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El discreto encanto de la burguesía argentina
x Raúl Abraham
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Contrariamente a lo que mucha gente piensa, la Argentina
es un lugar magnifico para vivir. Si se tiene dinero.
El modo de vida de la burguesía argentina seduce a cualquiera.
Buenos Aires puede ser una fiesta, sobre todo para los maduros ejecutivos
de multinacionales de origen europeo o norteamericano. Los primeros se
sienten como en casa: la oferta cultural es variada, policroma. La vida
nocturna no envidia nada a la de las capitales europeas, ni que decir
de las oscuras ciudades de provincia de, por ejemplo, España o
Francia. La oferta gastronómica supera holgadamente los estándares
internacionales, y la tradicional cordialidad de los argentinos, atribuida
a cierto carácter "latino" - del cual todos hablan, pero
nadie parece saber qué es hace que la incomodidad del desarraigo
se diluya rápidamente, entre cenas, teatros y encuentros para jugar
al tenis en exclusivisimos clubes, cuya membrecia no se obtiene únicamente
con dinero. En estos lugares la burguesía argentina hace gala de
su gusto por la buena vida, y la diferencia que hace la antigüedad
del dinero: autentica madera, bronce y cuero, producto de mas de cien
años de disfrutar la renta que la Argentina ubérrima
produce aun en épocas de presuntas vacas flacas. Es que
el sentido de clase, y el de pertenencia que conlleva, lo han heredado
los argentinos de aquellos dorados años en que las costumbres inglesas
eran omnipresentes.
Los fines de semana permiten el contacto con la naturaleza, amplias mansiones
en el sur del país, con su clima ¿Cómo decirlo? Tan
poco sudamericano. Tanto que permite por ejemplo la caza
del ciervo o la pesca de la trucha, reconfortantes deportes que subrayan
la especial condición de quienes lo practican, que confraternizan
posteriormente ante un crepitante hogar con una copa de buen cognac, ámbito
ideal para cerrar acuerdos de negocios provechosos para todas las partes.
A años luz de los incultos patanes de tipo "schumpeteriano",
preocupados solo por la reproducción de su capital, el burgués
argentino conserva alguna rémora feudal en su genotipo; el consumo,
los símbolos de prestigio, y - hoy en día más importante
que nunca la imagen mediática son elementos imprescindibles
para su caracterización. Tanto como el relativismo moral, que tanto
fascina a burgueses de otras latitudes. Entiéndase bien: el europeo
o norteamericano está acostumbrado a pagar para obtener algo, y
cuanto más paga, tanto aumenta su prestigio y capital simbólico.
Por el contrario, el burgués argentino hace gala de la vasta red
de relaciones entretejidas por lazos familiares, de amistad y de favores
recíprocos, que le permiten conseguir entradas para un estreno
15 minutos antes de la función, con solo un llamado telefónico.
Para no hablar de una entrevista con un ministro o secretario de estado
de alguna área que afecte sus intereses. Una demostración
de poder que encandila a cualquier inversor extranjero, el que queda inmediatamente
convencido de la necesidad de un "socio local" de esas características:
la capacidad de abrir puertas. El burgués argentino es, antes que
nada, un político florentino: sabe tejer alianzas, y traicionarlas.
Sabe que el estado le pertenece, lo utiliza en su beneficio particular,
antes que el de su clase, y este método tiene incomparables ventajas
a la hora de la agudización del conflicto social: la transferencia
de riqueza se hace con la intermediación estatal, que asegura la
rentabilidad del capital, aún a costa de la destrucción
del propio estado; como parece ocurrir en estos días, en los que
el afán de saqueo se impone por sobre cualquier otra consideración.
Reciclados a partir de 1985, cerraron filas y como "Capitanes de
la Industria" tejieron alianza con los "gestores políticos"
alfonsinistas, alianza que - recordemos - no dudaron en denunciar cuando
el verano de 1989 acababa con la primavera de 1988 y con el plan de idéntico
nombre.
En esos inolvidables días completó la burguesía
argentina el mayor de sus deseos, la loca esperanza que la perseguía
desde 1930, cuando emprendió el poco cautivante camino de intervenir
en los destinos del país a través del "partido militar":
La colonización completa de los dos mayores partidos políticos
de masas que tuvo la historia argentina. El triunfo era completo, era
el inicio de la "fiesta menemista", que - prolongada por su
"alter ego delaruista" se constituyó en la década
más gloriosa desde los años de la "República
Oligárquica".
Fueron los "Dorados Noventas" para la burguesía argentina,
pletórica y exultante: el triunfo había sido completo. El
"Gran Hermano" había logrado su cometido: no sólo
era temido, sino amado.
Ninguna tapa de revista era suficiente para exhibirse. Modales de la
senil y patética aristocracia española, que años
atrás eran objeto de befa por el "sentido del ridículo
argentino", eran imitados impúdicamente. Mostrar a todo el
mundo la intimidad del baño pasó a ser de "buen gusto",
y el tradicional "recato" del burgués argentino para
mantener ocultas a sus amantes transmutó en el desparpajo de empresarios
automotores por rodearse de jóvenes actrices o modelos.
El derroche y la ostentación fueron los símbolos más
luminosos de una época ominosa para el conjunto del pueblo argentino.
Desenfrenada, deseosa de recuperar el tiempo perdido, la burguesía
argentina se liberó de su complejo de "discreción"
y se lanzó de lleno a adorar al becerro del hedonismo sin límites,
nadie lo cuestionaba.
Después de más de un siglo por fin su gran anhelo se cumplía:
las masas votaban su programa a través de sus dóciles partidos
políticos, conquistados por las ideas del capital, o por el capital
mismo.
Hay que ser muy duro de corazón para no comprender el terror que
desasosiega hoy en día a la burguesía argentina.
Incorregibles, las masas argentinas vuelven hoy a levantarse y
cuestionar su poder absoluto.
Obstinados, los argentinos relacionan las crecientes tasas de
desnutrición infantil con las de ganancia del capital.
Ingratos, los trabajadores suponen que deben percibir algo más
que la satisfacción por el deber cumplido a cambio de su fuerza
de trabajo.
Desengañados, los pequeños ahorristas exigen que
su dinero valga tanto como el de la burguesía.
Furiosos, los excluidos del sistema interrumpen la circulación
de mercaderías y personas.
Infieles, los ciudadanos de la nación se pronuncian a favor
de candidatos políticos aún no captados por los encantos
del capital.
Suspicaces, los usuarios de servicios públicos cuestionan
las prácticas de los socios extranjeros de la burguesía
argentina.
Irreverentes, los consumidores cuestionan la potestad del capital
para aumentar los precios.
En fin, Cansados, los argentinos parecemos - por fin - dispuestos
a tomar las riendas de nuestro destino, relegando al desván de
la historia a una clase que no tiene, para el conjunto de la sociedad,
más respuesta que hambre, marginalidad y represión.
mayo de 2002
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