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Ecuador: La insoportable ingenuidad de "ser
gobierno"
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x Pablo Dávalos
Uno de los aspectos que recientemente más me ha llamado la atención
fue la forma en la cual dirigentes políticos de los movimientos
sociales ecuatorianos que apoyan al gobierno del coronel Lucio Gutiérrez,
líderes indígenas, dirigentes sociales, entre otros, suscribieron
la retórica del déficit fiscal como argumento de la crisis
que avaló la adopción de duras medidas de ajuste y la
suscripción de una carta de intención con el FMI.
Se trataba en la mayoría de casos, de dirigentes con escasa
formación económica y técnica, que frente al discurso
de las cifras se sentían desarmados, y que su ingenuidad política
permitió que finalmente se realice una jugada que estaba pendiente
desde mediados de los años noventa: la adopción de un
ajuste como paso previo para la radicalización de un modelo de
corte neoliberal.
Era muy difícil que los dirigentes sociales e indígenas
capten esas sutilezas de tipo epistemológico que existen entre
el discurso neoclásico del déficit fiscal y el ajuste
fondomonetarista, con las relaciones de poder que existen entre las
elites y los mercados mundiales de capitales financieros.
El discurso del déficit fiscal los alejaba de la comprensión
de los problemas reales que actualmente enfrenta la economía
ecuatoriana, entre ellos los problemas del sector productivo ahogado
por las altas tasas de interés, la dolarización, los monopolios,
la recesión, etc.
Más difícil aún era que opongan argumentos al
hecho de que el FMI siempre había tenido una posición
fiscalista y su recetario de política económica siempre
había fracasado, no importaban ni el país, ni el contexto
en las que se apliquen.
Quizá no sabían que justamente en estos momentos se está
debatiendo la necesidad de una nueva arquitectura financiera internacional
y que el FMI ha sido fuertemente cuestionado por su dogmatismo, su debilidad
académica y su inoperancia. Si el FMI lograba un acuerdo con
cualquier país que fuese entonces podía recuperar no solo
prestigio sino también legitimidad.
Decir FMI es decir Estados Unidos, y decir Estados Unidos es decir
grandes corporaciones transnacionales, bancas de inversión, y
capitales financieros. Detrás de esa negociación no estaba
un supuesto déficit fiscal en Ecuador, sino la posibilidad de
refrendar el rol hegemónico a nivel político y económico
de los Estados Unidos, en un contexto en el que los tambores de guerra
resuenan con más fuerza y los halcones de la administración
Bush quieren convencernos de que la guerra es inevitable.
Esa posición naïf de los dirigentes sociales e indígenas
ecuatorianos en realidad se presentaba como coartada y recurso estratégico
del poder. La adscripción acrítica al discurso del déficit
fiscal otorgaba la legitimidad social necesaria al posterior ajuste
económico; así, el ajuste se presentaba como el corolario
inevitable de una supuesta irresponsabilidad fiscal del gobierno anterior.
El problema real de la economía ecuatoriana no es fiscal. Puede
ser que efectivamente exista un déficit del denominado sector
público no financiero, pero una reprogramación del gasto
fiscal, sumado a una estrategia de ingresos e inversión habrían
sido suficientes para evitar la imposición de medidas económicas
y la suscripción de la carta de intención con el FMI.
De hecho una economía puede sobrevivir con un déficit
aceptable y el mejor ejemplo de ello es la misma economía norteamericana.
Pero el momento en el que fueron los mismos dirigentes indígenas
y sociales los que asumieron ese discurso del déficit fiscal
como propio, cayeron en la trampa de que supuestamente estaban ejerciendo
el poder, y de que en virtud de que habían ganado las elecciones
en alianza con Gutiérrez tenían derecho a manejar información
y a tomar decisiones en función de esa información.
No sé si se habrían cuestionado en su fuero interno,
pero estaban defendiendo un proyecto y una agenda a la cual se habían
opuesto tenazmente durante toda la década de los noventa e inicios
del 2000.
Esa ilusión de "ser poder", y de "tomar decisiones"
desde el poder, los sorprendió en un ejercicio que iba en contra
de su propio proyecto histórico. En realidad, están cometiendo
un acto de suicidio político con entusiasmo e ilusionados de
ser "realistas" y "pragmáticos" en asuntos
de Estado.
Sabiéndolo o no, con su ingenuidad permitieron la adopción
de una serie de medidas que configuran la imposición de uno de
los modelos neoliberales más agresivos en el Ecuador.
Ello me ha hecho reflexionar sobre las posibilidades reales de poder
que tiene en la actual coyuntura el movimiento indígena ecuatoriano,
al tiempo de la fuerza simbólica, ideológica y semiótica
que tienen los discursos del poder, entre ellos la retórica del
déficit fiscal.
A pesar de haber ganado las elecciones en alianza con el coronel Lucio
Gutiérrez y tener a algunos de sus cuadros en puestos importantes
en el gobierno, mi percepción es que actualmente los indígenas
y los movimientos sociales tienen menos poder que antes de ganar las
elecciones.
La adopción de unas medidas fondomonetaristas tan duras y la
radicalización del modelo neoliberal, habrían sido impensables
si los indígenas ecuatorianos y los movimientos sociales hubiesen
estado en la oposición. Su presencia en el gobierno ha permitido
la cobertura que el poder necesitaba para finiquitar ese impasse político
desde la destitución del ex Presidente Abdalá Bucaram
en 1997.
Los indígenas se han convertido gracias a la alquimia del poder,
en los facilitadores políticos de un modelo neoliberal cuya agenda
estaba pendiente en su ejecución. Existe ya una percepción
de que algo no está bien al interior de la alianza de gobierno,
en el movimiento indígena, pero es una percepción que
nace desde las organizaciones de base, desde las comunidades, que son
convidados de piedra en este banquete del poder.
Su presión política hacia los dirigentes del movimiento
indígena ha posicionado la idea de que es necesario un alejamiento
político del gobierno actual y una posición más
crítica.
El problema radica en los tiempos, para el gobierno de Gutiérrez
es fundamental radicalizar a toda velocidad el modelo neoliberal y para
ello no ha dudado en ampliar su base de negociación política
con las oligarquías de Guayaquil. Esa velocidad tiene que ver
justamente con la percepción de que la alianza con los movimientos
sociales es muy frágil y susceptible de romperse en el mediano
plazo.
Antes de que ese plazo se cumpla es necesario adoptar las medidas que
aún están pendientes: la privatización bajo la
figura de las concesiones, la flexibilidad laboral, el pago de la deuda
externa, los recursos para un nuevo salvataje a los bancos privados,
etc.
Cabría preguntarse entonces: ¿es necesario ganar las
elecciones en cualquier tipo de alianzas para ser poder? ¿podrá
el movimiento indígena ecuatoriano recuperar esos espacios perdidos
desde que pensó, o se imaginó de que llegar al gobierno
significaba "ser o tener poder"? ¿habrá aprendido
de que el poder está más allá de una eventual participación
en un gobierno y que esos pequeños espacios de tipo institucional
por importantes que fuesen no ameritan poner en riesgo todo un proyecto
histórico?
Servicio Informativo "Alai-amlatina"
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