario (entre ellos loas arrianos) y los trinitarios, así
como a los judíos y al paganismo de los hispano romanos. La crisis
ideológica era más que evidente.
Bien, pues ante el desmembramiento del poder Romano, las aristocracias
(goda, hispano romana o bética, judía y siria) tratan de
hacerse con el poder. Por esa razón tan pronto se convertían
en arrianos como se convertían al rito trinitario, cuyo ejemplo
más evidente lo tenemos en Leovigildo y su hijo Hermenegildo, quien
llego a rebelarse contra su padre, que era arriano, al convertirse Hermenegildo
al catolicismo. Los arrianos fueron tolerantes con los otros ritos o religiones,
mientras los católicos se mostraron dogmáticos e intolerantes.
Ellos fueron los que comenzaron a practicar la conversión forzosa
de los judíos, y los que decretaron el destierro, la expropiación
y hasta el ajusticiamiento. Esa es la raíz de la hispanidad de
los católicos.
Cuando ya la situación se hizo insostenible, se produjo una revolución
(la que muestra con sus investigaciones Ignacio Olagüe) y los trinitarios
(los católicos más intransigentes) fueron derrotados. Comienza
al-Andalus. Este al-Andalus, cuya economía social estaba más
vinculada al mercantilismo, que a la posesión de la tierra (el
feudo europeo), accede a un estatus político muy avanzado con respecto
a otras regiones de la Península y de Europa, ya que en ella se
consideraba el estatuto de ciudadano, denominado andalusí, ya fuese
este cristiano, judío o musulmán, frente al término
español, un término de origen provenzal, y que define a
los habitantes de los reinos cristianos del norte Peninsular, frente a
los habitantes de al-Andalus. O sea, que lo español era sinónimo
de católico, y no podía haber disidencias entre ambos términos.
Este estado, conocido como Califal, conoce un desarrollo en todos los
ordenes de la vida económica, social, intelectual, científica
y técnica sin precedentes, pero este mismo desarrollo, una vez
alcanzado cierto grado, entra en contradicción, la cual no conoce
alternativa y por ello comienza una prolongada decadencia, natural en
todas las sociedades. Esta decadencia es aprovechada por los bárbaros,
primero procedentes del sur, y luego del norte.
En el sur, y coincidiendo con la aparición de las escuelas jurídicas
musulmanas, ya entrado el siglo X, las tribus almohades se erigen en defensoras
de la ortodoxia musulmana, y ante la crisis de al-Andalus penetran para
poner orden, lo que supone la primera verdadera invasión musulmana
de la Península. Posteriormente invaden la Península nuevas
tribus, aún más ortodoxas que los almohades, más
rigoristas y más puritanos, lo que provoca una radicalización
entres las comunidades religiosas, y nuevas divisiones y persecuciones
de la intelectualidad heterodoxa, como Ibn Hazm de Córdoba, Averroes,
etc. Con ello los cristianos de al-Andalus comienzan a organizarse contra
esos invasores y los cristianos del norte para atacar e invadir los territorios
andalusíes.
La invasión del norte, que se origina en los reinos católicos
del norte (los antiguos derrotados en el 711), se preparan para la revancha.
En esta empresa reciben, además, la ayuda del Papado de Roma y
de los francos quienes declaran una guerra de conquistas territoriales
propio de los reinos feudales de esos siglos, en consonancia con la guerra
contra las herejías. Los cátaros (cristianos herético,
a los ojos de Roma), en el sur de Francia, conocerá la implantación
de la primera Inquisición, como modelo de justicia contra los herejes
y contra los infieles, y que se trasladará a la Península,
contra los judíos y los musulmanes, con la excusa, en un primer
momento, de la pureza de sangre.
Los nuevos conquistadores, que se basarán en la antigua legislación
visigótica, recuperando los viejos modelos de conversiones forzosas,
destierros, expropiaciones, y un largo etcétera, como en su día
hiciera el estado visigodo. Esa es la ideología que impregnará
toda la mal llamada Reconquista, y que supondrá la primera gran
limpieza étnica europea.
Dos modelos enfrentados
En esta prolongada guerra, que según la literatura épica
española duró ocho siglos, no es más que el enfrentamiento
de dos modelos de sociedad, en todos los campos. La una, basado principalmente
en una sociedad mercantilista, derivada de una economía productiva
y manufacturera, y que regula todas sus transacciones e intercambios sociales,
por el estatuto de ciudadanía, cualquiera que fuese su ideología
o religión (salvo los momentos de conflictividad natural y de crisis).
La otra, una sociedad feudal, basada en la propiedad y pertenencia de
tierras y súbditos al señor feudal, no contempla más
que un sentido de pertenencia y fidelidad religiosa y lingüística.
En cada conquista territorial de al-Andalus, los nuevos señores
optan por firmar Capitulaciones, con el fin de que los andalusíes
expropiados, musulmanes o judíos, pudieran conservar sus vidas
a cambios de seguir trabajando la tierra y los oficios. Pero la confrontación
ideológica y religiosa no tiene solución, ya que tanto los
musulmanes como los judíos, no aceptan la conversión que
le exigen los católicos.
Por ello, la solución definitiva es la conversión forzosa,
o la expulsión de sus tierras, sus casas y sus pueblos. Unos optan
por la conversión forzosa, con lo que nacerá la denominación
de morisco, otros aceptan el destierro como única forma de salvar
su vida y la de su familia, finalmente, muchos de esos conversos lo son
en apariencia, practicando sus propia cultura, lengua y demás hábitos
sociales y culturales.
La Conquista de Granada será el final del modelo andalusí,
y el principio del modelo español. Desde ese momento, el cardenal
Cisneros, inaugura una nueva forma de gobernar, y un nuevo modelo social
y político, basados en la intolerancia de la heterodoxia, la persecución
del hereje, el infiel, o sencillamente el diferente a ese modelo. Las
sucesivas pragmáticas de los sucesivos reyes, prohibiéndose
la lengua, el vestido, las costumbres culinarias, los cantes, los bailes,
y un largo etcétera, marcarán los últimos cinco siglos
de la historia de Andalucía.
Las rebeliones andaluzas, y el trasfondo cultural
Las persecuciones de los moriscos primero, luego de los gitanos, de los
protestantes (por cierto, tan importantes como desconocidos), de los anarquistas,
etc., son a lo largo de estos siglos, la manifestación de un impulso
de la sociedad andaluza por superar ese miedo impuesto por tanta persecución,
pero también un impulso por reprimir toda manifestación
de esa disidencia, a sangre y fuego.
Esos modelos de persecución han perdurado hasta recientemente,
como pude sufrir yo mismo cuando todavía era un niño. Recuerdo
en los años 60, en una campaña de las MISIONES, que se trasladaban
de pueblo en pueblo a cristianizar (esa era la denominación que
le daban). Eran unos señores misioneros, con una túnica
marrón, con una enorme capucha, que les ocultaba el rostro, y que
salían por las noches obligando a todo el mundo a que se sumara
al rosario de la aurora, recorriendo las calles del pueblo rezando en
voz alta, para que todo el mundo se enterara. Por las tardes salían
esos misioneros todos juntos, llevando un largo garrote o bastón,
entrando por los bares, las tascas y las casas para que todos, hombres
y mujeres, asistieran a los santos oficios. Aquellos que se negarán,
serían señaladas sus casas con un señal, en forma
de cruz, en las puertas de entrada.
Pero a pesar de analfabetismo impuesto, existía una cultura social
de desprecio y odio a esas prácticas. Ese odio contenido, que te
corroe las entrañas y que cuando ya no puede más, revienta
e invade los campos y las calles. Esa era la mecha que saltaba en las
rebeliones sociales en Andalucía, las mismas que luego eran apagadas
con balas y fuego, como en Casas Viejas y su líder seisdeos.
La composición social, estructurada en los señoríos
latifundistas o los verdaderos dueños del poder, el caciquismo
rancio en el que se integraba los curas(poder religioso), la guardia civil
(poder militar) y los alcaldes (poder político), se situaban todos
ellos sobre la cultura del miedo impuesto sobre las clases trabajadoras.
Todo aquel que destacase por sus lecturas prohibidas, por sus rebeldía
descarada o por su rechazo a la cultura imperante, era automáticamente
señalado en el pueblo, en listas negras que circulaban verbalmente
a través de los casinos, los confesionarios o las complicidades
con la guardia civil. Pero el mejor método implantado, desde la
inquisición era la confesión, el rito religiosos en el que
la iglesia te exigíala confesión de todos tus pecados, terrenales
y espirituales, mediante el que se detecta al rebelde incipiente o al
sumiso.
El miedo a hablar de lo evidente, de reivindicar lo necesario, o de informarse
de tus derechos era un dato suficiente para estar en la hoja de servicio.
Toda esa represión se ha acumulado en nuestra memoria, en nuestras
entrañas y en lo más recóndito de nuestro ser. Ese
ejército invasor ya no está en los uniformes militares,
ni en la policía, sino que se ha adueñado de los colegios
y las universidades, mediante la cual se nos escribe la historia y se
nos adoctrina. El dominio ideológico en las instituciones educativa
es tan fuerte, y tan férreo, que hasta los intelectuales son incapaces
de cuestionar el establismen constituido.
La democracia de las palabras
Lo ocurrido en las actividades antiglobalización de este año
2.002, no es una situación excepcional, aunque para los que vienen
de fuera les parezca que sí. Yo que he vivido en Cataluña
se que les parece algo extraño ese miedo, que no se es capaz de
reconocer, sobre todo si te consideras un hombre o una mujer de izquierdas,
pero se vive y se palpa.
Le democracia no ha venido a instaurar derechos, que para los andaluces
debe ser de carácter histórico y social, además de
económicos. La democracia de las palabras no a hecho justicia con
los andaluces y otros territorios del Estado Español, ya que no
basta con tener derechos de expresión, cuando se ignora el derecho
elemental a disponer de los recursos materiales esenciales. El bienestar
no es solo el derecho a comer, sino a otras necesidades esenciales, como
el de poseer una identidad colectiva, y a que se reconozca la cultura
que ha emanado de los pueblos a lo largo de los siglos.
Sería absurdo tener miedo a algo difuso, sin que responda a algo
real, si no es porque ha penetrado en nuestra interioridad más
profunda. Se puede tener miedo a la manifestación que se celebró
el día 22 de Junio en Sevilla, pues la propaganda mediática
del poder fue masiva, y porque se constataba una masiva y agresiva presencia
policial, pero tener miedo a desarrollar actividades antiglobalización,
demuestra que existen razones ocultas que no se quieren reconocer, o que
se ignoran.
Esa es la crítica que aquí expongo, y que es más
que evidente. El miedo a enfrentarse al PODER, pero no al poder del gobierno
sobre el que nos ampara el estado de derecho, sino al PODER con mayúscula,
a ese que rige nuestras vidas cotidianas, al que nos vigila cada día
en la empresa, en la universidad, en el barrio, en el tajo, o en el juego
o el ocio. Numerosos intelectuales y profesores de nuestras Universidades
estarían dispuestos, no a hacer críticas políticas,
sino a desarrollar espacios de investigación sobre la historia,
la cultura, los factores que coartan a los andaluces salir de su postración,
pero la prudencia de la supervivencia en el puesto de trabajo se lo desaconsejan.
O la simple publicación de trabajos, de líneas de investigación
son obstruidas o cegadas por ese poder. Si no que se investigue que lo
le ocurrió al propio Ignacio Olagüe con su investigación
histórica, y a sus trabajos y publicaciones, o a la situación
de marginación en la propia universidad, por lanzar hipótesis
de trabajo razonada sobre la historia.
Que aprenda la izquierda que el poder también impone sus leyes
en la ciencia. Necesitamos rebeldes en las ciencias histórica y
sociales que sean capaces de jugarse su porvenir, de lo contrario el miedo
persistirá.
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