|
|
|
|
|
Un pueblo para un imperio
x Antonio Maira - Cádiz Rebelde
|
"Lo que más me asombra sobre la
política contemporánea no es que el sistema ha sido tan
corrompido por el dinero. Es que tan poca gente entiende el vínculo
entre sus vidas y lo que esos payasos hacen en Washington y en nuestras
capitales estatales". Molly Ivins.
Allá por los tiempos de los triunfos electorales de Menem un
amigo argentino de edad avanzada y que había vivido varias vidas,
me decía: “Esto no tiene solución, el pueblo argentino
es fascista”. La terminante conclusión de mi amigo ante
el aplastante triunfo electoral de uno de los políticos más
corruptos de la mafia justicialista me causó por entonces un
profundo desasosiego.
Conclusión y desasosiego similares deben haber sentido, con bastante
razón, millones de personas ante el rotundo triunfo electoral
del presidente Bush. ¡El pueblo norteamericano es fascista!. Podría
aclararse, sin embargo, que en rigor ha sido algo más de la mitad
del 37% de un muy mutilado censo electoral(1) el responsable del respaldo
de una política exterior militarista y agresiva que desgraciadamente
afecta a muchos centenares de millones de seres humanos en el mundo.
EEUU funciona en lo que debe ser una situación casi óptima
para el desarrollo del modelo de democracia representativa que promueve
la élite de occidente: pasividad política, ínfima
participación ciudadana, opinión pública de diseño
y agitación de sentimientos primarios con el concurso instrumental
de Falsimedia(2).
Democracia avanzada
La “democracia avanzada” por la que se rige la llamada “comunidad
internacional” en su conjunto, permite que una ínfima cantidad
de consumidores de tele basura y consignas políticas infantiles
de subido tono patriótico, “decida” la oportunidad
de calcinar a Irak, respaldar el proceso de desalojo criminal de la
población en Cisjordania y Gaza, o la imposición coactiva
de un “mercado libre mundial”, no sólo explotador
y generador de miseria sino también enormemente tramposo.
El control político de la población –por las vías
de la marginación absoluta de cualquier alternativa al sistema
o de los distintos mecanismos de obediencia pasiva- es tan fuerte que
las grandes élites económicas capitalistas pueden diseñar
la gran política sin disensos, y disputar el detalle del reparto
de beneficios en campañas electoral-publicitarias cuyo objetivo
estratégico es la de legitimar la gestión política
del sistema. Siete millones y medio de dólares fue el coste medio
de un acta de senador en la última “fiesta democrática”
de los EEUU cuya regla fundamental es “gana quien más paga”.
Sólo a partir de la tremenda efectividad de ese control político
puede entenderse que después de los grandes escándalos
provocados por quiebras gigantescas, fraudulentas y con estafa de fondos
de pensiones, como la de Enrom, y desfalcos financieros con enriquecimientos
ilícitos, como los de Global Crossing, WorldCom, Halliburton
Dynergy, Tyco International Ltda y KMArt, en varias de las cuales estaban
implicados el propio presidente Bush y, con más evidencias, el
vicepresidente Cheney, además de otros grandes líderes
republicanos, el nuevo jefe de la mayoría de este partido en
el Senado, Trent Lott, puede permitirse el lujo de atribuir el triunfo
electoral republicano –entre otras razones- a la “honestidad
en la gestión económica”. La observación
de Lott demuestra no sólo la potencialidad del sistema capaz
de transformar el agua en vino sin intervenciones celestiales, sino
también como un triunfo en el mercado electoral puede hacer desaparecer
de un plumazo toneladas de trapos sucios. Ese es el “proceso de
legitimación” asegurado al que recurren con tanta frecuencia
los líderes políticos más corruptos. El cuerpo
electoral –los “ciudadanos activos”- proporciona una
especie de legitimidad suprema, muy a mano para lavar toda clase de
culpas y reivindicar una honradez que fulmina las evidencias delictivas
y coloca a los corruptos en disposición de reiniciar el negocio.
El carácter fuertemente elitista del sistema político
de las mercodemocracias –formación de la opinión,
partidos y electores- y la relación de apatía-obediencia
de los sectores populares aparece claramente en alguna de las fórmulas,
realmente escandalosas, utilizadas como definición y síntesis
de los “programas electorales”. El partido republicano de
los Estados Unidos, por ejemplo, cuyos líderes son en su totalidad
multimillonarios en dólares, ha levantado, ante ese cuerpo electoral
de ciudadanos consumidores, mutilado de marginados y pobres, la bandera
descaradamente clasista del “conservadurismo compasivo”.
El viejo discurso del miedo
Si dejamos a un lado los lugares comunes de la cultura política
de Falsimedia, nos encontramos con que al margen de retóricas
violentas y aspavientos teatrales, el discurso básico de George
Bush no difiere tanto del de Adolf Hittler. Creación y manipulación
del miedo, uso descarado de la mentira y apología de la violencia.
“Ahora, redes oscuras de individuos pueden traer gran caos
y sufrimiento a nuestras costas por menos de lo que cuesta comprar un
solo tanque”.
“Debemos estar preparados para frenar a los estados al margen
de la ley y a sus clientes terroristas antes de que puedan amenazar
o utilizar las armas de destrucción en masa contra Estados Unidos
y sus aliados y amigos.”
“Estados Unidos actuará contra esas amenazas en surgimiento
antes de que éstas terminen de formarse... En el nuevo mundo
en que hemos entrado, el único camino hacia la paz y la seguridad
es el de la acción.”
“Es hora de reafirmar la función esencial del poderío
militar norteamericano. Debemos construir y mantener nuestras defensas
hasta ponerlas por encima de cualquier reto.”
“la meta debe ser proveerle al presidente una amplia gama de opciones
militares para desalentar la agresión o cualquier forma de coerción
contra Estados Unidos, nuestros aliados y nuestros amigos.”
“Nuestras fuerzas serán lo bastante potentes como para
disuadir adversarios potenciales de emprender una acumulación
de fuerzas militares con la esperanza de sobrepasar o igualar el poderío
de Estados Unidos.” (3)
En la última campaña para las elecciones de noviembre,
Bush repitió incesantemente que su objetivo político es
el de garantizar la seguridad de los norteamericanos y la destrucción
del terrorismo. Afirmó, una y otra vez –sin enfrentarse
a réplica alguna de sus contrincantes electorales(4)-, la existencia
de una alianza entre Sadam Husein y Al Qaeda, la intención del
primero de preparar un terrible ataque contra los EEUU con armas de
destrucción masiva, y la necesidad de anticiparse para evitar
una agresión poco menos que inminente. Tras esa cobertura de
falsedades de grueso calibre que ocupaban el centro del mensaje presidencial,
reclamó la creación de un superministerio de Seguridad
Interior y carta blanca para hacer la guerra.
Tal vez lo más llamativo y sintomático es que el discurso
del terror enlazó, por primera vez en los últimos tiempos,
dos escenarios normalmente separados y de importancia electoral desequilibrada:
la política exterior y la política interior. Las alarmas
y los clarines de guerra alteraron fundamentalmente el carácter
marginal de la política exterior en las elecciones norteamericanas
al crear el frente interno de la “guerra antiterrorista”.
La idea clave para aquel enlace ha sido el de seguridad: la seguridad
se ha convertido en el centro de la histeria política en los
EEUU.
Bush está preparando a la “opinión pública”
para la conquista global de los mercados y los recursos energéticos,
y para el gobierno del mundo con los procedimientos definidos en la
Estrategia de Seguridad Nacional.
En el escenario doméstico, Bush ha ejecutado durante más
de un año la tarea de paladín del terror.
El documento “Homeland Security”, con el que formuló
“sistemáticamente” la necesidad de crear una gigantesca
estructura unificada y centralizada de seguridad interior, no es otra
cosa que un catálogo de horrores para potenciar determinada psicología
de masas. En él se enumeran, en tono apocalíptico, todas
las catástrofes concebibles a las que se presenta como riesgos
inmediatos sólo evitables con la puesta en marcha de una enorme
maquinaria de vigilancia, control y represión. También
es muy significativa, en esta campaña de difusión del
terror, la presentación de un enemigo, difuso, infiltrado y encubierto,
caracterizado en principio como árabe o musulmán, y más
tarde, todavía más genéricamente, como extranjero
de nacionalidad u origen.
Paralelamente a la creación de esa particular psicosis colectiva
se ha ampliado o ensayado la movilización de la población
en tareas de espionaje y actuación parapolicial con procedimientos
tales como la potenciación y extensión de las patrullas
barriales, o la puesta en marcha de un Sistema de Prevención
e Información sobre Terrorismo –TIPS- cuyos primeros ensayos
se han iniciado en las grandes ciudades el pasado verano.
Nada menos que un millón de personas -el 4% de la población
total de 24 millones que sumaban las diez grandes ciudades que fueron
elegidas para el experimento- formaban parte de la red potencial de
“soplones” prevista por el TIPS. Los informantes de este
“sistema” de espionaje incentivado son profesionales de
los trabajos en los hogares -tales como fontaneros, electricistas, instaladores,
reparadores, pintores, transportistas, cuidadores de ancianos o de niños-,
que deben comunicar todos los hechos o circunstancias que observen en
ese ámbito privado y que les parezcan sospechosos. Todos aquellos
cuya mínima ética profesional les exige el respeto a la
intimidad y les prohíbe el fisgoneo, son incitados a actividades
que por lo menos tangentean lo delictivo. El gobierno de los EEUU viola
masivamente el derecho a la intimidad y estimula la realización
de delitos. Como en los regímenes fascistas la sospecha se ha
convertido en el elemento primario de relación social y la denuncia
secreta en moral cívica de los norteamericanos.
El supremo valor de la fuerza
La comparación entre este período de consolidación
del nuevo Imperio y los años de definición del III Reich
anteriores a la segunda Guerra Mundial, nos mostraría unos hechos
que en general son muy similares. En ambos casos se produce un rearme
gigantesco que arrasa acuerdos de limitación, y una violación
sistemática y generalizada del orden internacional. Otro rasgo
común es la apología descarada del poder militar como
instrumento de reordenación del mundo, la vinculación
directa y expresa del rearme con objetivos de dominación. Ambos
procesos históricos comparten también un ritmo acelerado.
El rearme de los EEUU ha sido espectacular en lo que se refiere a la
magnitud de los gastos militares: cerca de 400.000 millones de dólares
en el último presupuesto de defensa. A este gasto desmesurado,
que de ninguna manera puede vincularse a amenaza alguna, hay que añadir
las enormes partidas aprobadas para llevar a cabo la “guerra antiterrorista”.
Una de las peculiaridades de este rearme contemporáneo es el
hecho de que los EEUU no tienen antagonista militar alguno lo que sin
duda refuerza, en relación con el antecedente histórico
mencionado, el carácter instrumental -para un proyecto de dominación
universal- que ha sido señalado. Esta peculiar carrera de armamentos
sin antagonista se produce, efectivamente, en un escenario definido
por una superioridad militar abrumadora frente a cualquier enemigo o
grupo de enemigos, probable o improbable.
El diseño de los gastos de armamento se ha hecho con el objetivo,
hecho público también, de asegurar para siempre esa superioridad
indiscutible que permita imponer los intereses de los EEUU. Además
de ese objetivo estratégico que implica el incremento de la “brecha
tecnológica” con los demás países del mundo
y, por lo tanto, la continua investigación en armas de destrucción
masiva, los EEUU están analizado minuciosamente las resistencias
de un mundo sometido. En el análisis de las amenazas derivadas
de los países o grupos, resistentes a su nueva autoridad imperial,
se han incluido mecanismos extremos de evaluación de riesgos:
“pensar lo imposible” reclamaba Rumsfeld de los “expertos
en previsión de conflictos” del Pentágono.
La ruptura de todas las limitaciones al rearme o a la utilización
de armamentos ha seguido una doble vía.
Por una parte la progresiva desvinculación de todos los acuerdos
de control de armamentos: Tratado ABM, Tratado de Prohibición
de Armas Químicas y Biológicas, compromiso de no realización
de pruebas nucleares, compromiso de no usar armas nucleares contra países
no nucleares, y la puesta en marcha de nuevos proyectos: fabricación
de pequeñas armas nucleares para usarlas en guerras “convencionales”,
proyectos de investigación y desarrollo de armas químicas
y bacteriológicas. En relación con la disponibilidad de
uso, las declaraciones públicas sólo son ambiguas dentro
de las coordenadas del “pensamiento cínico”.
“Para derrotar esta amenaza debemos utilizar cada herramienta
de nuestro arsenal...”
Esta desvinculación de los tratados y acuerdos internacionales
incluye la utilización ilimitada de armas de nueva generación
que sólo formalmente pueden llamarse armas convencionales o de
destrucción limitada. Sus efectos de devastación son realmente
masivos tanto para la infraestructura material, como para la población.
En algunos casos los daños se producen además a lo largo
de mucho tiempo. Qué otra cosa puede decirse de los enormes bombardeos
cuya función es precisamente la del arrasamiento de la estructura
económica o de depuración de aguas de un país,
o de la utilización masiva de uranio empobrecido.
Por otra, la “carrera de armamentos sin antagonista” está
consagrando la superioridad abrumadora de la que hablábamos antes,
-reforzando la brecha o “gap” tecnológico-, por la
imposición de la prohibición universal de no competir
contra el poder militar de los EEUU, y las prohibiciones individuales
que afectan a los países considerados -o que puedan considerarse
en cualquier momento-, como enemigos actuales o potenciales de la superpotencia.
Ese es el sentido que tiene la prohibición de la fabricación
de armas de destrucción masiva –el control armado de la
proliferación- que EEUU impone por la fuerza.
La actual estructura de poder mundial –el Imperio- está
poniendo a punto el instrumento militar correspondiente cuyo principio
fundamental, funcional y “jurídico”, es el del monopolio
de la fuerza. El objetivo del colosal rearme no es el de superar a un
antagonista en competencia militar sino el de abatir toda resistencia.
La vinculación de ese rearme a un objetivo de dominación
mundial –uno de los rasgos comunes con la política militar
del III Reich pero que tiene ahora una potencialidad mucho más
grande- es totalmente expreso. Puede decirse que la relación
entre un poder militar indiscutible e inenfrentable y la voluntad de
crear un orden imperial e imponer los propios intereses por la fuerza,
es ya una certeza documentada por declaraciones públicas y solemnes.
Eliminando eufemismos eso es exactamente lo que dice la actual doctrina
de “Seguridad Nacional” de los EEUU:
“Hoy, Estados Unidos disfruta de una posición de fuerza
militar sin paralelo y de gran influencia económica y política.
De acuerdo con nuestro pasado y a nuestros principios, no utilizamos
nuestra fuerza para obtener ventajas unilaterales. En cambio, buscamos
crear un equilibrio de fuerzas que favorezca la libertad humana: condiciones
en que todas las naciones y sociedades puedan elegir por sí mismas
las recompensas y los retos de la libertad política y económica.”
“Estados Unidos posee en el mundo poder e influencia sin precedentes
- y sin igual. Esta posición, sostenida por la fe en los principios
de libertad y por el valor de una sociedad libre, viene acompañada
de responsabilidades, obligaciones y oportunidades sin precedentes.
Se debe usar la gran fuerza de esta nación para promover un equilibrio
de poder que favorezca la libertad.”
“La estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos se basará
en un internacionalismo inconfundiblemente norteamericano que refleje
la unión de nuestros valores y nuestros intereses nacionales”.
(5)
La lógica de ese “internacionalismo inconfundiblemente
americano” les llevará muy lejos en los intentos de dominación
del mundo.
Es muy probable que cuando Washington de por finalizada esta fase de
sumisión de algunos estados definidos como “delincuentes”,
comience la tarea de eliminar algunos arsenales nucleares que todavía
pueden inquietar a los EEUU. Los chantajes económicos ocuparán
un lugar esencial en esa nueva batalla del Imperio.
Apéndice
Nota final sobre los objetivos estratégicos de la
guerra contra Irak
La guerra de Irak que está en la fase de concentración
de fuerzas cuando escribo estas líneas, tiene dos grandes objetivos
estratégicos para los EEUU.
Uno de ellos ha sido muy destacado y documentado en los medios alternativos.
Se trata de asegurar el control absoluto de la segunda reserva petrolera
del mundo.
El otro objetivo ha sido mucho menos destacado como tal, aunque se manifiesta
continuamente en ese permanente discurso con el que EEUU niega el poder
de la ONU, acentúa su desprecio a la Organización, y afirma
su nula disposición a respetar las resoluciones que no sean absolutamente
definidas por Washington. Como ha sintetizado Chomsky a partir de esas
declaraciones: “Las naciones Unidas son relevantes cuando siguen
las órdenes de los EEUU e irrelevantes cuando no las siguen”.
También se manifiesta en la práctica, también descarada,
de las coacciones y las presiones, nada secretas, sobre los miembros
del Consejo de Seguridad. No se trata -para los Estados Unidos- ni siquiera
de negociar desde la fuerza. Se trata ni más ni menos que del
establecimiento e institucionalización del poder del Imperio.
El gobierno de Washington está realizando un ejercicio descarado
de autoridad, “por el momento” arbitraria, ante todos los
estados del mundo.
Si llega a producirse, la derrota de Irak no será la única
derrota.
Notas:
1. El censo electoral no incluye a los condenados en alguna ocasión
en un proceso penal –la población carcelaria es en estos
momentos cercana a los 2 millones de personas-. Tampoco incluye a los
millones de trabajadores sin papeles. Poro otro lado, en las últimas
elecciones se han denunciado prácticas generalizadas y sistemáticas
de marginación electoral que van desde las coacciones directas
o indirectas hasta la utilización de mecanismos complejos de
votación que disuaden a los electores de los sectores más
pobres.
2. Le llamo Falsimedia, en atención a su función fundamental,
al conjunto de los medios de comunicación generales.
3. Los textos no son citas de discursos electorales sino fragmentos
doctrinales del documento: “La Nueva Estrategia de Seguridad Nacional
de los EEUU” (en lo sucesivo NESN) que cito con frecuencia desde
su publicación. Su interés es, a mi juicio, enorme y merece
una lectura atenta. 4. 4. Hay que tener en cuenta que al tratarse de
un documento oficial, publicado en vísperas de un importante
discurso de Bush ante la ONU, su tono y contenido es mucho más
moderado que los discursos fabricados para modelar a la opinión
pública.
5. El discurso de la guerra contra Irak, pese a su absoluta falsedad,
fue compartido por demócratas y republicanos. Esto es ha aparecido
como verdad indiscutible.
Citas del documento NESN.
|
|