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Bolivia: El gobierno de los bancos, el FMI, las
petroleras y los francotiradores está herido de muerte
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x Eduardo Molina
Bolivia ha sido conmovida hasta los cimientos por las jornadas del 12
y 13 de febrero. Cuando en los primeros días del mes el Gobierno
anunció un “impuestazo” que afectaba prácticamente
a todos los asalariados y a las capas medias, esperaba resistencia, pero
no imaginaba que pondría a todo el país en estado de rebelión.
El 12 y 13 significan un giro en la historia nacional. La misma lista
de víctimas: 35 muertos, 205 heridos, muchos de ellos por las balas
militares, muestra la magnitud del enfrentamiento. A ello hay que añadir
las decenas de edificios públicos, de empresas, de sedes de partidos
oficialistas destruidos.
Las jornadas del 12 y 13 se inscriben en la cadena de levantamientos
que han sacudido a América Latina en los últimos años.
En particular, ofrecen similitudes -y también diferencias- con
las jornadas revolucionarias del 19 y 20 de diciembre del 2001 en Argentina,
que derribaron al presidente De la Rúa cuando este, obedeciendo
al FMI, también pretendió arreglar las cuentas del Estado
a costa del salario obrero, del hambre de los desocupados y de los ahorros
de la clase media.
(…), la verdad es que la rebelión obrera y popular, facilitada
por la crisis en el aparato represivo a causa del motín policial,
asestó un golpe mortal al gobierno y abrió una nueva situación
política, donde está planteado continuar la ofensiva obrera,
campesina y popular, hasta acabar con el gobierno y el régimen
actual, y abrir el camino a un gobierno de los explotados.
Del anuncio del “impuestazo” al motín policial
Empujado por la crisis económica y las exigencias del FMI, el
gobierno cometió un gravísimo error al anunciar el “impuestazo”,
atacando no sólo a los asalariados, sino a su propia base social
en las capas medias, empujándola a la oposición. Al mismo
tiempo, trasladó el principal escenario de conflicto social a
las ciudades y dividió a la burguesía, ya que los empresarios
y los exportadores vieron estas medidas como un nuevo ataque a sus intereses
y destinadas a favorecer tan sólo a los bancos y a las “capitalizadas”.
Por otra parte, nacionalizó la rebelión, pues desde La
Paz y El Alto, la protesta, aunque con menor intensidad, se extendió
a Cochabamba, al Chapare, a Santa Cruz y Oruro.
En los primeros días de la semana una inmensa ola de descontento
recorría al país, diversos sectores sindicales (como el
magisterio) anunciaban paros, marchas y otras medidas de protesta, y
era evidente que se incubaba una rebelión obrera y popular. El
acuartelamiento de los policías en el GES de La Paz (seguido
por otras guarniciones como en Santa Cruz) en la noche del martes añadió
un componente inesperado a la caldeada situación. En el motín
concurrían varios factores: el descontento de la tropa malpaga
y maltratada, la oficialidad afectada por el impuestazo, las camarillas
corruptas dispuestas a bloquear el proyecto de “reforma policial”
del gobierno. El efecto fue explosivo, acelerando enormemente los acontecimientos.
La jornada del miércoles 12
Desde las primeras horas del miércoles, la parálisis
del aparato represivo del Estado burgués, que llegó a
fracturarse con el combate entre los policías y el Ejército
enviado por Goni a reprimirlos, abrió una amplia brecha para
que la movilización de masas comenzara a colarse. Estaba en marcha
la rebelión y el gobierno y la maquinaria del Estado estaban
prácticamente inmovilizados. Comenzaban a contabilizarse más
de una decena de muertos y un centenar de heridos, la mayoría
en el conato de guerra entre policías y militares que vivió
Plaza Murillo.
A Sánchez de Losada le fallaron las fuerzas, quedó aislado,
tambaleante. No sólo fracasó la expresión económica
del plan del gobierno: el “impuestazo”. También fracasaron
los aprestos represivos para imponerlo. Al lanzar el Ejército
contra la policía, no se trataba tan sólo de disciplinar
a los “pacos” sublevados. El paso siguiente debía
ser imponer una salida autoritaria, represiva, ante la marea ascendente
de protestas. Pero el gobierno debió retroceder apresuradamente
cuando ya era tarde, sólo para que la derrota no fuera mayor,
intentando conjurar el levantamiento en marcha.
Columnas de manifestantes se formaban espontáneamente en diversos
puntos de La Paz y El Alto. Aunque en las primeras horas eran sectores
todavía no masivos, los que habían salido a la calle lograban
importantes éxitos gracias a la crisis policial. Comenzaron los
ataques a los símbolos del poder político y económico:
varios edificios estatales, las sedes de los partidos del gobierno (MNR,
MIR, UCS, ADN), oficinas de financieras y de empresas privatizadas.
Faltos de una organización y una orientación superiores,
se descargaba así el odio contra el gobierno y a su manera, comenzaba
a plantearse el problema del poder.
Las primeras acciones tenían un claro contenido político,
evidenciado en los objetivos mismos, en las consignas y en que los manifestantes
no permitían que actuaran rateros. Todo aquél que pretendía
llevarse algo para sí, era sistemáticamente obligado a
arrojarlo a la hoguera, fuera un sillón o una computadora.
Sin embargo, con el correr de las horas comenzaron los saqueos, producto
de la irrupción de miles de hambrientos, de desocupados, de marginados
que manifestaban así su desesperación y su odio social,
y luego, finalmente, de rateros y lumpen urbano que vio una oportunidad
para el robo, atacando incluso a pequeños comercios o casas de
familia. El epicentro de los saqueos se desplazó a El Alto, como
ocurrió con los almacenes de la Aduana y algunas empresas.
El paro nacional del jueves 13
La declaración de “asueto” por el Gobierno para
el día jueves no pudo ocultar que de todas maneras el paro nacional
hubiera sido muy fuerte, marcando el ingreso a escena del movimiento
obrero y arrastrando a diversos sectores de la población. Esto,
aunque la movilización en La Paz, que reunió a unas 10
mil personas según la prensa, no haya sido tan multitudinaria
como permitía esperar la convulsiva situación. En Cochabamba,
en Santa Cruz, en Oruro, en Potosí, etc. se realizaban marchas
y en algunos casos, nuevos ataques a las sedes de los partidos de gobierno
y saqueos.
En La Paz, las fuerzas militares apostadas en Plaza Murillo recurrieron
a la criminal táctica de los francotiradores como provocación,
como medio de aterrorizar a los manifestantes y crear un clima sangriento
que impidiera el desarrollo de la movilización. Los primeros
heridos y víctimas fatales -jóvenes, trabajadores de salud
que cumplían su deber, obreros- eran los blancos escogidos.
Mientras tanto, los medios de prensa estaban histéricos, acusando
a los manifestantes de “vándalos y delincuentes”
y mintiendo descaradamente. Al mismo tiempo, los dirigentes se encargaban
de disminuir las proyecciones del paro. Se negaron abiertamente a darle
continuidad a la lucha. La elemental pregunta de ¿Después
de hoy qué? no fue contestada ni por Evo Morales ni por la COB,
aunque reiteraran el pedido de que se vaya Goni. Así, el paro
y la movilización, en vez de convertirse en un punto de apoyo
para desarrollar la lucha y darle el golpe decisivo al tambaleante gobierno,
fue utilizado por los dirigentes para comenzar a “descomprimir”
y evitar que las tendencias insurreccionales pudieran desarrollarse.
Al atardecer, la policía volvía a las calles -durante
toda la noche se había gestionado un acuerdo- y comenzaba a detener
no sólo a rateros y saqueadores, sino a quienes volvían
a sus casas después de la movilización y a cualquier joven
que estuviera a mano.
¡A completar la obra iniciada el 12 y 13!
Aunque la movilización retrocede luego, como mostró la
débil marcha del viernes 14 y más aún el reducido
impacto del paro nacional de 48 horas de la COB durante el 17 y 18,
la rebelión obrera y popular y la enorme crisis política
del 12 y 13 han conmovido al país hasta los cimientos, abriendo
una nueva situación política que favorece la ofensiva
obrera y popular, lo que los marxistas llamamos una situación
prerrevolucionaria.
El gobierno ha salido herido de muerte. Con razón el semanario
Pulso (14/02) se preguntaba en tapa “¿se va o se queda?”.
Aunque quede -irse sería ante todo reconocer el triunfo de las
masas y la burguesía no tiene un recambio burgués sólido-,
es evidente que es un gobierno completamente agotado. La coalición
está fracturada y el gonismo aislado social y políticamente.
Ha tardado una semana en dar alguna “señal de vida”
cambiando el gabinete. Es evidente que no podrá hacer pasar ningún
ataque a la economía y a los derechos del pueblo sin provocar
nuevos estallidos. La burguesía queda asustada y sin un plan
claro de recambio. La clase media, aunque haya retrocedido a posiciones
más conservadoras, no ofrece ningún apoyo social estable
para los planes reaccionarios y sectores de la misma están girando
a izquierda.
El movimiento obrero, los trabajadores de las ciudades, han comenzado
a entrar en escena de una forma que no se veía desde 1985. Una
nueva vanguardia de miles está despertando a la vida política.
El fantasma de la insurrección social, que había despertado
en la Guerra del Agua en Cochabamba en abril del 2000 y en los bloqueos
de septiembre de ese año, y que la burguesía había
querido desterrar con el desvío electoral y con los “diálogos”
ha emergido con fuerza inusitada en las ciudades, centro del poder político
y económico y de la clase obrera, creando condiciones más
favorables para la alianza obrera, campesina y popular. Si la ofensiva
obrera y popular no pudo ir más allá, no es porque faltara
energía y disposición a la lucha de las masas, sino por
la actitud frenadora de las direcciones mayoritarias que no le dieron
continuidad y que mientras se limitan a proponer “vigilias”
buscan la salida de Sánchez de Losada y Mesa por la “vía
constitucional”, parlamentaria, cuando estaba planteado imponerla
mediante una verdadera huelga general indefinida con bloqueo de caminos.
La necesidad de una nueva organización, de una estrategia para
vencer y de una dirección revolucionaria que pueda estar a la
altura de los combates planteados, comienza a hacerse sentir con mayor
fuerza.
(PTS) - Revista Solidaridad
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