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El estado y la revolución
Lenin
Capítulo I
Capítulo III
Capítulo V
CAPITULO I
La sociedad de clases y el Estado
1. El Estado, producto del carácter inconciliable de las contradicciones de clase.
Ocurre hoy con la doctrina de Marx lo que ha sólido ocurrir en la historia repetidas veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los jefes de las clases oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para "consolar" y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola. En semejante "arreglo" del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento obrero. Olvidan, re legan a un segundo plano, tergiversan el aspecto revolucionario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía. Todos los socialchovinistas son hoy -¡bromas aparte!- "marxistas". Y cada vez con mayor frecuencia los sabios burgueses alemanes, que ayer todavía eran especialistas en pulverizar el marxismo, hablan hoy ¡de un Marx "nacional-alemán" que, según ellos, educó estas asociaciones obreras tan magníficamente organizadas para llevar a cabo la guerra de rapiña! Ante esta situación, ante la inaudita difusión de las tergiversaciones del marxismo, nuestra misión consiste, ante todo, en restaurar la verdadera doctrina de Marx sobre el Estado. Para esto es necesario citar toda una serie de pasajes largos de las obras mismas de Marx y Engels. Naturalmente, las citas largas hacen la exposición pesada y en nada contribuyen a darle un carácter popular. Pero es de todo punto imposible prescindir de ellas. No hay más remedio que citar del modo más completo posible todos los pasajes, o, por lo menos, todos los pasajes decisivos, de las obras de Marx y Engels sobre la cuestión del Estado, para que el lector pueda formarse por su cuenta una noción del conjunto de las ideas de los fundadores del socialismo científico y del desarrollo de estas ideas, así como también para probar documentalmente y patentizar con toda claridad la tergiversación de estas ideas por el "kautskismo" hoy imperante. Comencemos por la obra más conocida de F. Engels: "El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado", de la que ya en 1894 se publicó en Stuttgart la sexta edición. Conviene traducir las citas de los originales alemanes, pues las traducciones rusas, con ser tan numerosas, son en gran parte incompletas o están hechas de un modo muy defectuoso.
"El Estado -dice Engels, resumiendo su análisis histórico- no es, en modo alguno, un Poder impuesto desde fuera a la sociedad; ni es tampoco 'la realidad de la idea moral', 'la imagen y la realidad de la razón', como afirma Hegel [3]. El Estado es, más bien, un producto de la sociedad al llegar a una determinada fase de desarrollo; es la confesión de que esta sociedad se ha enredado con sigo misma en una contradicción insoluble, se ha dividido en antagonismos irreconciliables, que ella es impotente para conjurar. Y para que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna, no se devoren a sí mismas y no devoren a la sociedad en una lucha estéril, para eso hízose necesario un Poder situado, aparentemente, por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el conflicto, a mantenerlo dentro de los límites del 'orden'. Y este Poder, que brota de la sociedad, pero que se coloca por encima de ella y que se divorcia cada vez más de ella, es el Estado" (págs. 177 y 178 de la sexta edición alemana).
Aquí aparece expresada con toda claridad la idea fundamental del marxismo
en punto a la cuestión del papel histórico y de la significación
del Estado. El Estado es el producto y la manifestación del carácter
irreconciliable de las contradicciones de clase. El Estado surge en el sitio,
en el momento y en el grado en
que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa:
la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables.
En torno a este punto importantísimo y cardinal comienza precisamente
la tergiversación del marxismo, tergiversación que sigue dos direcciones
fundamentales. De una parte, los ideólogos burgueses y especialmente
los pequeñoburgueses, obligados por la presión de hechos históricos
indiscutibles a reconocer que el Estado sólo existe allí donde
existen las contradicciones de clase y la lucha de clases, "corrigen"
a Marx de manera que el Estado resulta ser el órgano de la conciliación
de clases. Según Marx, el Estado no podría ni surgir ni mantenerse
si fuese posible la conciliación de las clases. Para los profesores y
publicistas mezquinos y filisteos -¡que invocan a cada paso en actitud
benévola a Marx!- resulta que el Estado es precisamente el que concilia
las clases. Según Marx, el Estado es un órgano de dominación
de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación
del "orden" que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando
los choques entre las clases. En opinión de los políticos pequeñoburgueses,
el orden es precisamente la conciliación de las clases y no la opresión
de una clase por otra. Amortiguar los choques significa para ellos conciliar
y no privar a las clases oprimidas de ciertos medios y procedimientos de lucha
para el derrocamiento de los opresores. Por ejemplo, en la revolución
de 1917, cuando la cuestión de la significación y del papel del
Estado se planteó precisamente en toda su magnitud, en el terreno práctico,
como una cuestión de acción inmediata, y además de acción
de masas, todos los eseristas[4] (socialistas-revolucionarios) y todos los mencheviques[4]
cayeron, de pronto y por entero, en la teoría pequeñoburguesa
de la "conciliación" de las clases "por el Estado".
Hay innumerables resoluciones y artículos de los políticos de
estos dos partidos saturados de esta teoría mezquina y filistea de la
"conciliación". Que el Estado es el órgano de dominación
de una determinada clase, la cual no puede conciliarse con su antípoda
(con la clase contrapuesta a ella), es algo que esta democracia pequeñoburguesa
no podrá jamás comprender, La actitud ante el Estado es uno de
los síntomas más patentes de que nuestros socialrevolucionarios
y mencheviques no son en manera alguna socialistas (lo que nosotros, los bolcheviques,
siempre hemos demostrado), sino demócratas pequeñoburgueses con
una fraseología casi socialista.
De otra parte, la tergiversación "kautskiana" del marxismo
es bastante más sutil. "Teóricamente", no se niega ni
que el Estado sea el órgano de dominación de clase, ni que las
contradicciones de clase sean irreconciliables. Pero se pasa por alto u oculta
lo siguiente: si el Estado es un producto del carácter irreconciliable
de las contradicciones de clase, si es una fuerza que está por encima
de la sociedad y que "se divorcia cada vez más de la sociedad",
es evidente que la liberación de la clase oprimida es imposible, no sólo
sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción
del aparato del Poder estatal que ha sido creado por la clase dominante y en
el que toma cuerpo aquel "divorcio". Como veremos más abajo,
Marx llegó a esta conclusión, teóricamente clara por si
misma, con la precisión más completa, a base del análisis
histórico concreto de las tareas de la revolución. Y esta conclusión
es precisamente -como expondremos con todo detalle en las páginas siguientes-
la que Kautsky ... ha "olvidado" y falseado.
2. Los destacamentos especiales de hombres armados, las cárceles, etc.
"En comparación con las antiguas organizaciones gentilicias (de tribu o de clan)[5] -prosigue Engels-, el Estado se caracteriza, en primer lugar, por la agrupación de sus súbditos según las divisiones territoriales"... A nosotros, esta agrupación nos parece 'natural', pero ella exigió una larga lucha contra la antigua organización en 'gens' o en tribus. "La segunda característica es la instauración de un Poder público, que ya no coincide directamente con la población organizada espontáneamente como fuerza arma da. Este Poder público especial hácese necesario porque desde la división de la sociedad en clases es ya imposible una organización armada espontánea de la población... Este Poder público existe en todo Estado; no está formado solamente por hombres armados, sino también por aditamentos materiales, las cárceles y las instituciones coercitivas de todo género, que la sociedad gentilicia no conocía..."
Engels desarrolla la noción de esa "fuerza" a que se da el
nombre de Estado, fuerza que brota de la sociedad, pero que se sitúa
por encima de ella y que se divorcia cada vez más de ella. ¿En
qué consiste, fundamentalmente, esta fuerza? En destacamentos especiales
de hombres armados, que tienen a su disposición cárceles y otros
elementos.
Tenemos derecho a hablar de destacamentos especiales de hombres armados, pues
el Poder público propio de todo Estado "no coincide directamente"
con la población armada, con su "organización armada espontánea".
Como todos los grandes pensadores revolucionarios, Engels se esfuerza en dirigir
la atención de los obreros conscientes precisamente hacia aquello que
el filisteísmo dominante considera como lo menos digno de atención,
como lo más habitual, santificado por prejuicios no ya sólidos,
sino podríamos decir que petrificados El ejército permanente y
la policía son los instrumentos fundamentales de la fuerza del Poder
del Estado. Pero ¿puede acaso ser de otro modo? Desde el punto de vista
de la inmensa mayoría de los europeos de fines del siglo XIX, a quienes
se dirigía Engels y que no habían vivido ni visto de cerca ninguna
gran revolución, esto no podía ser de otro modo. Para ellos, era
completamente incomprensible esto de una "organización armada espontanea
de la población". A la pregunta de por qué ha surgido la
necesidad de destacamentos especiales de hombres armados (policía y ejército
permanente) situados por encima de la sociedad y divorciados de ella, el filisteo
del Occidente de Europa y el filisteo ruso se inclinaban a contestar con un
par de frases tomadas de prestado de Spencer o de Mijailovski, remitiéndose
a la complejidad de la vida social, a la diferenciación de funciones,
etc.
Estas referencias parecen "científicas" y adormecen magníficamente
al filisteo, velando lo principal y fundamental: la división de la sociedad
en clases enemigas irreconciliables. Si no existiese esa división, la
"organización armada espontánea de la población"
se diferenciaría por su complejidad, por su elevada técnica, etc.,
de la organización primitiva de la manada de monos que manejan el palo,
o de la del hombre prehistórico, o de la organización de los hombres
agrupados en la sociedad del clan; pero semejante organización sería
posible. Si es imposible, es porque la sociedad civilizada se halla dividida
en clases enemigas, y además irreconciliablemente enemigas, cuyo armamento
"espontáneo" conduciría a la lucha armada entre ellas.
Se forma el Estado, se crea una fuerza especial, destacamentos especiales de
hombres armados, y cada revolución, al destruir el aparato del Estado,
nos indica bien visiblemente cómo la clase dominante se esfuerza por
restaurar los destacamentos especiales de hombres armados a su servicio, cómo
la clase oprimida se esfuerza en crear una nueva organización de este
tipo, que sea capaz de servir no a los explotadores, sino a los explotados.
En el pasaje citado, Engels plantea teóricamente la misma cuestión
que cada gran revolución plantea ante nosotros prácticamente de
un modo palpable y, además, sobre un plano de acción de masas,
a saber: la cuestión de las relaciones mutuas entre los destacamentos
"especiales" de hombres armados y la
"organización armada espontánea de la población".
Hemos de ver cómo ilustra de un modo concreto esta cuestión la
experiencia de las revoluciones europeas y rusas. Pero volvamos a la exposición
de Engels. Engels señala que, a veces, por ejemplo, en algunos sitios
de Norteamérica, este Poder público es débil (se trata
aquí de excepciones raras dentro de la sociedad capitalista y de aquellos
sitios de Norteamérica en que imperaba, en el período preimperialista,
el colono libre), pero que, en términos generales, se fortalece:
"... Este Poder público se fortalece a medida que los antagonismos
de clase se agudizan dentro del
Estado y a medida que se hacen más grandes y más poblados los
Estados colindantes; basta fijarse en
nuestra Europa actual, donde la lucha de clases y el pugilato de conquistas
han encumbrado al Poder
público a una altura en que amenaza con devorar a toda la sociedad y
hasta al mismo Estado".
Esto fue escrito no más tarde que a comienzos de la década del
90 del siglo pasado. El último prólogo
de Engels lleva la fecha del 16 de junio de 1891. Por aquel entonces, comenzaba
apenas en Francia, y más tenuemente todavía en Norteamérica
y en Alemania, el viraje hacia el imperialismo, tanto en el sentido de la dominación
completa de los trusts, como en el sentido de la omnipotencia de los grandes
bancos, en el sentido de una grandiosa política colonial, etc. Desde
entonces, el "pugilato de conquistas" ha experimentado un avance gigantesco,
tanto más cuanto que a comienzos de la segunda década del siglo
XX el planeta ha resultado estar definitivamente repartido entre estos "conquistadores
en pugilato",es decir, entre las grandes potencias rapaces. Desde entonces,
los armamentos terrestres y marítimos han crecido en proporciones increíbles,
y la guerra de pillaje de 1914 a 1917 por la dominación de Inglaterra
o Alemania sobre el mundo, por el reparto del botín, ha llevado al borde
de una catástrofe completa la "absorción" de todas las
fuerzas de la sociedad por un Poder estatal rapaz.
Ya en 1891, Engels supo señalar el "pugilato de conquistas"
como uno de los más importantes rasgos
distintivos de la política exterior de las grandes potencias. ¡Y
los canallas socialchovinistas de los años
1914-1917, en que precisamente este pugilato, agudizándose más
y más, ha engendrado la guerra
imperialista, encubren la defensa de los intereses rapaces de "su"
burguesía con frases sobre la "defensa de la patria", sobre
la "defensa de la república y de la revolución" y con
otras frases por el estilo!
3. El Estado instrumento de explotación de la clase oprimida.
Para mantener un Poder público aparte, situado por encima de la sociedad,
son necesarios los
impuestos y las deudas del Estado.
"Los funcionarios, pertrechados con el Poder público y con el derecho
a cobrar impuestos, están
situados -dice Engels-, como órganos de la sociedad, por encima de la
sociedad. A ellos ya no les basta, aun suponiendo que pudieran tenerlo, con
el respeto libre y voluntario que se les tributa a los órganos del régimen
gentilicio..." Se dictan leyes de excepción sobre la santidad y
la inviolabilidad de los funcionarios.
"El más despreciable polizonte" tiene más "autoridad"
que los representantes del clan; pero incluso el jefe
del poder militar de un Estado civilizado podría envidiar a un jefe de
clan por "el respeto espontáneo" que
le profesaba la sociedad.
Aquí se plantea la cuestión de la situación privilegiada
de los funcionarios como órganos del Poder del
Estado. Lo fundamental es saber: ¿qué los coloca por encima de
la sociedad? Veamos cómo esta cuestión teórica fue resuelta
prácticamente por la Comuna de París en 1871 y cómo la
esfumó reaccionariamente Kautsky en 1912:
"Como el Estado nació de la necesidad de tener a raya los antagonismos
de clase, y como, al mismo
tiempo, nació en medio del conflicto de estas clases, el Estado lo es,
por regla general, de la clase más
poderosa, de la clase económicamente dominante, que con ayuda de él
se convierte también en la clase
políticamente dominante, adquiriendo así nuevos medios para la
represión y explotación de la clase
oprimida..." No fueron sólo el Estado antiguo y el Estado feudal
órganos de explotación de los esclavos y
de los campesinos siervos y vasallos: también "el moderno Estado
representativo es instrumento de
explotación del trabajo asalariado por el capital. Sin embargo, excepcionalmente,
hay períodos en que las
clases en pugna se equilibran hasta tal punto, que el Poder del Estado adquiere
momentáneamente, como
aparente mediador, una cierta independencia respecto a ambas" ... Tal aconteció
con la monarquía absoluta de los siglos XVII y XVIII, con el bonapartismo
del primero y del segundo Imperio en Francia, y con Bismarck en Alemania.
Y tal ha acontecido también -agregamos nosotros- con el gobierno de Kerenski,
en la Rusia
republicana, después del paso a las persecuciones del proletariado revolucionario,
en un momento en que
los Soviets, como consecuencia de hallar se dirigidos por demócratas
pequeñoburgueses, son ya impotentes, y la burguesía no es todavía
lo bastante fuerte para disolverlos pura y simplemente.
En la república democrática -prosigue Engels- "la riqueza
ejerce su poder indirectamente, pero de
un modo tanto más seguro", y lo ejerce, en primer lugar, mediante
la "corrupción directa de los
funcionarios" (Norteamérica), y, en segundo lugar, mediante la "alianza
del gobierno con la Bolsa" (Francia y Norteamérica).
En la actualidad, el imperialismo y la dominación de los Bancos han "desarrollado",
hasta convertirlos en un arte extraordinario, estos dos métodos adecuados
para defender y llevar a la práctica la omnipotencia de la riqueza en
las repúblicas democráticas, sean cuales fueren. Si, por ejemplo,
en los primeros meses de la república democrática rusa, en los
meses que podemos llamar de la luna de miel de los "socialistas" -socialrevolucionarios
y mencheviques- con la burguesía, en el gobierno de coalición,
el señor Palchinski saboteó todas las medidas de restricción
contra los capitalistas y sus latrocinios, contra sus actos de saqueo en detrimento
del fisco mediante los suministros de guerra, y si, al salir del ministerio,
el señor Palchinski (sustituido, naturalmente, por otro Palchinski exactamente
igual) fue "recompensado" por los capitalistas con un puestecito de
120.000 rublos de sueldo al año, ¿qué significa esto? ¿Es
un soborno directo o indirecto? ¿Es una alianza del gobierno con los
consorcios o son "solamente" lazos de amistad? ¿Qué
papel desempeñan los Chernov y los Tsereteli, los Avkséntiev y
los Skóbelev? ¿El de aliados "directos" o solamente
indirectos de los millonarios malversadores de los fondos públicos? La
omnipotencia de la "riqueza" es más segura en las repúblicas
democráticas, porque no depende de la mala envoltura política
del capitalismo. La república democrática es la mejor envoltura
política de que puede revestirse el capitalismo, y por lo tanto el capital,
al dominar (a través de los Pakhinski, los Chernov, los Tsereteli y Cía.)
esta envoltura, que es la mejor de todas, cimenta su Poder de un modo tan seguro,
tan firme, que ningún cambio de personas, ni de instituciones, ni de
partidos, dentro de la república democrática burguesa, hace vacilar
este Poder.
Hay que advertir, además, que Engels, con la mayor precisión,
llama al sufragio universal arma de dominación de la burguesía.
El sufragio universal, dice Engels, sacando evidentemente las enseñanzas
de la larga experiencia de la socialdemocracia alemana, es "el índice
que sirve para medir la madurez de la clase obrera. No puede ser más
ni será nunca más, en el Estado actual".
Los demócratas pequeñoburgueses, por el estilo de nuestros socialrevolucionarios
y mencheviques, y
sus hermanos carnales, todos los socialchovinistas y oportunistas de la Europa
occidental, esperan, en
efecto, "más" del sufragio universal. Comparten ellos mismos
e inculcan al pueblo la falsa idea de que el sufragio universal es, "en
el Estado actual ", un medio capaz de expresar realmente la voluntad de
la mayoría de los trabajadores y de garantizar su efectividad práctica.
Aquí no podemos hacer más que señalar esta idea mentirosa,
poner de manifiesto que esta afirmación
de Engels completamente clara, precisa y concreta, se falsea a cada paso en
la propaganda y en la agitación de los partidos socialistas "oficiales"
(es decir, oportunistas). Una explicación minuciosa de toda la falsedad
de esta idea, rechazada aquí por Engels, la encontraremos más
adelante, en nuestra exposición de los puntos de vista de Marx y Engels
sobre el Estado "actual ".
En la más popular de sus obras, Engels traza el resumen general de sus
puntos de vista en los
siguientes términos:
"Por tanto, el Estado no ha existido eternamente. Ha habido sociedades
que se las arreglaron sin
él, que no tuvieron la menor noción del Estado ni del Poder estatal.
Al llegar a una determinada fase
del desarrollo económico, que estaba ligada necesariamente a la división
de la sociedad en clases, esta
división hizo que el Estado se convirtiese en una necesidad. Ahora nos
acercamos con paso veloz a
una fase de desarrollo de la producción en que la existencia de estas
clases no sólo deja de ser una
necesidad, sino que se convierte en un obstáculo directo para la producción.
Las clases desaparecerán
de un modo tan inevitable como surgieron en su día. Con la desaparición
de las clases, desaparecerá
inevitablemente el Estado. La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción
sobre la base
de una asociación libre e igual de productores, enviará toda la
máquina del Estado al lugar que
entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca
y al hacha de bronce".
No se encuentra con frecuencia esta cita en las obras de propaganda y agitación de la socialdemocracia contemporánea. Pero incluso cuando nos encontramos con ella es, casi siempre, como si se hiciesen reverencias ante un icono; es decir, para rendir un homenaje oficial a Engels, sin el menor intento de analizar qué amplitud y profundidad revolucionarias supone esto de "enviar toda la máquina del Estado al museo de antigüedades". No se ve, en la mayoría de los casos, ni siquiera la comprensión de lo que Engels llama la máquina del Estado.
4. La "extinción" del Estado y la revolución violenta.
Las palabras de Engels sobre la "extinción" del Estado gozan
de tanta celebridad y se citan con tanta
frecuencia, muestran con tanto relieve dónde está el quid de la
adulteración corriente del marxismo por la
cual éste es adaptado al oportunismo, que se hace necesario detenerse
a examinarlas detalladamente.
Citaremos todo el pasaje donde figuran estas palabras:
"El proletariado toma en sus manos el Poder del Estado y comienza por
convertir los medios de
producción en propiedad del Estado. Pero con este mismo acto se destruye
a sí mismo como
proletariado y destruye toda diferencia y todo antagonismo de clases, y, con
ello mismo, el Estado
como tal. La sociedad hasta el presente, movida entre los antagonismos de clase,
ha necesitado del
Estado, o sea de una organización de la correspondiente clase explotadora
para mantener las
condiciones exteriores de producción, y por tanto, particularmente para
mantener por la fuerza a la
clase explotada en las condiciones de opresión (la esclavitud, la servidumbre
o el vasallaje y el trabajo
asalariado), determinadas por el modo de producción existente. El Estado
era el representante oficial
de toda la sociedad, su síntesis en un cuerpo social visible; pero lo
era sólo como Estado de la clase
que en su época representaba a toda la sociedad: en la antigüedad
era el Estado de los ciudadanos
esclavistas; en la Edad Media el de la nobleza feudal; en nuestros tiempos es
el de la burguesía.
Cuando el Estado se convierta finalmente en representante efectivo de toda la
sociedad, será por sí
mismo superfluo. Cuando ya no exista ninguna clase social a la que haya que
mantener en la opresión;
cuando desaparezcan, junto con la dominación de clase, junto con la lucha
por la existencia individual,
engendrada por la actual anarquía de la producción, los choques
y los excesos resultantes de esta
lucha, no habrá ya nada que reprimir ni hará falta, por tanto,
esa fuerza especial de represión, el
Estado. El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante
de toda la
sociedad: la toma de posesión de los medios de producción en nombre
de la sociedad, es a la par su
último acto independiente como Estado. La intervención de la autoridad
del Estado en las relaciones
sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social y
se adormecerá por sí misma. El
gobierno sobre las personas es sustituido por la administración de las
cosas y por la dirección de los
procesos de producción. El Estado no será 'abolido'; se extingue.
Partiendo de esto es como hay que
juzgar el valor de esa frase sobre el 'Estado popular libre' en lo que toca
a su justificación provisional
como consigna de agitación y en lo que se refiere a su falta absoluta
de fundamento científico.
Partiendo de esto es también como debe ser considerada ]a exigencia de
los llamados anarquistas de
que el Estado sea abolido de la noche a la mañana" ("Anti-Dühring
" o "La subversión de la ciencia
por el señor Eugenio Dühring", págs. 301-303 de la tercera
edición alemana).
Sin temor a equivocarnos, podemos decir que de estos pensamientos sobremanera
ricos, expuestos
aquí por Engels, lo único que ha pasado a ser verdadero patrimonio
del pensamiento socialista, en los
partidos socialistas actuales, es la tesis de que el Estado, según Marx,
"se extingue", a diferencia de la
doctrina anarquista de la "abolición" del Estado. Truncar así
el marxismo equivale a reducirlo al
oportunismo, pues con esta "interpretación" no queda en pie
más que una noción confusa de un cambio
lento, paulatino, gradual, sin saltos ni tormentas, sin revoluciones. Hablar
de "extinción" del Estado, en un sentido corriente, generalizado,
de masas, si cabe decirlo así, equivale indudablemente a esfumar, si
no a negar, la revolución.
Además, semejante "interpretación" es la más
tosca tergiversación del marxismo, tergiversación que
sólo favorece a la burguesía y que descansa teóricamente
en la omisión de circunstancias y consideraciones importantísimas
que se indican, por ejemplo, en el "resumen" contenido en el pasaje
de Engels, citado aquí por nosotros en su integridad.
En primer lugar, Engels dice en el comienzo mismo de este pasaje que, al tomar
el Poder del Estado,
el proletaria do "destruye, con ello mismo, el Estado como tal". "No
es uso" pararse a pensar qué significa esto. Lo corriente es ignorarlo
en absoluto o considerarlo algo así como una "debilidad hegeliana"
de Engels. En realidad, en estas palabras se expresa concisamente la experiencia
de una de las más grandes revoluciones proletarias, la experiencia de
la Comuna de París de 1871, de la cual hablaremos detalladamente en su
lugar. En realidad, Engels habla aquí de la "destrucción"
del Estado de la burguesía por la revolución proletaria, mientras
que las palabras relativas a la extinción del Estado se refieren a los
restos del Estado proletario después de la revolución socialista.
El Estado burgués no se "extingue", según Engels, sino
que "es destruido " por el proletariado en la revolución. El
que se extingue, después de esta revolución, es el Estado o semi-Estado
proletario.
En segundo lugar, el Estado es una "fuerza especial de represión".
Esta magnífica y profundísima
definición de Engels es dada aquí por éste con la más
completa claridad. Y de ella se deduce que la "fuerza especial de represión"
del proletariado por la burguesía, de millones de trabajadores por un
puñado de ricachos, debe sustituirse por una "fuerza especial de
represión" de la burguesía por el proletariado (dictadura
del proletariado). En esto consiste precisamente la "destrucción
del Estado como tal". En esto consiste precisamente el "acto"
de la toma de posesión de los medios de producción en nombre de
la sociedad. Y es de suyo evidente que semejante sustitución de una "fuerza
especial" (la burguesa) por otra (la proletaria) ya no puede operarse,
en modo alguno, bajo la forma de "extinción".
En tercer lugar, Engels, al hablar de la "extinción" y -con
frase todavía más plástica y colorida- del "adormecimiento"
del Estado, se refiere con absoluta claridad y precisión a la época
posterior a la "toma
de posesión de los medios de producción por el Estado en nombre
de toda la sociedad", es decir, posterior a a la revolución socialista.
Todos nosotros sabemos que la forma política del "Estado",
en esta época, es la democracia más
completa. Pero a ninguno de los oportunistas que tergiversan desvergonzadamente
el marxismo se le viene a las mientes la idea de que, por consiguiente, Engels
hable aquí del "adormecimiento" y de la "extinción"
de la democracia. Esto parece, a primera vista, muy extraño. Pero esto
sólo es "incomprensible" para quien no haya comprendido que
la democracia también es un Estado y que, consiguientemente, la democracia
también desaparecerá cuando desaparezca el Estado. El Estado burgués
sólo puede ser "destruido" por la revolución. El Estado
en general, es decir, la más completa democracia, sólo puede "extinguirse".
En cuarto lugar, al establecer su notable tesis de la "extinción
del Estado", Engels declara a renglón
seguido, de un modo concreto, que esta tesis se dirige tanto contra los oportunistas,
como contra los
anarquistas. Además, Engels coloca en primer plano la conclusión
que, derivada de su tesis sobre la
"extinción del Estado", se dirige contra los oportunistas.
Podría apostarse que de diez mil hombres que hayan leído u oído
hablar acerca de la "extinción" del
Estado, nueve mil novecientos noventa no saben u olvidan en absoluto que Engels
no dirigió solamente
contra los anarquistas sus conclusiones derivadas de esta tesis. Y de las diez
personas restantes, lo más
probable es que nueve no sepan qué es el "Estado popular libre"
y por qué el atacar esta consigna significa atacar a los oportunistas.
¡Así se escribe la Historia! Así se adapta de un modo imperceptible
la gran doctrina revolucionaria al filisteísmo dominante. La conclusión
contra los anarquistas se ha repetido miles de veces, se ha vulgarizado, se
ha inculcado en las cabezas del modo más simplificado, ha adquirido la
solidez de un prejuicio. ¡Pero la conclusión contra los oportunistas
la han esfumado y "olvidado"! El "Estado popular libre"
era una reivindicación programática y una consigna corriente de
los
socialdemócratas alemanes en la década del 70. En esta consigna
no hay el menor contenido político, fuera de una filistea y enfática
descripción de la noción de democracia. Engels estaba dispuesto
a "justificar", "por el momento", esta consigna desde el
punto de vista de la agitación, por cuanto con ella se insinuaba legalmente
la república democrática. Pero esta consigna era oportunista,
porque expresaba no sólo el embellecimiento de la democracia burguesa,
sino también la incomprensión de la crítica socialista
de todo Estado en general. Nosotros somos partidarios de la república
democrática, como la mejor forma de Estado para el proletariado bajo
el capitalismo, pero no tenemos ningún derecho a olvidar que la esclavitud
asalariada es el destino reservado al pueblo, incluso bajo la república
burguesa más democrática. Más aún. Todo Estado es
una "fuerza especial para la represión" de la clase oprimida.
Por eso, todo Estado ni es libre ni es popular. Marx y Engels explicaron esto
reiteradamente a sus camaradas de partido en la década del 70.
En quinto lugar, en esta misma obra de Engels, de la que todos citan el pasaje
sobre la extinción del
Estado, se contiene un pasaje sobre la importancia de la revolución violenta.
El análisis histórico de su papel lo convierte Engels en un verdadero
panegírico de la revolución violenta. Esto "nadie lo recuerda".
Sobre la importancia de este pensamiento, no es uso hablar ni siquiera pensar
en los partidos socialistas
contemporáneos estos pensamientos no desempeñan ningún
papel en la propaganda ni en la agitación
cotidianas entre las masas. Y, sin embargo, se hallan indisolublemente unidos
a la "extinción" del Estado y forman con ella un todo armónico.
He aquí el pasaje de Engels:
" ... De que la violencia desempeña en la historia otro papel [además
del de agente del mal], un
papel revolucionario; de que, según la expresión de Marx, es la
partera de toda vieja sociedad que
lleva en sus entrañas otra nueva[7]; de que la violencia es el instrumento
con la ayuda del cual el
movimiento social se abre camino y rompe las formas políticas muertas
y fosilizadas, de todo eso no
dice una palabra el señor Dühring. Sólo entre suspiros y
gemidos admite la posibilidad de que para
derrumbar el sistema de explotación sea necesaria acaso la violencia,
desgraciadamente, afirma, pues
el empleo de la misma, según él, desmoraliza a quien hace uso
de ella. ¡Y esto se dice, a pesar del
gran avance moral e intelectual, resultante de toda revolución victoriosa!
Y esto se dice en Alemania,
donde la colisión violenta que puede ser impuesta al pueblo tendría,
cuando menos, la ventaja de
destruir el espíritu de servilismo que ha penetrado en la conciencia
nacional como consecuencia de la
humillación de la Guerra de los Treinta Años[8]. ¿Y estos
razonamientos turbios, anodinos,
impotentes, propios de un párroco rural, se pretende imponer al partido
más revolucionario de la
historia?" (Lugar citado, pág. 193, tercera edición alemana,
final del IV capítulo, II parte).
¿Cómo es posible conciliar en una sola doctrina este panegírico
de la revolución violenta, presentado
con insistencia por Engels a los socialdemócratas alemanes desde 1878
hasta 1894, es decir, hasta los
últimos días de su vida, con la teoría de la "extinción"
del Estado?
Generalmente se concilian ambos pasajes con ayuda del eclecticismo, desgajando
a capricho (o para
complacer a los detentadores del Poder), sin atenerse a los principios o de
un modo sofístico, ora uno ora otro argumento y haciendo pasar a primer
plano, en el noventa y nueve por ciento de los casos, si no en más, precisamente
la tesis de la "extinción". Se suplanta la dialéctica
por el eclecticismo: es la actitud más usual y más generalizada
ante el marxismo en la literatura socialdemócrata oficial de nuestros
días.
Estas suplantaciones no tienen, ciertamente, nada de nuevo; pueden observarse
incluso en la historia de la
filosofía clásica griega. Con la suplantación del marxismo
por el oportunismo, el eclecticismo presentado
como dialéctica engaña más fácilmente a las masas,
les da una aparente satisfacción, parece tener en cuenta todos los aspectos
del proceso, todas las tendencias del desarrollo, todas las influencias contradictorias,
etc., cuando en realidad no da ninguna noción completa y revolucionaria
del proceso del desarrollo social. Ya hemos dicho más arriba, y demostraremos
con mayor detalle en nuestra ulterior exposición, que la doctrina de
Marx y Engels sobre el carácter inevitable de la revolución violenta
se refiere al Estado burgués. Este no puede sustituirse por el Estado
proletario (por la dictadura del proletariado) mediante la "extinción",
sino sólo, por regla general, mediante la revolución violenta.
El panegírico que dedica Engels a ésta, y que coincide plenamente
con reiteradas manifestaciones de Marx (recordaremos el final de "Miseria
de la Filosofía" y del "Manifiesto Comunista" con la declaración
orgullosa y franca sobre el carácter inevitable de la revolución
violenta; recordaremos la crítica del Programa de Gotha, en 1875, cuando
ya habían pasado casi treinta años, y en la que Marx fustiga implacablemente
el oportunismo de este programa[9]), este panegírico no tiene nada de
"apasionamiento", nada de declamatorio, nada de arranque polémico.
La necesidad de educar sistemáticamente a las masas en esta, precisamente
en esta idea sobre la revolución violenta, es algo básico en toda
la doctrina de Marx y Engels. La traición cometida contra su doctrina
por las corrientes socialchovinista y kautskiana hoy imperantes se manifiesta
con singular relieve en el olvido por unos y otros de esta propaganda, de esta
agitación.
La sustitución del Estado burgués por el Estado proletario es
imposible sin una revolución violenta. La
supresión del Estado proletario, es decir, la supresión de todo
Estado, sólo es posible por medio de un
proceso de "extinción".
Marx y Engels desarrollaron estas ideas de un modo minucioso y concreto, estudiando
cada situación
revolucionaria por separado, analizando las enseñanzas sacadas de la
experiencia de cada revolución. Y esta parte de su doctrina, que es,
incuestionablemente, la más importante, es la que pasamos a analizar.
CAPITULO
III
El Estado y la revolución. La experiencia de la Comuna de París
de 1871. El análisis de Marx
1. ¿En qué consiste el heroísmo de la tentativa de los comuneros?
Es sabido que algunos meses antes de la Comuna, en el otoño de 1870,
Marx previno a los obreros de
París; demostrándoles que la tentativa de derribar el gobierno
sería un disparate dictado por la
desesperación[15]. Pero cuando en marzo de 1871 se impuso a los obreros
el combate decisivo y ellos lo
aceptaron, cuando la insurrección fue un hecho, Marx saludó la
revolución proletaria con el más grande
entusiasmo, a pesar de todos los malos augurios. Marx no se aferró a
la condena pedantesca de un
movimiento "extemporáneo", como el tristemente célebre
renegado ruso del marxismo Plejánov, que en
noviembre de 1905 había escrito alentando a la lucha a los obreros y
campesinos y que después de
diciembre de 1905 se puso a gritar como un liberal cualquiera: "¡No
se debía haber empuñado las
armas!"
Marx, por el contrario, no se contentó con entusiasmarse ante el heroísmo
de los comuneros, que,
según sus palabras, "asaltaban el cielo"[17]. Marx veía
en aquel movimiento revolucionario de masas,
aunque éste no llegó a alcanzar sus objetivos, una experiencia
histórica de grandiosa importancia, un cierto paso hacia adelante de
la revolución proletaria mundial, un paso práctico más
importante que cientos de programas y de raciocinios. Analizar esta experiencia,
sacar de ella las enseñanzas tácticas, revisar a la luz de ella
su teoría: he aquí cómo concebía su misión
Marx. La única "corrección" que Marx consideró
necesario introducir en el "Manifiesto Comunista" fue hecha por él
a base de la experiencia revolucionaria de los comuneros de París. El
último prólogo a la nueva edición alemana del "Manifiesto
Comunista", suscrito por sus dos autores, lleva la fecha de 24 de junio
de 1872. En este prólogo, los autores, Carlos Marx y Federico Engels,
dicen que el programa del "Manifiesto Comunista" está "ahora
anticuado en ciertos puntos".
"... La Comuna ha demostrado, sobre todo -continúan-, que "la
clase obrera no puede
simplemente tomar posesión de la máquina estatal tal y como está
y servirse de ella para sus
propios fines"
Las palabras puestas entre comillas, en esta cita, fueron tomadas por sus autores
de la obra de Marx
"La guerra civil en Francia".
Así, pues, Marx y Engels atribuían una importancia tan gigantesca
a esta enseñanza fundamental y
principal de la Comuna de París, que la introdujeron como corrección
esencial en el "Manifiesto
Comunista".
Es sobremanera característico que precisamente esta corrección
esencial haya sido tergiversada por
los oportunistas y que su sentido sea, probablemente, desconocido de las nueve
décimas partes, si no del
noventa y nueve por ciento de los lectores del "Manifiesto Comunista".
De esta tergiversación trataremos
en detalle más abajo, en el capítulo consagrado especialmente
a las tergiversaciones. Aquí, bastará señalar
que la manera corriente, vulgar, de "entender" las notables palabras
de Marx citadas por nosotros consiste
en suponer que Marx subraya aquí la idea del desarrollo lento, por oposición
a la toma del Poder por la
violencia, y otras cosas por el estilo.
En realidad, es precisamente lo contrario. El pensamiento de Marx consiste en
que la clase obrera
debe destruir, romper la "máquina estatal tal y como está"
y no limitarse simplemente a apoderarse de
ella. El 12 de abril de 1871, es decir, justamente en plena Comuna, Marx escribió
a Kugelmann:
"Si te fijas en el último capítulo de mi '18 Brumario',
verás que expongo como próxima
tentativa de la revolución francesa, no hacer pasar de unas manos a otras
la máquina
burocrático-militar, como se venia haciendo hasta ahora, sino romperla
[subrayado por Marx; en el
original zerbrechen ], y ésta es justamente la condición previa
de toda verdadera revolución popular
en el continente. En esto, precisamente, consiste la tentativa de nuestros heroicos
camaradas de París"
(pág. 709 de la revista "Neue Zeit", t. XX, I, año 1901-1902).
(Las cartas de Marx a Kugelmann han sido publicadas en ruso no menos que en
dos ediciones, una de
ellas redactada por mi y con un prólogo mío.)
En estas palabras: "romper la máquina burocrático-militar
del Estado", se encierra, concisamente
expresada, la enseñanza fundamental del marxismo en punto a la cuestión
de las tareas del proletariado en
la revolución respecto al Estado. ¡Y esta enseñanza es precisamente
la que no sólo olvida en absoluto, sino que tergiversa directamente la
"interpretación" imperante, kautskiana, del marxismo!
En cuanto a la referencia de Marx al "18 Brumario", más arriba
hemos citado en su integridad el
pasaje correspondiente.
Interesa señalar especialmente dos lugares en el mencionado pasaje de
Marx. En primer término,
Marx limita su conclusión al continente. Esto era lógico en 1871,
cuando Inglaterra era todavía un modelo
de país netamente capitalista, pero sin militarismo y, en una medida
considerable, sin burocracia. Por eso,
Marx excluía a Inglaterra, donde la revolución, e incluso una
revolución popular, se consideraba y era
entonces posible sin la condición previa de destruir "la máquina
estatal existente".
Hoy, en 1917, en la época de la primera gran guerra imperialista, esta
limitación hecha por Marx no
tiene razón de ser. Inglaterra y Norteamérica, los más
grandes y los últimos representantes -en el mundo
entero- de la "libertad" anglosajona, en el sentido de ausencia de
militarismo y de burocratismo, han ido
rodando completamente al inmundo y sangriento pantano, común a toda Europa,
de las instituciones
burocrático-militares, que todo lo someten y lo aplastan. Hoy, también
en Inglaterra y en Norteamérica es
"condición previa de toda revolución verdaderamente popular"
el romper, el destruir la "máquina estatal
existente" (y que allí ha alcanzado, en los años de 1914
a 1917, la perfección "europea", la perfección
común al imperialismo).
En segundo lugar, merece especial atención la observación extraordinariamente
profunda de Marx de
que la destrucción de la máquina burocrático-militar del
Estado es "condición previa de toda revolución
verdaderamente popular". Este concepto de revolución "popular
" parece extraño en boca de Marx, y los
plejanovistas y mencheviques rusos, estos secuaces de Struve que quieren hacerse
pasar por marxistas,
podrían tal vez explicar esta expresión de Marx como un "lapsus".
Han reducido el marxismo a una
deformación liberal tan mezquina, que, para ellos, no existe más
que la antítesis entre revolución burguesa y proletaria, y hasta
esta antítesis la comprenden de un modo increíblemente escolástico.
Si tomamos como ejemplos las revoluciones del siglo XX, tendremos que reconocer
como burguesas,
naturalmente, también las revoluciones portuguesa y turca. Pero ni la
una ni la otra son revoluciones
"populares", pues ni en la una ni en la otra actúa perceptiblemente,
de un modo activo, por propia
iniciativa, con sus propias reivindicaciones económicas y políticas,
la masa del pueblo, la inmensa mayoría de éste. En cambio, la
revolución burguesa rusa de 1905 a 1907, aunque no registrase éxitos
tan "brillantes" como los que alcanzaron en ciertos momentos las revoluciones
portuguesa y turca, fue, sin duda, una revolución "verdaderamente
popular", pues la masa del pueblo, la mayoría de éste, las
"más bajas capas" sociales, aplastadas por el yugo y la explotación,
levantáronse por propia iniciativa, estamparon en todo el curso de la
revolución el sello de sus reivindicaciones, de sus intentos de construir
a su modo una nueva sociedad en lugar de la sociedad vieja que era destruida.
En la Europa de 1871, el proletariado no formaba la mayoría ni en un
solo país del continente. Una revolución "popular",
que arrastrase al movimiento verdaderamente a la mayoría, sólo
podía serlo aquella
que abarcase tanto al proletariado como a los campesinos. Ambas clases formaban
en aquel entonces el
"pueblo". Ambas clases están unidas por el hecho de que la
"máquina burocrático-militar del Estado" las
oprime, las esclaviza, las explota. Destruir, romper esta máquina: tal
es el verdadero interés del "pueblo", de su mayoría,
de los obreros y de la mayoría de los campesinos, tal es la "condición
previa" para una alianza libre de los campesinos pobres con los proletarios,
sin cuya alianza la democracia será precaria, y la transformación
socialista, imposible.
Hacia esta alianza precisamente se abría camino, como es sabido, la Comuna
de París, si bien no
alcanzó su objetivo por una serie de causas de carácter interno
y externo.
Consiguientemente, al hablar de una "revolución verdaderamente popular",
Marx, sin olvidar para
nada las características de la pequeña burguesía (de las
cuales habló mucho y con frecuencia), tenía en
cuenta con la mayor precisión la correlación efectiva de clases
en la mayoría de los Estados continentales
de Europa, en 1871. Y, de otra parte, constataba que la "destrucción"
de la máquina estatal responde a los
intereses de los obreros y campesinos, los une, plantea ante ellos la tarea
común de suprimir al "parásito" y sustituirlo por algo
nuevo. ¿Pero con qué sustituirlo concretamente?
2. ¿Con que sustituir la máquina del Estado una vez destruida?
En 1847, en el "Manifiesto Comunista", Marx daba a esta pregunta
una respuesta todavía
completamente abstracta, o, más exactamente, una respuesta que señalaba
las tareas, pero no los medios
para resolverlas. Sustituir la máquina del Estado, una vez destruida,
por la "organización del proletariado
como clase dominante", "por la conquista de la democracia": tal
era la respuesta del "Manifiesto
Comunista".
Sin perderse en utopías, Marx esperaba de la experiencia del movimiento
de masas la respuesta a la
cuestión de qué formas concretas habría de revestir esta
organización del proletariado como clase
dominante y de qué modo esta organización habría de coordinarse
con la "conquista de la democracia" más completa y más
consecuente.
En su "Guerra civil en Francia", Marx somete al análisis más
atento la experiencia de la Comuna, por
breve que esta experiencia haya sido. Citemos los pasajes más importantes
de esta obra:
"En el siglo XIX, se desarrolló, procedente de la Edad Media, "el
poder centralizado del Estado,
con sus órganos omnipresentes: el ejército permanente, la policía,
la burocracia, el clero y la
magistratura". Con el desarrollo del antagonismo de clase entre el capital
y el trabajo, "el Poder del
Estado fue adquiriendo cada vez más el carácter de un poder público
para la opresión del trabajo, el
carácter de una máquina de dominación de clase. Después
de cada revolución, que marcaba un paso
adelante en la lucha de clases, se acusaba con rasgos cada vez más salientes
el carácter puramente
opresor del Poder del Estado". Después de la revolución de
1848-1849, el Poder del Estado se
convierte en un "arma nacional de guerra del capital contra el trabajo".
El Segundo Imperio lo
consolida.
"La antítesis directa del Imperio era la Comuna". Era la forma
definida" "de aquella república
que no había de abolir tan sólo la forma monárquica de
la dominación de clase, sino la dominación
misma de clase..."
¿En qué había consistido, concretamente, esta forma "definida"
de la república proletaria, socialista?
¿Cuál era el Estado que había comenzado a crear?
"...El primer decreto de la Comuna fue ... la supresión del ejército
permanente para sustituirlo
por el pueblo armado..."
Esta reivindicación figura hoy en los programas de todos los partidos
que deseen llamarse socialistas.
¡Pero lo que valen sus programas nos lo dice mejor que nada la conducta
de nuestros socialrevolucionarios y mencheviques, que precisamente después
de la revolución del 27 de febrero han renunciado de hecho a poner en
práctica esta reivindicación!
"...La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por
sufragio universal en
los diversos distritos de París. Eran responsables y podían ser
revocados en todo momento. La
mayoría de sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes
reconocidos de la clase
obrera... La policía, que hasta entonces había sido instrumento
del gobierno central, fue despojada
inmediatamente de todos sus atributos políticos y convertida en instrumento
de la Comuna,
responsable ante ésta y revocable en todo momento... Y lo mismo se hizo
con los funcionarios de
todas las demás ramas de la administración... Desde los miembros
de la Comuna para abajo, todos los
que desempeñaban cargos públicos lo hacían por el salario
de un obrero. Todos los privilegios y los
gastos de representación de los altos dignatarios del Estado desaparecieron
junto con éstos... Una vez
suprimidos el ejército permanente y la policía, instrumentos de
la fuerza material del antiguo gobierno,
la Comuna se apresuró a destruir también la fuerza de opresión
espiritual, el poder de los curas.. . Los
funcionarios judiciales perdieron su aparente independencia... En el futuro
debían ser elegidos
públicamente, ser responsables y revocables..."
Por tanto, la Comuna sustituye la máquina estatal destruida, aparentemente
"sólo" por una
democracia más completa: supresión del ejército permanente
y completa elegibilidad y amovilidad de todos los funcionarios. Pero, en realidad,
este "sólo" representa un cambio gigantesco de unas instituciones
por otras de un tipo distinto por principio. Aquí estamos precisamente
ante uno de esos casos de "transformación de la cantidad en calidad":
la democracia, llevada a la práctica del modo más completo y consecuente
que puede concebirse, se convierte de democracia burguesa en democracia proletaria,
de un Estado (fuerza especial para la represión de una determinada clase)
en algo que ya no es un Estado propiamente dicho.
Todavía es necesario reprimir a la burguesía y vencer su resistencia.
Esto era especialmente necesario
para la Comuna, y una de las causas de su derrota está en no haber hecho
esto con suficiente decisión.
Pero aquí el órgano represor es ya la mayoría de la población
y no una minoría, como había sido siempre,
lo mismo bajo la esclavitud y la servidumbre que bajo la esclavitud asalariada.
¡Y, desde el momento en
que es la mayoría del pueblo la que reprime por sí misma a sus
opresores, no es ya necesaria una "fuerza
especial" de represión! En este sentido, el Estado comienza a extinguirse.
En vez de instituciones especiales de una minoría privilegiada (la burocracia
privilegiada, los jefes del ejército permanente), puede llevar a efecto
esto directamente la mayoría, y cuanto más intervenga todo el
pueblo en la ejecución de las funciones propias del Poder del Estado
tanto menor es la necesidad de dicho Poder.
En este sentido, es singularmente notable una de las medidas decretadas por
la Comuna, que Marx
subraya: la abolición de todos los gastos de representación, de
todos los privilegios pecuniarios de los
funcionarios, la reducción de los sueldos de todos los funcionarios del
Estado al nivel del "salario de un
obrero ". Aquí es precisamente donde se expresa de un modo más
evidente el viraje de la democracia
burguesa a la democracia proletaria, de la democracia de la clase opresora a
la democracia de las clases
oprimidas, del Estado como "fuerza especial " para la represión
de una determinada clase a la represión de los opresores por la fuerza
conjunta de la mayoría del pueblo, de los obreros y los campesinos. ¡Y
es
precisamente en este punto tan evidente -tal vez el más importante, en
lo que se refiere a la cuestión del
Estado- en el que las enseñanzas de Marx han sido más relegadas
al olvido! En los comentarios de
popularización -cuya cantidad es innumerable- no se habla de esto. "Es
uso" guardar silencio acerca de esto, como si se tratase de una "ingenuidad"
pasada de moda, algo así como cuando los cristianos, después de
convertirse el cristianismo en religión del Estado, se "olvidaron"
de las "ingenuidades" del cristianismo primitivo y de su espíritu
democrático-revolucionario.
La reducción de los sueldos de los altos funcionarios del Estado parece
"simplemente" la
reivindicación de un democratismo ingenuo, primitivo. Uno de los "fundadores"
del oportunismo moderno, el ex-socialdemócrata E. Bernstein, se ha dedicado
más de una vez a repetir esas burlas burguesas triviales sobre el democratismo
"primitivo". Como todos los oportunistas, como los actuales kautskianos,
no comprendía en absoluto, en primer lugar, que el paso del capitalismo
al socialismo es imposible sin un cierto "retorno" al democratismo
"primitivo" (pues ¿cómo, si no, pasar a la ejecución
de las funciones del Estado por la mayoría de la población, por
toda la población en bloque?); y, en segundo lugar, que este "democratismo
primitivo", basado en el capitalismo y en la cultura capitalista, no es
el democratismo primitivo de los tiempos prehistóricos o de la época
precapitalista. La cultura capitalista ha creado la gran producción,
fábricas, ferrocarriles, el correo y el teléfono, etc., y sobre
esta base, una enorme mayoría de las funciones del antiguo "Poder
del Estado" se han simplificado tanto y pueden reducirse a operaciones
tan sencillísimas de registro, contabilidad y control, que estas funciones
son totalmente asequibles a todos los que saben leer y escribir, que pueden
ejecutarse en absoluto por el "salario corriente de un obrero", que
se las puede (y se las debe) despojar de toda sombra de algo privilegiado y
"jerárquico". La completa elegibilidad y la amovilidad en cualquier
momento de todos los funcionarios sin excepción; la reducción
de su sueldo a los límites del "salario corriente de un obrero":
estas medidas democráticas, sencillas y "evidentes por sí
mismas", al mismo tiempo que unifican en absoluto los intereses de los
obreros y de la mayoría de los campesinos, sirven de puente que conduce
del capitalismo al socialismo. Estas medidas atañen a la reorganización
del Estado, a la reorganización puramente política de la sociedad,
pero es evidente que sólo adquieren su pleno sentido e importancia en
conexión con la "expropiación de los expropiadores"
ya en realización o en preparación, es decir, con la transformación
de la propiedad privada capitalista sobre los medios de producción en
propiedad social.
"Al suprimir las dos mayores partidas de gastos, el ejército y
la burocracia, la Comuna -escribe
Marx- convirtió en realidad la consigna de todas las revoluciones burguesas:
un gobierno barato".
Entre los campesinos, al igual que en las demás capas de la pequeña
burguesía, sólo "prospera", sólo
"se abre paso" en sentido burgués, es decir, se convierten
en gentes acomodadas, en burgueses o en
funcionarios con una situación garantizada y privilegiada, una minoría
insignificante. La inmensa mayoría de los campesinos de todos los países
capitalistas en que existe una masa campesina (y estos países capitalistas
forman la mayoría), se halla oprimida por el gobierno y ansía
derrocarlo, ansía un gobierno "barato". Esto puede realizarlo
sólo el proletariado, y, al realizarlo, da al mismo tiempo un paso hacia
la transformación socialista del Estado.
3. La abolición del parlamentarismo.
"La Comuna -escribió Marx- debía ser, no una corporación
parlamentaria, sino una
corporación de trabajo, legislativa y ejecutiva al mismo tiempo..."
"...En vez de decidir una vez cada tres o cada seis años qué
miembros de la clase dominante han
de representar y aplastar [ver-und zertreten ] al pueblo en el parlamento, el
sufragio universal debía
servir al pueblo, organizado en comunas, de igual modo que el sufragio individual
sirve a los patronos
para encontrar obreros, inspectores y contables con destino a sus empresas".
Esta notable crítica del parlamentarismo, trazada en 1871, figura también
hoy, gracias al predominio
del socialchovinismo y del oportunismo, entre las "palabras olvidadas"
del marxismo. Los ministros y
parlamentarios profesionales, los traidores al proletariado y los "mercachifles"
socialistas de nuestros días
han dejado íntegramente a los anarquistas la crítica del parlamentarismo,
y sobre esta base asombrosamente juiciosa han declarado toda crítica
del parlamentarismo ¡¡como "anarquismo" !!No tiene nada
de extraño que el proletariado de los países parlamentarios "adelantados",
asqueado de "socialistas" como los Scheidemann, David, Legien, Sembat,
Renaudel, Henderson, Vandervelde, Stauning, Branting, Bissolati y Cía.,
haya puesto cada vez más sus simpatías en el anarcosindicalismo,
a pesar de que éste es hermano carnal del oportunismo.
Pero para Marx la dialéctica revolucionaria no fue nunca esa vacua frase
de moda, esa bagatela en
que la han convertido Plejánov, Kautsky y otros. Marx sabía romper
implacablemente con el anarquismo
por su incapacidad para aprovecharse hasta del "establo" del parlamentarismo
burgués -sobre todo cuando se sabe que no se está ante situaciones
revolucionarias-, pero, al mismo tiempo, sabía también hacer una
crítica auténticamente revolucionario-proletaria del parlamentarismo.
Decidir una vez cada cierto número de años qué miembros
de la clase dominante han de oprimir y
aplastar al pueblo en el parlamento: he aquí la verdadera esencia del
parlamentarismo burgués, no sólo en
las monarquías constitucionales parlamentarias, sino también en
las repúblicas más democráticas.
Pero si planteamos la cuestión del Estado, si enfocamos el parlamentarismo
como una de las
instituciones del Estado, desde el punto de vista de las tareas del proletariado
en este terreno, ¿dónde está
entonces la salida del parlamentarismo? ¿Cómo es posible prescindir
de él?
Hay que decir, una y otra vez, que ]as enseñanzas de Marx, basadas en
la experiencia de la Comuna,
están tan olvidadas, que para el "socialdemócrata" moderno
(léase: para los actuales traidores al socialismo) es sencillamente incomprensible
otra crítica del parlamentarismo que no sea la anarquista o la reaccionaria.
La salida del parlamentarismo no está, naturalmente, en la abolición
de las instituciones
representativas y de la elegibilidad, sino en transformar las instituciones
representativas de lugares de
charlatanería en "corporaciones de trabajo".
"La Comuna debía ser, no una corporación parlamentaria,
sino una corporación de trabajo,
legislativa y ejecutiva al mismo tiempo".
"No una corporación parlamentaria, sino una corporación
de trabajo": ¡este tiro va derecho al corazón
de los parlamentarios modernos y de los "perrillos falderos" parlamentarios
de la socialdemocracia! Fijaos en cualquier país parlamentario, de Norteamérica
a Suiza, de Francia a Inglaterra, Noruega, etc.: la
verdadera labor "de Estado" se hace entre bastidores y la ejecutan
los ministerios, las oficinas, los Estados Mayores. En los parlamentos no se
hace más que charlar, con la finalidad especial de embaucar al "vulgo".
Y tan cierto es esto, que hasta en la república rusa, república
democrática burguesa, antes de haber
conseguido crear un verdadero parlamento, se han puesto de manifiesto en seguida
todos estos pecados del parlamentarismo. Héroes del filisteísmo
podrido como los Skóbelev y los Tsereteli, los Chernov y los
Avkséntiev se las han arreglado para envilecer hasta a los Soviets, según
el patrón del más sórdido
parlamentarismo burgués, convirtiéndolos en vacuos lugares de
charlatanería. En los Soviets, los señores
ministros "socialistas" engañan a los ingenuos aldeanos con
frases y con resoluciones.
En el gobierno, se desarrolla un rigodón permanente, de una parte para
"cebar" con puestecitos bien retribuidos y honrosos al mayor número
posible de socialrevolucionarios y mencheviques, y, de otra parte, para "distraer
la atención" del pueblo. ¡Mientras tanto, en las oficinas
y en los Estados Mayores "se desarrolla" la labor "del Estado"!
El "Dielo Naroda", órgano del partido gobernante de los "socialistas
revolucionarios", reconocía
no hace mucho en un editorial- con esa sinceridad inimitable de las gentes de
la "buena sociedad" en la
que "todos" ejercen la prostitución política -que hasta
en los ministerios regentados por "socialistas"
(¡perdonad la expresión!), que hasta en estos ministerios ¡subsiste
sustancialmente todo el viejo aparato
burocrático, funcionando a la antigua y saboteando con absoluta "libertad"
las iniciativas revolucionarias! Y aunque no tuviésemos esta confesión,
¿acaso la historia real de la participación de los socialrevolucionarios
y los mencheviques en el gobierno no demuestra esto? Lo único que hay
de característico en esto es que los señores Chernov, Rusánov,
Sensínov y demás redactores del "Dielo Naroda", asociados
en el ministerio con los kadetes, han perdido el pudor hasta tal punto, que
no se avergüenzan de contar públicamente, sin rubor, como si se
tratase de una pequeñez, ¡¡que en "sus" ministerios
todo está igual que antes!! Para engañar a los campesinos ingenuos,
frases revolucionario-democráticas, y para "complacer" a los
capitalistas, el laberinto burocrático-oficinesco: he ahí la esencia
de la "honorable" coalición. La Comuna sustituye el parlamentarismo
venal y podrido de la sociedad burguesa por instituciones en las que la libertad
de crítica y de examen no degenera en engaño, pues aquí
los parlamentarios tienen que trabajar ellos mismos, tienen que ejecutar ellos
mismos sus leyes, tienen que comprobar ellos mismos los resultados, tienen que
responder directamente ante sus electores. Las instituciones representativas
continúan, pero desaparece el parlamentarismo como sistema especial,
como división del trabajo legislativo y ejecutivo, como situación
privilegiada para los diputados. Sin instituciones representativas no puede
concebirse la democracia, ni aun la democracia proletaria; sin parlamentarismo,
sí puede y debe concebirse, si la crítica de la sociedad burguesa
no es para nosotros una frase vacua, si la aspiración de derrocar la
dominación de la burguesía es en nosotros una aspiración
seria y sincera y no una frase "electoral" para cazar los votos de
los obreros, como es en los labios de los mencheviques y los socialrevolucionarios,
como es en los labios de los Scheidemann y Legien, los Sembat y Vandervelde.
Es sobremanera instructivo que, al hablar de las funciones de aquella burocracia
que necesita también la Comuna y la democracia proletaria, Marx tome
como punto de comparación a los empleados de "cualquier otro patrono",
es decir, una empresa capitalista corriente, con "obreros, inspectores
y contables".
En Marx no hay ni rastro de utopismo, en el sentido de que invente y fantasee
sobre la "nueva"
sociedad. No, Marx estudia como un proceso histórico-natural cómo
nace la nueva sociedad d e la antigua, estudia las formas de transición
de la antigua a la nueva sociedad. Toma la experiencia real del movimiento proletario
de masas y se esfuerza en sacar las enseñanzas prácticas de ella.
"Aprende" de la Comuna, como todos los grandes pensadores revolucionarios
no temieron aprender de la experiencia de los grandes movimientos de la clase
oprimida, no dirigiéndoles nunca "sermones" pedantescos (por
el estilo del "no se debía haber empuñado las armas",
de Plejánov, o de la frase de Tsereteli: "una clase debe saber moderarse").
No cabe hablar de la abolición repentina de la burocracia, en todas partes
y hasta sus últimas raíces.
Esto es una utopía. Pero el destruir de golpe la antigua máquina
burocrática y comenzar a construir
inmediatamente otra nueva, que permita ir reduciendo gradualmente a la nada
toda burocracia, no es una
utopía; es la experiencia de la Comuna, es la tarea directa, inmediata,
del proletariado revolucionario.
El capitalismo simplifica las funciones de la administración del "Estado",
permite desterrar la
"administración burocrática" y reducirlo todo a una
organización de los proletarios (como clase dominante) que toma a su
servicio, en nombre de toda la sociedad, a "obreros, inspectores y contables".
Nosotros no somos utopistas. No "soñamos" en cómo podrá
prescindirse de golpe de todo gobierno,
de toda subordinación, estos sueños anarquistas, basados en la
incomprensión de las tareas de la dictadura del proletariado, son fundamentalmente
ajenos al marxismo y, de hecho, sólo sirven para aplazar la revolución
socialista hasta el momento en que los hombres sean distintos. No, nosotros
queremos la revolución socialista con hombres como los de hoy, con hombres
que no puedan arreglárselas sin subordinación, sin control, sin
"inspectores y contables".
Pero a quien hay que someterse es a la vanguardia armada de todos los explotados
y trabajadores: al
proletariado. La "administración burocrática" específica
de los funcionarios del Estado, puede y debe
comenzar a sustituirse inmediatamente, de la noche a la mañana, por las
simples funciones de "inspectores y contables", funciones que ya hoy
son plenamente accesibles al nivel de desarrollo de los habitantes de las ciudades
y que pueden ser perfectamente desempeñadas por el "salario de un
obrero"
Organizaremos la gran producción nosotros mismos, los obreros, partiendo
de lo que ha sido creado
ya por el capitalismo, basándonos en nuestra propia experiencia obrera,
estableciendo una disciplina
rigurosísima, férrea, mantenida por el Poder estatal de los obreros
armados; reduciremos a los funcionarios del Estado a ser simples ejecutores
de nuestras directivas, "inspectores y contables" responsables, amovibles
y modestamente retribuidos (en unión, naturalmente, de técnicos
de todas clases, de todos los tipos y grados): he ahí nuestra tarea proletaria,
he ahí por dónde se puede y se debe empezar al llevar a cabo la
revolución proletaria. Este comienzo, sobre la base de la gran producción,
conduce por sí mismo a la "extinción" gradual de toda
burocracia, a la creación gradual de un orden- orden sin comillas, orden
que no se parecerá en nada a la esclavitud asalariada-, de un orden en
que las funciones de inspección y de contabilidad, cada vez más
simplificadas, se ejecutarán por todos siguiendo un turno, acabarán
por convertirse en costumbre, y, por fin, desaparecerán como funciones
especiales de una capa especial de la sociedad.
Un ingenioso socialdemócrata alemán de la década del 70
del siglo pasado, dijo que el correo era un
modelo de economía socialista. Esto es muy exacto. Hoy, el correo es
una empresa organizada según el
patrón de un monopolio capitalista de Estado. El imperialismo va convirtiendo
poco a poco todos los trusts en organizaciones de este tipo. En ellos vemos
esa misma burocracia burguesa, entronizada sobre los "simples" trabajadores,
agobiados de trabajo y hambrientos. Pero el mecanismo de la gestión social
está ya preparado en estas organizaciones. No hay más que derrocar
a los capitalistas, destruir, por la mano férrea de los obreros armados,
la resistencia de estos explotadores, romper la máquina burocrática
del Estado moderno, y tendremos ante nosotros un mecanismo de alta perfección
técnica, libre del "parásito" y perfectamente susceptible
de ser puesto en marcha por los mismos obreros unidos, dando ocupación
a técnicos, inspectores y contables y retribuyendo el trabajo de todos
éstos, como el de todos los funcionarios del "Estado" en general,
con el salario de un obrero. He aquí una tarea concreta, una tarea práctica
que es ya inmediatamente realizable con respecto a todos los trusts, que libera
a los trabajadores de la explotación y que tiene en cuenta la experiencia
ya iniciada prácticamente (sobre todo en el terreno de la organización
del Estado) por la Comuna. Organizar toda la economía nacional como lo
está el correo para que los técnicos, los inspectores, los contables
y todos los funcionarios en general perciban sueldos que no sean superiores
al "salario de un obrero", bajo el control y la dirección del
proletariado armado: he ahí nuestro objetivo inmediato. He ahí
el Estado que nosotros necesitamos y la base económica sobre la que este
Estado tiene que descansar. He ahí lo que darán la abolición
del parlamentarismo y la conservación de las instituciones representativas,
he ahí lo que librará a las clases trabajadoras de la prostitución
de estas instituciones por la burguesía.
4. Organización de la unidad de la nación.
"...En el breve esbozo de organización nacional que la Comuna no
tuvo tiempo de desarrollar, se
dice claramente que la Comuna debía ser... la forma política hasta
de la aldea más pequeña del país"
...Las comunas elegirían la "delegación nacional" de
París.
"...Las pocas, pero importantes funciones que aun quedarían entonces
al gobierno central no se
suprimirían, como falseando conscientemente la verdad se ha dicho, sino
que serían desempeñadas
por funcionarios comunales, es decir, rigurosamente responsables..."
"...No se trataba de destruir la unidad de la nación, sino por el
contrario, de organizarla mediante
un régimen comunal. La unidad de la nación debía convertirse
en una realidad mediante la destrucción
de aquel Poder del Estado que pretendía ser la encarnación de
esta unidad, pero quería ser
independiente de la nación y estar situado por encima de ella. De hecho,
este Poder del Estado no era
más que una excrecencia parasitaria en el cuerpo de la nación..."
"La tarea consistía en amputar los órganos puramente represivos
del viejo Poder estatal y arrancar sus legítimas funciones de manos de
una autoridad que pretende colocarse sobre la sociedad, para restituirlas a
los servidores responsables
de ésta".
Hasta qué punto los oportunistas de la socialdemocracia actual no han
comprendido -tal vez fuera
más exacto decir que no han querido comprender- estos razonamientos de
Marx, lo revela mejor que nada el libro erostráticamente célebre
del renegado Bernstein: "Las premisas del socialismo y las tareas de la
socialdemocracia". Refiriéndose precisamente a las citadas palabras
de Marx, Bernstein escribía que en ellas se desarrolla un programa "que,
por su contenido político, presenta, en todos sus rasgos esenciales,
la mayor semejanza con el federalismo de Proudhon... Pese a todas las demás
diferencias que separan a Marx y al 'pequeñoburgués' Proudhon
[Bernstein pone esta palabra entre comillas, queriendo darle una intención
irónica], en estos puntos el curso de las ideas es el más afín
que cabe en ambos". Naturalmente, prosigue Bernstein, que la importancia
de las municipalidades va en aumento, pero "a mí me parece dudo
so que esta abolición [Auflösung -literalmente: disolución]
de los Estados modernos y la transformación completa [Umwandlung : cambio
radical] de su organización, tal como Marx y Proudhon la describen (formación
de la Asamblea Nacional con delegados de las asambleas provinciales o regionales,
integradas a su vez por delegados de las comunas), tendría que ser la
obra inicial de la democracia, desapareciendo, por tanto, todas las formas anteriores
de las representaciones nacionales" (Bernstein "Las premisas del socialismo",
págs. 134 y 136, edición alemana de 1899).
Esto es sencillamente monstruoso: ¡Confundir las concepciones de Marx
sobre la "destrucción del
Poder estatal, del parásito", con el federalismo de Proudhon! Pero
esto no es casual, pues al oportunista no se le pasa siquiera por las mientes
pensar que aquí Marx no habla en manera alguna del federalismo por oposición
al centralismo, sino de la destrucción de la antigua máquina burguesa
del Estado, existente en todos los países burgueses.
Al oportunista sólo se le viene a las mientes lo que ve en torno suyo,
en medio del filisteísmo mezquino y del estancamiento "reformista",
a saber: ¡sólo las "municipalidades"!
El oportunista ha perdido la costumbre del pensar siquiera en la revolución
del proletariado.
Esto es ridículo. Pero lo curioso es que nadie haya contendido con Bernstein
acerca de este punto.
Bernstein fue refutado por muchos, especialmente por Plejánov en la literatura
rusa y por Kautsky en la
europea, pero ni uno ni otro han hablado de esta tergiversación de Marx
por Bernstein.
El oportunista se ha desacostumbrado hasta tal punto de pensar en revolucionario
y de reflexionar
acerca de la revolución, que atribuye a Marx el "federalismo",
confundiéndole con el fundador del
anarquismo, Proudhon. Y Kautsky y Plejánov, que quieren pasar por marxistas
ortodoxos y defender la
doctrina del marxismo revolucionario, ¡guardan silencio acerca de esto!
Nos encontramos aquí con una de las raíces de ese extraordinario
bastardeamiento de las ideas acerca de la diferencia entre marxismo y
anarquismo, que es característico tanto de los kautskianos como de los
oportunistas y del que habremos de hablar todavía más.
En los citados pasajes de Marx sobre la experiencia de la Comuna, no hay ni
rastro de federalismo.
Marx coincide con Proudhon precisamente en algo que no ve el oportunista Bernstein.
Marx discrepa de
Proudhon precisamente en aquello en que Bernstein ve una afinidad.
Marx coincide con Proudhon en que ambos abogan por la "destrucción"
de la máquina moderna del
Estado. Esta coincidencia del marxismo con el anarquismo (tanto con el de Proudhon
como con el de
Bakunin) no quieren verla ni los oportunistas ni los kautskianos, pues ambos
han desertado del marxismo
en este punto.
Marx discrepa de Proudhon y de Bakunin precisamente en la cuestión del
federalismo (para no hablar
siquiera de la dictadura del proletariado). El federalismo es una derivación
de principio de las concepciones pequeñoburguesas del anarquismo. Marx
es centralista. En los pasajes suyos citados más arriba, no se contiene
la menor desviación del centralismo. ¡Sólo quienes se hallen
poseídos de la "fe supersticiosa" del filisteo en el Estado
pueden confundir la destrucción de la máquina del Estado burgués
con la destrucción del centralismo!
Y bien, si el proletariado y los campesinos pobres toman en sus manos el Poder
del Estado, se
organizan de un modo absolutamente libre en comunas y unifican la acción
de todas las comunas para
dirigir los golpes contra el capital, para aplastar la resistencia de los capitalistas,
para entregar a toda la
nación, a toda la sociedad, la propiedad privada sobre los ferrocarriles,
las fábricas, la tierra, etc., ¿acaso
esto no será el centralismo? ¿Acaso esto no será el más
consecuente centralismo democrático, y además un centralismo proletario?
A Bernstein no le cabe, sencillamente, en la cabeza que sea posible un centralismo
voluntario, una
unión voluntaria de las comunas en la nación, una fusión
voluntaria de las comunas proletarias para aplastar la dominación burguesa
y la máquina burguesa del Estado. Para Bernstein, como para todo filisteo,
el centralismo es algo que sólo puede venir de arriba, que sólo
puede ser impuesto y mantenido por la burocracia y el militarismo.
Marx subraya intencionadamente, como previendo la posibilidad de que sus ideas
fuesen
tergiversadas, que el acusar a la Comuna de querer destruir la unidad de la
nación, de querer suprimir el
Poder central, es una falsedad consciente. Marx usa intencionadamente la expresión
"organizar la unidad de la nación", para contraponer el centralismo
consciente, democrático, proletario, al centralismo burgués, militar,
burocrático.
Pero ... no hay peor sordo que el que no quiere oír. Y los oportunistas
de la socialdemocracia actual
no quieren, en efecto, oír hablar de la destrucción del Poder
del Estado, de la eliminación del parásito.
5. La destrucción del Estado parásito.
Hemos citado ya, y vamos a completarlas aquí, las palabras de Marx relativas a este punto.
"Generalmente, las nuevas creaciones históricas están destinadas
a que se las tome por una
reproducción de las formas viejas, y aun ya caducas, de vida social con
las cuales las nuevas
instituciones presentan cierta semejanza. Así, también esta nueva
Comuna, que viene a destruir
[bricht - romper] el Poder estatal moderno, ha sido considerada como una resurrección
de las
Comunas medievales... , como una federación de pequeños Estados,
con arreglo al sueño de
Montesquieu y los girondinos... , como una forma exagerada de la vieja lucha
contra el excesivo
centralismo..."
"...Por el contrario, el régimen comunal habría devuelto
al organismo social todas las fuerzas
que hasta entonces venía devorando el 'Estado', parásito que se
nutre a expensas de la sociedad y
entorpece su libre movimiento. Con este solo hecho habría iniciado la
regeneración de Francia..."
"...El régimen comunal habría colocado a los productores
rurales bajo la dirección ideológica de
las capitales de sus provincias y les habría ofrecido aquí, en
los obreros de la ciudad, los
representantes naturales de sus intereses. La sola existencia de la Comuna implicaba,
como algo
evidente, un régimen de autonomía local, pero no ya como contrapeso
a un Poder del Estado que
ahora sería superfluo..."
"Destrucción del Poder estatal", que era una "excrecencia
parasitaria", su "amputación", su
"aplastamiento", el "Poder del Estado que ahora sería
superfluo": he aquí cómo se expresa Marx al hablar
del Estado, valorando y analizando la experiencia de la Comuna.
Todo esto fue escrito hace poco menos de medio siglo, pero hoy hay que proceder
a verdaderas
excavaciones para llevar a la conciencia de las grandes masas un marxismo no
falseado. Las conclusiones
deducidas de la observación de la última gran revolución
vivida por Marx fueron dadas al olvido
precisamente al llegar el momento de las siguientes grandes revoluciones del
proletariado.
"...La variedad de interpretaciones a que ha sido so metida la Comuna
y la variedad de intereses
que han encontrado su expresión en ella demuestran que era una forma
política perfectamente
flexible, a diferencia de las formas anteriores de gobierno, que habían
sido todas esencialmente
represivas. He aquí su verdadero secreto: la Comuna era en esencia el
gobierno de la clase obrera,
fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma
política, descubierta, al
fin, bajo la cual podía llevarse a cabo la emancipación económica
del trabajo..."
"Sin esta última condición el régimen comunal habría
sido una imposibilidad y una impostura". ..
Los utopistas habíanse dedicado a "descubrir" las formas políticas
bajo las cuales debía producirse la
transformación socialista de la sociedad. Los anarquistas se desentendían
del problema de las formas
políticas en general. Los oportunistas de la socialdemocracia actual
tomaron las formas políticas burguesas del Estado democrático
parlamentario como el límite del que no podía pasarse y se rompieron
la frente de tanto prosternarse ante este "modelo", considerando como
anarquismo toda aspiración a romper estas formas.
Marx dedujo de toda la historia del socialismo y de las luchas políticas
que el Estado deberá
desaparecer y que la forma transitoria para su desaparición (la forma
de transición del Estado al no Estado) será "el proletariado
organizado como clase dominante". Pero Marx no se proponía descubrir
las formas políticas de este futuro. Se limitó a la investigación
precisa de la historia francesa, a su análisis y a la conclusión
a que llevó el año 1851: se avecina la destrucción de la
máquina del Estado burgués.
Y cuando estalló el movimiento revolucionario de masas del proletariado,
Marx, a pesar del revés
sufrido por este movimiento, a pesar de su fugacidad y de su patente debilidad,
se puso a estudiar qué
formas había revelado.
La Comuna es la forma, "descubierta, al fin", por la revolución
proletaria, bajo la cual puede lograrse
la emancipación económica del trabajo.
La Comuna es el primer intento de la revolución proletaria de destruir
la máquina del Estado burgués,
y la forma política, "descubierta, al fin", que puede y debe
sustituir a lo destruido.
Más adelante, en el curso de nuestra exposición, veremos que las
revoluciones rusas de 1905 y 1917
prosiguen, en otras circunstancias, bajo condiciones diferentes, la obra de
la Comuna, y confirman el genial análisis histórico de Marx.
CAPITULO
V
Las bases económicas de la extinción del Estado
La explicación más detallada de esta cuestión nos la da
Marx en su "Crítica del Programa de Gotha"
(carta a Bracke, de 5 de mayo de 1875, que no fue publicada hasta 1891, en la
revista "Neue Zeit", IX, 1,
y de la que se publicó en ruso una edición aparte). La parte polémica
de esta notable obra, consistente en la crítica del lassalleanismo, ha
dejado en la sombra, por decirlo así, su parte positiva, a saber: su
análisis de la conexión existente entre el desarrollo del comunismo
y la extinción del Estado.
1. Planteamiento de la cuestión por Marx.
Comparando superficialmente la carta de Marx a Bracke, de 5 de mayo de 1875,
con la carta de
Engels a Bebel, de 28 de marzo de 1875 examinada más arriba, podría
parecer que Marx es mucho más
"partidario del Estado" que Engels, y que entre las concepciones de
ambos escritores acerca del Estado
media una diferencia muy considerable.
Engels aconseja a Bebel lanzar por la borda toda la charlatanería sobre
el Estado y borrar
completamente del programa la palabra Estado, sustituyéndola por la palabra
"comunidad". Engels llega
incluso a declarar que la Comuna no era ya un Estado, en el sentido estricto
de la palabra. En cambio, Marx habla incluso del "Estado futuro de la sociedad
comunista", es decir, reconoce, al parecer, la necesidad del Estado hasta
bajo el comunismo.
Pero semejante modo de concebir sería radicalmente falso. Examinándolo
más atentamente, vemos
que las concepciones de Marx y Engels sobre el Estado y su extinción
coinciden en absoluto, y que la citada expresión de Marx se refiere precisamente
al Estado en extinción.
Es evidente que no puede hablarse de determinar el momento de la "extinción"
futura del Estado,
tanto más cuanto que se trata, como es sabido, de un proceso largo. La
aparente diferencia entre Marx y
Engels se explica por la diferencia de los temas por ellos tratados, de las
tareas por ellos perseguidas. Engels se proponía la tarea de mostrar
a Bebel de un modo palmario y tajante, a grandes rasgos, todo el absurdo de
los prejuicios corrientes (compartidos también, en grado considerable,
por Lassalle) acerca del Estado.
Marx sólo toca de paso esta cuestión, interesándose por
otro tema: el desarrollo de la sociedad comunista.
Toda la teoría de Marx es la aplicación de la teoría del
desarrollo -en su forma más consecuente,
más completa, más profunda y más rica de contenido- al
capitalismo moderno. Era natural que a Marx se le plantease, por tanto, la cuestión
de aplicar esta teoría también a la inminente bancarrota del capitalismo
y al desarrollo futuro del comunismo futuro. Ahora bien, ¿a base de qué
datos se puede plantear la cuestión del desarrollo futuro del comunismo
futuro?
A base del hecho de que el comunismo procede del capitalismo, se desarrolla
históricamente del
capitalismo, es el resultado de la acción de una fuerza social engendrada
por el capitalismo. En Marx no
encontramos ni rastro de intento de construir utopías, de hacer conjeturas
en el aire respecto a cosas que no es posible conocer. Marx plantea la cuestión
del comunismo como el naturalista plantearía, por ejemplo, la cuestión
del desarrollo de una nueva especie biológica, sabiendo que ha surgido
de tal y tal modo y se modifica en tal y tal dirección determinada.
Marx descarta, ante todo, la confusión que el programa de Gotha siembra
en la cuestión de las
relaciones entre el Estado y la sociedad.
"La sociedad actual -escribe Marx- es la sociedad capitalista, que existe
en todos los países
civilizados, más o menos libre de aditamentos medievales, más
o menos modificada por las
particularidades del desarrollo histórico de cada país, más
o menos desarrollada. Por el contrario, el
'Estado actual' cambia con las fronteras de cada país. En el imperio
prusiano-alemán es
completamente distinto que en Suiza, en Inglaterra es completamente distinto
que en los Estados
Unidos. El 'Estado actual' es, por tanto, una ficción.
Sin embargo, pese a su abigarrada diversidad de formas, los diversos Estados
de los diversos
países civilizados tienen todos algo de común: que reposan sobre
el terreno de la sociedad burguesa
moderna, más o menos desarrollada en el sentido capitalista. Tienen,
por tanto, ciertas características
esenciales comunes. En este sentido cabe hablar del 'Estado actual' por oposición
al del porvenir, en
el que su raíz de hoy, la sociedad burguesa, se extinguirá.
Y cabe la pregunta: ¿qué transformación sufrirá
el Estado en la sociedad comunista? Dicho en
otros términos: ¿qué funciones sociales quedarán
entonces en pie, análogas a las funciones actuales
del Estado? Esta pregunta sólo puede contestarse científicamente,
y por mucho que se combine la
palabra 'pueblo' con la palabra 'Estado', no nos acercaremos lo más mínimo
a la solución del
problema..."
Poniendo en ridículo, como vemos, toda la charlatanería sobre
el "Estado del pueblo", Marx traza el
planteamiento del problema y en cierto modo nos advierte que, para resolverlo
científicamente, sólo se
puede operar con datos científicos sólidamente establecidos.
Y lo primero que ha sido establecido con absoluta precisión por toda
la teoría de la evolución y por
toda la ciencia en general -y lo que olvidaron los utopistas y olvidan los oportunistas
de hoy, que temen a la revolución socialista- es el hecho de que, históricamente,
tiene que haber, sin ningún género de duda, una fase especial
o una etapa especial de transición del capitalismo al comunismo.
2. La transición del capitalismo al comunismo.
"...Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista -prosigue Marx-
media el período de
la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este
período corresponde también un
período político de transición, y el Estado de este período
no puede ser otro que la dictadura
revolucionaria del proletariado".
Esta conclusión de Marx se basa en el análisis del papel que
el proletariado desempeña en la sociedad
capitalista actual, en los datos sobre el desarrollo de esta sociedad y en el
carácter irreconciliable de los
intereses antagónicos del proletariado y de la burguesía.
Antes, la cuestión planteábase así: para conseguir su liberación,
el proletariado debe derrocar a la
burguesía, conquistar el Poder político e instaurar su dictadura
revolucionaria.
Ahora, la cuestión se plantea de un modo algo distinto: la transición
de la sociedad capitalista, que se
desenvuelve hacia el comunismo, a la sociedad comunista, es imposible sin un
"período político de
transición", y el Estado de este período no puede ser otro
que la dictadura revolucionaria del proletariado.
Ahora bien, ¿cuál es la actitud de esta dictadura hacia la democracia?
Veíamos que el "Manifiesto Comunista" coloca sencillamente,
a la par el uno del otro, dos conceptos:
el de la "transformación del proletariado en clase dominante"
y el de "la conquista de la democracia". Sobre la base de todo lo
arriba expuesto, se puede determinar con más precisión cómo
se transforma la
democracia en la transición del capitalismo al comunismo.
En la sociedad capitalista, bajo las condiciones del desarrollo más favorable
de esta sociedad, tenemos
en la República democrática un democratismo más o menos
completo. Pero este democratismo se halla
siempre comprimido dentro de los estrechos marcos de la explotación capitalista
y es siempre, en esencia,
por esta razón, un democratismo para la minoría, sólo para
las clases poseedoras, sólo para los ricos. La
libertad de la sociedad capitalista sigue siendo, y es siempre, poco más
o menos, lo que era la libertad en las antiguas repúblicas de Grecia:
libertad para los esclavistas. En virtud de las condiciones de la explotación
capitalista, los esclavos asalariados modernos viven tan agobiados por la penuria
y la miseria, que "no están para democracias", "no están
para política", y en el curso corriente y pacífico de los
acontecimientos, la mayoría de la población queda al margen de
toda participación en la vida político-social.
Alemania es tal vez el país que confirma con mayor evidencia la exactitud
de esta afirmación,
precisamente porque en dicho Estado la legalidad constitucional se mantuvo durante
un tiempo
asombrosamente largo y persistente, casi medio siglo (1871-1914), y durante
este tiempo la
socialdemocracia supo hacer muchísimo más que en los otros países
para "utilizar la legalidad" y organizar en partido político
a una parte más considerable de los obreros que en ningún otro
país del mundo.
Pues bien, ¿a cuánto asciende esta parte de los esclavos asalariados
políticamente conscientes y
activos, con ser la más elevada de cuantas encontramos en la sociedad
capitalista? ¡De 15 millones de
obreros asalariados, el partido socialdemócrata cuenta con un millón
de miembros! ¡De 15 millones de
obreros, hay tres millones sindicalmente organizados!
Democracia para una minoría insignificante, democracia para los ricos:
he ahí el democratismo de la
sociedad capitalista. Si nos fijamos más de cerca en el mecanismo de
la democracia capitalista, veremos
siempre y en todas partes, hasta en los "pequeños", en los
aparentemente pequeños, detalles del derecho de sufragio (requisito de
residencia, exclusión de la mujer, etc.), en la técnica de las
instituciones
representativas, en los obstáculos reales que se oponen al derecho de
reunión (¡los edificios públicos no son para los "de
abajo"!), en la organización puramente capitalista de la prensa
diaria, etc., etc., en todas partes veremos restricción tras restricción
puesta al democratismo. Estas restricciones, excepciones, exclusiones y trabas
para los pobres parecen insignificantes sobre todo para el que jamás
ha sufrido la penuria ni se ha puesto en contacto con las clases oprimidas en
su vida de masas (que es lo que les ocurre a las nueve décimas partes,
si no al noventa y nueve por ciento de los publicistas y políticos burgueses),
pero en conjunto estas restricciones excluyen, eliminan a los pobres de la política,
de su participación activa en la democracia.
Marx puso de relieve magníficamente esta esencia de la democracia capitalista,
al decir, en su análisis
de la experiencia de la Comuna, que a los oprimidos se les autoriza para decidir
una vez cada varios años
¡qué miembros de la clase opresora han de representarlos y aplastarlos
en el parlamento![36]
Pero, partiendo de esta democracia capitalista -inevitablemente estrecha, que
repudia por debajo de
cuerda a los pobres y que es, por tanto, una democracia profundamente hipócrita
y mentirosa- el
desarrollo progresivo, no discurre de un modo sencillo, directo y tranquilo
"hacia una democracia cada vez mayor", como quieren hacernos creer
los profesores liberales y los oportunistas pequeñoburgueses. No, el
desarrollo progresivo, es decir, el desarrollo hacia el comunismo pasa a través
de la dictadura del
proletariado, y no puede ser de otro modo, porque el proletariado es el único
que puede, y sólo por este
camino, romper la resistencia de los explotadores capitalistas.
Pero la dictadura del proletariado, es decir, la organización de la vanguardia
de los oprimidos en clase
dominante para aplastar a los opresores, no puede conducir tan sólo a
la simple ampliación de la
democracia. A la par con la enorme ampliación del democratismo, que por
vez primera se convierte en un
democratismo para los pobres, en un democratismo para el pueblo, y no en un
democratismo para los ricos, la dictadura del proletariado implica una serie
de restricciones puestas a la libertad de los opresores, de los explotadores,
de los capitalistas. Debemos reprimir a éstos, para liberar a la humanidad
de la esclavitud asalariada, hay que vencer por la fuerza su resistencia, y
es evidente que allí donde hay represión, donde hay violencia
no hay libertad ni hay democracia.
Engels expresaba magníficamente esto en la carta a Bebel, al decir, como
recordará el lector, que
"mientras el proletariado necesite todavía del Estado, no lo necesitará
en interés de la libertad, sino para
someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el
Estado como tal dejará de
existir".
Democracia para la mayoría gigantesca del pueblo y represión por
la fuerza, es decir, exclusión de la
democracia, para los explotadores, para los opresores del pueblo: he ahí
la modificación que sufrirá la
democracia en la transición del capitalismo al comunismo.
Sólo en la sociedad comunista, cuando se haya roto ya definitivamente
la resistencia de los
capitalistas, cuando hayan desaparecido los capitalistas, cuando no haya clases
(es decir, cuando no haya
diferencias entre los miembros de la sociedad por su relación hacia los
medios sociales de producción), sólo entonces "desaparecerá
el Estado y podrá hablarse de libertad ". Sólo entonces será
posible y se hará
realidad una democracia verdaderamente completa, una democracia que verdaderamente
no implique
ninguna restricción. Y sólo entonces la democracia comenzará
a extinguirse, por la sencilla razón de que los hombres, liberados de
la esclavitud capitalista, de los innumerables horrores, bestialidades, absurdos
y
vilezas de la explotación capitalista, se habituarán poco a poco
a la observación de las reglas elementales
de convivencia, conocidas a lo largo de los siglos y repetidas desde hace miles
de años en todos los
preceptos, a observarlas sin violencia, sin coacción, sin subordinación,
sin ese aparato especial de
coacción que se llama Estado.
La expresión "el Estado se extingue" está muy bien elegida,
pues señala el carácter gradual del
proceso y su espontaneidad. Sólo la fuerza de la costumbre puede ejercer
y ejercerá indudablemente esa
influencia, pues en torno a nosotros observamos millones de veces con qué
facilidad se habitúan los
hombres a guardar las reglas de convivencia necesarias si no hay explotación,
si no hay nada que indigne a los hombres y provoque protestas y sublevaciones,
creando la necesidad de la represión.
Por tanto, en la sociedad capitalista tenemos una democracia amputada, mezquina,
falsa, una
democracia solamente para los ricos, para la minoría. La dictadura del
proletariado, el período de transición hacia el comunismo, aportará
por primera vez la democracia para el pueblo, para la mayoría, a la par
con la necesaria represión de la minoría, de los explotadores.
Sólo el comunismo puede aportar una democracia verdaderamente completa,
y cuanto más completa sea, antes dejará de ser necesaria y se
extinguirá por sí misma.
Dicho en otros términos: bajo el capitalismo, tenemos un Estado en el
sentido estricto de la palabra,
una máquina especial para la represión de una clase por otra,
y, además, de la mayoría por la minoría. Se
comprende que para que pueda prosperar una empresa como la represión
sistemática de la mayoría de los
explotados por una minoría de explotadores, haga falta una crueldad extraordinaria,
una represión bestial,
hagan falta mares de sangre, a través de los cuales marcha precisamente
la humanidad en estado de
esclavitud, de servidumbre, de trabajo asalariado.
Ahora bien, en la transición del capitalismo al comunismo, la represión
es todavía necesaria, pero ya
es la represión de una minoría de explotadores por la mayoría
de los explotados. Es necesario todavía un
aparato especial, una máquina especial para la represión, el "Estado",
pero éste es ya un Estado de
transición, no es ya un Estado en el sentido estricto de la palabra,
pues la represión de una minoría de
explotadores por la mayoría de los esclavos asalariados de ayer es algo
tan relativamente fácil, sencillo y
natural, que costará muchísima menos sangre que la represión
de las sublevaciones de los esclavos, de los
siervos y de los obreros asalariados, que costará mucho menos a la humanidad.
Y este Estado es
compatible con la extensión de la democracia a una mayoría tan
aplastante de la población, que la necesidad de una máquina especial
para la represión comienza a desaparecer. Como es natural, los explotadores
no pueden reprimir al pueblo sin una máquina complicadísima que
les permita cumplir este cometido, pero el pueblo puede reprimir a los explotadores
con una "máquina" muy sencilla, casi sin "máquina",
sin aparato especial, por la simple organización de las masas armadas
(como los Soviets de Diputados Obreros y Soldados, digamos, adelantándonos
un poco).
Finalmente, sólo el comunismo suprime en absoluto la necesidad del Estado,
pues bajo el comunismo
no hay nadie a quien reprimir, "nadie" en el sentido de clase, en
el sentido de una lucha sistemática contra
determinada parte de la población. Nosotros no somos utopistas y no negamos,
en modo alguno, que es
posible e inevitable que algunos individuos cometan excesos, como tampoco negamos
la necesidad de
reprimir tales excesos. Poro, en primer lugar, para esto no hace falta una máquina
especial, un aparato
especial de represión, esto lo hará el mismo pueblo armado, con
la misma sencillez y facilidad con que un
grupo cualquiera de personas civilizadas, incluso en la sociedad actual, separa
a los que se están peleando o impide que se maltrate a una mujer. Y,
en segundo lugar, sabemos que la causa social más importante de los excesos,
consistentes en la infracción de las reglas de convivencia, es la explotación
de las masas, la penuria y la miseria de éstas. Al suprimirse esta causa
fundamental, los excesos comenzarán
inevitablemente a "extinguirse ". No sabemos con qué rapidez
y gradación, pero sabemos que se
extinguirán. Y, con ellos, se extinguirá también el Estado.
Marx, sin dejarse llevar al terreno de las utopías, determinó
en detalle lo que es posible determinar
ahora respecto a este porvenir, a saber: la diferencia entre las fases (grados
o etapas) inferior y superior de
la sociedad comunista.
3. La primera fase de la sociedad comunista.
En la "Crítica del Programa de Gotha", Marx refuta minuciosamente
la idea lassalleana de que, bajo el
socialismo, el obrero recibirá el "producto íntegro o completo
del trabajo". Marx demuestra que de todo el trabajo social de toda la sociedad
habrá que descontar un fondo de reserva, otro fondo para ampliar la
producción, para reponer las máquinas "gastadas", etc.,
y, además, de los artículos de consumo, un fondo
para los gastos de administración, escuelas, hospitales, asilos para
ancianos, etc.
En vez de emplear la frase nebulosa, confusa y general de Lassalle ("dar
al obrero el producto íntegro
del trabajo"), Marx establece un cálculo sobrio de cómo precisamente
la sociedad socialista se verá obligada a administrar. Marx aborda el
análisis concreto de las condiciones de vida de esta sociedad en que
no existirá el capitalismo, y dice:
"De lo que aquí [en el examen del programa del partido obrero]
se trata no es de una sociedad
comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba
de salir precisamente de
la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus
aspectos, en el económico, en el
moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña
procede".
Esta sociedad comunista, que acaba de salir de la entraña del capitalismo
al mundo de Dios y que
lleva en todos sus aspectos el sello de la sociedad antigua, es la que Marx
llama "primera" fase o fase
inferior de la sociedad comunista.
Los medios de producción han dejado de ser ya propiedad privada de los
individuos. Los medios de
producción pertenecen a toda la sociedad. Cada miembro de la sociedad,
al ejecutar una cierta parte del
trabajo socialmente necesario, obtiene de la sociedad un certificado acreditativo
de haber realizado tal o cual cantidad de trabajo. Por este certificado recibe
de los almacenes sociales de artículos de consumo la
cantidad correspondiente de productos. Deducida la cantidad de trabajo que pasa
al fondo social, cada
obrero, por tanto, recibe de la sociedad lo que entrega a ésta. Reina,
al parecer, la "igualdad".
Pero cuando Lassalle, refiriéndose a este orden social (al que se suele
dar el nombre de socialismo,
pero que Marx denomina la primera fase del comunismo), dice que esto es una
"distribución justa", que es
"el derecho igual de cada uno al producto igual del trabajo", Lassalle
se equivoca, y Marx pone al
descubierto su error.
"Aquí -dice Marx- tenemos realmente un 'derecho igual', pero esto
es todavía 'un derecho
burgués', que, como todo derecho, presupone la desigualdad.Todo derecho
significa la aplicación de un
rasero igual a hombres distintos, a hombres que en realidad no son idénticos,
no son iguales entre sí; por
tanto, el 'derecho igual' es una infracción de la igualdad y una injusticia".
En efecto, cada cual obtiene, si
ejecuta una parte de trabajo social igual que el otro, la misma parte de producción
social (después de hechas las deducciones indicadas).
Sin embargo, los hombres no son todos iguales, unos son más fuertes y
otros más débiles, unos son
casados y otros solteros, unos tienen más hijos que otros, etc.
"...A igual trabajo -concluye Marx- y, por consiguiente, a igual participación
en el fondo
social de consumo, unos obtienen de hecho más que otros, unos son más
ricos que otros, etc. Para
evitar todos estos inconvenientes, el derecho tendría que ser no igual,
sino desigual..."
Consiguientemente, la primera fase del comunismo no puede proporcionar todavía
justicia ni igualdad:
subsisten las diferencias de riqueza, diferencias injustas; pero no será
posible ya la explotación del hombre por el hombre, puesto que no será
posible apoderarse, a título de propiedad privada, de los medios de producción,
de las fábricas, las máquinas, la tierra, etc. Pulverizando la
frase confusa y pequeñoburguesa de Lassalle sobre la "igualdad"
y la "justicia" en general, Marx muestra el curso de desarrollo de
la sociedad comunista, que en sus comienzos se verá obligada a destruir
solamente aquella "injusticia" que consiste en que los medios de producción
sean usurpados por individuos aislados, pero que no estará en condiciones
de destruir de golpe también la otra injusticia, consistente en la distribución
de los artículos de consumo "según el trabajo" (y no
según las necesidades).
Los economistas vulgares, incluyendo entre ellos a los profesores burgueses,
entre los que se cuenta
también "nuestro" Tugán, reprochan constantemente a
los socialistas el olvidarse de la desigualdad de los
hombres y el "soñar" con destruir esta desigualdad. Este reproche
sólo demuestra, como vemos, la extrema ignorancia de los señores
ideólogos burgueses.
Marx no solo tiene en cuenta del modo más preciso la inevitable desigualdad
de los hombres, sino que
tiene también en cuenta que el solo paso de los medios de producción
a propiedad común de toda la
sociedad (el "socialismo", en el sentido corriente de la palabra)
no suprime los defectos de la distribución y la desigualdad del "derecho
burgués", el cual sigue imperando, por cuanto los productos son
distribuidos "según el trabajo".
"...Pero estos defectos -prosigue Marx- son inevitables en la primera
fase de la sociedad
comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista, tras largos dolores
para su alumbramiento. El
derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica y al desarrollo
cultural de la sociedad
por ella condicionado..."
Así, pues, en la primera fase de la sociedad comunista (a la que suele
darse el nombre de socialismo)
el "derecho burgués" n o se suprime completamente, sino sólo
parcialmente, sólo en la medida de la
transformación económica ya alcanzada, es decir, sólo en
lo que se refiere a los medios de producción. El
"derecho burgués" reconoce la propiedad privada de los individuos
sobre los medios de producción. El
socialismo los convierte en propiedad común. En este sentido -y sólo
en este sentido- desaparece el
"derecho burgués".
Sin embargo, este derecho persiste en otro de sus aspectos, persiste como regulador
de la distribución
de los productos y de la distribución del trabajo entre los miembros
de la sociedad. "El que no trabaja, no
come": este principio socialista es ya una realidad; "a igual cantidad
de trabajo, igual cantidad de
productos": también es ya una realidad este principio socialista.
Sin embargo, esto no es todavía el
comunismo, ni suprime todavía el "derecho burgués",
que da una cantidad igual de productos a hombres
que no son iguales y por una cantidad desigual (desigual de hecho) de trabajo.
Esto es un "defecto", dice Marx, pero un defecto inevitable en la
primera fase del comunismo, pues,
sin caer en utopismo, no se puede pensar que, al derrocar el capitalismo, los
hombres aprenderán a trabajar inmediatamente para la sociedad sin sujeción
a ninguna norma de derecho ; además, la abolición del capitalismo
no sienta de repente tampoco las premisas económicas para este cambio.
Otras normas, fuera de las del "derecho burgués", no existen.
Y, por tanto, persiste todavía la
necesidad del Estado, que, velando por la propiedad común sobre los medios
de producción, vele por la
igualdad del trabajo y por la igualdad en la distribución de los productos.
El Estado se extingue en tanto que ya no hay capitalistas, que ya no hay clases
y que, por lo mismo,
no cabe reprimir a ninguna clase.
Pero el Estado no se ha extinguido todavía del todo, pues persiste aún
la protección del "derecho
burgués", que sanciona la desigualdad de hecho. Para que el Estado
se extinga completamente, hace falta el comunismo completo.
4. La fase superior de la sociedad comunista.
Marx prosigue:
"...En la fase superior de la sociedad comunista cuando haya desaparecido
la subordinación
esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella,
por tanto, el contraste entre el
trabajo intelectual y el trabajo manual, cuando el trabajo no sea solamente
un medio de vida, sino la
primera necesidad de la vida; cuando, con el desarrollo múltiple de los
individuos, crezcan también las
fuerzas productivas y fluyan con todo su caudal los manantiales de la riqueza
colectiva; sólo entonces
podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués
y la sociedad podrá escribir en
sus banderas 'de cada uno, según su capacidad; a cada uno, según
sus necesidades'".
Sólo ahora podemos apreciar toda la justeza de la observación
de Engels, cuando se burlaba
implacablemente de la absurda asociación de las palabras "libertad"
y "Estado". Mientras existe el Estado, no existe libertad. Cuando
haya libertad, no habrá Estado.
La base económica para la extinción completa del Estado es ese
elevado desarrollo del comunismo en
que desaparecerá el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo
manual, desapareciendo, por
consiguiente, una de las fuentes más importantes de la desigualdad social
moderna, fuente de desigualdad
que no se puede suprimir en modo alguno, de repente, por el solo paso de los
medios de producción a
propiedad social, por la sola expropiación de los capitalistas.
Esta expropiación dará la posibilidad de desarrollar en proporciones
gigantescas las fuerzas
productivas. Y, viendo cómo ya hoy el capitalismo entorpece increíblemente
este desarrollo y cuánto
podríamos avanzar a base de la técnica actual, ya lograda, tenemos
derecho a decir, con la más absoluta
convicción, que la expropiación de los capitalistas imprimirá
inevitablemente un desarrollo gigantesco a las fuerzas productivas de la sociedad
humana. Lo que no sabemos ni podemos saber es la rapidez con que avanzará
este desarrollo, la rapidez con que discurrirá hasta romper con la división
del trabajo, hasta
suprimir el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, hasta
convertir el trabajo "en la primera necesidad de la vida".
Por eso, tenemos derecho a hablar sólo de la extinción inevitable
del Estado, subrayando la
prolongación de este proceso, su supeditación a la rapidez con
que se desarrolle la fase superior del
comunismo, y dejando completamente en pie la cuestión de los plazos o
de las formas concretas de la
extinción, pues no tenemos datos para poder resolver estas cuestiones.
El Estado podrá extinguirse por completo cuando la sociedad ponga en
práctica la regla: "de cada uno,
según su capacidad; a cada uno, según sus necesidades"; es
decir, cuando los hombres estén ya tan
habituados a guardar las reglas fundamentales de la convivencia y cuando su
trabajo sea tan productivo,
que trabajen voluntariamente según sus capacidades. El "estrecho
horizonte del derecho burgués", que
obliga a calcular, con el rigor de un Shylock, para no trabajar ni media hora
más que otro y para no percibir menos salario que otro, este estrecho
horizonte quedará entonces rebasado. La distribución de los
productos no obligará a la sociedad a regular la cantidad de los artículos
que cada cual reciba; todo hombre podrá tomar libremente lo que cumpla
a "sus necesidades".
Desde el punto de vista burgués, es fácil presentar como una "pura
utopía" semejante régimen social
y burlarse diciendo que los socialistas prometen a todos el derecho a obtener
de la sociedad, sin el menor
control del trabajo rendido por cada ciudadano, la cantidad que deseen de trufas
de automóviles, de pianos, etc. Con estas burlas siguen contentándose
todavía hoy la mayoría de los "sabios" burgueses, que
sólo demuestran con ello su ignorancia y su defensa interesada del capitalismo.
Su ignorancia, pues a ningún socialista se le ha pasado por las mientes
"prometer" la llegada de la fase
superior de desarrollo del comunismo, y el pronóstico de los grandes
socialistas de que esta fase ha de
advenir, presupone una productividad del trabajo que no es la actual y hombres
que no sean los actuales
filisteos, capaces de dilapidar "a tontas y a locas" la riqueza social
y de pedir lo imposible, como los
seminaristas de Pomialovski.
Mientras llega la fase "superior" del comunismo, los socialistas exigen
el más riguroso control por
parte de la sociedad y por parte del Estado sobre la medida de trabajo y la
medida de consumo, pero este
control sólo debe comenzar con la expropiación de los capitalistas,
con el control de los obreros sobre los
capitalistas, y no debe llevarse a cabo por un Estado de burócratas,
sino por el Estado de los obreros
armados.
La defensa interesada del capitalismo por los ideólogos burgueses (y
sus acólitos por el estilo de
señores como los Tsereteli, los Chernov y Cía.) consiste precisamente
en suplantar por discusiones y
charlas sobre un remoto porvenir la cuestión más candente y más
actual de la política de hoy : la
expropiación de los capitalistas, la transformación de todos los
ciudadanos en trabajadores y empleados de un gran "consorcio" único,
a saber, de todo el Estado, y la subordinación completa de todo el trabajo
de todo este consorcio a un Estado realmente democrático, el Estado de
los Soviets de Diputados Obreros y Soldados.
En el fondo, cuando los sabios profesores, y tras ellos los filisteos, y tras
ellos señores como los
Tsereteli y los Chernov, hablan de utopías descabelladas, de las promesas
demagógicas de los bolcheviques, de la imposibilidad de "implantar"
el socialismo, se refieren precisamente a la etapa o fase superior del comunismo,
que no sólo no ha prometido nadie, sino que nadie ha pensado en "implantar",
pues, en general, no se puede "implantar".
Y aquí llegamos a la cuestión de la diferencia científica
existente entre el socialismo y el comunismo,
cuestión a la que Engels aludió en el pasaje citado más
arriba sobre la inexactitud de la denominación de
"socialdemócrata". Políticamente, la diferencia entre
la primera fase o fase inferior y la fase superior del
comunismo llegará a ser, con el tiempo, probablemente enorme; pero hoy,
bajo el capitalismo, sería ridículo hacer resaltar esta diferencia,
que sólo tal vez algunos anarquistas pueden destacar en primer plano
(si es que entre los anarquistas quedan todavía hombres que no han aprendido
nada después de la conversión "plejanovista" de los
Kropotkin, los Grave, los Cornelissen y otras "lumbreras" del anarquismo
en socialchovinistas o en anarquistas de trincheras, como los ha calificado
Gue, uno de los pocos anarquistas que no han perdido el honor y la conciencia).
Pero la diferencia científica entre el socialismo y el comunismo es clara.
A lo que se acostumbra a
denominar socialismo, Marx lo llamaba la "primera" fase o la fase
inferior de la sociedad comunista. En
tanto que los medios de producción se convierten en propiedad común,
puede emplearse la palabra
"comunismo", siempre y cuando que no se pierda de vista que éste
no es el comunismo completo. La gran
significación de la explicación de Marx está en que también
aquí aplica consecuentemente la dialéctica
materialista, la teoría del desarrollo, considerando el comunismo como
algo que se desarrolla del
capitalismo. En vez de definiciones escolásticas y artificiales, "imaginadas",
y de disputas estériles sobre
palabras (qué es el socialismo, que es el comunismo), Marx traza un análisis
de lo que podríamos llamar las fases de madurez económica del
comunismo.
En su primera fase, en su primer grado, el comunismo no puede presentar todavía
una madurez
económica completa, no puede aparecer todavía completamente libre
de las tradiciones o de las huellas del capitalismo. De aquí un fenómeno
tan interesante como la subsistencia del "estrecho horizonte del derecho
burgués " bajo el comunismo, en su primera fase. El derecho burgués
respecto a la distribución de los artículos de consumo presupone
también inevitablemente, como es natural, un Estado burgués, pues
el derecho no es nada sin un aparato capaz de obligar a respetar las normas
de aquel.
De donde se deduce que bajo el comunismo no sólo subsiste durante un
cierto tiempo el derecho burgués, sino que ¡subsiste incluso el
Estado burgués, sin burguesía! Esto podrá parecer una paradoja
o un simple juego dialéctico de la inteligencia, que es de lo que acusan
frecuentemente a los marxistas gentes que no se han impuesto ni el menor esfuerzo
para estudiar el contenido extraordinariamente profundo del marxismo.
En realidad, la vida nos muestra a cada paso los vestigios de lo viejo en lo
nuevo, tanto en la
naturaleza como en la sociedad. Y Marx no trasplantó caprichosamente
al comunismo un trocito de
"derecho burgués", sino que tomó lo que es económica
y políticamente inevitable en una sociedad que
brota de la entraña del capitalismo.
La democracia tiene una enorme importancia en la lucha de la clase obrera contra
los capitalistas por
su liberación. Pero la democracia no es, en modo alguno, un límite
insuperable, sino solamente una de las
etapas en el camino del feudalismo al capitalismo y del capitalismo al comunismo.
Democracia significa igualdad. Se comprende la gran importancia que encierra
la lucha del
proletariado por la igualdad y la consigna de la igualdad, si ésta se
interpreta exactamente, en el sentido de destrucción de las clases. Pero
democracia significa solamente igualdad formal. E inmediatamente después
de realizada la igualdad de todos los miembros de la sociedad con respecto a
la posesión de los medios de producción, es decir, la igualdad
de trabajo y la igualdad de salario, surgirá inevitablemente ante la
humanidad la cuestión de seguir adelante, de pasar de la igualdad formal
a la igualdad de hecho, es decir, a la aplicación de la regla: "de
cada uno, según su capacidad; a cada uno, según sus necesidades".
A través de qué etapas, por medio de qué medidas prácticas
llegará la humanidad a este elevado objetivo, es cosa que no sabemos
ni podemos saber. Pero lo importante es comprender claramente cuán infinitamente
mentirosa es la idea burguesa corriente que presenta al socialismo como algo
muerto, rígido e inmutable, cuando en realidad solamente con el socialismo
comienza un movimiento rá;pido y auténtico de progreso en todos
los aspectos de la vida social e individual, un movimiento verdaderamente de
masas en el que toma parte, primero, la mayoría de la población,
y luego la población entera.
La democracia es una forma de Estado, una de las variedades del Estado. Y, consiguientemente,
representa, como todo Estado, la aplicación organizada y sistemática
de la violencia sobre los hombres.
Esto, de una parte. Pero, de otra, la democracia significa el reconocimiento
formal de la igualdad entre los
ciudadanos, el derecho igual de todos a determinar el régimen del Estado
y a gobernar el Estado. Y esto, a
su vez, se halla relacionado con que, al llegar a un cierto grado de desarrollo
de la democracia, ésta, en
primer lugar, cohesiona al proletariado, la clase revolucionaria frente al capitalismo,
y le da la posibilidad de destruir, de hacer añicos, de barrer de la
faz de la tierra la máquina del Estado burgués, incluso la del
Estado burgués republicano, el ejército permanente, la policía,
la burocracia, y de sustituirla por una
máquina más democrática, pero todavía estatal, bajo
la forma de las masas obreras armadas, como paso
hacia la participación de todo el pueblo en las milicias.
Aquí "la cantidad se transforma en calidad": esta fase de democratismo
se sale ya del marco de la
sociedad burguesa, es ya el comienzo de su transformación socialista.
Si todos intervienen realmente en la
dirección del Estado, el capitalismo no podrá ya sostenerse. Y,
a su vez, el des arrollo del capitalismo crea
las premisas para que "todos" realmente puedan intervenir en la dirección
del Estado. Entre estas premisas se cuenta la instrucción general, conseguida
ya por una serie de países capitalistas más adelantados, y además
la "formación y la educación de la disciplina" de millones
de obreros por el grande y complejo
aparato socializado del correo, de los ferrocarriles, de las grandes fábricas,
de las grandes empresas
comerciales, de los bancos, etc., etc.
Existiendo estas premisas económicas, es perfectamente posible pasar
inmediatamente, de la noche a
la mañana, después de derrocar a los capitalistas y a los burócratas,
a sustituirlos en la obra del control
sobre la producción y la distribución, en la obra del registro
del trabajo y de los productos por los obreros
armados, por todo el pueblo armado. (No hay que confundir la cuestión
del control y del registro con la
cuestión del personal científico de ingenieros, agrónomos,
etc.: estos señores trabajan hoy subordinados a
los capitalistas y trabajarán todavía mejor mañana, subordinados
a los obreros armados.)
Registro y control: he aquí lo principal, lo que hace falta para "poner
en marcha" y para que funcione
bien la primera fase de la sociedad comunista. Aquí, todos los ciudadanos
se convierten en empleados a
sueldo del Estado, que no es otra cosa que los obreros armados. Todos los ciudadanos
pasan a ser
empleados y obreros de un solo "consorcio" de todo el pueblo, del
Estado. De lo que se trata es de que
trabajen por igual, de que guarden bien la medida de su trabajo y de que ganen
igual salario. El capitalismo ha simpIificado extraordinariamente el registro
de esto, el control sobre esto, lo ha reducido a operaciones extremadamente
simples de inspección y anotación, accesibles a cualquiera que
sepa leer y escribir y para las cuales basta con conocer las cuatro reglas aritméticas
y con extender los recibos correspondientes.
Cuando la mayoría del pueblo comience a llevar por su cuenta y en todas
partes este registro, este
control sobre los capitalistas (que entonces se convertirán en empleados)
y sobre los señores intelectualillos que conservan sus hábitos
capitalistas, este control será realmente un control universal, general,
del pueblo entero, y nadie podrá rehuirlo, pues "no habrá
escapatoria posible".
Toda la sociedad será una sola oficina y una sola fábrica, con
trabajo igual y salario igual. Pero esta disciplina "fabril", que
el proletariado, después de triunfar sobre los capitalistas y de derrocar
a los explotadores, hará extensiva a toda la sociedad, no es, en modo
alguno, nuestro ideal, ni nuestra meta final, sino sólo un escalón
necesario para limpiar radicalmente la sociedad de la bajeza y de la infamia
de la explotación capitalista y para seguir avanzando.
A partir del momento en que todos los miembros de la sociedad, o por lo menos
la inmensa mayoría
de ellos, hayan aprendido a dirigir ellos mismos el Estado, hayan tomado ellos
mismos este asunto en sus
manos, hayan "puesto en marcha" el control sobre la minoría
insignificante de capitalistas, sobre los
señoritos que quieran seguir conservando sus hábitos capitalistas
y sobre obreros profundamente
corrompidos por el capitalismo, a partir de este momento comenzará a
desaparecer la necesidad de todo
gobierno en general. Cuanto más completa sea la democracia, más
cercano estará el momento en que deje
de ser necesaria. Cuanto más democrático sea el "Estado"
formado por obreros armados y que "no será ya
un Estado en el sentido estricto de la palabra", más rápidamente
comenzará a extinguirse todo Estado.
Pues cuando todos hayan aprendido a dirigir y dirijan en realidad por su cuenta
la producción social,
a llevar por su cuenta el registro y el control de los haraganes, de los señoritos,
de los gandules y de toda
esta ralea de "guardianes de las tradiciones del capitalismo", entonces
el escapar a este control y a este
registro hecho por todo el pueblo será inevitablemente algo tan inaudito
y difícil, una excepción tan
extraordinariamente rara, provocará probablemente una sanción
tan rápida y tan severa (pues los obreros
armados son hombres de realidades y no intelectualillos sentimentales, y será
muy difícil que dejen que
nadie juegue con ellos), que la necesidad de observar las reglas nada complicadas
y fundamentales de toda con vivencia humana se convertirá muy pronto
en una costumbre.
Y entonces quedarán abiertas de par en par las puertas para pasar de
la primera fase de la sociedad
comunista a la fase superior y, a la vez, a la extinción completa del
Estado.
Kolectivo
La Haine
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