Vistos a contraluz, los 60 y 70 muestran una vez más que la historia,
como la vida, nunca es lineal ni está trazada sólo en blancos
y negros. Rosario Ibarra, tenaz en su lucha por que el Estado responda
por los desaparecidos políticos, y Soledad Loaeza, quien escudriña
en el periodo de Gustavo Díaz Ordaz, protagonista clave de aquella
época, contribuyen desde sus perspectivas a entender ese pasado
reciente.
"Permiso para matar"
Rosario Ibarra de Piedra ha recibido tantos reveses buscando a los desaparecidos
políticos, que es escasa su fe en las posibilidades esclarecedoras
de las más de 5 mil cajas con los archivos de algunas dependencias
gubernamentales -correspondientes a los años 60, 70 y parte de
los 80-, que en breve se pondrán a disposición del público
en el Archivo General de la Nación.
Podría darse el caso -comenta no muy convencida- de que los archivos
demuestren que muchos de los desaparecidos eran perseguidos, que había
órdenes de aprehensión en su contra y hasta que fueron detenidos
por la Procuraduría General de la República (PGR) o por
la Dirección Federal de Seguridad (DFS) sin que nunca fueran presentados
formalmente como presos, y entonces el gobierno "tendría que
respondernos por ellos, tendría la obligación de decirnos
dónde están", pero lo más probable es que nos
encontremos, prevé, frente a "una sarta de inventos"
o con archivos totalmente saqueados.
"Peor aún, como son tan proclives a aprender de las policías
de Estados Unidos y allá la FBI cuando abre sus archivos al público...
tacha con plumón negro gran parte de los renglones, de tal manera
que sólo deja ver lo que desea, raya lo que le parece que no se
debe conocer", apunta.
La posición de Rosario Ibarra -tiene casi una vida buscando a
su hijo Jesús Piedra, militante de la Liga Comunista 23 de Septiembre
que desapareció en 1975- no es gratuita.
Oscar Flores Sánchez, el procurador general de la República
de José López Portillo, "nos entregó un informe
sobre los desaparecidos, que si no fuese tan doloroso para nosotros sería
de dar risa; las madres, hermanas, hijas... fuimos citadas a su oficina
y una por una pasamos a ver un documento donde sólo podíamos
consultar el caso de nuestro familiar, y decía: 'fulanito de tal,
participó en un enfrentamiento, iba herido de la pierna izquierda
y lo subieron a un coche de tales características...' Al final,
contamos 14 casos de desaparecidos que fueron heridos en el mismo enfrentamiento,
sangraban de la misma pierna y fueron subidos en un coche de las mismas
características".
Del caso de Jesús Piedra, su madre recibió tres versiones
"oficiales" sobre su supuesto paradero, todas ellas de fechas
anteriores a cuando ella vio por última vez al joven guerrillero
perseguido por la policía debido a su participación en los
asaltos que organizaba la liga. "A mi hijo lo agarraron un 18 de
abril de 1975 y todos los informes de origen gubernamental sobre su paradero
databan de 1974, ¿crees que puedo confiar entonces en documentos
oficiales?
"Esos fueron los informes oficiales de Flores Sánchez, de
los que ni siquiera nos daban una copia, de los que nos hacían
transcribir a una por una de las esposas o madres lo referente a nuestro
desaparecido y tapaban todo lo demás, para que no lo viéramos,
en la más obtusa de las posiciones. Como si nosotras al salir no
fuéramos a comparar lo que habíamos copiado. El dichoso
informe no tenía sello o membrete oficial, era una hoja cualquiera
que le ordenaron redactar a alguien... un machote", describe.
Y hojeando copias de los archivos de la PGR de esos años, a los
que ha tenido acceso La Jornada, señala: "¡Mira! Aquí
está un informe sobre Ignacio Salas Obregón (alias Oseas,
líder de la Liga Comunista 23 de Septiembre). Dice: 'Delitos: conspiración
y acopio de armas. Situación Jurídica: prófugo de
orden de aprehensión decretada el 9 de septiembre de 1974'. Pues
eso no es cierto, ocho meses antes había sido detenido. Lo habían
detenido aquí, en Valle de Ceylán (norte de la ciudad de
México). Tenemos testimonios de eso porque fue capturado herido
y llevado al Hospital Central Militar, y desde Monterrey trajeron a Héctor
Escamilla Lira (otro preso de la liga), por órdenes del procurador
Filiberto de la Garza, para que lo identificara. Ahí se pierde
su rastro. En esa fecha que señala la PGR él ya estaba en
sus manos".
- ¿Cuál considera que fue la peor época en materia
de desapariciones?
- La de Echeverría. Con esa no hay comparación, aunque
con López Portillo quedaron algunos resabios.
- Pero Echeverría ha dicho que no sabe nada y que no tuvo nada
que ver.
- Porque es un cínico. Es un maestro del cinismo. Y además
es un hipócrita; rompió relaciones con Francisco Franco
(el dictador español que murió en 1975) y con Augusto Pinochet,
mientras la policía y el Ejército hacían en México
lo mismo que la Triple A y la Dina. Era terrible, la tortura era la misma,
exactamente la misma. Así que no ande mintiendo, porque tenemos
muchos testimonios.
"En 1974, durante su gobierno, no hubo un solo día del año,
en promedio, que no hubiera desapariciones. En El Quemado, pueblo de Guerrero,
se llevaron a todos los varones que encontraron, de ahí sólo
quedó un hombre, porque ese día no estaba en el lugar.
"Echeverría es un descarado. Una vez, durante una gira por
Guerrero, le gritó una señora: 'Señor Presidente,
me faltan dos hijos y un nieto'. Y volteó con aquellos ojos tan
horribles y le respondió a la señora: 'A los asesinos no
los vamos a perdonar'. ¿Qué era él? ¿Un Ministerio
Público?, ¿un juez?, ¿verdugo?, todo quería
ser él. Con ese grito estaba dando a todos los policías
que tenía ahí, a su alrededor, permiso para matar."
La fractura ideológica...
Soledad Loaeza se ha acercado a esos años como investigadora.
Estudiosa del Partido Acción Nacional, de las clases medias mexicanas
y en este momento del sexenio de Gustavo Díaz Ordaz (1964-70),
apunta que muchos de los archivos de la época deben leerse en el
contexto de la guerra fría. Hay que pensar que en 1966, en su informe
al Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética,
Leonid Brezhnev expresa que "México es uno de los países
donde los comunistas dirigen grupos guerrilleros, y son escritores, intelectuales
y universitarios".
El comunismo, prosigue Loaeza, "era la pesadilla de los estadunidenses";
tenía "aterrado" a Díaz Ordaz, que era anticomunista,
pero, por sus discursos y declaraciones de la época, "le puedo
asegurar que no lo veía como un peligro para el país".
Hace un recuento de los hechos previos al 68 y recuerda el asalto al
cuartel de Ciudad Madera en 1965; la huelga universitaria contra el rector
Chávez en 1966; la
presencia del Ejército en la Universidad de Michoacán;
la desaparición de poderes en Sonora; las reuniones de la Organización
Latinoamericana de Solidaridad, a la que van como delegados Raquel Tibol
y Carlos Perzaval. "Y esos grupos dicen: 'la revolución es
el camino en América Latina', y sabe qué pasa, que cuando
el Partido Comunista Mexicano toma esa línea, adopta la lucha armada,
Heberto Castillo dice: 'No, nosotros a eso no le entramos, con la revolución
no se juega', y Arnoldo Martínez Verdugo denuncia al general Cárdenas
y a Vicente Lombardo Toledano como instrumentos imperialistas."
Cuando la revolución cubana se declara socialista, señala,
la guerra fría llega a América Latina. Hasta 1961 ésta
ocurría en Europa, era ahí donde estaban siempre al borde
de la guerra...
- ¿Podemos justificar la represión tan terrible de los
años posteriores diciendo que fue resultado de la guerra fría?
- No. Nadie quiere restarle responsabilidad al Presidente en los hechos
de 1968, por ejemplo. Era un Presidente con mucho miedo y sintió
que la situación era tan frágil que abrir un poquito el
sistema podría llevar a la pérdida total del control, y
eso lo asustaba muchísimo. Entonces se combinó el miedo
de Díaz Ordaz con la mano dura de Echeverría. Había
mucho nerviosismo.
"Hay un hecho que me llama la atención: en 1961 hubo en Puebla
un movimiento estudiantil y Díaz Ordaz era poblano y secretario
de Gobernación. Los empresarios de esa entidad les declararon la
guerra a los estudiantes. Los querían matar, pero en serio. Fueron
a ver a Díaz Ordaz y le dijeron que los estudiantes eran comunistas
y había que hacer algo con ellos. Les pidió prudencia y
no les compró la versión. Después, hubo un momento,
como el de la película Canoa (en ese pueblo, azuzados por el cura,
los campesinos lincharon a un grupo de excursionistas a los que confundieron
con "comunistas"), en la que el arzobispo Márquez y Tóriz
dijo a los párrocos de la sierra que los comunistas estaban en
la universidad y les iban a quitar la tierra a los campesinos, y los sacerdotes
organizaron que los campesinos fueran a la ciudad de Puebla a matar estudiantes,
Díaz Ordaz intervino y el Ejército impidió la entrada
de los campesinos a la ciudad.
"Cuando leí esto, me pregunté: '¿qué
le pasó a este hombre que en 1961 salvó la vida a los estudiantes
de Puebla y en 68 entró a la historia como un asesino de estudiantes?'"
- ¿Qué le pasó?
- La respuesta no está en Díaz Ordaz, está fuera
de él. En la radicalización de ciertos sectores de la izquierda,
en la fractura interna que vivía el PRI, aunque se le quiera presentar
como algo monolítico, en la presión de Estados Unidos...
A diferencia de Echeverría, Díaz Ordaz había dado
señales, apunta Loaeza, de que creía en las reformas electorales.
El impulsó las diputaciones de partido, apoyó a Madrazo
en sus intentos por reformar el PRI y Echeverría le movió
el piso junto con un grupo de gobernadores, y fue él quien dio
al traste con el intento de reforma, porque Echeverría no creía
en las elecciones, sino en la fuerza del Estado.
- Pero Echeverría fue para muchos un Presidente de izquierda...
- Ese es un favor que le debe a un grupo de intelectuales y universitarios.
La historia reciente está llena de mitos, de lugares comunes, de
manipulaciones, y por eso es un terreno movedizo. Esa fue la imagen que
él se construyó con el apoyo de muchos universitarios de
izquierda, muchos de ellos asociados al Movimiento de Liberación
Nacional. El lema del grupo que lo apoyaba -expresado por Carlos Fuentes-
fue: "Echeverría o el fascismo". Resulta muy extraño
que haya gente que afirme que el único responsable de lo ocurrido
en 68 sea Díaz Ordaz.
Tampoco -agrega- hay que irse con la versión tremendamente parcial
de que toda la sociedad mexicana era pro comunista en esa época.
"No había clases medias revolucionarias, estaban aterradas,
y lo último que querían era que México se 'contagiara'.
Hubo una muy amplia movilización católica. El vehículo
de la guerra fría contra el comunismo fue la Iglesia, que organizó
toda una movilización de derecha que no consiguió la izquierda.
En la década de los 60 el conflicto no era del gobierno contra
los universitarios o los comunistas, lo que había era una gran
división ideológica, una fractura social clarísima
en México. No es cierto que todos los mexicanos eran de izquierda,
de la misma manera que no todos los franceses fueron de la resistencia."
Después vino la guerra entre el Estado mexicano como tal y los
grupos que optaron por la vía armada.
La imagen de unanimidad
En 1976 el país mostraba una falsa unanimidad. José López
Portillo hacía campaña como candidato único a la
Presidencia (ni los panistas tuvieron aspirante), mientras la cárcel
de Lecumberri albergaba a decenas de presos políticos. Echeverría
envió entonces al Congreso una iniciativa de ley de amnistía
para los presos del movimiento estudiantil del 68 -muchos habían
obtenido la libertad bajo protesta desde 1971- y, dos años después,
López Portillo hizo lo propio cuando los familiares de los presos
políticos y desaparecidos hicieron una huelga de hambre en la Catedral
Metropolitana, en agosto de 1978.
López Portillo decretó una amnistía general para
los presos políticos, aunque se recurrió a todo tipo de
eufemismos (el gobierno nunca les reconoció esa calidad), como
decir que se trataba de presos de delitos comunes cometidos por motivaciones
políticas. "Entonces salieron como mil 500 presos, se dejaron
de ejecutar 2 mil órdenes de aprehensión, regresaron 57
exiliados, pero no logramos encontrar desaparecidos luego luego",
recuerda Rosario Ibarra, protagonista en aquella huelga.
Al año siguiente empezaron a aparecer algunos de los reportados
en las listas. Los soltaban, nunca admitieron que los tenían; los
liberaban en una central camionera, en un parque, en una calle cualquiera.
De ellos son los testimonios de la tortura, de la ¿vida? en las
cárceles clandestinas, de la reclusión en el Campo Militar
Número Uno o en la base militar de Icacos, en Acapulco.
De la Madrid se lavó las manos...
El ex presidente Miguel de la Madrid es otro personaje que ha dicho que
no sabe nada de los desaparecidos. Sin embargo, Rosario Ibarra recuerda
que durante una entrevista con él, celebrada en 1985, después
de los terremotos de septiembre, el jefe del Ejecutivo le pidió
escuchar testimonios vivos de alguno de aquellos jóvenes que habían
caído en las manos de la (DFS). Y le llevaron a Mario Cartagena,
El Guaymas.
Alrededor de una mesa de Los Pinos estuvieron, además del presidente,
Manuel Bartlett, Jorge Carrillo Olea, Sergio García Ramírez
y tres madres de desaparecidos.
Mario Alvaro Cartagena, militante del Movimiento de Acción Revolucionaria
(MAR), recuerda con nitidez. El vio aún viva a Alicia de los Ríos
Merino el 5 de abril de 1978 (militante de la Liga Comunista 23 de Septiembre
y desaparecida desde hace 23 años). "La vi con vida, como
lo estoy viendo a usted, expresó a De la Madrid."
Agregó: "Fui herido en un enfrentamiento y me trasladaron
en calidad de delincuente a la Cruz Roja de Polanco. Pero por alguna razón
se enteraron de que era guerrillero y me sacaron de la Cruz Roja y me
llevaron al Campo Militar Número Uno. Yo decía llamarme
Floriberto García Clavel... y entonces trajeron a Alicia de los
Ríos, estaba delgada, demacrada, se veía muy mal. Ella me
identificó y para que un compañero hiciera eso es que estaba
muy dañado. Parecía ida."
También narró a De la Madrid y a los otros miembros del
gabinete los métodos de los más célebres policías
de la Dirección Federal de Seguridad. La carta de presentación
de los torturadores era: "Yo soy José Salomón Tanús...o
Miguel Nazar Haro... quien puede darte o quitarte la vida".
Después de escuchar el relato, De la Madrid pidió a Cartagena
que se trasladara al Campo Militar Número Uno, donde un procurador
militar recogería su testimonio: "Recorrimos parte del campo
-señaló Cartagena-; le dije 'estuve en tal y cual parte,
con tal fecha y ahí vi a fulano... a sutano'. 'Pues qué
raro, aquí no entran civiles', me replicó. '¡Claro!
-reviré- aquí no entran civiles, aquí a todos nos
traen a fuerza'".
Durante el gobierno de Miguel de la Madrid el grupo Eureka registró
57 desapariciones, de las cuales 38 se resolvieron con la presentación
o aparición de los afectados. Desde entonces, comenta Ibarra de
Piedra, "ya no recuperamos a nadie. Los presos políticos eran
370 en esa época y fueron saliendo poquito a poquito. Ignacio Morales
Lechuga y Jorge Carrillo Olea operaron para que se redujeran las penas,
salían en libertad bajo fianza o condicionada, cosas así
y caso por caso".
- ¿Con Carlos Salinas cuántos desaparecidos enlistaron?
- Doce nada más. Pero en ese sexenio hubo muertos, muchos muertos.
Las cuentas que tenía José Alvarez Icaza, de Cencos, eran
como de 500 muertos; el PRD dice que tan sólo entre sus militantes
fueron más de 600. El primer desaparecido de Salinas fue José
Ramón García Gómez, a quien se llevaron el 16 de
diciembre de 1988.
De un encuentro que tuvo Carlos Salinas con los familiares de desaparecidos,
la Presidencia de la República envió a los organismos internacionales
de derechos humanos una foto con la imagen del mandatario saludando a
Rosario Ibarra. "No me la hacen dos veces", asegura Ibarra,
al explicar por qué eludió recientemente un beso del presidente
Vicente Fox.
INVESTIGACION REALIZADA POR MIREYA CUELLAR, ALONSO URRUTIA, VICTOR
BALLINAS Y GUSTAVO CASTILLO. La Jornada
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