Colombia. Nota extraída del periódico conservador El Colombiano, que muestra claramente que lo que sucedió en Medellín la noche del 21 al 22 de mayo, fue un ejemplo de resistencia popular al paramilitarismo y al terrorismo de estado del Ejército y la Policía, que hace tiempo vienen omplantando en todo el territorio nacional a quienes quieren una Colombia diferente. Medellín. Miércoles 22 de mayo. Por Carlos Alberto Giraldo M. Desde la esquina, en la parte baja del barrio 20 de Julio, se descubre en las colinas, a unos 100 metros, a decenas de niños y mujeres que comienzan a salir de las casas con pañuelos, camisetas, trapos, toallas y sábanas blancos, para pedirle al Ejército y a la Policía que no disparen más. "¡Queremos paz, queremos paz!", gritan los pequeños y las amas de casa. Por las calles empinadas comienzan a descolgarse más y más chicos que portan banderas improvisadas con palos de escoba y claman a los militares y policías el cese del fuego. Las ráfagas de los fusiles continúan. La Policía y el Ejército tienen acordonado el sector, con el apoyo del DAS y del Cuerpo Técnico de Investigaciones de la Fiscalía, CTI. Además, dos helicópteros militares sobrevuelan el área. Son las diez de la mañana y se completan siete horas desde que las fuerzas armadas oficiales ingresaron a los barrios La Independencia I y II, El Salado, Nuevos Conquistadores y El Seis, apoyadas por tanquetas. El ambiente está caldeado y es visible el terror en las caras de la gente. Numerosas personas corren tan pronto las metralletas vuelven a soltar su lluvia de plomo al aire o a través de las calles. Pero los niños insisten y siguen su marcha en busca de las esquinas en las que están parados algunos militares y policías. Les dicen, con su coro infantil, que no los quieren ver más, que se vayan. Son pequeños de siete, ocho, nueve y diez años y otros tantos adolescentes de catorce y quince. Están firmes, parecen no temer a las armas ni a las uniformes y retoman una vieja consigna de solidaridad: "el pueblo, unido, jamás será vencido". Adentro, las víctimas Cruzamos en medio del fuego de fusiles que salpica los muros de la Iglesia de Las Bienaventuranzas, en la calle 39 con la carrera 109. Tomamos una calzada que se estrecha. Todos salen a las ventanas, a los balcones y a la vía. De pronto aparece una muchedumbre que carga un cuerpo envuelto en una sábana. "Es un muerto, mírelo. Nos están masacrando. Era un vecino, un civil", advierten los espontáneos camilleros. En todas las direcciones sale más y más gente que pide que no disparen. Ondean los girones blancos mientras que, seis cuadras abajo, la fusilería oficial no para el traqueteo. Apenas han transcurrido unos minutos cuando otra comisión ocupa la calle para evacuar un muerto más. Es un anciano. "Mire, un viejito que no le hacía nada a nadie. Le decíamos Darío Gómez, porque cuando se emborrachaba se ponía a cantar música guasca en el billar. ¿Dónde están los funcionarios de Derechos Humanos? Los estamos llamando desde las siete de la mañana y no llegan". Vista desde la azotea "Vea este roto en el muro que dejó un tiro de fusil. Lo hicieron de abajo, desde donde está la Policía, porque atravesó la ventana, que está en la misma dirección. La esperanza de uno es el gobierno y vea lo que hacen", dice el ama de casa. Son las diez y media de la mañana. Con cuidado, saco la cabeza sobre el muro que bordea la terraza para ver a un grupo de niños que corre por la calle rumbo al cordón policial. Algunas casas impiden la visibilidad, pero comienzan a levantarse pequeños hongos que forman las granadas de gas lacrimógeno lanzadas por las fuerzas oficiales. Las ráfagas, una tras otra, parecen no tener fin y es necesario acuclillarse para evitar las balas perdidas. Los menores izan sus banderas por una calle amplia, pero, de pronto, el pequeño que encabeza la marcha, de unos once años, se dobla sobre el pavimento. Grita que está herido, pide ayuda. Treinta metros delante de él una mujer también es alcanzada por una bala y cae. Uno de los chicos recoge a su compañero herido y lo carga mientras que los demás gritan y siguen de frente. En la terraza, un vecino de unos 35 años que contempla lo ocurrido, comienza a llorar indignado. "No son mis hijos ni mis hermanos, pero me duelen. ¿Cómo quieren que no odiemos a los militares?". Los niños vuelven a alentar su coro: "¡queremos paz, queremos paz!". |