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Argentina: reflexiones sobre la desobediencia obrera
x Inés Izaguirre
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El 26 de junio marca un hito después
de las Jornadas de diciembre. Diciembre fue una insurrección espontánea
en la que se hizo presente todo el espectro de fracciones del pueblo. El
26 de Junio, bajo la forma popular del "corte de ruta, de calle, de
puente", fue liderado por una fracción obrera desocupada y militante:
un modelo de lucha organizada por el pueblo más expropiado.
El ejercicio represivo desatado por el gobierno provocó un combate,
que culminó con el asesinato de dos jóvenes luchadores-
Darío Santillán y Maximiliano Kosteki - de la Coordinadora
Aníbal Verón. Quiero destacar, en esta lucha cruenta en
la que nuevamente el pueblo pone los mártires, el proceso de aprendizaje
que recorre el cuerpo social al ritmo de las confrontaciones.
En medio del discurso reaccionario de la mayor parte del establishment
periodístico y político, que retoma con impudicia policíaca
el discurso de la dictadura militar, bajo un ropaje democratista, se observan
ciertos hechos que a mi juicio denotan un nuevo estadio del proceso de
lucha de clases y que, como dije, expresan un avance en la conciencia
social, como resultado de la asimilación de sus prácticas:
(1) la emergencia solidaria cada vez más veloz y precisa de nuevas
fracciones de trabajadores ocupados, que se hacen presentes en medio del
fragor de los hechos aportando sus saberes. Si en diciembre en Buenos
Aires fueron los motoqueros, que operaban como enlaces veloces entre los
diversos grupos que confrontaban a las fuerzas represivas, en junio fue
decisiva la acción de los reporteros gráficos, que produjeron
la documentación indispensable para avalar a los testigos visuales,
y para contraponer una a una las falsas declaraciones del poder, tanto
político como armado. La experiencia gestada con José Luis
Cabezas fue iluminadora para todos ellos.
(2) La lucidez con que actuó el periodismo independiente forjado
al calor de la lucha de madres y abuelas, que no compró el discurso
oficial, y
(3) la rapidez con que se movilizó buena parte del pueblo, frente
a la rémora de algunos dirigentes.
(4) También la pericia con que los diputados de izquierda pusieron
coto a una serie de acciones ilegales: Zamora y Ripoll, por ejemplo, con
larga experiencia en la lucha por los derechos humanos, desalojaron a
las fuerzas represivas del asalto al local de Izquierda Unida. Otro tanto
intentaron en el Fiorito, donde quedó claro que la directora no
sabía cómo contener la invasión, ni sabía
que tenía autoridad para exigirlo. Con muchos otros, se distribuyeron
asimismo el salvataje de los detenidos a manos de la policía. La
presencia de esos diputados es en este momento una situación nueva
y positiva en relación a confrontaciones anteriores: usan sus fueros
a favor del pueblo.
(5) Finalmente registramos un nuevo observable que se ha hecho presente
en una situación de ejercicio de la violencia estatal y que es
síntesis de las anteriores: por detrás de las apariencias,
ha comenzado a funcionar una red social de solidaridades defensivas, que
opera con rapidez y eficiencia, exhibiendo una mayor conciencia del campo
popular.
Desde el poder en cambio sólo se pudo construir una nueva operación
discursiva, estigmatizante y encubridora, en la que reapareció
la teoría de los dos demonios, esta vez entre piqueteros "buenos"
y piqueteros "malos". Unos, forzadamente mansos, porque aún
siguen subordinados al manejo piramidal de dirigentes que controlan sin
pudor planes de asistencia y reproducen el discurso maccarthysta de la
dictadura. Esos son los "democráticos".
Los otros, desobedientes, autónomos, rebeldes y creativos, han
aprendido que tienen derechos. Esos son los "violentos". Recuperan
la larga experiencia obrera de la resistencia y están dispuestos
a librar su intifada criolla. Cubren sus rostros para los encuentros callejeros
y para hacer menos vulnerable su inermidad.
No obstante, muchos en estos días - periodistas, oyentes de audiciones
de radio, muchas personas que podríamos ubicar en el arco progresista
- sin duda todos desde la comodidad de su living calefaccionado, expresan
un reclamo de identidad y se atreven a preguntarles: ¿Por qué
cubren sus rostros? O sea ¿Cómo se atreven a tener una máscara?¿No
se dan cuenta que así evocan a los "subversivos" (de
Chiapas)? Pienso que la mayoría de los políticamente correctos
ciudadanos bienpensantes no advierten en ese reclamo su oscura complicidad
policíaca, que desconoce la profusa capacidad encubridora de las
múltiples máscaras de los que nos expropian todos los días
y le niegan a quienes sólo les ha quedado su dignidad hasta la
posibilidad de defenderse.
Con idéntica subjetividad represora les dan lecciones morales
acerca de la no violencia. Y advertimos con profunda preocupación
qué hondo caló el discurso maccarthysta de la dictadura,
que sólo ve la violencia de un solo lado, una violencia inmediata,
de imágenes sin historia, y no acierta a reconocer la violencia
inhumana de quienes han producido y siguen reproduciendo esta catástrofe
social.
(*) Socióloga, docente e investigadora
izagui@mail.retina.ar
[Política Cono Sur]
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