En el marco de las conmemoraciones del cincuentenario del fallido intento de asalto al cuartel de Moncada, Fidel Castro ha pronunciado un discurso en el que, por primera vez, el principal blanco de sus críticas no han sido tanto los tradicionales enemigos de la isla antillana, los Estados Unidos, como la Unión Europea. A los gobiernos de la UE en su conjunto (y a los aspirantes del antiguo bloque comunista, antaño aliados de Cuba) ha dedicado Castro graves epítetos que hasta ahora reservaba en exclusiva a los mandatarios de Washington y, más recientemente, a gobiernos determinados del viejo continente, como al español, presidido por José María Aznar, a quien el comandante tampoco ayer dudó en llamar fascista. La UE, que tradicionalmente se ha mantenido al margen del bloqueo norteamericano contra la isla, ha adoptado en los últimos meses una serie de represalias contra Cuba plenamente incardinadas en la estrategia de Washington. Aunque oficialmente estas medidas son la respuesta a una serie de decisiones de la Administración cubana, y muy particularmente a la ejecución de tres secuestradores, lo cierto es que responden a una tendencia previa. De hecho, el año pasado, cuando no se había producido ejecución alguna, Cuba recibió de la UE sólo una séptima parte de la ayuda de años precedentes. En este contexto, el discurso de Castro, que, como de costumbre, no ahorró citas de casos como el del doctor Kelly o los GAL para evidenciar que sus detractores tienen el rabo de paja y no son quiénes para juzgarle, supone cruzar el Rubicón y oficializar la ruptura de las relaciones entre la isla y la UE. El comandante ha manifestado expresamente que «Cuba, por elemental sentido de la dignidad, renuncia a cualquier ayuda o resto de ayuda humanitaria que puedan ofrecerle los gobiernos de la UE». En un panorama internacional cada vez más hostil, Castro opta una vez más por apretar los dientes y seguir adelante, pero reconoce implícitamente que la mera voluntad de resistir no será suficiente, y, por eso, del mismo modo que rechaza las relaciones con la UE, anuncia que aceptará ayuda, «por modesta que fuese, de las autonomías regionales o locales, de las ONG y movimientos de solidaridad, que no imponen a Cuba condicionamientos políticos». Cincuenta años después de Moncada, Cuba sigue enarbolando contra viento y marea la bandera de la dignidad, y necesita ayuda para mantenerla firme. |
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