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La Guerra de Destrucción Masiva Unilateral
o De la locura del Dr. Strangelove a la maldad infinita del Dr.
Wouter Basson
x Antonio Maira / El Viejo Topo
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En los últimos tiempos y en relación
con los enormes cambios que han tenido lugar en las relaciones de poder
y en las doctrinas estratégicas, los "expertos" hablan
de que, en lugar de la fórmula empleada durante la fase de la guerra
fría y de la carrera de armamentos entre la Unión Soviética
y los Estados Unidos, la MAD: destrucción mutua asegurada, hay
que hablar ahora de la SAD (self-assured destruction): autodestrucción
asegurada. Pero esta autodestrucción lo es, como veremos en seguida,
de una manera muy peculiar. Sólo se autodestruyen algunos y por
la espada de los otros.
Es necesario observar -inmediatamente y a pesar de que supone una obviedad-,
que la simetría en las posiciones de los enemigos en relación
con su destino trágico en la guerra, ha desaparecido completamente
en la nueva situación. La certeza de la destrucción en los
tiempos de la MAD se aplicaba a los dos contendientes enfrentados. La
auto destrucción asegurada de la nueva SAD es sólo para
uno de ellos y no precisamente para los EEUU.
La norma de justicia universal
La primitiva MAD implicaba una disuasión casi perfecta. Una simetría
terrorífica. Ante la posibilidad de una guerra nuclear devastadora
los dos estaban de acuerdo en que era mejor no pasar más allá
de las amenazas. Durante todo ese tiempo, sin embargo, los émulos
locos del doctor Strangelove jugaron con la idea de sobrevivir a una contienda
nuclear.
Hoy en día, desaparecido de manera total el antagonista de los
Estados Unidos, irremediable la derrota de cualquiera de sus posibles
enemigos como resultado de su superioridad militar gigantesca, la SAD
implica algo totalmente distinto. La fórmula, según los
expertos, sería más o menos la siguiente: "si me haces
daño -vendrían a decir los EEUU-, aseguras tu destrucción".
"Si me atacas con armas de destrucción masiva serás
aniquilado".
Pura hipocresía. Esa versión de la realidad que nos ofrecen
los profesores de los grandes centros de estudios estratégicos
es, pese a las supuestas solvencias en eso de las guerras, parcialmente
falsa, y además lo es con esa peculiar "parcialidad"
que la hace totalmente mentirosa. Un planteamiento mucho más fiel
a los hechos y más acorde con las posibilidades reales sería
-volviendo otra vez alaspalabras de los EEUU-éste: "si te
opones a mí aseguras tu destrucción", y todavía
más, éste otro: "si no te sometes a mi voluntad serás
aniquilado".
Dado que la voluntad de ese país se ejerce en casi todos los rincones
del mundo -dicho para colaborar al desenmascaramiento de esos cómplices
del Imperio que disertan sobre el "unilateralismo" y el "aislamiento"
de los Estados Unidos- la nueva doctrina estratégica que asegura
la destrucción de cualquier resistencia a la voluntad de Washington
puede interpretarse como la norma suprema y única de justicia universal.
De la disuasión a la imposición
La disuasión ya no es la amenaza de represalia contra cualquier
ataque armado. Ahora es una amenaza de destrucción inmediata si
el "estado delincuente" (rogue state) no se somete totalmente
a los deseos de los EEUU. Esa amenaza va unida a una disponibilidad total
de este país para hacer la guerra, que ha sido profusamente certificada
por Washington en los últimos tiempos y percibida con claridad
por los demás, y a la certeza de que tal destrucción es
irremediable.
El Pentágono trabaja intensamente para alcanzar una situación
permanente en la que sea posible un ataque inmediato y masivo en cualquier
lugar del mundo. Hacer la guerra más rápida, más
contundente, con menos posibilidades de bajas propias -hasta llegar a
"cero bajas" como en la guerra contra Irak y en la guerra contra
Yugoslavia- y con posibilidades de destrucción ilimitada. La "guerra
demoledora en cualquier instante" sería el brazo armado de
aquella justicia universal cuya única norma suprema expresábamos
hace un momento.
Delirio patriótico en West Point
Hace un par de semanas, en el templo guerrero de West Point, provocando
el delirio patriótico de los futuros centuriones, el comandante
en jefe Bush proclamaba la última norma de la guerra antiterrorista
de los Estados Unidos. Washington está dispuesto a realizar "ataques
preventivos" -no sólo sin declaración de guerra o aviso
previo, sino también sin causa comprobable alguna- que alcanzarán
de lleno, como en todas las guerras realizadas en los últimos años,
a la población civil.
En la disponibilidad para la guerra y el asesinato masivo, y en el desprecio
por el derecho internacional, la soberanía de los estados y el
derecho de los pueblos, los Estados Unidos están llegando mucho
más allá que el modelo de brutalidad y agresividad internacional
del último siglo: el Tercer Reich.
En la planificación de ese objetivo se están invirtiendo
cantidades fabulosas de dinero -casi 400.000 millones de dólares
en el último presupuesto-. Algunos de sus sistemas de armamentos
concretos son públicos, como la "Iniciativa de Defensa Nacional
Antimisiles" y el desarrollo de armas nucleares de pequeño
tamaño diseñadas para la destrucción de objetivos
muy fortificados -bunkers de centros de mando y dirección política-.
Otros pueden deducirse sin mayor esfuerzo de la aparición de noticias
confirmadas sobre la existencia de programas avanzados de investigación
y puesta a punto de armas bacteriológicas, o de la muy significativa
negativa a firmar el protocolo sobre el Tratado de Armas Químicas
y Biológicas.
El supuesto sistema antimisiles es realmente un instrumento de doble
"utilidad" además de la específicamente económica
de realizar una enorme y prolongada transferencia de fondos y beneficios
a las industrias de armamentos: un sistema avanzado de vigilancia permanente
desde el espacio y de localización continua y destrucción
de blancos; y un instrumento para la creación de un abismo tecnológico
capaz de asegurar por tiempo indefinido la superioridad militar absoluta
de los EEUU.
Nucleares contra el Mal
Mucho más importantes a corto plazo son los planes ya aprobados
para la nuclearización de las guerras "convencionales"
que realizarán los Estados Unidos. Otra vez los matices son fundamentales
y deben de enunciarse de manera inmediata: se nuclearizará, desde
luego, hacia el lado del enemigo -fuerzas armadas, territorio y población
civil- no hacia el lado de los EEUU. Algo que, por otra parte, ya se ha
hecho, con la complicidad silenciosa del complejo político-mediático
occidental, con el uso de los proyectiles de uranio empobrecido.
Ninguno de los instrumentos internacionales de limitación del
peligro nuclear han sido respetados por Washington. La última violación
flagrante de tratados se ha producido con el anuncio de que están
dispuestos a utilizar pequeñas cargas nucleares en sus guerras
cotidianas. Eso tiene varias consecuencias de una gravedad casi inexpresable.
Por un lado están dispuestos a eliminar la barrera entre armas
convencionales y nucleares que establecía un abismo de brutalidad
entre la utilización de unas y otras, y por otro destruyen el compromiso
fundamental de las potencias nucleares en relación con el Tratado
de No Proliferación Nuclear, el de no utilizar las armas nucleares
contra países no nucleares.
Sin duda alguna la nueva estrategia de la SAD y la nueva guerra definida
por la utilización unilateral de "armas de destrucción
masiva", son los dos instrumentos en los que se condensan las esencias
de esa "civilización" cuya defensa enunciaba una y otra
vez, enfáticamente, el presidente Bush ante los diputados del Bundestag
en Berlín, hace algunos días.
Los Estados Unidos, tal como lo hicieron en Hiroshima y Nagasaki, vuelven
a estar dispuestos a utilizar la guerra nuclear, y otros instrumentos
de destrucción masiva, en carne ajena. Las cínicas coartadas,
en forma de amenazas apocalípticas que llegarán desde los
enemigos, no faltarán tampoco ahora cuando aquella atrocidad sea
repetida.
Destruir toda la resistencia
El objetivo de las guerras del Imperio es el de destruir toda la resistencia
al desarrollo del proyecto neoliberal comandado por los Estados Unidos.
En ocasiones eso supone la destrucción de las fuerzas armadas del
país resistente pero no siempre ocurre así. Puede ser necesaria
la destrucción del liderazgo político y de la posible resistencia
popular, o como diría el brutal general Sharon -al que le gusta
llevar la batalla hasta las últimas consecuencias-, de la propia
actitud de resistencia. Los pueblos deben sentirse más que derrotados,
aplastados y humillados.
La eliminación de todo eso requiere unas posibilidades de intervención
y de destrucción que vayan mucho más allá de las
de neutralización del aparato militar del enemigo. Conseguir que
un pueblo se sienta completamente derrotado es un combate que tiene muchas
variantes.
En Irak la variante se llama un millón doscientos mil muertos
-la mitad de ellos niños- como consecuencia de la destrucción
sistemática de las estructuras básicas y sanitarias, y de
un embargo que puede ser calificado de planificadamente criminal desde
cualquier óptica que no sea la de la complicidad sin límites
que ejerce el complejo político-mediático de occidente.
Atendiendo a esa complicidad de las élites europeas en el desarrollo
de guerras apocalípticas contra las poblaciones, podemos cerciorarnos
de que no son ociosas ni caen en el vacío las llamadas a la defensa
de una civilización común que hacía el presidente
norteamericano ante los parlamentarios alemanes.
En Argentina la modalidad de la derrota consiste en que "es necesario"
volver a apretar la soga en el cuello del ahorcado. El 30% de los niños
argentinos -dicen las encuestas sobre el estado actual de la guerra entre
la pobreza y la opulencia cuyas normas establecen las instituciones de
"occidente"- vive en la indigencia, es decir, en una situación
de carencia extrema. El 58,1% de los menores de 15 años (casi tres
millones de niños) malviven en la pobreza.
La gestión económica realizada bajo la severa dirección
de los EEUU, del FMI y del BM, ha conducido a la realización de
excelentes negocios con la privatización a precio de saldo de la
empresa pública, la transferencia gigantesca de capitales al exterior,
y la creación de un mecanismo insaciable de transferencia de la
renta fiscal del país a las instituciones financieras internacionales:
la deuda externa. Esta victoria de la "libertad" y la "civilización"
occidentales ha provocado por el lado del pueblo derrotado un terrible
desastre humano. Pero la derrota necesaria del pueblo argentino no ha
concluido. Los directores externos de ese fabuloso negocio con un lastre
de millones de seres humanos trasladados a la miseria, exigen la realización
de un enorme ajuste que supone la reducción de los gastos sociales
en ese universo de pobreza cuyo componente infantil vislumbrábamos
hace un momento.
La Guerra de Destrucción Masiva Unilateral
Los Estados Unidos han creado un modelo de guerra apocalíptica
con la certeza de mantenerse fuera de ella. Para ello han nuclearizado
los ejércitos del Imperio y los han dotado de toda clase de armas
de destrucción masiva. Mientras fabrican y anuncian el posible
uso de nuevas armas nucleares, desarrollan armas bacteriológicas
y prescinden de las prohibiciones y controles del protocolo del Tratado
de Prohibición de Armas Químicas y Biológicas, imponen
como primer delito internacional de los "estados delincuentes"
-que designan como tales los propios Estados Unidos- la simple acusación
de que éstos fabrican armas de destrucción masiva.
La guerra nuclear, química o bacteriológica, estrictamente
unilateral, que proponen y para la que se preparan los Estados Unidos
con el argumento de su "necesidad defensiva", supone un proceso
de corrupción moral casi inconcebible.
Las armas nucleares o bacteriológicas, tienen una curiosa dualidad
para los líderes políticos y mediáticos de occidente.
En manos de países de menor "solvencia moral" que los
Estados Unidos son terribles amenazas para la humanidad, absolutamente
intolerables aunque su existencia se derive de denuncias más que
dudosas, de sospechas que persisten más allá de toda lógica,
y aún de mentiras deliberadamente fabricadas y repetidamente descubiertas.
La intolerancia en estos casos es tan extrema que puede justificar ese
millón doscientos mil muertos iraquíes de los que hablábamos
antes.
Sin embargo las armas de destrucción masiva pueden ser fabricadas
para los arsenales de los Estados Unidos. Este país puede además
anunciar su intención de usarlas tal como ha hecho con las pequeñas
armas nucleares.
El resultado de esta dualidad moral sólo se sostiene en la lógica
de una humanidad respetable y una infrahumanidad despreciable. La primera
sería la constituida por los pueblos de occidente, la segunda la
integrada por los pueblos del Tercer Mundo. La intención de esa
disciplina internacional mantenida por la fuerza, para la preparación
de lo que podría denominarse Guerra de Destrucción Masiva
Unilateral, es exactamente la misma que la que perseguían las investigaciones
de Wouter Basson -el doctor Muerte- para la Sudáfrica del apartheid.
El llamado "Proyecto Costa" desarrollaba, y ensayaba en los
"deshumanizados" negros sudafricanos, venenos aptos para matar
sólo a gente de color.
Lo que Basson perseguía en el laboratorio -venenos para matar
exclusivamente negros- es alcanzado por los EEUU -armas de destrucción
masiva contra los pueblos sublevados del Tercer Mundo- mediante la imposición
de normas desigualitarias de comportamiento internacional.
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