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Y corría el año 86 a puro fuego de protesta, a puro saldo de muertes impunes y atropellos militares que amenazaban no parar, que pronosticaban nuevos apaleos y torturas y víctimas desangradas en las calles tensas de la represión. Y en ese escenario muchos se jugaban la vida "moviendo fierros", contrabandeando metracas, planificando un reventón que le volara el bigote al tirano. Era la única forma urgente de sacarse la pesadilla, pensaban los comandantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y también algunos actuales políticos socialistas que entonces apoyaban el asalto para callado. Era una forma de remecer a Pinochet, tan tranquilo, tan plácido tomando el sol en su casa de reposo en el Cajón del Maipo.
Fue una idea que creció en la clandestinidad, y fue tomando forma en la difícil organización de una guerrilla urbana, porque era tan peludo organizar un atentado en una ciudad tan copuchenta, una ciudad donde todo el mundo se conoce. Encontrar casas de seguridad era infinitamente arriesgado y peligroso. Pero igual el Frente Patriótico se fue moviendo primero entre amigos, entre compañeros y conocidos que se atrevían tímidamente a prestar su casa para una secreta reunión. Así se fue armando la red de muchos simpatizantes que "hacían puntos" en las esquinas, que llevaban mensajes aprendidos de memoria, que transportaban armas en coches de guaguas, en cómicas jorobas, en falsos embarazos de mujeres ayudistas que burlaban el sapeo de kioskeros y taxistas muchos de ellos informantes de la CNI.
Era complejo tener esa doble vida de neurosis y sobresaltos al amanecer, porque un auto sospechoso había estacionado frente a tu casa. Y por suerte en el Frente había mujeres que participaban de esa subversión. Desde liceanas que cargaban incómodas mochilas, profesoras que algo escondían en sus escritorios, dueñas de casa que guardaban balas entre las cebollas y abuelitas que pasaban tan tranquilas los controles policiales llevando sus pesadas bolsas. ¿Y qué lleva ahí, señora? Y qué a va a ser pos mi cabo, puro pan duro para una sopa que mate el hambre.
Tal vez de esta manera fue posible el atentado, usando las miles de estrategias de mujeres que permearon el blindaje de la seguridad. Quizás códigos domésticos que implementaron las chicas del Frente en aquella suicida ilusión. Esta guerrilla femenina en Santiago no usó traje milico de camuflaje ni bototos como en la sierra. A cambio, y para despistar, vestían lanas pacifistas y bámbulas hippies, pero también delantales de enfermeras, hábitos de monjas o abrigos de pieles para confundirse con viejas cuicas. Y es posible que lograran pasar documentos y mapas en carpetas de Cema-Chile, teñidas de rubio, hablando con acento "si, pos ñato", o haciéndose las putas en una esquina lunfarda cuando se subían a un auto para circular la información.
Todos estos secretos corrían en silencio por la boca chueca de las mujeres frentistas o sólo colaboradoras de aquel riesgo. Fueron las valientes viejas que se jugaron el pellejo en esa aventura libertaria. Algunas hacían mandas a la Vírgen de Pompeya, de Lourdes, de Fátima, de Andacollo, para que todo saliera bien. O prendían velas y más velas encomendándose a alguna animita milagrosa para que las acompañara en sus caminatas con la punto treinta desarmada en la cartera. Y si había alguna duda, algún presagio de tormenta, se reunían con la bruja del Frente, una hermosa gorda de ojos claros que consultaba en las premoniciones del Tarot los éxitos y fracasos de esa arriesgada empresa.
Los hombres del Frente siempre estuvieron fuera de estas féminas complicadas. Ellos sólo confiaban en la matemática fría de la estrategia pensante. Tal vez por eso no entendieron la carta de Tarot que sacó la bruja guerrillera cuando le preguntaron sobre el atentado. La carta era la torre, que ella leyó como el logro de un ambicioso proyecto, pero si no cuidaban los detalles podía derrumbarse. Ante esta incertidumbre, la bruja del Frente consultó el I Ching, y el sabio libro de los cambios contestó la pregunta con el exagrama donde el zorro cruza el río pero se moja la cola. En fin, en la memoria política del siglo que nos dejó, hay diversas estrategias que contaminaron sus flujos combativos, permitiendo otras formas de rebelión, otras sobrevivencias del ingenio que tejieron las mujeres desde su anónimo lugar, donde el susurro de su intuición bordó en minúsculas las letras ignoradas de sus nombres.
Pedro Lemebel - Punto Final
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