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EE.UU. :: 14/01/2025

Que arda Hollywood, que arda

Joshua Frank
Los Ángeles en llamas: Vivir en un cenicero, o por qué Mike Davis acertó de nuevo

«Los Ángeles es enorme. Es una ciudad y un condado. Es un lugar global, un espacio de la cuenca del Pacífico, una metrópolis del Tercer Mundo. Tiene todas las contradicciones del mundo y todo el mundo se condensa en ella. Han ardido los hogares de ricos, pobres, clase media, negros, blancos, asiáticos, hispanos. El fuego viene a por todos nosotros».
Viet Thanh Nguyen

Al sentarme a escribir, la luz que entra por la ventana de mi despacho muestra un nítido color anaranjado, y el cielo es tiene un turbio matiz marrón contaminado. La calidad del aire es horrible y tengo los ojos secos y me pican. Me duele la garganta. Dos grandes incendios siguen arrasando Los Ángeles, la ciudad que amo, sin escasa o nula contención. Acaba de estallar otro en Woodland Hills. Afortunadamente, estamos en una zona segura, lejos de los infiernos. Muchos otros no tienen tanta suerte.

Al hojear las últimas actualizaciones sobre los incendios en las redes sociales, me encuentro rápidamente con comentaristas que jalean las llamas como si se hubieran encendido para ahuyentar de sus mansiones a las élites adineradas. Están encantados. Los conspirativos con los que me encuentro creen que todo esto es una apropiación de tierras planeada (por quién no estoy seguro), mientras que otros difunden mentiras acerca de que el obscuro Estado Profundo, los que están detrás de las estelas químicas que alteran el clima, es de alguna manera el responsable.

Deduzco que la mayoría de esta gente no vive en Los Ángeles (¿o en el mundo real?), y estoy seguro de que muy pocos podrían señalar la ubicación de Eagle Rock en un mapa. Sin embargo, aquí están, expertos en ecología del fuego y en la historia de Los Ángeles.

Veo, tal como resulta habitual durante un gran incendio en Los Ángeles, que unos pocos andan por ahí difundiendo ese fantástico ensayo de Mike Davis, «The Case for Letting Malibu Burn» ["En favor de dejar que arda Malibú?"], no por la tesis de Davis de que los pobres, por designio capitalista, son los que más sufren durante un desastre natural, sino porque parecen creer que le guiaba una especie de schadenfreude [alegría por el mal ajeno]. Le hacen un vergonzoso flaco favor a su legado y una retorcida interpretación errónea de la importante obra de Davis.

Fervoroso crítico de las condiciones que conducen a la desigualdad, Mike Davis no era de los que festejaban la desgracia. No habría sentido otra cosa que empatía por los afectados por estas llamas (quizás no por James Wood, de acuerdo). Mientras pienso en Mike, me envía un mensaje su hija Róisín. La casa de su infancia y su colegio han ardido hasta los cimientos.

Otro amigo publica un breve vídeo de unos cimientos humeantes, restos de su garaje/estudio de arte. Lo ha perdido todo, años y años de trabajo. Su familia ha tenido suerte de poder escapar. Un amigo de un amigo necesita ayuda. El lugar que alquilan ha desaparecido.

Pero lo entiendo. Mucha gente no empatiza con Los Ángeles ni con quienes vivimos aquí, a pesar de que L.A. es una de las ciudades culturalmente más significativas, diversas y fascinantes del país. Odiar este lugar se ha convertido en una reacción natural. Los medios de comunicación, las revistas, el cine y la televisión no han cesado de describirla como una ciudad insípida, un bastión de liberales ricos y obsesionados con Hollywood, las autopistas y la contaminación. Es una ciudad fácil de despreciar si tienes miedo de lo que no conoces, y no hay persona alguna que lo sepa todo sobre Los Ángeles.

L.A. es infinitamente complicada, y la realidad de lo que hay detrás de estos incendios, que remodelarán para siempre su maltrecho paisaje y sus almas carbonizadas, no es diferente.

La totalidad de la destrucción de estas llamas es imposible de abarcar. Han destruido museos, escuelas, parques de autocaravanas, centros de ancianos, tiendas, restaurantes, campamentos, edificios de apartamentos, parques de bomberos, innumerables casas y muchos monumentos históricos y culturales. Es casi imposible hacer un seguimiento de lo que ha desaparecido. Cientos de miles de personas se han visto desplazadas. La histórica comunidad negra de Altadena ha quedado diezmada. Ha habido personas que han muerto, se han asfixiado animales y familias de todo el espectro económico lo han perdido todo.

Sí, Mike Davis y otros predijeron mucho de esto, pero nunca a esta escala ni con esta ferocidad. Como gran parte del Oeste, el sur de California lleva mucho tiempo marcado por los incendios forestales. Sabemos que los extremos de estos desastres podrían haberse mitigado si la ciudad hubiera instituido hace décadas códigos de construcción más estrictos, restringiendo el desarrollo de viviendas en las zonas más propensas a los incendios de Topanga, los cañones de Malibú y las estribaciones de San Gabriels. Y sí, como bien señaló Mike Davis, las plantas autóctonas de California adaptadas a los incendios forestales de la región fueron sustituidas por gramíneas invasoras traídas por los colonos europeos que buscaban «reverdecer» un paisaje cada vez más pardo, sólo para aumentar el riesgo de incendios. Estos incendios son, en parte, una nociva consecuencia colonial.

Por supuesto, esto es esencial para entender lo que está pasando, pero no lo explica todo.

Aún se desconoce la causa de estas llamas. Se sospecha que los incendios fueron provocados y se teme que la primera chispa la provocara un tendido eléctrico caído, nuevas víctimas de la tambaleante red eléctrica de California. Sin embargo, lo que sí se sabe es que estos incendios, los de Eaton y Palisades, son los peores que ha presenciado la ciudad en cuanto a volumen y daños. Sabemos también que el primordial culpable, que los medios de comunicación dominantes se niegan casi universalmente a abordar, es el rápido calentamiento de nuestro clima.

Los Ángeles lleva más de ocho meses sin precipitaciones significativas, y las plantas y el suelo están insoportablemente secos y listos para arder. Todo esto forma parte de unos patrones meteorológicos turbulentos de los que no puede escapar ninguno de nosotros puede. Cuatro de los diez años más secos, desde que la ciudad empezó a llevar la cuenta en 1877, se han producido en la última década. El verano de 2024 fue el más caluroso de la historia; desde 2014 hemos tenido ocho de los veranos más cálidos registrados. Vivimos en medio del trastorno climático más radical de la historia de la humanidad, lleno de furia e imprevisibilidad.

La temporada normal de incendios en Los Ángeles suele terminar en noviembre. Cuando los vientos cálidos de Santa Ana arrecian en esta época del año, como es el caso, no suelen causar mucho alboroto, ya que normalmente hemos tenido suficiente lluvia para atemperar los riesgos que los acompañan. Este año, sin embargo, los vientos secos y huracanados de Santa Ana que soplan desde la Cuenca del Pacífico han sido los más fuertes que hemos experimentado en más de una década, superando los 160 kilómetros por hora. Por supuesto, al fuego le encanta el viento, y el viento propaga el fuego. Aunque es posible que estos vientos no estén directamente relacionados con el cambio climático (hay cierto debate al respecto), se están registrando ahora, bien entrado el invierno, prolongando e intensificando las amenazas de incendio en el sur de California, que ya están empeorando.

Decir que estas llamas no tienen precedentes en la era moderna sería quedarse corto. Ya sólo el incendio de Eaton es el peor que ha sufrido Los Ángeles; combinado con el incendio de Palisades, es todo inconmensurable. Sólo en Palisades han ardido más de 5.000 estructuras. Aún se desconoce el número de viviendas destruidas en Altadena y Pasadena, pero siguen en peligro 8.000. En su conjunto, estos incendios son los más costosos de la historia de los EEUU.

Una cosa es segura: L.A. no estaba en absoluto preparada para el caos, y la alcaldesa demócrata Karen Bass, con su recorte de más de 17 millones de dólares del presupuesto del Departamento de Bomberos, debe asumir parte de la culpa. Pero la saga va mucho más allá de los flagrantes errores de Bass. Como tantas ciudades de todo el país, Los Ángeles no estaba preparada para esta calamidad climática singular (¿se acabó el agua?), de la que sabemos que vendrán muchas más. ¿Se aprenderán las lecciones o se repetirán los errores? Yo apuesto por lo segundo.

Una vez que las cenizas se enfríen, el humo retroceda y el sol brille, Los Ángeles volverá a intentar reconstruir lo que ha perdido, como ha sucedido tras muchas otras catástrofes. Me temo que habrá poco debate, y cuando estos incendios vuelvan a producirse, los trolls de la Red sostendrán que Los Ángeles se merece su destino, a la vez que evitan denunciar al cártel de los combustibles fósiles por avivar las llamas.

Entiendo que es más fácil culpar a los angelinos que enfrentarse a la verdad de que nuestro mundo está cambiando para siempre, pero, por favor, por el bien de las víctimas del incendio (y de mis redes sociales), dejemos la lógica del castigo colectivo para quienes están perpetrando un genocidio en Gaza.

Counterpunch

 

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