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La guerrilla maoísta se compone de aproximadamente
5 mil combatientes y 15 mil militantes
La aparición en Nepal hace siete años de pelotones de
guerrilleros maoístas puso blanco sobre negro la situación
política de un país que se caracterizaba por sus profundas
diferencias sociales. El reino himalayo de Nepal ha seducido por mucho
tiempo la imaginación occidental, pero el otrora pacífico
(aunque con la paz de los cementerios) reducto montañoso, ubicado
entre la India y China, cuna de lamas, avatares y otras especies de
la divinidad encarnada, ya no es más Shangri-La, como alguna
vez fue popularizado por la industria del entretenimiento con sede en
Hollywood, Estados Unidos.
Desde que grupos de insurgentes maoístas aparecieron en esas
tierras por primera vez hace siete años, occidente ha empezado
a enterarse de los siglos de muerte y destrucción provocado por
las dinastías religiosas.
El gobierno real, en un intento de salvar sus privilegios, apela a
la más descarnada represión, que normalmente atinge más
a la población civil que a los propios guerrilleros. Pruebas
sobran, y los últimos doce meses han sido los peores: el número
de víctimas desde el comienzo de la guerra por una nueva independencia
se calcula en más de 7 mil, 5 mil de las cuales ocurrieron el
último año. Nepal, que supo albergar en las alturas de
Katmandú a viajeros y yonquis, vive aterrorizada.
Los insurgentes maoístas controlan casi un 40 por ciento del
territorio (escarpado, de montes altísimos y tiempo helado).
En esa zona, entre otras prácticas, ejercen la justicia popular
y entregan la administración de las aldeas a los representantes
elegidos por los propios aldeanos, a la vieja usanza de los 'guardias
rojos' que acompañaron a Mao durante la Revolución Cultural
lanzada en 1966, desplazando a los administradores reales. Los campesinos,
sobre todo las mujeres, están muy satisfechos con los cambios
producidos, aunque al mismo tiempo temerosos de la vuelta del ejército
real y su historia de sangre y explotación. Las mujeres, de quien
los lamas dicen que "son mujeres por que se portaron mal en una
vida anterior; si no miran a la cara al hombre y respetan a las autoridades
en esta vida, posiblemente en su próxima reencarnación
lleguen a ser hombres", son las más favorecidas por la aparición
de la guerrilla maoista y se incorporan en gran número a las
filas insurgentes. A la fecha, la estrategia ha dado resultados notables.
Las elecciones generales que debían celebrarse el año
pasado fueron pospuestas indefinidamente por el gobierno, a causa de
la posibilidad de perderlas; cuando el ejército nepalés
ordenó la reapertura de las escuelas el último diciembre,
cerradas por huelgas estudiantiles, una serie de ataques guerrilleros
inutilizó la jugada y mantuvo a más de cinco mil estudiantes
en sus casas por varias semanas.
La guerrilla maoísta se compone de aproximadamente 5 mil combatientes
y 15 mil militantes, contra 60 mil soldados del Ejército Real
Nepalés, la mayoría ocupados en cuidar la infraestructura
del país, mayoritariamente entregada a las multinacionales, y
proteger a los corruptos funcionarios reales. El turismo, una de los
principales ingresos de la zona, ha disminuido un 46 por ciento en los
dos últimos años.
La gran mayoría de los nepaleses también condenan a su
gobierno. Desde que un movimiento popular acabó con la monarquía,
se sucedieron doce gobiernos en trece años, la mayoría
regidos por la pequeña casta de parientes y amigos del monarca
supuestamente derrocado. Una inestabilidad manifiesta, agravada por
la ferocidad gratuita de sus fuerzas armadas. Ya el año pasado
Amnistía Internacional había denunciado gran cantidad
de violaciones, asesinatos y torturas a mansalva propinadas por los
militares nepaleses bajo la excusa de que la guerra no conoce escrúpulos.
Para este año está prevista la llegada de 17 millones
de dólares en ayuda militar prometida por los Estados Unidos
al gobierno de Nepal, los cuales es muy probable que en su mayor parte
vayan a parar a los bolsillos de altos mandos militares corruptos.
La conclusión es que el ejército nepalés por sí
sólo no parece capaz de derrotar a la insurgencia, además
de que los movimientos sociales en las ciudades cada vez están
cobrando más fuerza. Esto lleva a pensar que en un futuro no
muy lejano se verá la llegada de una fuerza de intervención,
quizás no formada directamente por norteamericanos sino por algún
ejército cipayo de la región (Pakistán posiblemente)
aunque dirigido por militares de los EE UU para proteger los intereses
de sus multinacionales. Queda por ver cuál será, en ese
caso, la reacción de la guerrilla nepalesa, emparentada políticamente
con los guerrilleros de "Sendero Luminoso" en Perú.
Sería bueno que hayan aprendido de la experiencia de sus hermanos
peruanos.
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