Lula: las clases sociales existen
El 5 de abril, luego del rechazo por parte del Supremo Tribunal Federal del habeas corpus presentado por la defensa del ex presidente de Brasil, Lula da Silva, el juez Moro ordenó su detención. Se llega así al desenlace de una obra dantesca que se inició hace varios años atrás, con la ajustada victoria de Dilma Rousseff en las elecciones para su segundo mandato. Se llega así a una situación que desmiente categóricamente la tesis del fin de las ideologías, y que nuestras derechas regionales enarbolan ante cada micrófono que se les presente.
Eterno retorno de la lucha de clases
“Querido Lula: las clases sociales existen”[1], comienza la breve pero contundente carta que Pepe Mujica, ex presidente uruguayo, le escribió a Lula en estas horas convulsionadas, ridículas y trágicas. Ante la ola de restauración conservadora y neoliberal, y el resurgir de la teoría de que no existen izquierdas ni derechas, y de que los problemas sociales son solamente fruto de la corrupción o se reducen a cuestiones de gestión empresarial, esta afirmación de Mujica se vuelve esencial y necesaria.
Lo que se pone claramente de manifiesto en el caso brasileño es la existencia de las clases sociales, y la presencia de antagonismos irreconciliables. Lo que resuena detrás de la campaña encarnizada contra Lula es la alianza de las clases dominantes en pos de cortar de raíz la posibilidad, clara, del retorno al poder del ex presidente. Estos últimos años se ha visto cómo en Brasil los medios de comunicación monopolizados por la Red Globo, el sector industrial, el financiero y el partido militar, cerraron filas en torno a este objetivo. La destitución de Dilma y la caída de su gobierno, víctima también de numerosos errores internos, no eran el fin de este proyecto, sino un eslabón más. La meta de la derecha brasileña siempre fue cazar a Lula.
¿Por qué? Porque en la figura de Lula se encarna el proyecto que comenzó a revertir la historia del país más injusto y desigual de Latinoamérica, proyecto que sacó a casi 40 millones de brasileños y brasileñas de la pobreza, que permitió procesos de movilidad social, que democratizó el acceso a la educación, posibilitando el ingreso por primera vez de sectores excluidos e históricamente discriminados, a las Universidades. Como señala Alejandro Grimson en su artículo de Anfibia[2], Lula fue el responsable de sacar a Brasil del Mapa del Hambre de la ONU.
Las clases existen, como encabeza la carta Mujica, quizás con la claridad que otorga toda una vida de pelear y andar por esos derroteros. Y en Brasil, la clase dominante hace sentir su peso en estas horas al proclamar con cada acto que el gobierno del PT fue un accidente en la larga historia de desigualdad del país hermano, y que ése accidente debe corregirse y borrarse de la memoria. Los privilegios no pueden volver a cuestionarse, la riqueza no puede volver a redistribuirse de forma un poco más justa (un poco, porque esos sectores nunca perdieron ingresos ni mucho menos); los dominados deben volver a su lugar de subalternidad. Y en este afán, las clases dominantes brasileñas demostraron que están dispuestas a todo, incluso a quitarse el último y gastado disfraz de demócratas.
La pregunta por la Democracia
Porque estas horas de Brasil llevan a preguntarse por el concepto de democracia y qué es lo que define a un Gobierno o clase social como tal. ¿Alcanza con llegar al poder mediante el voto popular? ¿Con mantener las “formas” republicanas? ¿Es un estado que una vez conseguido se mantiene en el tiempo, o es acaso la democracia algo distinto, una práctica y que como toda práctica debe ejercitarse a diario, ante cada situación o acto de gobierno?
Caracterizar la situación de Brasil puede ayudar a responder estos interrogantes. Quien hoy gobierna no llegó a través del voto, sino mediante el recurso “constitucional” de destituir a Dilma Rousseff vía juicio político. Pero hasta allí lo institucional, ya que el proceso se desarrolló sin pruebas y bajo presión constante de los medios de comunicación. Temer aparece entonces con un presidente sin legitimidad y sin apoyo social. Una vez conseguido ese primer objetivo, se lanzó la campaña judicial contra Lula. El poder judicial, una casta señorial heredada de otros tiempos históricos, se pone al servicio de la persecución de opositores por el solo hecho de ser opositores; las pruebas y los hechos no tienen lugar en esas puestas de escena. Así, Lula es condenado en un juicio sin pruebas. Y cierra la saga el voto y alegato de la jueza Rosa Weber que rechazó el hábeas corpus, desempatando la votación 6 a 5. Allí se liquidó la doctrina de la presunción de inocencia, reemplazándola por la presunción de culpabilidad, al votar por “convicciones”, aclarando que podría rever su posición si llegaban pruebas de la inocencia del ex presidente. Así, no es ya la culpabilidad la que debe demostrarse, sino la inocencia: todo adversario político es culpable hasta que se demuestre lo contrario, parecería ser la máxima.
Con esta cadena de hechos, puede cuestionarse la calidad democrática del Gobierno y las instituciones brasileñas. No alcanza con la apariencia de los lugares comunes, la “separación” de poderes, la prensa “libre”. Hay que indagar en las prácticas en las que esa democracia se desarrolla. Y en este caso el resultado de esa indagación arroja un sistema opresivo y represivo, que persigue a opositores a través de los medios de comunicación y los jueces, mientras aplica un brutal ajuste sobre los sectores medios y populares, mientras se ataca al trabajo a través de la instauración de las leyes más retrógradas de toda la región. Democracia debe articularse con prácticas democráticas reales y no sólo de nombre.
Puede sostenerse que este sistema es el que busca consolidarse a través de perseguir a Lula, cercenando con la cárcel su posibilidad de presentarse a las elecciones. Pero la proscripción que se busca es más amplia, las clases dominantes brasileñas buscan proscribir a través de la figura de Lula a la inmensa población humilde, popular, a los sectores subalternos que a principios del siglo XXI vieron mejoras reales en su calidad de vida y en sus espacios de participación y representación; esa experiencia es la que se busca proscribir al perseguir a Lula.
En este contexto trágico y de extrema complejidad, resta ver cuál será la reacción de ésas clases populares, con sus matices, diferencias y complejidades. Resta ver qué capacidad de articularse en torno a sus puntos comunes, a su posición de clase oprimida, podrán desarrollar para hacer frente a una alianza dominante que aparece como un bloque en pos de su objetivo central. Un primer atisbo puede leerse en las multitudes que comenzaron a movilizarse para desconocer, junto a su líder, un fallo injusto, producto de un proceso sin pruebas, que agrega una herida más a la convaleciente democracia brasileña.
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[1] Evo y Maduro rompen el mutismo regional con apoyos a Lula. (jueves 5 de abril de 2018). Tiempo Argentino: https://www.tiempoar.com.ar/articulo/view/75732/evo-y-maduro-rompen-el-mutismo-regional-con-apoyos-a-lula
[2] GRIMSSON, Alejandro. “La autodestrucción de Brasil”. Revista Anfibia: http://www.revistaanfibia.com/ensayo/la-autodestruccion-de-brasil/
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