Cincuenta aniversario del asalto al Cuartel de Moncada
en Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953
x Ángel Guerra Cabrera
El ataque al Moncada fue un revés momentáneo pese a su
realista y meticulosa planificación en lo político y militar.
Pero rompió con la modorra neocolonial, insufló incalculables
energías creativas en los cubanos y desencadenó una revolución
que puso en el orden del día en nuestra América la posibilidad
de romper el yugo imperialista y alcanzar la libertad.
Hay fechas que marcan hitos en la lucha de los pueblos por su libertad.
Delimitan un antes y un después cualitativamente distintos y
calan en su memoria colectiva. Así ocurre en México con
el 16 de septiembre de 1810 y el 18 de marzo de 1938: una, inicio de
la primera gran gesta anticolonialista de profundo carácter popular
en América hispana; otra, el punto más alto, con la nacionalización
del petróleo, de la revolución de 1910.
En Cuba, donde los empeños de liberación nacional y social
han debido afrontar dificultades acaso sin paralelo en América
Latina, se recuerdan con veneración el 10 de octubre de 1868
y el 24 de febrero de 1895, dos momentos estelares en una brega inconclusa
por la independencia, la soberanía y la justicia social. Porque
a partir de 1895 debieron ocurrir aún dos ocupaciones militares
yanquis y un memorable pero frustrado intento de revolución antiimperialista
en la década de los treinta del siglo XX para que 64 años
más tarde se coronara aquella lucha en enero de 1959.
Ello quedó simbolizado por la marcha triunfal a lo largo de
la Isla del Ejército Rebelde comandado por Fidel Castro, aclamada
por la inmensa mayoría de los cubanos, que no fue el resultado
de la acción de una minoría de elegidos como afirmaron
después versiones reduccionistas. Muy lejos de eso, hundía
sus raíces en la historia y el alma de Cuba y era la culminación
de una gigantesca rebelión popular desencadenada el 26 de julio
de 1953 con el ataque al cuartel Moncada. Aquel 26 de julio, hace medio
siglo, conmocionó a los cubanos y los llevó a reencontrarse
con las mejores tradiciones éticas y revolucionarias de su historia
justo en el momento en que «parecía que el Apóstol
iba a morir en el año de su centenario». La afirmación
de Fidel Castro en el juicio seguido contra él y sus compañeros
supervivientes del combate —la mayoría masacrados después
de ser hechos prisioneros— expresaba exactamente el estado de
la nación.
Cuba, una república castrada por el tutelaje estadounidense,
la explotación y marginación de las masas, la más
escandalosa corrupción de los gobernantes y políticos
y la represión sin piedad de las protestas populares, había
sido llevada a un punto límite de degradación de las instituciones
públicas por el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952. Parecía,
en efecto, que los sueños de su apóstol, Martí,
habían sido en vano y que no existían ya reservas de moral,
de inteligencia y de coraje para rescatarlos. El Moncada vino a descubrir
que esas reservas estaban intactas en hijos e hijas del pueblo cubano,
casi todos jóvenes y de origen muy humilde.
Si el audaz asalto a la segunda fortaleza militar del país despertó
admiración por el heroísmo de sus protagonistas, pronto
tuvo un efecto multiplicador en amplios sectores sociales. El alegato
de Fidel Castro ante sus jueces —conocido como La Historia me
Absolverá—, además de constituir el programa político
más radical que podía enarbolarse en la Isla en aquel
momento, sentó las pautas de la más telúrica transformación
social ocurrida hasta hoy en América Latina, que rompió
las cadenas de la dominación imperialista y condujo a Cuba por
el rumbo socialista. Su lenguaje novedoso simbolizaba la irrupción
definitiva de una nueva forma de pensar y hacer política en nuestro
continente, estrechamente ligada a las aspiraciones de las masas y a
una conducta ética. Se inspiraba en la tradición patriótica
y revolucionaria nacional marcada a fuego por el pensamiento y la acción
de Martí y abrazaba creativamente las ideas de Marx, Engels y
Lenin. No se equivocó Che Guevara cuando en la selva boliviana
sintetizó así el Moncada: «Rebelión contra
los dogmas».
El uso de las armas a partir del Moncada solo pudo conducir a la victoria
porque se basó en una apreciación y una estrategia lúcidas
sobre la situación política y social cubana y la coyuntura
internacional, una fe inconmovible en las potencialidades revolucionarias
del pueblo y una combinación osada y simultánea de todas
las formas de lucha, incluyendo el mayor aprovechamiento de los espacios
legales, por mínimos que fueran. Si Fidel Castro y sus compañeros
ganaron un apoyo popular casi unánime para la lucha armada fue
porque supieron demostrar a los cubanos que no les quedaba otro camino.
Y que ese camino era el único que podía sacar al país
de la postración.
El ataque al Moncada fue un revés momentáneo pese a su
realista y meticulosa planificación en lo político y militar.
Pero rompió con la modorra neocolonial, insufló incalculables
energías creativas en los cubanos y desencadenó una revolución
que puso en el orden del día en nuestra América la posibilidad
de romper el yugo imperialista y alcanzar la libertad. Por eso, frente
a la arrogancia y el belicismo nazis hoy entronizados en Washington,
su ejemplo moral es más vigente que nunca.
La Jornada
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