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Mundo, Pensamiento :: 19/03/2025

Cómo la derecha se apropió de Antonio Gramsci

George Hoare y Nathan Sperber
La extrema derecha se pasó décadas intentando darle forma a los espacios intelectuales y culturales. Pero su versión de las ideas de Gramsci omite un elemento crucial: la lucha de clases

En un ensayo de 1991 titulado «Winning the Culture War: The American Cause» [«Ganar la guerra cultural: la causa estadounidense»], el pensador conservador radical Sam Francis invocó al difunto comunista italiano Antonio Gramsci para ofrecerle a la extrema derecha estadounidense un camino estratégico a seguir. Criticando al establishment de su país por no hacer «nada para conservar lo que la mayoría de nosotros consideramos nuestro modo de vida tradicional», Francis pidió nada menos que «el derrocamiento de las autoridades dominantes que amenazan nuestra cultura». Pero en cuanto a los métodos políticos necesarios para llevar a cabo tal derrocamiento, admitió que «encontraríamos poco en la teoría conservadora que nos instruyera en la estrategia y tácticas para desafiar a las autoridades dominantes».

En su lugar, argumentó, su bando tenía que «mirar hacia la izquierda» y, específicamente, a las ideas de Gramsci sobre el «poder cultural» y la «contrahegemonía». Gramsci, escribió, había subrayado la necesidad de construir «un establecimiento cultural compensatorio» que fuera «independiente del aparato cultural dominante» y «capaz de generar su propio sistema de creencias». Francis concluyó ominosamente: «La estrategia mediante la cual esta nueva revolución estadounidense puede tener lugar bien puede provenir de lo que se ideó en el cerebro de un teórico comunista moribundo en una celda de una cárcel fascista hace 60 años».

La confianza de Francis en Gramsci, una de las figuras más esenciales e inspiradoras del marxismo del siglo XX, fue un acto de acrobacia ideológica atrevido, aunque descarado, para alguien que más tarde fue destituido de su puesto de editor en el conservador Washington Times por declaraciones racistas y que hoy es recordado como un supremacista blanco. Sin embargo, su caso no fue ni el primero ni el más significativo de los intentos de la extrema derecha de apropiarse de las ideas de Gramsci.

Ya en 1955, el neofascista italiano Pino Rauti fundó una revista política llamada Ordine Nuovo, tomando deliberadamente prestado el nombre de la revista socialista revolucionaria que Gramsci había lanzado en Turín tras la Primera Guerra Mundial. En las décadas de 1970 y 1980, los miembros de la «nueva derecha» europea en Francia, Alemania e Italia mencionaron a Gramsci y le atribuyeron sus opiniones sobre el «poder cultural» y la «hegemonía cultural» (aunque el difunto revolucionario sardo rara vez, o nunca, utilizó estas dos expresiones). En EEUU, los derechistas culturales como Sam Francis siguieron los pasos gramscianos de sus homólogos europeos.

La fascinación de la extrema derecha por Gramsci no desapareció en el siglo XXI. El filósofo autodidacta inconformista y creador de contenido en YouTube Olavo de Carvalho, cuyas ideas influyeron profundamente en la presidencia brasileña de Jair Bolsonaro, de 2018 a 2022, fue descrito como «obsesionado por Gramsci». En Francia, Marion Maréchal --nieta de Jean-Marie Le Pen, sobrina de Marine Le Pen y una presencia en ascenso en la extrema derecha europea-- declaró en 2018 que «es hora de aplicar las lecciones de Gramsci». El actual ministro de Cultura de Italia, Alessandro Giuli que, al igual que la primera ministra Giorgia Meloni, es un antiguo miembro del neofascista Movimiento Social Italiano (MSI), publicó el año pasado un libro titulado Gramsci è vivo (Gramsci está vivo).

El nacimiento del gramscianismo de derecha

Para comprender la forma en que la derecha se apropió de Gramsci, hay que examinar una figura fundamental, aunque escurridiza: el escritor francés Alain de Benoist. Como principal arquitecto de la Nouvelle Droite (Nueva Derecha) francesa en los años setenta y ochenta, de Benoist fue pionero en la lectura selectiva y culturalista de los escritos de Gramsci, lo que lo hizo atractivo y utilizable para posteriores generaciones de activistas de derecha.

Al destacar solo los aspectos culturales e ideológicos de los conceptos de Gramsci de «hegemonía» y «guerra de posiciones», mientras descuidaba su fundamento en las relaciones de clase antagónicas bajo el capitalismo, la interpretación que hace de Benoist despojó al pensamiento gramsciano de su marco marxista. Del mismo modo, fue pionera en lo que podría denominarse como «gramscianismo de derecha», una fórmula y una estrategia distintas para participar en la política cultural desde la derecha. Basándose en una pequeña muestra de las ideas de Gramsci, al tiempo que ocultan su fundamento en el marxismo, los gramscianos de derecha distorsionan tanto su pensamiento y su política que sería erróneo llamarlos «gramscianos».

A mediados de la década de 1960, de Benoist, que entonces tenía poco más de veinte años, era un activista en los márgenes de la derecha radical de la política estudiantil parisina, primero en la Federación de Estudiantes Nacionalistas y más tarde en un grupo llamado Europe-Action. Este fue un período de derrota y desmoralización para su bando político. Estigmatizada por su colaboración con los ocupantes nazis, la extrema derecha francesa vivió al margen de la vida electoral en la IV República (1946-1958) y durante la presidencia del general Charles de Gaulle (1958-1969).

Aunque el propio De Gaulle procedía de la derecha tradicionalista de antes de la guerra, fue vilipendiado por la extrema derecha por haber aceptado la independencia de Argelia en 1962. La tormenta política contracultural de las protestas de mayo de 1968, lideradas por millones de estudiantes de izquierda y trabajadores en huelga, constituyó una nueva ofensa, que puso de manifiesto la irrelevancia cultural y la marginación política de la extrema derecha en la Francia de la posguerra.

En un intento por hacerle frente a las circunstancias desfavorables en las que se encontraba la extrema derecha francesa, de Benoist y sus asociados crearon el Grupo de Investigación y Estudio de la Civilización Europea (GRECE, por sus siglas en francés) en 1968. El GRECE no pretendía ser un partido político, sino un club intelectual, cuya misión era participar en lo que de Benoist denominó «metapolítica»: configurar el clima intelectual y cultural de la sociedad en lugar de participar en la acción política directa.

El GRECE afirmaba defender las tradiciones de la «civilización indoeuropea», identificando a numerosos adversarios, tales como el marxismo, el socialismo, el comunismo, el igualitarismo, el universalismo, el liberalismo, el cristianismo y el «americanismo». En la década de 1980, contaba con unos 2500 miembros y sus conferencias anuales podían atraer a más de mil participantes.

Gramsci sin Marx

En la década de 1970, de Benoist comenzó a citar a Gramsci como una influencia importante, describiéndolo como el principal teórico del «poder cultural». «En cierto modo --escribe de Benoist en su colección Les idées à l'endroit [Las ideas en su lugar] (1979)--, y limitándonos a los aspectos puramente metodológicos de la teoría del "poder cultural", algunas de las opiniones de Gramsci resultaron proféticas». De Benoist afirmó, además: «Todas las grandes revoluciones de la historia concretaron en el plano político evoluciones que ya habían tenido lugar en la mente de las personas. (...). Esto es lo que el italiano Antonio Gramsci había entendido bien».

Según de Benoist, Gramsci había comprendido que, en una sociedad avanzada, la «transición al socialismo» no se produce «ni mediante un golpe de Estado ni mediante una confrontación directa, sino a través de la transformación de las ideas generales. lo que equivale a una lenta remodelación de las mentes. Lo que está en juego en esta guerra de posiciones es la cultura, que a su vez se entiende como el centro de mando de los valores y las ideas». En 1981, GRECE había adoptado plenamente esta perspectiva, organizando su conferencia anual en torno al tema «Por un "gramcianismo de derecha"», un momento que coronó la toma de control intelectual de las ideas del comunista italiano por parte de Benoist.

Sin embargo, GRECE nunca logró su ambición declarada de instalarse en las alturas dominantes de la vida cultural francesa y redefinir el sentido común y los valores morales de la población. En su momento de mayor influencia, a mediados de la década de 1980, los miembros de GRECE colaboraban regularmente en la edición de fin de semana del diario Le Figaro, una importante plataforma mediática, pero apenas suficiente para ganar la «guerra de posiciones».

El GRECE también sufrió conflictos internos, sobre todo porque las posiciones de Benoist se inclinaban ocasionalmente hacia la izquierda. En la década de 1980, para consternación generalizada de la derecha, el GRECE declaró su preferencia por la URSS sobre los EEUU en la Guerra Fría, justificando esta postura con el argumento de que la Unión Soviética era menos favorable que los EEUU al «universalismo, igualitarismo y cosmopolitismo». Mientras tanto, el Frente Nacional (FN) de Jean-Marie Le Pen logró sus primeros avances electorales. A diferencia del GRECE, con sus pretensiones intelectuales y su interés en la «civilización indoeuropea» precristiana, el FN presentó una agenda nacionalista más convencional. A medida que algunos miembros de GRECE desertaron hacia el FN, su enfoque «metapolítico» perdió impulso. De Benoist, por su parte, nunca se unió al movimiento de Le Pen. En una entrevista de 2017 con Buzzfeed en su apartamento de París, afirmó que se veía a sí mismo «más a la izquierda que a la derecha» y dijo que, si hubiera sido estadounidense, habría apoyado a Bernie Sanders en las primarias demócratas de 2016.

A pesar de las ambigüedades ideológicas de Benoist, su lectura selectiva y la reutilización de las ideas de Gramsci, en la década de 1970 dejó una huella duradera en los movimientos radicales de derecha de todo el mundo. A raíz de GRECE, surgieron círculos intelectuales de la «nueva derecha» en los países vecinos. En Alemania, uno de los principales teóricos de la Neue Rechte fue Armin Mohler, un influyente filósofo de extrema derecha de origen suizo y antiguo simpatizante nazi, que ayudó a publicar los escritos de de Benoist en alemán. En Italia, la Nuova Destra tomó forma en las décadas de 1970 y 1980 dentro del ala de Pino Rauti del MSI, mezclando referencias a Gramsci con la filosofía del pensador autodeclarado «superfascista» Julius Evola. El historiador Andrea Mammone definió a esta síntesis como una «evolización» de Gramsci.

Batallas culturales

En EEUU, el gramscianismo de Benoist se percibe en los pasajes de Sam Francis sobre Gramsci que aparecen más arriba. Francis comenta directamente, en el mismo texto de 1991, la forma en que «la Nueva Derecha europea invoca explícitamente a Gramsci como fuente de sus ideas y estrategias».

Más cerca de nuestro tiempo, en el período previo a la victoria electoral de Donald Trump de 2016, un largo artículo de Breitbart, escrito por Allum Bokhari y Milo Yiannopoulos, enumera a Oswald Spengler, H. L. Mencken, Julius Evola, Sam Francis, el movimiento paleoconservador estadounidense y la Nueva Derecha francesa como las principales fuentes de inspiración intelectual para la «alt-right» estadounidense de la década de 2010. El propio Andrew Breitbart, fundador de Breitbart News, fallecido en 2012, es recordado por la máxima, también conocida como la «doctrina Breitbart», de que «toda política es consecuencia de la cultura», una frase que se hace eco de la interpretación de Gramsci de Benoist.

Se puede identificar un patrón común en todo el espectro del gramscianismo de derecha: su adopción suele estar catalizada por una sensación de derrota, real o percibida, a manos de la izquierda. En la Europa occidental de la posguerra, la Nueva Derecha en Francia, Alemania e Italia recurrió a Gramsci en el momento en que la extrema derecha parecía más marginada por una izquierda ascendente, tanto política como culturalmente. En la década de 1990, Francis vio que la cultura tradicional estadounidense estaba bajo amenaza de destrucción.

Más recientemente, los defensores de la derecha radical global, desde el Brasil de Jair Bolsonaro hasta la Hungría de Viktor Orbán, hicieron hincapié en los supuestos estragos del «marxismo cultural» en los medios de comunicación, la academia y la cultura popular. Javier Milei, presidente argentino de derecha libertaria desde 2023, hizo un llamamiento a «luchar todos los días en la batalla cultural» en respuesta a la izquierda «que aplica las técnicas de Gramsci».

En EEUU, el activista pro-Trump Christopher Rufo declaró, en un libro de 2023 titulado evocativamente America's Cultural Revolution: How the Radical Left Conquered Everything [La revolución cultural de EEUU: cómo la izquierda radical lo conquistó todo], que los «teóricos críticos de la raza» se basan en Gramsci para «lograr la hegemonía cultural sobre la burocracia» y «utilizar este poder para remodelar las estructuras de la sociedad estadounidense». Ya sea en el París de los años 60 o en la América de los años 2020, el gramscianismo de derecha se enmarca a sí mismo como un proyecto defensivo, engrandecedor del poder de sus oponentes de izquierda, con el fin de adoptar una postura de resistencia legítima contra la aniquilación de sus valores. En particular, la izquierda a la que los gramscianos de derecha de hoy en día afirman resistir es más liberal culturalmente que de izquierda materialmente, una distinción que no ha hecho más que agudizarse en las últimas décadas a medida que la gobernanza neoliberal viene coexistiendo con cambios culturales progresistas.

De las publicaciones de mierda al patrocinio estatal

En términos de estrategia política, el gramscianismo de derecha comprometió las energías de la extrema derecha en los terrenos de la ideología, la teoría y la cultura. Esto implicó la creación de asociaciones intelectuales, grupos de expertos e instituciones educativas, como GRECE, el Seminario Thule de la Nueva Derecha Alemana o, más recientemente, la New Century Foundation de Jared Taylor en EEUU y el Instituto de Ciencias Sociales, Económicas y Políticas (ISSEP) de Marion Maréchal en Francia. La edición también fue fundamental en esta estrategia, desde la revista Éléments de GRECE hasta la alemana Criticón y la paleoconservadora estadounidense Chronicles, donde Sam Francis publicó sus argumentos gramscianos.

Como Rita Abrahamsen y sus coautores destacan en su libro World of the Right [El mundo de la derecha], otro enfoque «metapolítico» estuvo en el funcionamiento de las editoriales de derecha dedicadas a traducir y difundir textos clave, de lo que es un ejemplo actual la editorial de habla inglesa Arktos, con sede en Hungría, que cuenta con más de diez libros de Benoist en su catálogo.

Más allá de la elaboración de sus propias doctrinas, el gramscianismo de derecha trató de darle forma al panorama ideológico y cultural más amplio, especialmente a través de las redes sociales. Como documentó Angela Nagle, los activistas pro-Trump de la extrema derecha estadounidense --a los que ella llama «gramscianos de la alt-light»-- se apoderaron alegremente del espacio online de la década de 2010 para difundir sus ideas a un ritmo y a una escala inimaginables para los gramscianos de la derecha parisina original de la década de 1970.

En una esfera muy diferente, en la Italia actual, el gobierno de Giorgia Meloni nombró a antiguos miembros del MSI en puestos de influencia cultural. Gennaro Sangiuliano, que fue ministro de Cultura italiano de 2022 a 2024, prometió acabar con lo que calificó de «hegemonía cultural de izquierda». Con ese fin, anunció la creación de varios museos nuevos, entre ellos uno dedicado a la lengua italiana y otro a la italianidad, aunque ninguno de ellos se materializó hasta ahora. El sucesor de Sangiuliano como ministro de Cultura, Alessandro Giuli, es aún más admirador de Gramsci. Sin embargo, sigue siendo incierto si los responsables políticos culturales posfascistas de Italia pueden remodelar la dinámica cultural de la nación.

Los límites del gramscianismo de derecha

¿Qué lecciones se pueden extraer de la adopción de Gramsci por parte de la extrema derecha durante el último medio siglo? Desde una perspectiva de izquierda, su omnipresencia entre los archiconservadores y los antisociales rabiosos de todo el mundo desde la década de 1970 puede parecer un acto de robo político. Peor aún, se sostuvo que la «inversión de Gramsci» desempeñó un papel importante en los recientes éxitos políticos de la derecha radical mundial, entre los que cabe citar las victorias electorales de Orbán, Narendra Modi, Trump, Bolsonaro, Meloni y Milei.

Sin embargo, la idea de que algunas corrientes de la extrema derecha actual se hayan vuelto genuinamente gramscianas es fantasiosa. Como argumentamos en otra parte, las ideas de Gramsci estaban impregnadas de los fundamentos del marxismo, incluida la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado y el papel determinante de las configuraciones materiales en la formación y reproducción de la ideología. Este aspecto central del pensamiento gramsciano se perdió en de Benoist y en las generaciones de derechistas que heredaron su interpretación distorsionada de Gramsci en lugar de comprometerse directamente con los Cuadernos de la Cárcel.

Para Gramsci, al más puro estilo marxista, la hegemonía no era meramente cultural, sino que siempre estaba ligada a las relaciones de clase. Es algo que se desarrolla simultáneamente en las esferas económica, política e ideológica, lo que hace que su reducción a «hegemonía cultural» sea una simplificación excesiva. En términos de estrategia política, esta distorsión derechista del pensamiento de Gramsci reduce la guerra de posiciones a una mera «batalla de ideas» o «guerra cultural», como si la mera contestación narrativa pudiera transformar el orden social.

Confundir la política de crisis con el éxito

Distinguir el gramscianismo de derecha de las propias concepciones de Gramsci es una cosa; evaluar su éxito en sus propios términos es otra. La evidencia aquí tal vez no sea tan directa como parece, y existe el riesgo de leer la causalidad al revés.

¿Las victorias de Trump en 2016 y 2024 fueron el resultado, como lo indicaría la fórmula del gramscianismo de derecha, de que los activistas culturales de derecha cambiaron con éxito los valores morales y el sentido común del electorado estadounidense y establecieron la «hegemonía cultural» en la sociedad estadounidense antes de que él bajara por su escalera mecánica dorada? Si este fuera el caso, sin duda halagaría el ego de los gramscianos de derecha, pero esa narrativa parece distorsionada y simplista. En algunas cuestiones sociales importantes --incluida la aceptación de los derechos de las personas LGBTQ y las opiniones sobre las relaciones raciales--, las encuestas de opinión muestran que los votantes estadounidenses se alejan gradualmente de las posiciones conservadoras y reaccionarias con el tiempo, en vez de ir hacia ellas.

Más plausiblemente, el trumpismo como fuerza electoral y el activismo cultural de extrema derecha se desarrollaron de forma simbiótica, alimentándose mutuamente. Ambos fueron posibilitados en última instancia por el espacio político e ideológico creado por el descontento popular con el statu quo socioeconómico, particularmente a raíz de la crisis financiera de 2008 y lo sucedido durante la presidencia de Obama.

Gramsci entendió que la política y la cultura están estrechamente entrelazadas y se moldean mutuamente, en lugar de que la política simplemente esté «aguas abajo» de la cultura. Para él, la guerra de posiciones no consistía solo en ejercer influencia sobre los medios de comunicación, la educación, la ciencia, la religión, la alta cultura y las artes, por muy importantes que fueran estas instituciones de la «sociedad civil». Fundamentalmente, también significaba construir y dirigir organizaciones de masas capaces de sostener la movilización política de la clase trabajadora.

En todo caso, la izquierda haría mejor en inspirarse en el ejemplo y el pensamiento del propio Gramsci, en lugar de intentar emular a los gramscianos de derecha.

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