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Dialoguitos en la asamblea
x Raúl Abraham
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Desde las asambleas barriales argentinas
Porque en el fondo, uno ama al mundo a partir
de la certeza que este mundo, triste mundo convertido en campo de concentración,
contiene otro mundo posible. O sea, que el horror está embarazado
de maravilla".
Eduardo Galeano
- Y entonces, ¿Qué buscamos? - Dijo Miño con su
voz de flauta. El chaqueño sorbió una vez más el
mate, ya lavado, y se dispuso a explicar lo que ni él mismo terminaba
de entender.
- Mirá gallego, la gente parece dispuesta a seguir en esto. La
flaca Esther, por ejemplo, ¿Vos te la imaginabas repartiendo volantes
en la puerta de un supermercado? Si hasta ayer nomás lo único
que la movilizaba era la novela de las 5 de la tarde.
El chaqueño lamentó esas palabras apenas las terminaba
de decir. Era injusto, lo sabía. La flaca, y millones de argentinos,
empiojaba su mente por hastío, por desesperanza, por ver crecer
a su única hija y saber todo el tiempo que el inevitable futuro
de la piba estaba afuera. Pero también, o quizás principalmente,
por que a los cuarenta - bastante bien llevados, che - sentía que
los años escapaban inmisericordes, que los pocos pacientes - locos,
en la jerga - que llegaban a su consultorio venían cargados de
neurosis chiquitas, hasta sencillas. Que no habría ninguna "Dora"
recostada en su diván. Que "la plata no alcanza, Doctora",
y de vez en cuando - sólo muy de vez en cuando - la reconfortaba
que algún pendejo no se meara más en la cama.
No, era muy hijo de puta culpar a la flaca, pensó nuevamente el
chaqueño. O - puestos a generalizar - a los pobres argentinos.
- Bueno, qué sé yo - dijo el chaqueño, mientras
ponía más agua a calentar - Supongo que cada uno busca algo
distinto, pero también creo que son mayores los parecidos que las
diferencias.
- Entonces - preguntaba el gallego. Serio, y decidido a no dejar cabo
suelto - ¿Cómo se sostiene la presencia en la calle, si
nos siguen dando palos y nuestra única respuesta es pegarle a la
cacerola? Y eso ya también está aflojando.
El gallego era metódico en la reflexión. Cada pregunta
iba dirigida a extraer la opinión del chaqueño, al que respetaba,
y en quién veía la imaginación de la cual su psique
tan estructurada carecía.
Empleado bancario de carrera - más de veinticinco años
- el gallego pensaba en función de sumas y restas, concretas: dos
mas dos sólo podía tener un resultado. La contundencia del
argumento, y su universal aceptación, no hacían más
que ratificar la rectitud de esa línea de pensamiento.
Claro que algún espacio a la pasión cabía en el
gallego - a veces a pesar suyo - y así es como se lo suele ver
en las marchas y movilizaciones, por ejemplo, agitando banderas y pancartas,
saltando enfervorizado al grito de: "Oh, que se vayan todos..."
o, pero esto lo mantenía en semisecreto, pintando los frentes de
cajeros automáticos con consignas escatológicas. Sus amigos
lo zaherían por esto último, atribuyendo sus acciones a
una escondida vocación de destructor de máquinas, cuando
no a un odio poco "elaborado" por los artefactos que vendrían
a quitarle el trabajo. El ruso Felman opinaba que, si en vez de cajeros
automáticos los bancos hubiesen puesto chinos a atender al público
en un cubículo de dos por dos, el gallego habría evolucionado
hacia la xenofobia muy rápidamente. Pero en esto - como en otras
tantas cosas, hay que reconocer - el ruso probablemente exageraba.
De todos modos la participación del gallego en la "Comisión
de Servicios Públicos" de la "Asamblea Popular Barrio
Don Ernesto" era muy valorada por todos los vecinos: el tipo es una
luz con los números, y su capacidad de trabajo era indiscutida.
Los vecinos no lo conocían de ahora, por supuesto, el gallego siempre
fue un personaje popular en el barrio. No sólo por su asistencia
casi perfecta para las partidas de tute en el club, como dicen algunas
víboras, que en el barrio - gracias a Dios - no faltan. El gallego
siempre colaboró activamente en la cooperadora de la escuela, y
nunca ocultó su pasado militante, del que se sentía - legítimamente
- orgulloso.
El chaqueño apreciaba la capacidad analítica del gallego,
pero lo asombraba su imaginación tan convencional:
- Bueno, bueno. Hay que ver cómo va impactando la crisis en cada
uno. ¿Qué te parece esta comparación? Cuando va subiendo
la marea, cada ola llega a la playa, y se retira, vuelve. ¿No?
Sin embargo, y por infinitesimal que sea, cada ola avanza un poco más
sobre la arena, antes seca, y va humedeciendo una superficie más
importante que aquella a la cual efectivamente cubrió. ¿Por
qué? Supongo que miles de gotas fluyen bajo la superficie, de tal
modo que en algún momento - impreciso, por definición -
dónde había arena ahora hay agua y espuma. ¡Qué
tal, Pascual! ¿Te gusta la imagen? El pueblo - pero hasta el mismo
chaqueño se asombró de utilizar nuevamente el concepto,
en vez del tan invocado "gente" - lentamente va ocupando los
espacios que les fueron arrebatados, robados, saqueados. Estamos en la
calle, que no es poco, y aunque seamos menos que en las "Jornadas
de Diciembre", hay un lugar conquistado que estamos sosteniendo.
El chaqueño siempre fue un incurable optimista, de otro modo no
persistiría en sus emprendimientos; como aquella vez que trató
de exportar dulce de mamón a Italia y cuando ya había mandado
las muestras, logrando la aprobación de calidad, le llegó
un fax con una orden de compra y el correspondiente cronograma de entregas.
Ahí cayó en la cuenta que no había en Rosario suficientes
fábricas de dulce que pudieran abastecer las cantidades mensuales
que los tanos le pedían. El chaqueño no se amilanó,
utilizó los contactos establecidos para gestionar una beca para
estudiar las redes asociativas de pequeñas empresas en el Piamonte
y el Milanesado. Lo increíble es que la consiguió, y así
se pasó seis meses entre Turín y Milán de arriba.
Cuando volvió no sabía mucho más de gestión
empresaria que antes, pero estaba cada vez más convencido que sin
capital suficiente no se podía hacer nada importante, así
que se dedicó a reunir un "pool" de inversores locales
que financiara la fabricación y exportación de muñecos
de peluche aprovechando la cantidad de pequeños talleres en los
que familias enteras se dedicaban a la confección por el método
de "cama caliente" o coreano. Esta forma de trabajo consistía
en que mientras un integrante de la familia trabajaba otro dormía,
alternando la posición cada período de tiempo establecido
entre ellos. Así al que le tocaba el turno de descanso encontraba
el lecho tibio y acogedor, también en verano. Lamentablemente para
el chaqueño esto sucedió a principios de la convertibilidad,
y mientras organizaba el asunto comenzó a llover un aluvión
de muñecos hechos en lugares tan improbables como Singapur, Tailandia
y China, a precios que no llegaban ni al costo de la materia prima.
El 19 de diciembre el chaqueño había salido a la calle,
a eso de las 11 de la noche, golpeando un grueso cortafierros contra la
columna del alumbrado. Mucha gente salía a hacer ruido, y entonces
apareció la innata capacidad organizativa del chaqueño:
- Cortemos la calle, vamos para el centro.
A las cuatro o cinco cuadras de marcha hacia el monumento ya eran más
de cuarenta las personas que seguían las consignas que el chaqueño
improvisaba, a razón de una por cuadra, más o menos.
A partir de esos trágicos, y - como decía el chaqueño
- mágicos días ya nada fue igual en su vida. Pocas horas
le dedicaba al bar que atendía en una esquina bastante concurrida
- antaño - del barrio. A fines de enero ya se ocupaba más
en repartir convocatorias a la asamblea que en reponer la desfalleciente
provisión de cerveza fría. En un principio la asamblea se
reunía en la puerta del bar del gallego, quién participaba
sin bajar la persiana, para no exponerse a la sublevación de consuetudinarios
parroquianos que llenaban las largas horas caniculares frente al televisor,
vaso de tinto y soda de por medio. A principios de febrero, cuando comenzó
el campeonato, y la copa Libertadores, la contradicción entre los
sesenta, setenta asambleístas, y los televidentes se hizo más
flagrante, dados los gritos que estos proferían ante cada jugada
con posibilidades de gol. El chaqueño resolvió la situación
proponiendo una moción para que la asamblea se traslade a la puerta
del club social, deportivo y biblioteca popular "Dos de Mayo",
bautizado así en los años cuarenta por un grupito de gallegos
republicanos para quienes la fecha recordaba pasadas gestas libertarias.
La atención de la clientela fue resuelta por el chaqueño
contratando para esas noches al "Enero Ochoa", conspicuo consumidor
del establecimiento, a quién el ingenio popular había bautizado
con ese apodo dado que no tenía ni un día fresco. De todos
modos la tarea a su cargo no revestía mayor complejidad que mantener
llenos los vasos. La cobranza no constituía problema puesto que
cada cliente tenía su respectiva botella en la heladera del bar,
y la facturación se hacía midiendo - a ojo de buen cubero
- cuánto había descendido el nivel del líquido entre
una noche y la siguiente, acción que - todos lo reconocían
- el chaqueño realizaba con criterio dispendioso.
Ya frente a la puerta del club la asamblea se organizó y - cosa
curiosa, decía el gallego - se serenaron mucho los ánimos
exaltados de las primeras semanas. Casi imperceptiblemente los temas debatidos
fueron aproximándose más a las necesidades barriales y municipales.
Fue por este motivo - probablemente - que la participación del
gallego, siempre interesado en las materias nacionales, perdió
un poco de la relevancia que tenía en los primeros tiempos, cediendo
protagonismo al chaqueño. Las propuestas de éste, más
vinculadas a las necesidades inmediatas del barrio, fueron ganando tiempo
de discusión en la asamblea.
- Hay que reconocer- decía el ruso - que las ideas del chaqueño
son originales. Él organizó la "serenata" en la
puerta de la casa del intendente.
El ruso todavía se reía de la ocurrencia del chaqueño.
Sabiendo que el jefe municipal había contraído nupcias (segundas)
hacía poco tiempo, y que fruto de su apasionado romance con una
- cómo no - joven empleada municipal, había procreado a
la edad en que la mayoría de los hombres empiezan a tener nietos,
el chaqueño convocó a tres guitarristas, convenció
al Renato que pusiera el camión y casi media asamblea se trasladó
hasta el centro para cantarle canciones de amor bajo el balcón
de la casa. Cada tanto - entre canción y canción - el chaqueño,
con un altavoz prestado por el verdulero, exhortaba al intendente a poner
en la defensa de los intereses de los contribuyentes de la ciudad similar
pasión a la que - tardíamente, decían algunos prosaicos
- lo había asaltado a tan respetable altura de su vida.
El ruso contaba, doblándose de la risa, que los vecinos se sumaban
a la serenata improvisando coplas de alto contenido erótico, cuándo
no escatológico. Pero en el barrio desconfiaban un tanto de la
palabra del ruso, y comentaban que dichas coplas eran de su exclusiva
autoría. Sin embargo, Franklin Felman - escribano por necesidad
y mentiroso por vocación - era muy apreciado por sus dotes humorísticas
e histriónicas. Desde el primer momento bregó por constituir
en la asamblea una "Comisión de Cultura", pero el gallego
- metódico y obsesivo - desesperaba en cada reunión los
sábados por la tarde. Al poco tiempo de empezada la reunión
de la comisión la discusión sobre presupuestos educativos,
programas de estudio y actividades culturales para el barrio se desviaba
hacia alguna propuesta por parte del ruso para montar una obra de teatro
sobre algún texto del Negro Fontanarrosa o Dalmiro Sáenz.
La gente comenzaba a discutir los méritos como dramaturgos de ambos
y el ruso terminaba representando algún fragmento de "¿Quién,
yo?" O - peor - especulando sobre el tono de voz que habría
que imprimirle a "Boogie, el aceitoso". No obstante en la asamblea
el ruso aportaba siempre mociones mesuradas. Todos recordaban con qué
prudencia y equilibrio obtuvo que los integrantes de "La Murga de
Don Ernesto" se abstuvieran de realizar un "Escrache" frente
a las dependencias de la comisaría del barrio con el objetivo de
incriminar a los trabajadores de seguridad por su vigilancia exagerada
frente a la Plaza "General Suvín", dónde los jóvenes
del barrio se reúnen por las noches a cantar, charlar y compartir
momentos de sana camaradería, abundantemente regados - nobleza
obliga - por litros de vino en cajita.
Algunos integrantes de la asamblea no ven con muy buenos ojos estas tertulias,
argumentando que nuestros chicos suelen ponerse por demás eufóricos
y hasta reclamar a grandes voces la legalización de ciertas sustancias
de consumo prohibido por las autoridades, pero cuyos efectos - aducen
los jóvenes - son menos nocivos que el cigarrillo común
y legal. La habilidad del ruso para negociar con nuestros musicales jóvenes,
y mediar ante los integrantes de la asamblea que ven en la juventud un
peligro para sus siestas estivales, fue ponderada con notables muestras
de gratitud por parte del chaqueño. Ocurre que éste, de
natural algo vehemente, estuvo a un tris de provocar una escisión
en la asamblea por un tema no tan importante en esta etapa, decía.
- Si no se metía el ruso los mandaba a esos viejos a la mierda
- le decía, confidente, al gallego, mientras el ruso aprovechaba
el momento de ternura del chaqueño y - confianzudo - se servía
otra ginebra a cuenta de la casa.
- No es nada, lo que pasa es que Doña Clara es un poco intolerante
con los chicos, pero la vieja es de fierro, viene a todas las asambleas,
y fue ella la que propuso lo de las compras comunitarias. Mirá
si la íbamos a dejar ir por una pavada así.- El ruso abogaba
por la paz y la concordia en el barrio, salvo cuando la presencia de algunos
vecinos - nazifascistas - los calificaba, lograba sacarlo de sus casillas.
- Esa gente trabaja para el coronel Yussuf, y mañana van a apoyar
cualquier intento de golpe - decía el ruso, mirándolo al
gallego para que emita opinión.
El gallego tomó un mate, y considerando todos los elementos disponibles
para evaluar la circunstancia decidió que era posible realizar
una apreciación bastante objetiva.
- Por ahora no son un peligro, salvo que probablemente sean buchones
de la cana, pero evitar eso sabemos que es casi imposible, así
que yo creo que hay que tratar de neutralizarlos en la asamblea cuando
muestren la hilacha antidemocrática. ¿A quién van
a arrastrar? Con el discurso nacionalista pueden hablar un rato de las
empresas privatizadas y el capital extranjero, pero cuando empiecen con
que acá necesitamos un gobierno "fuerte" y de "mano
dura" alguien se va a encargar de recordarle a la asamblea que ya
tuvimos dictadura, y que los comisionados para la política económica
fueron los mismos que después pusieron los gobiernos "democráticos",
así que no son garantía de ninguna gestión económica
"nacionalista".
Duro y afilado, con las cartas mas o menos a la vista el gallego Miño
hacía el cálculo de probabilidades y sacaba conclusiones.
Pero su mente analítica siempre lo traía de regreso a dónde
quería llegar:
- Está bien - le decía al chaqueño - vos decís
que estamos en un proceso de "acumulación", subterráneo
y lento, y que las condiciones externas, o sea la inflación y el
desempleo, van a actuar como excitadores de una nueva etapa de movilizaciones
masivas.
- Macho: nadie lo dijo tan bien - el chaqueño le pasaba vaselina.
El ruso preguntó, recurrente, por qué no invitar a esa
charla previa a la asamblea al Dr. Moyano, abogado con muchos años
en el ejercicio de la profesión, fluidos contactos en el foro local
y que en otras épocas supo ser candidato a diputado provincial
por alguno de esos "Frentes Populares" que armaba el partido
comunista. La idea del ruso, a quién no se le conocían simpatías
partidarias, era que un ex - comunista podría aportar un nutrido
bagaje de experiencia en asuntos de organización.
- Mirá ruso - dijo el chaqueño un tanto fastidiado - primero,
que esta no es ninguna "reunión previa", como vos decís.
Acá somos unos vecinos tomando mate. Y segundo, si tanto querés
que venga Moyano, entonces invitalo, y que venga de una vez a la Asamblea,
que no se le va caer nada.
- Bueno, no te sulfurés - dijo el ruso.
- No, no es para enojarse. - Terciaba el gallego, que odiaba la controversia
entre amigos. - Pero es importante que tengamos en claro que no corresponde
discutir estos temas por fuera de la asamblea. Cualquier propuesta que
alguien tenga debe llevarla al seno de la asamblea.
- Tampoco es para tanto, che - el ruso retrocedía tirando granadas
- podemos reunirnos para ir preparando una propuesta que después
la asamblea decidirá si la acepta o no.
- Si, pensándolo bien no tiene nada de malo, tampoco es cuestión
de hacer un "culto" de la "espontaneidad". - El chaqueño
pensaba y hablaba a la vez:
- Supongo que debemos ir dándonos alguna organización.
- ¡Para eso están las comisiones! - intervino el gallego,
estructurado y orgánico.
- Me refiero a que si, por ejemplo, de repente se aparece el dueño
del autoservicio, el de acá a la vuelta, con los empleados, sí,
ya sé que no son muchos, pero, estoy suponiendo, nada más:
organiza a unos cuantos clientes, de los que le deben unos pesos, y se
viene a proponer que, qué sé yo, que organicemos patrullas
armadas por el barrio. Bueno, entonces: ¿Qué hacemos?
- El chaqueño se interrumpió. - La verdad no tengo ni idea.
Un silencio cargado de miradas sobrevino. El ruso miraba fijamente el
fondo del vaso de ginebra como si ahí estuviese escrita alguna
respuesta. El gallego clavó la mirada en un almanaque viejo que
colgaba al costado de la puerta de entrada al café y bar "Resistencia"
cuyo titular - el chaqueño - le impuso el nombre en consideración
a su querida ciudad natal, y no en atención a valores revolucionarios
o "anti - modelo", así como un desteñido trapo
rojinegro no indicaba posibles militancias anarquistas; en todo caso solamente
cuestionables preferencias deportivas, fruto de viejos amores cuando cursaba
los estudios secundarios en la ciudad de Santa Fe.
- Al fin y al cabo - retomó la palabra el chaqueño -, las
posiciones políticas, y las decisiones que tome la asamblea responderán
a las condiciones que nos imponga la situación económica
y política. Por supuesto que no es cuestión de prevenir
el manijeo con tácticas similares, y - con la excusa de adelantarnos
a los fachos - practicar sus mismos métodos. Pero, y la distinción
es importante, aún diría más: fundamental, tampoco
vamos a ir tiernos y blanditos a encontrarnos con que alguien intenta
llevar la asamblea hacia donde - con toda seguridad - no queremos que
vaya. Así que, muchachos, nosotros vamos de frente, pero no somos
boludos. ¿Qué les parece esto? Propongo una moción
para la próxima asamblea: introducir un restricción para
votar, solamente podrán hacerlo quienes hayan participado por lo
menos en dos de las últimas tres asambleas.
- ¡Pero vos estás en pedo! - Saltó el gallego - ¡Eso
se parece al voto calificado! ¿Dónde queda el espíritu
democrático que nos impulsa? Para eso dejemos a los concejales
y diputados que sigan en la suya.
El gallego era intransigente, siempre opinó que con ciertas cosas
no se juega, y no iba a cambiar a esta altura del partido.
El chaqueño suspiró hondo, unió las palmas de sus
manos con los dedos bien separados, y se dispuso a explicarle al gallego
su idea de voto "restringido":
- ¿Quién compone la asamblea, sino nosotros, los que vamos,
creemos en ella como espacio en construcción, la sostenemos con
nuestro trabajo, y tratamos de acrecentarla reclutando más integrantes
- aunque muy bien no nos vaya en las últimas semanas? ¿No
deberíamos entonces preservar el poder de decisión para
aquellos que participan, la integran regularmente, y protegernos de los
que quieren utilizarla sólo ocasionalmente, sin voluntad democrática?
- Para eso fundemos un club - cortó el gallego un tanto amargamente
- Ché, prendé la tele que empieza Lanata, dijo el ruso
disimulando la mufa.
¿Continuará?
Abril de 2002
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