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"Las viudas de la revolución"
x Raúl Abraham
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Tristemente, con la apatía de los vencidos,
culmina sus caóticas páginas el libro de moda entre la
pequeño-burguesía bienpensante y culposa: ¿"Entonces,
como cambiamos el mundo sin tomar el poder"? se pregunta, "Al
final del libro como al comienzo, no lo sabemos". Se responde,
faltaba más.
Empalagosamente John Holloway abrió su exposición en
Rosario: "El capitalismo es una mierda", dijo, y una claque
de alegres anticapitalistas lo ovacionó. ¿Qué duda
cabe? No por sabido el dicho deja de ser efectivo. Queda bien decirlo,
y - sobre todo - no jode a nadie, principalmente a los capitalistas,
quienes ocultan pudorosamente los potentes orgasmos que les sobrevienen
cuando escuchan las críticas éticas al capitalismo. Nada
suena mejor a los oidos del capital como una crítica de este
tipo: el capitalismo corrompe, el capitalismo mata, el capitalismo es
una mierda. Tamaña acusación resbala sobre las curtidas
conciencias de quienes efectivamente corrompen y matan. Los asemeja
a una fuerza de la naturaleza, y los empareja con cualquier otra forma
de organización social: ciertamente el esclavismo no fue (es)
mucho mejor.
Previsiblemente Holloway calló (no por ignorancia, afirmo) que
el capitalismo frena el desarrollo de las fuerzas productivas, que expulsa
trabajadores, condenándolos ya no a ser separados de su producción,
sino lisa y llanamente a retroceder a formas pre-capitalistas de producción,
y - last, but not least - que el capitalismo está destruyendo
las condiciones materiales de reproducción de la existencia de
la humanidad, serruchando la rama en la cual estamos todos alojados:
el planeta Tierra.
Posiblemente Holloway descalifique esta forma de presentar las cosas:
se sabe, demostrar con el rigor de los números que la irracional
forma de producción y apropiación del excedente lleva
a la barbarie es muy largo, tedioso, y requiere de complejos estudios
en disciplinas áridas como la economía y otras igualmente
aburridas. Mucho más rápido y efectista es revelarnos
que "El estado no baila, el estado no ríe". Se refería,
claro, a que los hombre sí podemos hacerlo. Notable comprobación,
solamente tras largos años de estudios en venerables universidades
europeas se llega a tales extremos de sabiduría. O tal vez después
de escuchar las profundas reflexiones del sub-comandante Marcos, quién
convenció a Holloway que "preguntando caminamos". Nada
en contra tendríamos que decir a esto. Lamentablemente el docto
irlandés, quizás bajo los efectos de una sobredosis de
mezcal, escuchó al sub-comandante, pero no miró alrededor.
Marcos - cuya producción teórica es, cuanto menos, bastante
superficial - opera como el sumo sacerdote de la "nueva revolución",
y - como todo sacerdote - intenta salvar almas, aún a costa de
la propia. De tal modo que postula el viejo principio del "Haz
lo que yo digo, pero no lo que yo hago": ¿Qué otra
cosa, sino construir un aparato estatal, estan haciendo en Chiapas?
Con las particularidades que cada situación propone, pero tratando
de dar respuesta al par de preguntas fundamentales que debe contestar
quién pretenda construir poder, contrapoder, o antipoder: ¿Quién,
y cómo, organizará la producción, circulación
y distribución de bienes y servicios en una sociedad?
A estas cuestiones el irlandés las ignora, lo que de por sí
es malo, o las desprecia, lo cual es peor. Para Holloway todo se reduce
a que los revolucionarios del siglo XX - todos - estaban equivocados.
Por que perdieron. También alguna inferencia sobre su escala
de valores podría hacerse, pero no es el objetivo de esta nota.
Es olímpico el desprecio que siente el irlandés por la
fuerza descargada por el capitalismo sobre todas las experiencias revolucionarias,
sin ocultar sus falencias, Dios nos libre. Para mitigar el dolor que
el fracaso de las revoluciones del siglo pasado le produce, Holloway
ensaya explicaciones históricas capciosas. No otra cosa es sugerir
un posible paralelismo entre las transiciones del feudalismo al capitalismo,
y una hipotética construcción del socialismo entre los
"intersticios" del modo de producción capitalista.
Estas "grietas" del sistema serían así susceptibles
de ensancharse, y convertirse en las grandes alamedas, dónde
- más temprano que tarde - pasará el hombre nuevo, redimido
de las lacras individualistas. ¿Será esta la "vía
hollowayniana al socialismo"?
Es ciertamente tierno, suena hasta bucólico: una nueva Arcadia
nos espera, en la que yacerá el león junto al cordero.
Lamentablemente la experiencia, sin pretensiones de análisis
marxista, indica que por lo general el león se come al cordero,
y si en algun momento demuestra cierta vacilación es simplemente
por que está eligiendo con qué salsa lo va a adobar. Al
respecto quizás convendría recordarle a Holloway la fábula
del escorpión y la rana: "está en mi naturaleza",
dijo el escorpión, mientras se hundía en el río,
después de picar al crédulo batracio. Tampoco estaría
de más que reflexionen sobre esto ciertos líderes políticos
sudamericanos prontos a triunfar en elecciones organizadas por el sistema
para encontrar una salida al rendimiento decreciente de la tasa de ganancia.
Tal vez en la imaginación de Holloway subyace una forma de organización
social de pequeñas comunidades, autosuficientes, que trocan productos
con otras similares en pie de igualdad. La poderosa irradiación
de su ejemplo obraría como excitante para que más y más
grupos humanos se organicen de esta forma, y al final del proceso nos
encontraríamos en un mundo cambiado, sin haber "tomado"
el poder. Para Holloway nada ha pasado desde Saint-Simón hasta
nuestros días, pero en esto hay que reconocer que no está
sin compañias: a fuerza de ser tan pos-modernos algunos filósofos,
por lo general franceses, han logrado ser pre-modernos, y a fuerza de
discursos herméticos - cuánto más inentendible
mejor - la emprenden contra la ciencia y su, por otra parte, solapada
ideologización. Rompiendo lanzas contra el neo-positivismo propician
el retorno de los brujos. Buena manera de arrojar al bebé junto
con el agua sucia.
Muchas cosas oculta, o disfraza, el irlandés devenido chiapaneco.
Pero entre ellas ninguna menos disimulable que su toma de postura en
el debate "Reforma o revolución". Mientras nos dice
que la cuestión ha quedado superada, por que ambas estaban equivocadas,
toma partido por la primera. Está en su derecho a hacerlo - qué
duda cabe - pero el muy pillo lo escamotea, y se dice revolucionario
de nuevo cuño, pero no pasa de ser un triste reformista de segunda,
si le concedemos la honestidad, cosa que también es discutible.
No contento con "desmitificar" el saber revolucionario, la
emprende Holloway contra el fetichismo del capital, nos recuerda la
separación del productor de su producto, la enajenación
que supone para el trabajador no dominar los medios de producción,
y describe para nosotros la alienación que este forzado divorcio
supone para la psique humana: ¡Gracias!
O no tanto, pues las conclusiones que infiere Holloway son perversas:
supone que es en los espacios que el modo de producción capitalista
deja libres dónde podremos resolver la tensión intrínseca
entre la forma de producción - social - y la apropiación
del excedente, individual. Si algo nos dejó en claro el iracundo
filósofo de Tréveris es la contundencia de sus argumentos,
libre de medias tintas: la humanidad tiene la oportunidad de reemplazar
un modo de producción irracional y anticientífico por
otro en el que la planificación nos evite el bochornoso espectáculo
de hambre, guerra, enfermedades y otras lacras evitables, ya que no
son fenómenos de la naturaleza, y esto desde el punto de vista
científico. Pero esta posibilidad sólo la brinda el colosal
desarrollo de las fuerzas productivas que provocó la globalización
capitalista iniciada en el siglo XVI. Sólo desde la formidable
acumulación de riqueza que el capitalismo produjo se puede pensar
en la construcción de un modo de producción racional.
¿O acaso alguien cree que el creador del ejército rojo
apostaba al triunfo de la revolución en Alemania por simpatía
personal con los espartaquistas? Indudablemente que el capitalismo ha
demostrado una capacidad de supervivencia mayor a la esperada en tiempos
de Marx, y que experiencias de construcción del socialismo han
fracasado. Pues bien: ¡Tanto peor! Será más difícil
el camino, y más dulce la recompensa, a despecho de aquellos
que no se han recuperado de la conmoción cerebral producida por
los trozos de mampostería caídos del muro de Berlín,
pero que durante años se negaron a ver que la existencia del
muro, y no su caída, era la aberración del pensamiento
revolucionario. El capitalismo no caerá por que alguien lo afirme,
y menos estas líneas, pero muchísimo menos por que alguien
proponga organizar carnavales que reivindiquen el hedonismo.
Nada positivo saldrá del puro voluntarismo, sino del estudio
de las condiciones objetivas de la formación económico
social que nos ocupe, de la correcta apreciación de la correlación
de fuezas de cada momento, de la fuerza que apliquemos en los eslabones
podridos del sistema, y - fundamentalmente - de que podamos federar
todas las luchas antisistémicas y apropiarnos de la riqueza que
el desarrollo actual de las fuerzas productivas permite generar. Para
eso deberán aunar esfuerzos todos los actores sociales involucrados
contra el capital, articular las alianzas de clase necesarias, y - críticamente
- dictar un programa de organización de la producción
y distribución de bienes a toda la sociedad.
Salvo que alguien crea que el capitalismo permitirá que la propiedad
de los medios de producción cambie de manos sin lucha, o que
la creación de "falansterios" siglo XXI terminará
por derrumbar un sistema que corrompe, degrada y mata.
udi414@hotmail.com
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