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Guerra, liberación nacional y revolución
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x Claudia Cinatti
El desarrollo de la guerra imperialista contra Irak y el rápido
colapso del régimen de Hussein es el ejemplo más reciente
de una ley histórica. En la época imperialista, la burguesía
es incapaz de llevar adelante en forma íntegra y efectiva las
tareas nacionales y democráticas, como la independencia y la
autodeterminación nacional. Como planteaba Trotsky, "la
burguesía nacional semicolonial, por su aparición tardía
y su debilidad estructural frente al proletariado y al conjunto de clases
subalternas, no logra un desarrollo que le permita algo más que
servir a un amo imperialista contra otro. No puede lanzar una lucha
seria contra toda dominación imperialista y por una genuina liberación
nacional por temor a desatar un movimiento masivo de los trabajadores
y el país que podría, a su vez, amenazar su propia existencia
social". (Sobre la liberación nacional - Ed. Pluma). Esta
ley general se expresa en las guerras entre una nación semicolonial
y potencias imperialistas, en las que la burguesía de la nación
oprimida, es incapaz de tomar las medidas militares y políticas
que llevarían a derrotar al imperialismo.
La historia del siglo XX está llena de ejemplos de esto tanto
antes y después de la Segunda Guerra Mundial en momentos de ascenso
del nacionalismo burgués, como en su decadencia pronunciada en
las últimas décadas.
Así, en la principal guerra entre China, la más importante
y disputada nación semicolonial, y el imperialismo japonés
en la década de 1930, el dirigente nacionalista chino Chiang
Kai shek, se negó a desarrollar una verdadera guerra popular
basada en la revolución agraria. Obligado por las circunstancias
fue a la guerra contra Japón con su programa reaccionario basado
en la opresión de sus propios obreros y campesinos, apoyándose
en el compromiso con otros imperialismos, en este caso Estados Unidos
que disputaba con el imperialismo japonés el control del Pacífico.
Luego de la Segunda Guerra Mundial uno de los máximos exponentes
del nacionalismo burgués, el presidente egipcio Nasser, se apoyó
en Estados Unidos contra Francia y Gran Bretaña, que buscaba
desplazar a éstas de sus antiguas zonas de influencia de Medio
Oriente. Su triunfo en el conflicto desatado por la nacionalización
del Canal de Suez, se debió al veto del imperialismo norteamericano
en la ONU, dejó sin sustento el conato de guerra de las viejas
potencias colonialistas.
Cuando las burguesías semicoloniales no están bajo el
patrocinio de alguna potencia, en caso de conflicto militar con el imperialismo,
éstas defeccionan de la batalla, lo que ha sido frecuente en
las últimas décadas.
En la guerra de Malvinas, donde la odiada dictadura proimperialista
de la Argentina que había exterminado a miles de luchadores obreros
y populares, no tomó ninguna medida que cuestionara los intereses
económicos de Inglaterra en el país ni suspendió
los pagos de la deuda externa. Confiando en la peregrina idea de que
Estados Unidos se pondría de su lado por los servicios prestados,
entre otros su colaboración en la lucha contra la insurgencia
centroamericana, o en una negociación de las Naciones Unidas,
quedó completamente desarmada frente al avance de la armada británica
con la colaboración de los satélites norteamericanos y
la inteligencia militar de la dictadura de Pinochet. El carácter
aventurero de la recuperación de las Islas -más allá
de lo justo de la reivindicación- se mostró en su total
falta de preparación militar, desenmascarando que sus verdaderos
objetivos no eran enfrentar al imperialismo sino apelar a una maniobra
para preservarse que se terminó volviendo contra ella misma.
A pesar de la caída de la dictadura, la victoria militar inglesa
impuso dobles cadenas sobre el país.
En la guerra del golfo de 1991, el régimen de Hussein que había
sido derrotado y expulsado de Kuwait por las tropas norteamericanas,
pero que conservó el poder, no dudó en lanzar inmediatamente
un ataque feroz para aplastar el levantamiento de la población
chiíta en el sur y de los kurdos en el norte.
Más recientemente en la guerra contra Afganistán, el
reaccionario régimen talibán, profundamente antipopular
y completamente aislado fue incapaz de unificar al conjunto del país,
al que controlaba por medio de métodos de terror y por una brutal
dictadura teocrática y se desmoronó como un castillo de
naipes ante la ofensiva imperialista. Todos estos casos demuestran que
las burguesías semicoloniales, aún siendo agredidas por
el imperialismo, prefieren la derrota nacional a desatar fuerzas sociales
que cuestionen su dominio de clase.
Toda esta experiencia histórica demuestra que el proletariado
es la única clase que puede unificar y dirigir al conjunto de
las capas explotadas en una lucha hasta el final contra el imperialismo,
como parte de una estrategia revolucionaria e internacionalista.
En caso de guerra entre el imperialismo y una nación oprimida,
esta estrategia se expresa en que los revolucionarios nos ubicamos en
el campo militar de la nación oprimida y desde esa trinchera
planteamos un programa que combine las tareas de la liberación
nacional con el método y los objetivos de la revolución
proletaria como forma de disputar la dirección de la guerra a
estas burguesías decadentes, que más pronto que tarde
terminan capitulando y permitiendo las más desmoralizantes derrotas
nacionales.
Lo contrario de la subordinación de las corrientes populistas
que confunden la justa defensa de la nación oprimida con su dirección
eventual. Esta identificación puede llegar a niveles absurdos,
como se puede leer en un reciente artículo del prestigioso intelectual
James Petras quien llega a afirmar que Hussein estaría "armando
a su pueblo" y que "lejos de ser un criminal de guerra, está
comprometido a luchar contra el genocidio; de ser un cliente de EE.UU.
contra Irán, se ha convertido en un líder de una revitalización
del movimiento panárabe que pretende derribar a los regímenes
corruptos clientes de EE.UU. en Oriente Medio" (Rebelión
10-4). La defección del ejército de Saddam Hussein demuestra
que estas afirmaciones no se condicen en lo más mínimo
con la realidad. La estrategia política del populismo que confía
la dirección de la lucha a las burguesías es criminal
para las masas obreras y campesinas de las naciones oprimidas, llevando
inexorablemente a la derrota de los movimientos de liberación
nacional. La debacle del régimen iraquí, como los ejemplos
históricos planteados anteriormente, confirma nuevamente por
la negativa que las revoluciones nacionales en los países semicoloniales
solamente pueden ser llevadas a cabo con éxito por el proletariado
en colaboración con la clase obrera de los países avanzados.
Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede liberarse a sí
mismo
En casos de opresión nacional al interior de los países
semicoloniales agredidos, la reticencia de las burguesías nacionales
a otorgar el derecho a la autodeterminación nacional, terminan
transformando a estas minorías oprimidas en una punta de lanza
de la agresión imperialista.
Así se dio en las guerras de la ex Yugoslavia en los '90, en
las que Estados Unidos intervino bajo la máscara "humanitaria"
de detener la limpieza étnica contra los bosnios primero y los
kosovares después desatada por el chovinista serbio Milosevic.
La dirección nacionalista kosovar del ELK se sumó al bando
militar de la OTAN. Esto se repitió trágicamente en Irak
donde las milicias kurdas se unieron a las tropas invasoras y colaboraron
en la ofensiva militar en el norte del país.
Es obligación del proletariado revolucionario ganar como aliados
a las minorías oprimidas, levantando con toda audacia el derecho
a la autodeterminación nacional de estos pueblos, incluida su
separación si así lo desean, como única forma de
presentar un frente unido de los oprimidos en su lucha contra el imperialismo.
Triunfos nacionales bajo direcciones guerrilleras y campesinas
En determinadas circunstancias históricas excepcionales, incluso
direcciones populistas y stalinistas en los países atrasados
que se encontraban a la cabeza de movimientos de masas de liberación
nacional se han visto obligadas a ir más allá de su propio
programa y a romper con la burguesía. Por ejemplo, en la guerra
de liberación nacional de Argelia, que era una colonia de Francia,
el FNL dirigió la resistencia popular y tras una sangrienta lucha
contra el ejército de ocupación, logró su independencia
en 1962. Sin embargo, esta dirección no avanzó hacia la
transformación social del país y se detuvo en la conquista
de la independencia formal. Esto terminó siendo fatal y a pesar
del enorme triunfo conseguido, Argelia se transformó en una semicolonia
de su antiguo amo colonial francés.
En la lucha por la liberación nacional en Vietnam, primero contra
Francia y después contra Estados Unidos, la dirección
stalinista de Ho Chi Minh se vio obligada a romper su acuerdo con la
burguesía con la cual había fundado la República
Democrática de Vietnam en el norte. Ante la ofensiva imperialista
tomó la bandera de la tierra para los campesinos, dando lugar
a una guerrilla de masas que fue capaz de unificar al norte y al sur
en una lucha común contra el imperialismo norteamericano. Esta
heroica resistencia del pueblo vietnamita despertó la simpatía
de un movimiento antiguerra, sobre todo en Estados Unidos, que hizo
posible la derrota del imperialismo en 1975, obligando a retirar sus
tropas después de casi una década y media de masacres.
Pero por las direcciones pequeñoburguesas, populistas o stalinistas,
enemigas de la estrategia de la revolución obrera e internacionalista,
la derrota del imperialismo fue a un costo enorme en millones de vidas
y años de guerra y ésta no pudo ser aprovechada en toda
su dimensión por los trabajadores y los oprimidos del mundo.
La primera derrota militar que sufrió Estados Unidos en su historia
en la guerra de Vietnam no se transformó en un triunfo estratégico
para impulsar la revolución social a nivel mundial y luego de
algunos años de inestabilidad, el imperialismo norteamericano
se pudo recomponer y lanzar su ofensiva neoliberal con Reagan y Thatcher.
El triunfo de la revolución socialista vietnamita, fue congelado
en las fronteras nacionales debido al carácter de su dirección
y a su adaptación a la estrategia de coexistencia pacífica
del stalinismo, lo que impidió que este triunfo nacional fuera
usado como plataforma de la revolución socialista internacional.
Por eso la única estrategia realista es desarrollar la unidad
revolucionaria del proletariado de los países centrales con los
trabajadores y los pueblos oprimidos, para poner en pie una fuerza social
capaz de derrotar al imperialismo y establecer las bases de una sociedad
socialista.
Especial para Partes de Guerra. 17/04/03
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