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Medio Oriente :: 10/06/2024

La estrategia brutal y perdedora de las FDI israelíes

Paul Rogers
Los inhumanos ataques sobre la población civil de Rafah no son un accidente

La matanza de al menos 45 palestinos (antes de la última de casi 300 personas) en una zona humanitaria cercana a Rafah ha provocado una indignación que rebasa con mucho el Cercano Oriente. Y, sin embargo, se espera que continúe la ofensiva israelí, y el martes se avistaron diversos tanques en el centro de Rafah, según declararon varios testigos a la agencia de noticias Reuters.

Se produce después de que el Tribunal Penal Internacional solicitara ordenes de detención contra Benjamin Netanyahu y el ministro de Defensa, Yoav Gallant, junto a tres altos dirigentes de Hamás, todos ellos por presuntos crímenes de guerra.

Por otra parte, el Tribunal Internacional de Justicia exigió a Israel que cesara su ataque contra Rafah y, durante unos días de la semana pasada, pareció que había indicios de que Israel se abstenía de un ataque total. El Instituto para el Estudio de la Guerra [Institute for the Study of War], con sede en los Estados Unidos, había informado de que las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) estaban utilizando «menos potencia aérea y artillería, y menos bombas, más pequeñas», y que los soldados estaban limpiando «zonas urbanas a pie».

Esto ha terminado con el bombardeo de la zona de Tal al-Sultan, donde la embestida de las FDI provocó un enorme incendio en una zona de tiendas de campaña para desplazados. Netanyahu puede describir el ataque aéreo como un trágico accidente, pero eso no sirve de mucho después de más de siete meses de constantes ataques israelíes que han causado la muerte de unos 35.000 palestinos y heridas a unos 80.000, con hasta 10.000 personas más dadas por desaparecidas, presuntamente muertas.

La guerra se encamina hacia su noveno mes, y durante ese tiempo el régimen de Netanyahu ha afirmado repetidamente que Israel está utilizando la fuerza dirigida contra Hamás, no contra civiles, pero esto contradice la conducción real de esta guerra y toda la forma israelí de combatir.

Desde el principio, las FDI extendieron sus ataques mucho más allá de las unidades paramilitares de Hamás. Escuelas, hospitales, plantas de tratamiento de agua y similares fueron objetivos tempranos, al igual que periodistas, trabajadores humanitarios y personal médico. La Universidad Islámica es sólo una de las dos universidades palestinas (junto con Birzeit, en Cisjordania) que figuran en las clasificaciones mundiales, y fue bombardeada menos de una semana después de iniciada la guerra. Desde entonces, todas las universidades de Gaza han quedado destruidas o dañadas.

La destrucción deliberada de infraestructuras civiles es de un modo inquietante algo habitual en las guerras urbanas actuales, ya sea por parte de Rusia en Mariupol o Grozny, o de los Estados Unidos, Reino Unido y Francia en Mosul, pero la pura destructividad de la forma israelí de hacer la guerra se lleva la palma. Este uso de la «fuerza desproporcionada» puede constituir una extensión de la Doctrina Dahiya, que, según se cree, se originó en un distrito de Beirut durante la guerra de 2006 en Líbano contra Hezbolá. Se deriva de la aceptación por parte de las FDI, rara vez reconocida en público, de que es casi imposible derrotar a una insurgencia urbana atrincherada, especialmente si los insurgentes están dispuestos a morir por su causa.

Remontándonos al asedio de las FDI al oeste de Beirut en 1982, y que se repitió en 2006 en el Líbano y en las cuatro guerras de Gaza que precedieron al conflicto actual, se basa en un entendimiento implícito de que, en una operación de contrainsurgencia urbana, las pérdidas israelíes llegan a ser demasiado elevadas. Acaban siendo políticamente inaceptables, aunque las pérdidas palestinas sean diez o veinte veces mayores.

Según la Doctrina Dahiya, el uso prolongado y generalizado de la fuerza contra la población civil en general tiene dos objetivos específicos: el primero, a corto plazo, consiste en minar el apoyo a la insurgencia, con el objetivo en Gaza de dificultar cada vez más las operaciones de Hamás. El segundo, a largo plazo, consiste en actuar como elemento disuasorio para futuros movimientos paramilitares de cualquier tipo, ya sea en Gaza, en Cisjordania ocupada o en el sur del Líbano. Para decirlo sin rodeos, lo que se ha hecho con Gaza es lo que ocurrirá con cualquier movimiento que desafíe la seguridad israelí allí o en cualquier otro lugar.

Uno de los análisis más claros de esa doctrina es de dominio público: Disproportionate Force: Israel's Concept of Response in Light of the Second Lebanon War [Fuerza desproporcionada: El concepto de respuesta de Israel a la luz de la segunda guerra del Líbano].
Publicado en 2008 por el Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de Israel, dos años después de la segunda guerra del Líbano, detalla el funcionamiento de la política, pero resulta difícil de conciliar con la carnicería, la destrucción y las matanzas de la guerra actual.

Para entender eso, y por qué Netanyahu conserva el apoyo suficiente para continuar con la guerra, hay que reconocer otros dos elementos. Uno es el impacto duradero del asalto de Hamás del año pasado. Incluso con el espantoso número de muertos palestinos desde entonces, las pérdidas israelíes del 7 de octubre han sacudido a la sociedad israelí hasta la médula.

Desde hace decenas de años, Israel se encuentra en una contradicción de seguridad: aparentemente inexpugnable, pero constantemente inseguro, debido al conflicto fundamental por la tierra y las gentes. Esta «trampa de inseguridad» persistirá indefinidamente a menos que se logre un acuerdo justo con los palestinos. Además, puede que Israel sea vea a sí mismo como una democracia, pero si se tiene en cuenta todo el territorio controlado por Israel, es la población no judía de ese «gran Israel» la que tiene ahora una pequeña mayoría en conjunto.

El segundo elemento es que la guerra va mal para los israelíes. A pesar del uso masivo de la fuerza por parte de las FDI y de la destrucción de gran parte de Gaza, Hamás sobrevive y sigue reconstituyéndose. El fracaso de las IDF ya estaba quedando claro hace varios meses, pero el régimen de Netanyahu no tiene otro lugar a donde ir, y Biden no va a dar todavía el paso clave de cortar todos los envíos de armas a Israel. Mientras los Estados Unidos, y, desde luego, Gran Bretaña, se nieguen a aceptar las decisiones de la CPI y la CIJ, Netanyahu puede sobrevivir.

Hay un signo esperanzador: el estado de ánimo de la opinión pública israelí está cambiando, lenta pero inexorablemente. Tras el ataque reivindicativo de Hamás del pasado octubre, el 70% de los israelíes pensaba que la guerra debía continuar hasta que Hamás fuera eliminada, pero una encuesta reciente reveló que el 62% pensaba que eso era ahora imposible. Israel sigue siendo una sociedad profundamente polarizada, pero eso significa que es posible que el final de la guerra llegue desde dentro.

The Guardian. Traducción: Lucas Antón para Sinpermiso.

 

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