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Los verdaderos agresores
en Argentina
Violencia y contra violencia
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x Cheché Dolberg
Quedó claro como nunca antes, durante las jornadas de protesta
y represión indiscriminada en Argentina, que la acción del
gobierno amenaza a la sociedad en su conjunto.
Si consideramos a la violencia como todo aquello que transforma lo cotidiano
en algo verdaderamente amenazante, bien podemos asegurar que vivimos un
sistema político-social violento que oculta en cada una de sus
acciones una genuina amenaza a los sectores populares y la convivencia
social.
El ajuste económico a perpetuidad, la incertidumbre laboral, la
expropiación compulsiva del ahorro público y el temor permanente
a la exclusión social producen un efecto similar a los actos de
terrorismo indiscriminado. Nada peor que la sensación de estar
todos los días expuestos a un daño irreparable a nuestra
integridad.
Si a todo esto le agregáramos la agresión directa del aparato
represivo del sistema, que supuestamente debiera protegernos, y que fuera
desplegado con ferocidad contra todos los reclamos durante las jornadas
de protesta desde el 19 de diciembre en adelante, encontraríamos
en este sinceramiento del gobierno una real distorsión del pacto
social hegemónico hasta el 14 de octubre donde todavía predominaba
el consenso hacia el PUS (Partido Unico del Sistema).
Fue en las últimas jornadas de protesta y represión indiscriminada
donde se desnudó por primera vez, la acción del gobierno,
como una genuina amenaza a la sociedad en su conjunto y desde su totalidad
como modelo represivo y sistema de dominación dictatorial. Fue
también allí donde el pueblo aprendió a vincular
la distorsión de lo social cotidiano con la política en
general, además se empezó a diferenciar activamente la actitud
de la izquierda de las otras fuerzas funcionales al modelo de represión
y saqueo al patrimonio popular.
Nada peor que sentirse agredido por todo lo que se pensaba que nos protegía.
Vecinos convertidos en saqueadores por instigación oficiosa, brutalidad
policial en las calles, el terrorismo estatal asesinando a los jóvenes,
intento de militarización decretando el estado de sitio junto al
robo descarado del ahorro social en colaboración con los bancos.
Todo esto se hace con la complicidad de los funcionarios del Estado, la
connivencia de los jueces y la hipocresía de casi todos los legisladores.
Lo que antes era seguridad se convirtió en agresión, y
así se clarificó quienes eran los verdaderos agresores a
la sociedad, de donde proviene la verdadera violencia que amenaza la integridad
social y quienes alientan a confrontar al sistema de dominación
imperante del capitalismo. Es cierto que ante esta situaciones de desastre
reina la inestabilidad, la impredicción y cierta confusión,
pero también es elemental que las masas intuyen el salto al vacío
del continuismo como el mayor peligro a su porvenir y rápidamente
buscan reaccionar ante la catástrofe amenazante.
Las masas populares inventaron nuevos recursos para no quedar capturadas
o victimizadas por la situación, de allí el cacerolazo contra
el intento de retorno a la militarización de la sociedad con el
estado de sitio, allí también probaron su capacidad para
manifestar la bronca, defenderse contra la brutalidad represiva y la agresión
del modelo neoliberal. Se fueron autoconstituyendo como una poderosa ola
social para impedir las amenazas del gobierno y responder valerosamente
a la represión oficial , rompiendo el contrato social imperante
viciado de nulidad, puesto que ya nada tiene sentido cuando todo lo que
se dijo es falso y corrompido.
La mentira ha socavado la conciencia social y la distorsión de
la realidad supuesta se convierte en la esencia misma de la violencia
que se quiere deshacer. Comienza a construirse una contraviolencia que
nos defienda de las amenazas y la agresión del poder instalado,
a la vez que se termina con la ilusión de la seguridad permanente.
Hacer contraviolencia es desarrollar una red politico-social que nos permita
contener, organizar e impulsar todas los combates contra las distintas
formas de expresión de la violencia del sistema dominante, impulsando
un centro de coordinación unificado de las luchas como garante
de la voluntad popular.
El primer intento es recuperar lo que se ha perdido, movilizarse por
una nueva institucionalidad que contenga la nueva realidad, una red que
nos proteja ante la caída en el vacío de las falsas respuestas,
algo que nos permita recuperar la confianza en el otro, que reconozca
la fractura ideológica que se produjo con lo viejo que no quiere
morir, que se sincere y se repare en un nuevo entorno colectivo que va
naciendo, que permita ir recobrando toda nuestra capacidad de autodefensa
contra este desastre de la gobernabilidad de los que no pueden gobernar.
Así fueron naciendo las asambleas populares, las movilizaciones
por barrios y se instaló definitivamente el cacerolazo como símbolo
de la protesta social.
Ante la agresión de todo un sistema siempre hay tres salidas:
luchar, huir o quedar paralizados. En la Capital las mayorías dejaron
de ser silenciosas paralizadas y se convirtieron en masas en movimiento
dispuestas a luchar, pero como una fuerza que se autoconvoca, que se va
autoconstituyendo como una nueva identidad y adquiere autonomía
de acción y resolución política. Esto último
es lo primordial para el desarrollo de un nuevo movimiento histórico
que jamas se formará bajo ideas preconcebidas sino de las que sean
de creación heroica del propio pueblo.
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