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33 millones de pobres en Estados Unidos
x Pablo Kundt
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El hambre ha aumentado en Estados Unidos. Hay más
pobres (33 millones de un total de 142) y los sueldos se han reducido
a causa del empeoramiento de la economía y los cientos de miles
de despidos. El cambio afecta ya a los anglosajones blancos y a la burguesía
de origen asiático, porque los negros y los hispanos no han sido
afectados al estar en la escala más baja de ingresos y la mayoría
se ha mantenido en ese nivel.
La últimas cifras revelan que en 2001 el número de pobres
se elevó a 32'9 millones, 1'3 millones más que el año
anterior, de los cuales 13'4 millones rozan la mendicidad. En el baremo
estadounidense se considera pobre una familia de cuatro personas cuyos
ingresos no superen los 18.104 dólares al año, 11.569
dólares anuales para una pareja y 9.039 dólares para un
soltero.
Al índice de pobreza se suma además la pérdida
de poder adquisitivo de los trabajadores en un 2'2 por ciento con respecto
al año anterior. El salario promedio de esta categoría
es de 42.228 dólares, y ha decrecido por primera vez en la última
década. En suma, los pobres han seguido siendo pobres y los ricos,
más ricos, con unos ingresos promedio de 260.464 dólares.
De los 32'9 millones de norteamericanos por debajo del nivel de pobreza,
11'7 millones son menores de 18 años y 3'4 millones son ancianos.
800.000 parados más en Estados Unidos en sólo
dos meses
Los grandes monopolios internacionales tratan de salir de su crisis
haciéndola recaer sobre las espaldas de sus trabajadores, a los
que están despidiendo en masa.
Las grandes compañías monopolistas estadounidenses siguen
con los despidos masivos para combatir la crisis económica y
hacer frente a la competencia europea y japonesa, que utilizan a su
vez la misma vía como arma de competencia, provocando recortes
de plantilla que están afectan a millones de obreros de todo
el mundo.
Como consecuencia de ello, en noviembre de 2001 la tasa de paro creció
hasta el 5'7 por ciento, la cota más alta en seis años.
En apenas dos meses, la economía estadounidense ha perdido 800.000
empleos y las tasas de paro seguirán subiendo en 2002 hasta el
6,5 por ciento.
Estados Unidos no perdía tantos empleos en tan poco tiempo desde
febrero de 1991. En lo más duro de la recesión de los
años 1990-1991, durante la crisis y la guerra del Golfo, el paro
llegó a situarse en el 7,8 por ciento de la población
activa.
Quiebra de las empresas tecnológicas
La bancarrota capitalista ya no afecta sólo a los viejos sectores
económicos capitalistas, como la minería o la siderurgia,
sino al mismo corazón de la "nueva" economía:
a las empresas tecnológicas. La joya de la corona, de la que
tanto, se habló, se viene abajo.
Los más afectados por los recortes de plantilla son los empleados
del sector de las telecomunicaciones. Desde enero, se han anunciado
91.799 despidos. Los siguientes en la lista son los trabajadores de
las compañías automovilísticas (81.903), las de
informática (53.774) y electrónica (46.668).
La supresión de nóminas afecta a grandes empresas como
General Electric, General Motors, Cisco y Lucent Technologies. La crisis
en la que están inmersas las empresas tecnológicas ha
llevado a seis de las grandes compañías del sector (AOL,
Toshiba, Hitachi, Fujitsu, Sonera y Equant) a anunciar en una semana
más de 62.000 despidos en todo el mundo. La última en
sumarse a esta ola de despidos ha sido la japonesa Hitachi que, según
el diario nipón Yomiuri, planea desprenderse de 20.000 trabajadores
de los 340.000 trabajadores con que cuenta en todo el mundo.
Un recorte similar de 20.000 empleados planea la empresa de electrónica
y semiconductores Toshiba, embarcada también en un draconiano
plan de despidos en masa de sus trabajores.
La primera en anunciar una reducción de plantilla fue la japonesa
Fujitsu, que el pasado lunes comunicó que despedirá a
16.400 trabajadores.
AOL (America Online) ha anunciado también su intención
de despedir a 1.700 trabajadores (un 7,5 por ciento de su plantilla).
Ese mismo día, la operadora finlandesa Sonera hizo pública
su intención de suprimir cerca de 1.000 empleos, el 9 por ciento
de su fuerza de trabajo.
El operador internacional de servicios de telecomunicaciones de empresas
Equant, filial del grupo francés France Télécom,
también anunció que prescindirá de 3.000 empleados,
el 20 por ciento de su plantilla.
Un nuevo sistema de autoexplotación
Los monopolios se preparan por si la situación empeora. Algunas,
como Ford, Microsoft y General Electric, están imponiendo sistemas
cada vez más severos para intensificar la explotación
de sus trabajadores y deshacerse de los menos productivos.
La práctica de una escala forzosa persigue aislar al 10 por ciento
de trabajadores prescindibles que no alcancen las tasas de explotación
previstas. Cuando Cisco Systems anunció en marzo el despido de
5.000 empleados, explicó que aplicaría su nuevo sistema
de explotación.
En Estados Unidos siempre se han utilizado escalas para seleccionar
a los obreros prescindibles, pero la diferencia reside esta vez en que
se fija de antemano un porcentaje de obreros a despedir.
El nuevo sistema impuesto por Ford el año pasado obliga a los
obreros a rellenar un formulario donde fijan su rendimiento. En base
a ello, el 10 por ciento de los obreros recibirá un nivel A,
el 80 por ciento un nivel B y el 10 por ciento restante un nivel C.
Al cabo de dos años en la categoría inferior, el empleado
será suprimido o reasignado a un puesto inferior.
Esta valoración también se aplicará a otras compañías:
Jaguar y Mazda y, más adelante quizás, Volvo.
Microsoft utiliza la técnica del bote salvavidas como baremo
de selección. Elige a los empleados que mejor responderían
en una crisis y los reparte en cinco categorías de eficiencia.
En octubre fue denunciada por discriminación en nombre de las
dos minorías más afectadas por esta valoración:
mujeres y negros.
Los obreros carecen de derechos sindicales en Estados Unidos
Cada año miles de trabajadores en Estados Unidos son despedidos
de sus empleos o sufren otro tipo de represalias por intentar crear
sindicatos. Millones de trabajadores están fuera del amparo de
las leyes laborales destinadas a proteger los derechos sindicales y
de negociación de los trabajadores; y la cifra está creciendo.
En los años cincuenta, los trabajadores que sufrían represalias
por ejercer el derecho a la libertad de asociación ascendían
a centenares cada año. En 1969, la cifra superaba los 6.000.
En los noventa, más de 20.000 trabajadores eran víctimas
cada año de discriminación por motivos sindicales. Los
trabajadores en dicha situación eran 24.000 en 1998, el último
año para el que se disponen de cifras.
El derecho a sindicalizarse de millones de trabajadores, entre ellos
los trabajadores agrícolas, los empleados domésticos y
los supervisores de bajo nivel, está expresamente excluido de
la ley. Las leyes de Estados Unidos permiten que unos obreros reemplacen
permanentemente a los trabajadores en huelga, lo que anula dicho derecho
en la práctica. Las nuevas formas de relaciones laborales han
creado millones de trabajadores a tiempo parcial, temporales y subcontratados
que carecen de libertad de asociación.
Millones de estadounidenses arruinados por el hundimiento de
la bolsa
Pero si el panorama de la clase obrera es pésimo, no lo es menos
el de ciertos sectores burgueses ilusionados por la perspectiva de un
capitalismo, que soñaron que crecería indefinidamente
y sin sobresaltos, confiando sus pequeños ahorros a la bolsa.
Las bolsas contemporáneas han crecido gracias a las privatizaciones
y a los pequeños especuladores que sacaron sus ahorros de los
bancos para comprar acciones. Todo el mundo tenía acceso a la
especulación y aparentemente todos se beneficiaban de las subidas
de las cotizaciones.
La inversión masiva en acciones llevó a las bolsas hasta
alturas nunca imaginadas porque funcionan de forma parecida a la estafa
de la pirámide: mientras no se interrumpa la entrada de dinero
fresco, nadie pierde. En ninguna parte ha sido el fenómeno tan
espectacular como en Estados Unidos. En 1956, sólo el 5 por ciento
de los estadounidenses compraba acciones. En 1973, ese porcentaje ya
rondaba el 15 por ciento. En los años 80 fueron millones los
estadounidenses que sacaron sus ahorros de los bancos para especular
en bolsa. El año pasado, más de la mitad de los estadounidenses
tenían sus ahorros, todos o parte de ellos, invertidos en acciones.
Era el mito del "capitalismo popular" hecho realidad.
Las subidas astronómicas de las acciones favorecieron un gasto
disparatado, la exuberancia irracional, en palabras de Alan Greenspan,
con que Estados Unidos se lanzó al consumo en los años
noventa. Todo el mundo creía tener un tesoro en Wall Street.
Y la revolución tecnológica prometía, según
la mayor parte de los gurus, un desarrollo ininterrumpido e ilimitado,
libre de los molestos ciclos expansión-recesión que habían
caracterizado desde siempre al sistema capitalista.
Un dato aún más significativo: en 1999, los norteamericanos
tenían depositado más dinero en los parqués de
Wall Street que en cuentas bancarias. Y lo que es aún peor: muchos
de ellos habían pedido cuatiosos préstamos a los bancos
para comprar unas acciones que ahora valen mucho menos de lo que pagaron
por ellas. Los ahorros para los estudios de los hijos, para posibles
enfermedades, para la jubilación, estaban en un lugar tan "seguro"
como las acciones en empresas de nueva tecnología, cuya cotización
creciente hacía realidad el milagro de los panes y los peces.
Sólo en fondos de inversión, los ahorradores estadounidenses
tienen depositados cuatro billones de dólares, unos 700 billones
de pesetas. Casi exactamente esa cantidad es lo que se ha evaporado
de las bolsas desde marzo de 2000, cuando empezó la gran crisis.
Es una recesión considerable, porque los estadounidenses no
pueden gastar ni un dólar más. Están endeudados
hasta las cejas. Se calcula que, con los actuales precios de las acciones,
la mayoría de los patrimonios familiares deben ser negativos
(más deudas que ingresos).
Los economistas predicen una temporada de purga en la que los hogares
de Estados Unidos gastarán lo menos posible y se concentrarán
en reducir su endeudamiento. A eso contribuirá una oportuna ley,
en trámite en el Congreso, que endurecerá las condiciones
de la quiebra personal: ya no bastará, como hasta ahora, declararse
en bancarrota para que en Visa, Mastercard o American Express hagan
un gesto de resignación y rompan las facturas; aunque haya quiebra,
la cuenta de la tarjeta de crédito seguirá pendiente.
El capitalismo popular ha gozado de buena salud desde principios de
los ochenta porque, desde entonces, no ha habido recesiones graves,
y los descensos bursátiles como los de 1987 o 1990 duraron pocos
meses. Bastaba un poco de paciencia, mantener la inversión, buscar
incluso algunas gangas, para reengancharse en una breve temporada al
tren de las plusvalías. Los pequeños capitalistas no recuerdan,
o prefieren no hacerlo, la crisis de las bolsas en 1973 y 1974, cuando
la bajada de las acciones se combinó con un brote de inflación
para triturar las inversiones. Si sirven las comparaciones, entre 1973
y 1974, el índice Nasdaq -un mercado recién creado por
entonces y aún con escaso volumen de contratación- cayó
un 60 por ciento. En los pasados 12 meses, ese mismo índice ha
caído un 62 por ciento. Podría esperarse una reacción
de pánico. El 19 de octubre de 1987, el lunes negro, el índice
Dow Jones cayó 508 puntos, un 22'6 por ciento, porque hubo miedo
y un sistema informático mal planteado emitía ininterrumpidamente
órdenes de venta. En el martes negro del 29 de octubre de 1929,
la caída fue sólo del 11'7 por ciento, y eso bastó
para desatar una marea de ventas y para ahuyentar por muchas décadas
a los pequeños inversores. Esta vez, el mercado resiste. Es decir,
el capitalismo popular muestra nervios de acero y, a diferencia de los
especuladores profesionales o aficionados, prefiere esperar y recuperar
en el futuro a dar por buenas las pérdidas.
Entre 1947 y 1999, la rentabilidad media del índice S&P
500 fue del 13'4 por ciento anual. Basándose en esa frecuencia
los burgueses calculaban en 1974 que 25 años más tarde,
en noviembre de 1999, el Dow Jones llegaría a los 10.000 puntos.
Y sólo erraron en unos meses: se alcanzó el 29 de marzo.
Dado que la frecuencia del 13'4 por ciento parece exacta, las previsiones
para el futuro son luminosas: el Dow Jones, ahora por debajo del 10.000,
estará en los 100.000 puntos en 2025.
Pero desde marzo se han evaporado 700 billones de pesetas de las bolsas
y, tras esta caída, gran parte de los pequeños especuladores
están arruinados y endeudados.
La crisis bursátil entraña un riesgo inmenso: la fuga
de los pequeños especuladores. Ya nadie compra, pero esa gran
masa de pequeños especuladores se resiste a vender y, por tanto,
a asumir las pérdidas.
Dos millones de presos
En las prisiones y cárceles de Estados Unidos hay unos dos millones
de presos, que malviven encerrados sin ningún derecho que les
proteja, ni siquiera la visita de un abogado, que la dirección
carcelaria suele impedir habitualmente.
En Estados Unidos no sólo existe la pena de muerte en varios
Estados sino que en veinticinco de ellos siguen permitiendo la ejecución
de delincuentes con retraso mental. Desde 1976, se han ejecutado al
menos 35 personas retrasadas mentales y se estima que entre 200 y 300
están actualmente en el corredor de la muerte esperando su ejecución.
Según un informe de Human Rights Watch, las violaciones son
habituales. El 21 por ciento de los presos en siete prisiones del medio
oeste había experimentado al menos un episodio de contacto sexual
con presión o forzado desde su ingreso en prisión, y que
al menos el 7 por ciento de los presos habían sido violados en
sus centros penitenciarios. Y en una encuesta interna del departamento
de correccionales de un estado sureño, los funcionarios de primera
línea -aquellos encargados de la supervisión directa de
los presos- estimaron que una quinta parte de todos los presos estaban
siendo coaccionados para participar en actos sexuales entre presos.
Además, ciertos presos son objeto de explotación sexual
en cuanto ingresan en un centro penitenciario: su edad, apariencia,
preferencia sexual y otras características los señalan
como candidatos para el abuso. La investigación de Human Rights
Watch reveló toda una serie de factores correlacionados con una
vulnerabilidad mayor a la violación.
El informe revela que los presos que no pueden escapar de una situación
de abuso sexual pueden convertirse en los esclavos de sus violadores.
Suelen ser alquilados como objetos sexuales, vendidos o incluso subastados
a otros presos.
La tortura es una práctica habitual
Es muy difícil obtener datos sobre torturas y abusos policiales
en Estados Unidos. Las unidades de asuntos internos operan bajo secreto
y se muestran reticentes a publicar ni siquiera la información
más básica sobre sus actividades. En 1994, el Congreso
dio instrucciones al Departamento de Justicia para que recopilara estadísticas
y elaborara un informe anual sobre el uso excesivo de la fuerza a nivel
nacional. Casi cuatro años después, aún no se ha
publicado dicho informe.
En ciudades de todo Estados Unidos, se han denunciado torturas, malos
tratos y abusos tales como disparos injustificados, palizas graves,
ahogamientos fatales y otras formas de trato brutal.
Especialmente las minorías raciales han denunciado violaciones
por parte de la policía con más frecuencia que los blancos,
y el número de denuncias presentadas por miembros de grupos minoritarios
no guarda proporción con su representación. Es frecuente
que la policía someta a las minorías a un trato discriminatorio
y las insulte utilizando epítetos racistas.
En Estados Unidos no suele haber procesos penales contra los policías
torturadores, sino demandas de indemnización que no pagan ni
los torturadores ni el departamento de policía, sino los ayuntamientos.
A pesar de esas indemnizaciones, no se depuran responsabilidades ni
criminales ni profesionales. Los policías siguen en sus puestos.
Las demandas civiles costaron a los ayuntamientos unos 70 millones de
dólares entre 1994 y 1996.
Cuando hay denuncias penales, los fiscales no acusan porque tienen
que colaborar con la policía en los procesos. Como las víctimas
de torturas son delincuentes, los jurados tienen tendencia a creer las
versiones policiales. En 1996, del total de 11.721 denuncias recibidas
por la división de derechos civiles del Departamento de Justicia,
sólo se presentaron ante un jurado de instrucción ("grand
jury") 37 casos relacionados con policías. El resultado
fue 29 condenas o confesiones por parte del policía.
En Nueva York, la Junta encargada de investigar las denuncias de ciudadanos
contra los 38.000 miembros de la policía matropolitana, sólo
comprobó el cuatro por ciento de ellas entre julio de 1993 y
diciembre de 1996. En esas mismas fechas, sólo en un uno por
ciento de los casos se tomaron medidas disciplinarias contra el policía,
y de las 18.336 denuncias, sólo se produjo la suspensión
de un policía.
La impunidad acarrea la corrupción total de la policía,
tolerada tanto por los jefes de policía como por los fiscales,
lo que en Filadelfia provocó en 1995 que se anularan numerosos
casos penales basados en testimonios de policías corruptos.
En Chicago, se informó oficialmente que sólo unos 60
detenidos habían sido torturados por la policía entre
1972 y 1991. Pero tras años de desmentidos, un informe descubrió
que el abuso "era sistemático y... no se limitaba a las
palizas habituales, sino que llegaba a niveles más esotéricos,
como las técnicas psicológicas y la tortura planificada."
La alcaldía intentó entonces mantener en secreto los documentos
de la investigación interna, pero un tribunal ordenó su
desclasificación y pudo conocerse públicamente.
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