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El nazismo democrático
x George Kape
Especial para La Haine
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Un fantasma recorre Europa, aunque los que ante él
se estremecen no se llamen Mitternich ni Guizot, sino Alí o Pedro,
Saada o Tumaini: El fantasma del nazismo democrático.
Los avances electorales del fascismo provinciano de Le Pen en Francia
han provocado últimamente una ola de protestas a lo largo y ancho
del continente. Los ex-radicales convertidos en halcones del partido verde
alemán, las socialdemocracias privatizadoras, las terceras vías
imperiales y hasta los representantes 'liberales' de los EEUU, que dan
su sanción hipócrita al Holocausto que sufre el pueblo palestino,
reciben ahora el apoyo de la izquierda europea para evitar un triunfo
electoral de la ultraderecha gala.
Si yo estuviese en Francia, seguramente me sumaría a las multitudinarias
manifestaciones que están teniendo lugar contra las despreciables
ideas de este paleolítico neo-nazi que se dice "de derechas
en lo económico, de izquierdas en lo social y ante todo, 'profundamente
francés'". Su receta para los males que aquejan a la sociedad
francesa: pogromos y guetos contra los diferentes, los débiles,
los hambrientos y los extranjeros.
Sin embargo, debo decir que no es Le Pen quien en realidad más
me preocupa, sino la oportunidad que estas fuerzas llamadas de 'ultraderecha'
dan a los verdaderos ultraderechistas que manejan los hilos del proyecto
imperial de la Unión Europea para hacer avanzar sus posiciones
dentro y fuera de casa.
Con todo su discurso cabernario, Le Pen en realidad no cuenta -al menos
por el momento- con el apoyo del gran eje capitalista germano-francés,
mientras que las élites del poder político europeo, sí.
Recordemos que el nazismo como fenómeno histórico no tiene
sentido sin tomar en cuenta los intereses del gran capital y su naturaleza
imeprialista.
El levensraum (espacio vital) de Le Pen parece circunscribirse al territorio
francés, y es más bien reacio (al menos en su retórica)
a contaminarse con el extranjero. El 'espacio vital' de los halcones de
la construcción europea, por otro lado, está íntimamente
ligado a su expansión y control del mundo exterior: Recordemos
el actual afán por 'integrar' a los países de Europa del
Este, así como la preocupación por alcanzar una mayor participación
en el saqueo imperial de regiones como América Latina.
Recordemos que la identidad en la que se basa Le Pen es una 'esencia
francesa' y su máxima heroína, Juana de Arco, una figura
de alcance doméstico. El proyecto de identidad 'civilizada' y 'democrática'
de la Unión Europea, por otro lado, es mucho más ambicioso
y expansivo: son 'civilizados' y 'democráticos' todos aquellos
que logran ingresar a las élites que se benefician del poder imperial
- en principio cualquier ciudadano o ciudadana 'exitosos' y 'esmerados',
mientras que todos aquellos desviados que no se ajusten a este orden capitalista
civilizado serán clasificados como 'riesgos a la estabilidad',
candidatos a terroristas, susceptibles de ser ya sea segregados en sus
respectivos guetos y en las prisiones del sistema, o bombardeados, según
se encuentren dentro o fuera de las fronteras del imperio europeo.
El fenómeno de Le Pen no es nuevo en Europa. Recientemente, la
derecha danesa formó gobierno con los sectores políticos
más xenófobos de la sociedad, lo que se tradujo en un conjunto
de leyes discriminantes contra los extranjeros y en un aumento de las
prerrogativas represivas del estado. También tenemos las victorias
electorales de sectores similares en Italia, así como la de Heider
en Austria. A pesar del escándalo inicial levantado por los constructores
del proyecto europeo, los medios de comunicación y los movimientos
progresistas en todo el continente, hemos visto cómo poco a poco
los avances de estas fuerzas van siendo integrados en la dinámica
polítco-institucional del sistema: Las prerrogativas represivas
de las policías europeas son cada vez mayores, el manto de silencio
que cubre sus operaciones también, y la 'agilidad' con la que las
cortes europeas condenan a los que luchan por una sociedad más
justa se acelera cada día.
En realidad, los partidos imperiales de la construcción europea
(socialdemocracias, partidos populares, verdes alemanes, socialcristianos,
etcétera) son los que tienen la capacidad y el poder de aplicar
las recetas más fascistas de la ultraderecha, y son los que al
cabo de cierto tiempo, y pasado el revuelo inicial, logran implementarlas.
El verdadero peligro del resultado de las elecciones en Francia no fue,
entonces, la posibilidad de que Le Pen llegara a la presidencia, sino
el previsible realismo con el que la 'derecha' (Chirac) y los 'socialistas'
franceses abordaron las 'lecciones' de estos comicios: Dijeron que 'la
seguridad es un asunto que no debe ser menospreciado', asimismo, dijeron
que 'hay que tomar medidas contra los excesos de la política inmigratoria',
y que 'hay que hacer esfuerzos para evitar la polarización social'.
Todo esto se traduce en más controles inmigratorios, más
represión en los barrios segregados, más represión
a los movimientos sociales y a las reivindicaciones de la clase obrera,
cárceles más grandes, procesos más sumarios y menos
supervisión de los métodos utilizados por las fuerzas represivas.
Al tiempo que hay más control y manipulación de la información
y menos libertad de organización, se aprovecha para reducir aún
más las ayudas sociales y erosionar aún más los derechos
laborales.
Lo que las elecciones francesas muestran, no es tanto un avance de la
ultraderecha, como una polarización de la sociedad luego de 20
años de avance ininterrumpido de las posiciones del capital. Recordemos
que la izquierda 'radical' también logró importantes avances.
Asimismo, de casi un tercio del electorado que se negó a participar
en los comicios, probablemente hay una gran mayoría que en realidad
no espera nada nuevo del sistema, pero también hay grandes grupos
que ya han tomado una posición, aunque ésta no pase por
los mecanismos ofrecidos por la democracia burguesa.
Los que se avecinan no son tiempos de paz. A la par que las fuerzas del
nazismo ganan terreno y son asimiladas al organismo político-insitucional
del imperio europeo, las 'clases peligrosas' emergen a la arena política
del continente. La pregunta es: ¿será posible que las fuerzas
que se oponen radicalmente al capitalismo, y por ende, al proyecto imperial
europeo logren articular un frente común capaz de golpear efectivamente
al sistema y así desarticular sus pretensiones totalitarias?
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