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Argentina: El movimiento popular y las elecciones
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El dilema de las urnas
El bloque dominante intenta recomponer con las elecciones la gobernabilidad
perdida luego del tembladeral institucional que dejaron las jornadas
de diciembre de 2001.
La discusión electoral atraviesa hoy como una cuña al
conjunto del campo popular. Y la diversidad de posturas y los encontronazos
provocados por este tema ponen en evidencia las limitaciones actuales
de las organizaciones populares, que aunque capaces de coordinar significativas
acciones de lucha, no logran avanzar en una estrategia común
de cambio social.
Elecciones sí, elecciones no; el debate está presente
entre las organizaciones populares desde el origen mismo del movimiento
obrero de nuestro país, a principios del siglo que pasó.
Sin embargo, este proceso electoral genera un ruido particular, seguramente
porque tiene lugar en un escenario atípico, en el que todavía
resuena el eco del estallido de rabia de diciembre de 2001.
No es novedad que la rebelión que echó a De la Rúa
conmovió hasta los cimientos la institucionalidad del régimen
político que administra los intereses de los grupos dominantes.
Y que a su vez abrió un formidable e inédito proceso de
participación popular, inimaginable hasta para el más
optimista de los militantes: nacen las asambleas barriales, se revitalizan
y desarrollan las organizaciones piqueteras, mientras los trabajadores
de empresas quebradas ocupan las fábricas para hacerlas producir.
Con la política de nuevo en las calles, unos y otros hacían
su experiencia alimentando un auge de masas soñado por muchos.
Como respuesta los dueños de todo, mientras dirimían ríspidamente
sus internas, tuvieron que redoblar esfuerzos para controlar la crisis
de gobernabilidad iniciada.
Con marchas y contramarchas, la lucha popular se situó en un
escalón superior de confrontación. Y en esas idas y vueltas,
las fuerzas represivas del Estado pretendieron disciplinar con muerte
tamaña osadía. No lo lograron, pero como sabemos, los
muertos son siempre del mismo lado.
En estos días el gobierno de Duhalde se ufana de haber logrado
la "paz social" y terminado con la recesión. A contramano
del optimismo oficial, la situación económica es desastrosa,
con inéditos índices de pobreza, y las disputas faccionales
dentro del bloque dominante, lejos de resolverse, se han agudizado.
Por su parte, los sectores populares ganaron en organización
en este período, pero se encuentran a mitad de camino en muchos
aspectos. Y lo acumulado políticamente hasta el momento no alcanza
todavía para presentarse como una alternativa real de poder.
En este contexto de procesos en curso y tendencias encontradas, se van
a realizar las elecciones. Las mismas que fueron convocadas para descomprimir
el clima denso que provocaron los asesinatos de Darío Santillán
y Maximiliano Kosteki, como respuesta institucional ante la movilización
popular que amenazaba con arrastrar a Duhalde al mismo abismo al que
fue arrojado De la Rúa.
Otra vez las elecciones, el rito vacío que nos recuerda la vigencia
de una democracia sólo de forma. Las elecciones de siempre...
en un país muy distinto.
Estabilizar el tembladeral
Como dijimos, la rebelión popular generó un terrible
cimbronazo institucional y una profunda crisis de representatividad.
Las fuerzas políticas de los sectores dominantes necesitan imperiosamente
recomponer su legitimidad cacheteada por el reclamo de que se vayan
todos. Pero la crisis de los partidos mayoritarios ya hizo metástasis,
y la virulencia de las disputas intestinas del poder dominante, impiden
la articulación de una opción de recambio legitimable
y con capacidad de generar consensos amplios.
De esta forma, los partidos del régimen llegan a los comicios
partidos en mil pedazos. El PJ va dividido en tres, con una oferta que
ofrece tres variedades distintas de un populismo de igual matriz, pero
que se diferencian por sus tintes más o menos derechistas. Su
socio histórico, la UCR, está dando sus últimos
estertores luego de una interna que no por insignificante fue menos
patética; a su derecha, un hombre surgido de sus entrañas,
pero que huyó a tiempo, el bull dog Ricardo Lopez Murphy, acumula
algunas preferencias de los sectores más conservadores y triplica
la intención de voto de la fórmula radical.
El progresismo de buenos modales tampoco escapó a la dispersión
y ni la robusta figura de Elisa Carrió sirvió para encolumnar
tras sus anchas espaldas a la tropa centroizquierdista. A su vez, una
buena parte de los dirigentes nacionales del Frepaso fueron reabsorbidos
por el PJ, mientras que las otras esquirlas de la que supo ser la tercera
fuerza nacional se desperdigaron en rumbos diversos. El desbande progresista
es de tal magnitud que hasta los socialistas, eternos socios menores
de coaliciones siempre fallidas, se dieron el gusto de cortarse solos
y -envalentonados con la unificación - le pasaron facturas a
la candidata del prominente crucifijo.
Como puede apreciarse, los grupos dominantes no lograron presentar más
que una variopinta gama de opciones raquíticas, de la cual, difícilmente,
pueda emerger una alternativa de recambio que reúna el consenso
político suficiente para aplicar, sin reacción popular,
las medidas que el FMI exige y los grupos económicos locales
promueven.
Los "éxitos" de Lavagna los arregla el que
viene
Con una entrenada cara de póker, el ministro de Economía,
Roberto Lavagna, ha cosechado una inesperada imagen positiva en la opinión
pública. Con un discurso con el que aparenta confrontar con los
sectores del poder económico nacional e internacional, el titular
del Palacio de Hacienda obedeció sin chistar y les otorgó
un sinmúmero de onerosas prebendas.
Por ejemplo, el Estado ya emitió 9500 millones de dólares
en Boden 2012 para compensar a las entidades financieras por la pesificación.
Además, Lavagna se comprometió en la Carta de intención
que firmó con el FMI para beneficiar a los bancos con otros 5060
millones de dólares en bonos, en concepto de "compensaciones"
diversas.
Estos 14.560 millones de dólares que el Estado gira a los banqueros,
"equivale a 32 años de planes Jefes y Jefas de Hogar; a
4 años gastos de totales de Nación y Provincia en Educación;
o a 102 años de inversiones en ciencia y tecnología"
(Página/12, 9/03/03).
Otra muestra del doble discurso oficial es la increíble fuga
de divisas que el Gobierno nacional avaló durante el año
pasado haciendo la vista gorda. La maxidevaluación del peso hizo
más competitivos los productos argentinos -en base a salarios
misérrimos- favoreció la exportación, pero la falta
de controles en el mercado cambiario y financiero, a tono con los pedidos
del Fondo, permitió que se evaporaran los 16.500 millones de
dólares del saldo comercial favorable. Las penas son de nosotros,
las vaquitas son ajenas.
Según parece, la máxima que rige la política oficial
del gobierno de Duhalde es postergar para después del 27 de abril
todo lo que pueda ser pospuesto. Aferrándose al carácter
transitorio de su gobierno, la gestión duhaldista hace la plancha
todo lo que puede y sino tiene margen, concede por lo bajo sin hacer
demasiado ruido. Así se manejó en el acuerdo con el FMI,
ante quien se comprometió de diversas formas y del cual sólo
obtuvo un poco más de tiempo, pasándole el fierro caliente
de los vencimientos de deuda al que sigue.
De igual forma se deslindó de responsabilidades ante el fallo
de redolarización dictado por la Corte Suprema de (in)Justicia,
que determinó un plazo de 60 días para resolver el conflicto
con la provincia de San Luis, dejándole al nuevo mandatario la
bomba activada. Más allá de quien sea el nuevo inquilino
de la Casa Rosada, es fácil prever que los recursos para afrontar
dicho gasto extra saldrán de las arcas fiscales.
Los comicios próximos definirán quien gestionará
este poco alentador panorama económico, ante el cual los gurúes
que nunca aciertan sugieren una política de ajuste. Nada nuevo
bajo el sol.
Aguas divididas
La proximidad de las elecciones también se hizo notar por abajo.
Los sectores populares tampoco escaparon a los "efectos" políticos
de un hecho polémico; y si el movimiento popular ya se caracterizaba
por una heterogeneidad inconmensurable, el proceso electoral profundizó
esa dispersión: algunos acuerdos existentes quedaron lesionados,
otros congelados y en algunos casos se propiciaron nuevos reagrupamientos
y alianzas de ocasión.
Lo cierto es que el mapa político se reconfiguró y habrá
que dejar pasar un tiempo prudencial, luego de terminadas las elecciones,
para evaluar cuáles fueron finalmente las consecuencias organizativas
a largo plazo en el seno del campo popular.
En trazos gruesos, tres grandes posiciones ante las elecciones recorren
al movimiento social. La primera, si bien denuncia el carácter
de "farsa" que presentan, plantea la necesidad de la participación
en ese ámbito pues lo considera un frente de lucha más,
depositando mayores o menos expectativas, según el caso, en la
contienda electoral. La segunda reúne a los que rechazan a las
elecciones por una cuestión de principios, es decir, se oponen
a este acto electoral porque se niegan de plano a participar en estas
instancias. La última aglutina a los sectores que consideran
que estas elecciones en particular están amañadas y que
por eso es un error participar de ellas; sin embargo, no rechazan de
manera prinicipista el acto electoral y no descartan a futuro una eventual
alternativa electoral.
De una forma u otra, estas posturas atraviesan a los actores sociales
que tuvieron un rol destacado en la lucha popular luego de diciembre
de 2001: movimiento piquetero, asambleas populares y fábricas
ocupadas. Para analizar sus posicionamientos no puede obviarse la influencia
que las organizaciones de izquierda tienen al interior de estos procesos.
Por las complejas características que tiene la relación
entre partidos y movimientos de masas puede inferirse que no necesariamente
las posturas oficiales de cada organización respondan al sentir
de los sectores de base.
Esta dualidad entre las posiciones generales expresadas por los dirigentes
y el parecer intuitivo de las bases no es propiedad exclusiva de las
organizaciones ligadas a la izquierda partidaria. La insuficiente participación
de los sectores de base en la discusión de las cuestiones de
fondo que atañen al campo popular, es un rasgo que alcanza a
la casi totalidad de los movimientos y constituye un problema de difícil
resolución en el corto plazo. Negar esta problemática
es una forma de confundir los deseos con la realidad.
Las tres patas de la protesta social
Por su masividad y combatividad, el movimiento de trabajadores desocupados
es indudablemente el sector más dinámico de la protesta
social. La proximidad de las elecciones obligó a tomar posiciones
y allí surgieron diferencias que ya se vislumbraban desde antes.
En resumen, del sector más combativo del movimiento piquetero
sólo el Polo Obrero, el MTL y el MST "Teresa Vive"
participan de alguna forma del proceso electoral. El primero apoyando
la fórmula del Partido Obrero; los segundos encolumnados detrás
de los candidatos de Izquierda Unida.
Mientras que por el lado de los dialoguistas, Luis D´Elía,
líder de la FTV y diputado provincial, se presentará como
candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires encabezando un
frente integrado con fragmentos residuales del Frepaso y el Polo Social.
El resto de las organizaciones de desocupados, la gran mayoría,
adoptaron una posición de denuncia y rechazo a los comicios (incluida
la CCC, que integra el ala dialoguista), con distintas propuestas que
van desde la abstención, pasando por el voto blanco, hasta el
voto programático.
En el caso de las asambleas populares, las posturas mayoritarias también
están del lado de los que rechazan las próximas elecciones,
salvo en el caso de aquellas asambleas donde las organizaciones de izquierda
partidaria que participan (PO, PC y MST) conservan una influencia decisiva.
Por lo pronto, las asambleas que se oponen a los comicios están
evaluando diversas iniciativas comunes para expresar su repudio al llamado
a las urnas, al que consideran una maniobra para que se queden todos
los que debían irse.
Por otro lado, los trabajadores ocupados, principalmente las fábricas
recuperadas, también se definen en su mayoría contra "la
trampa electoral".
Después de las elecciones
Por encima de las diferencias tal vez lo más importante sea
que unos y otros parecen tener un acuerdo básico en que en esta
etapa el eje fundamental de construcción pasa por la consolidación
de los espacios de organización de base. Esta convicción,
más clara en algunas organizaciones que en otras, debería
guiar los pasos posteriores al acto electoral, pues la confluencia política
y organizativa de los sectores en lucha sigue siendo una necesidad impostergable.
Entonces, si las elecciones son un hecho de carácter coyuntural,
hay que adjudicarle a este asunto su justa trascendencia, no más.
Para qué hacer tanto problema si las alternativas fundamentales
de la lucha popular siempre se definen en las calles.
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