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Euskal Herria :: 27/01/2012

Don Marino Ayerra

Mikel Arizaleta, Celina Ribechin
Días atrás se ha celebrado en la Audiencia Nacional un juicio contra la alcaldesa de Alsasua, Garazi Urrestarazu de Bildu, por no impedir una parodia del rey y de las FSE

Días atrás se ha celebrado en la Audiencia Nacional un juicio contra
la alcaldesa de Alsasua, Garazi Urrestarazu de Bildu, por no impedir
una parodia del rey y de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado
en la que se denunciaba la atosigante presencia policial en el pueblo.
Y me he acordado de un artículo de la doctora en Historia, Celina
Ribechini, en la que explicaba lo ocurrido con el cura, el alcalde y
vecinos en aquellos meses veraniegos de guerra y asesinato de 1936 en
las calles y entorno de Alsasua. Por cierto, nadie de aquellos
asesinos fueron llamados ni juzgados en la Audiencia Nacional: ni
antes ni ahora (Mikel Arizaleta).

*
Cuenta la doctora Celina Ribechini:

“La tarde del 16 de julio de 1936 don Marino Ayerra tomaba el tren en
Pamplona camino de Alsasua. La villa de Alsasua desde que en 1863
se creara la estación de ferrocarril, donde se unían las líneas
Irún-Madrid y Alsasua Castejón, había conocido un notable
incremento demográfico e industrial. Durante la segunda República un
sector local autóctono y vascoparlante siguió cultivando la tierra
mientras que otro ganaba el pan trabajando en la RENFE, en la
factoría “Talleres Alsasua” o en pequeños talleres, desplazándose
algunos hasta la fábrica de cementos Pórtland de Olazagutía. No
obstante la presencia de inmigrantes no navarros daba a la villa un
carácter de izquierdas que contrastaba con los pueblos de la zona
netamente agrícolas y ganaderos y de mentalidad tradicional, muy en
consonancia con el fondo monárquico y derechista que dominaba
abrumadoramente en toda Navarra.

Don Marino se encaminaba a Alsaua para sustituir al antiguo párroco
que la regentaba desde antiguo. El obispado había decidido sustituirlo
a causa de los problemas que originaba su intransigencia en materia
política incluso en los sectores de derechas. Las actividades que el
joven sacerdote venía desempeñando en la parroquia de San Nicolás,
donde creó la Juventud Masculina de Acción Católica -una de las
primeras de Navarra- y donde en sus Círculos de Estudio se estudiaba y
analizaba la encíclica Rerum Novarum de León XIII y la doctrina
social de la Iglesia, lo hacían idóneo para ocupar el cargo. El obispo
don Marcelino Olaechea, que acababa de tomar posesión de la diócesis
de Pamplona, consideró oportuno aceptar el ofrecimiento que don
Marino había hecho para regentar la parroquia y acercar a la Iglesia
al mundo obrero que se perdía en las doctrinas ateas del comunismo y
el anarquismo

-“Buenos … y malos”… “Derechas … e izquierdas”… ¿Qué pensará Dios de
todo esto”? Estas eran las consideraciones y los pensamientos de don
Marino cuando dejaba atrás la cuenca de Pamplona con la adustez del
monte de San Cristóbal, atravesaba la encrucijada de Irurzun y
contemplaba la majestuosidad de las sierras de Aralar y de Andía en
el corredor de la Barranca, hasta que el tren que lo llevaba hacía
su parada en Alsasua.

Acudía con ilusión, con la idea de crear un ambiente de paz y
fraternidad. Ahora tendría la oportunidad de poner en práctica todo lo
que había teorizado con sus chicos de los Círculos de Estudio. Pero no
tuvo tiempo. Los acontecimientos se precipitaron. El domingo día 19,
tras su presentación oficial en la parroquia en una misa solemne en
la que intervino la capilla coral de la comunidad de Capuchinos de
Alsasua, recibió la visita de Luís Goicoechea , el alcalde de la
villa que venía a saludarle para darle la bienvenida en su nombre y
sobre todo en nombre del pueblo de Alsasua. Quería hacerlo entonces
porque sabía que iba a ser alcalde por muy poco tiempo. En Marruecos
se había desencadenado un importante levantamiento militar que
dominaba ya en Navarra. Durante la misa le habían comunicado, “ lo
que suponíamos y estábamos esperando: ha llegado un camión de guardias
que, por lo menos traerán nuestra destitución. Acaso algo más
también, que quiera Dios no sea muy grave”

Entonces comprendió don Marino las advertencias que le había hecho
Benito Santesteban cuando fue a recoger una sotana a su sastrería
para que retrasara su viaje a Alsasua, porque se preparaba un
“golpe” muy importante para aquellos días.

Aquella misma tarde fuerzas de la guarnición de Estella a las órdenes
del coronel Cayuela hacían su entrada Alsasua en un alarde de fuerza
y de dominio, tomándola militarmente en previsión de una posible
resistencia armada por parte del elemento obrero e izquierdista. Horas
después, ya anochecido, se iniciaba a favor de la oscuridad y de
los bosques la huida de todos aquellos que por su militancia sindical
o política de izquierda temían por sus vidas.

No se equivocó Luís Goicoechea cuando manifestó a don Marino que iba
ser alcalde por pocos minutos; efectivamente Pablo Cayuela, como
comandante militar de Alsasua, en sesión urgente convocada en el
Ayuntamiento el 20 de julio destituyó a toda la corporación anterior
nombrando una nueva “designados para formar parte del nuevo
Ayuntamiento con carácter gubernativo, en virtud de órdenes recibidas
por la superioridad”. Como alcalde la encabezaba Lucas Elizalde Uribe

Sucedieron unos días de temores, desasosiego, incertidumbre. Todo eran
rumores y noticias fantásticas, se mezclaban optimismo y desolación.
Pronto se fueron los requetés llegados con Cayuela cediendo paso a los
falangistas, que tomaron como punto de guarnición fija Alsasua,
alojándose en el convento de los Capuchinos a las afueras del pueblo.
Arrogantes, con sus camisas azules luciendo en ellas el yugo y las
flechas, reflejo de la “Nueva España”, la de los Reyes Católicos,
la Imperial, la de la Unidad y Verticalidad, impusieron su autoridad
no sólo en Alsasua sino en los pueblos de su entorno. Había que
“peinar” la zona de rojos, extirpar la mala hierba sanear el ambiente
y así se les buscaba y sacaba de sus casas para llevarlos a la
Comandancia, desde donde por la noche, en el silencio medroso de un
pueblo aterrado, los conducían al campo para después de asesinarlos
dejarlos hundidos en las simas o abandonados en las cunetas.

El hecho de que los requetés retornaran a Alsasua y fuera el coronel
Solchaga quien se pusiera al mando de la Comandancia no cambió en
nada la situación. Por las noches se seguía fusilando “rojos”, la
diferencia estaba en que, a pesar de que las autoridades ponían
especial cuidado en negar los fusilamientos, se avisaba al cura para
que no murieran sin confesión.
Don Marino Ayerra era llamado para asistir a aquellos desgraciados
que su único delito era que no comulgaban con los ideales del
“glorioso Movimiento”. Sufría y no comprendía nada de lo que estaba
pasando, ni la actitud y postura tomada por la Iglesia, pero menos
aún la de su obispo que antes de marchar a Alsasua le despidió con
unas palabras animándole a ser más de izquierdas que las izquierdas
mismas.

Y ahora, ¿qué? Se sentía impotente: “Ante la inminencia de la muerte
inevitable y fatal de aquellos pobres hombres; ante el horror todavía
de los unos o la espantosa tranquilidad ya de los otros frente al
macabro desenlace final inminente; a una con la conmiseración en mí, a
una con mi inmensa piedad, con mi deseo infinito e inútil de poder
siquiera aliviarlos en su dolor, una salvaje , feroz y para mí
vergonzosa alegría -¡como ignominiosa y humillante erección carnal en
quien a todo trance quisiera ser casto!- de que fuera él, ¡él y no
yo!, quien hubiera de morir aquella noche y aparecer al día siguiente
cadáver, tirado, allí por una de aquellas cunetas…” .

En esta situación le resultaba difícil la predicación en las misas
dominicales. ¿Cómo iba a hablar de caridad, de amor y fraternidad
ante lo que estaba presenciando, cuando tantos feligreses suyos se
encontraban perseguidos, fugitivos, ausentes y sus familias en la
indigencia? Entonces se acogió y recurrió al Evangelio: “No juzguéis
y no seréis juzgados,” pues si Cristo lo dice, no juzguemos a Cristo.
Dejémosle ser absurdo, irracional en el Amor. ¡No mentéis, no
recordéis la Justicia siquiera!... ¿No os parece bien el perdón, la
caridad, el amor? ¿Suprimidlos, pues! Pero renunciad ya desde ahora a
todo ello vosotros mismos también. Podéis hacerlo, sois libres. Pero
no olvidéis que renunciáis con ello a Cristo y renunciáis también a
Dios. … ¡Y es mucho renunciar!

Y proseguía aludiendo a todos aquellos que sufrían dolor y
humillación padeciendo hambre y llamaba a quienes como cristianos
podían y debían ayudarlos. La llamada no cayó en vacío y pronto se
organizó una “Limosna Parroquial” para ayudar a quienes lo
necesitaban. Pero aquel socorro, a pesar de que contaba con el visto
bueno de la Comandancia militar y la bendición del obispo Olaechea,
duró poco tiempo. Una denuncia anónima que decía que la “Limosna
Parroquial” no era más que un subterfugio que encubría la distribución
del dinero rojo que se enviaba desde Madrid sirvió para suprimirla.
Poco después Auxilio Social abría sus comedores en Alsasua, donde
para recibir comida era necesario antes, con el brazo en alto en
saludo fascista, cantar el himno de la Falange “Cara al sol” y dar
los gritos de rigor: ¡España una! ¡España grande! ¡Arriba
España!¡Viva España!

En sus homilías don Marino seguía predicando perdón y reconciliación,
pero su contenido no sólo no era del agrado de parte de la
feligresía, tampoco las autoridades y la mayor parte de sus
compañeros del clero lo compartían. Y entretanto la guerra continuaba
y seguían muriendo unos en el frente y otros fusilados en la
retaguardia.

A finales de octubre de 1937 las tropas franquistas finalizan la
ocupación de Asturias. El frente del Norte desaparece. Millares de
personas quedan atrapadas al no poder evacuar, algunas de las que
huyen por mar son apresadas y conducidas a campos de concentración.
Hasta Asturias habían llegado muchos de los que en Alsasua en los
primeros días de la sublevación huyeron hacia Guipúzcoa; en el pueblo
sus familiares y en general las izquierdas tenían miedo. Por su parte
las derechas reclamaban justicia, pedían que cuando se capturase a
aquellos hombres se hiciera lo que no pudo hacerse con ellos un año
antes. Eliminar la mala semilla.

Enterado del ambiente de exaltación y hostilidad que dominaba el
pueblo, don Marino se creyó en la obligación de predicar en la misa
parroquial del domingo sobre justicia y caridad: ¡No juzguéis y no
seréis juzgados! ¡Sed misericordiosos y alcanzaréis la misericordia!
Con anterioridad ya había habido protestas e incluso denuncias por
quienes no estaban de acuerdo con los conceptos que vertía en sus
sermones. Pero esta vez se llegó más lejos, la denuncia se
presentaba por vía militar requiriendo al obispo que tomara sus
medidas dada la condición de clérigo del denunciado.

“Creo sinceramente que fue una obligación en mí predicar como lo hice.
Hoy veinte años después creo que podría reproducir íntegramente el
sermón, casi hasta en sus menores detalles; y sin embargo, por más
vueltas que le doy, no puedo encontrar en el nada, absolutamente
nada, que pudiera desdecir en lo más mínimo, no ya por el fondo
substancial de la doctrina que expuse, pero ni aun por la forma o el
tono con que pude expresarme, de lo que, a mi entender, debe ser la
predicación a nombre de Cristo. Más todavía: si entonces lo hice mal,
mal venía haciéndolo también, en sermones y conferencias, desde hacía
muchos años”

En el convento de los Padres Capuchinos quedó constituido un tribunal
eclesiástico encargado de instruir un proceso judicial que investigara
no sólo sobre el sermón que motivó la denuncia sino sobre el tono
general de la predicación de don Marino Ayerra en Alsasua, y redactara
una sentencia que había de servir de base para un enjuiciamiento
posterior por vía militar.

Unos días más tarde don Marino era recibido en audiencia por el obispo
Olaechea. Autoritario y distante en contraste con las manifestaciones
de amabilidad y afecto que en anteriores visitas le había demostrado,
el obispo mantiene un silencio intencionado que marca su
desaprobación, cuando lo rompe es para recriminarle su
comportamiento con el que ha conseguido sacar “ de sus casillas a
todas las derechas del pueblo” . La entrevista se hace larga y tensa.
Olaechea le reprocha que: “no hay manera de conseguir de usted
que hable una sola vez del Movimiento Salvador y de la Santa Cruzada,
sin que, en todo caso sus ideas y aplausos, no se mezclen siempre
censuras y reprensiones amargas… Que no pudiendo zaherirla y
fustigarla usted de otra manera , como se ve le gustaría a usted
hacerlo, acude usted incesantemente al tema ya inaguantable de la
caridad y el perdón” .

De nada valen las razones esgrimidas por don Marino apelando al
Evangelio, la posición del obispo Olaechea es granítica, su postura le
lleva a olvidar cuantos consejos pastorales había dado a su párroco
aquel día, 17 de julio, cuando marchaba para Alasasua; pero éste se
lo recuerda: “Vuestra Vuecencia, me miró frente a frente y me dijo
casi solemne: Sí, don Marino. Le voy a dar a usted una norma, una
pauta, un gran criterio de acción, una divisa. Entiéndame bien y no lo
olvide. Vaya usted a Alsasua, y usted no lo diga, pero que, sin
decirlo usted explícitamente, puedan todos ver y estar plenamente
convencidos y ciertos, enteramente seguros –por la forma, como lo vean
a usted proceder y actuar en todas sus cosas, en el púlpito, en el
despacho, en la parroquia, en la calle en todo- de que si ellos son
izquierdas, a usted, en esto , no van a ganarle, porque usted, un
párroco, está dispuesto a ser y es el más izquierda del pueblo” .
La entrevista había finalizado. Al despedirse el obispo adopta un
tono amable y se muestra dicharachero. Pero la confianza que tenía en
él don Marino se había roto. Ya nada volvería a ser como antes. Salía
del Palacio Episcopal cansado, agotado por un sentimiento mezclado de
amargura, repugnancia y asco. Atolondrado y sin saber que hacer
anduvo paseando por las calles de Pamplona horas y horas. Hasta que
entró en una capilla de extramuros y allí estalló violentamente a
llorar “como sólo en tres ocasiones recuerdo haber llorado de verdad
en toda mi vida” .

Pocos días después se promulgaba la sentencia emitida por la Curia
Diocesana en la que se manifestaba, entre otras consideraciones, que
el señor Cura Ecónomo de la parroquia de Alsasua no había dado prueba
ninguna de falta de amor a España y al glorioso Movimiento Nacional y
que su conducta estaba sujeta no sólo a la pura doctrina católica sino
a las recomendaciones de su Prelado. Se felicitaba al señor Cura
Ecónomo por haberse desvanecido las denuncias recibidas en la Curia,
si bien se le recomendaba que adoptase un “silencio prudente y
temporal en abordar el tema de caridad y perdón” .

La oportunidad de disponer de unos días libres llevó a don Marino a
acudir al santuario de San Miguel de La oración y la celebración de la
misa en soledad muy de mañana en la iglesia románica del Santuario,
los largos paseos por los bosques frondosos, la ascensión de
riscos y peñas, el contemplar las nubes que como un mar de algodón
cubrían el valle, lo envolvían en el encanto mágico de la montaña y
, cuando regresaba hambriento a la hospedería y entraba en la gran
cocina donde chisporroteaba las llamas del hogar, el ambiente
acogedor de quienes compartían con él la mesa le devolvía la
serenidad y la confianza. .

Cuando volvió y reanudó su labor en la parroquia la guerra
continuaba. Las victorias obtenidas en el frente y la caída de las
ciudades en poder de los nacionales eran celebradas con
manifestaciones de júbilo que acaban concentrándose ante la
Comandancia Militar en cuyo balcón aparecían las autoridades civiles
y militares, la religiosa ya no la representaba don Marino, le
sustituía un padre capuchino que se dirigía al público en fervorosa
arenga, felicitándose por las conquistas obtenidas sobre los
“rojos” y porque la victoria total ya estaba próxima, y con ella el
fin de la guerra.

Y efectivamente el día 1 de abril de 1939 acaba oficialmente. En una
gran manifestación de júbilo desbordante en unos y de contenido pesar
en otros, aquellos que se daban cuenta de que Alsasua quedaba
definitivamente sojuzgada, sin libertad y sin derechos. La República
había sido un sueño y el despertar era éste.

Unos meses más tarde don Marino Ayerra, solicitaba y obtenía ser
trasladado a Uruguay. Todo lo que había vivido en aquellos tres años
de horror y muerte dejó en él una fuerte impronta, pero mucha mayor
fue la decepción de ver que quienes, como su obispo, le habían
alentado siempre a ponerse del lado de los más débiles el miedo les
había llevado a claudicar, no sólo a tener una actitud pasiva y de
sometimiento sino a colaborar y a enaltecer a aquellos que se hacían
con el poder por medios injustos no poniendo límites al terror.
Sin embargo ni el nuevo ambiente ni la distancia resolvieron su
problema, sentía que todos sus ideales juveniles, a los que había
consagrado su vida, quedaban rotos, que la Iglesia que decía
representar a Cristo se adaptaba a la perfección con quienes
favorecían su status, hasta el Papa Pío XII felicitaba en mensaje
radiotelefónico “a todos los fieles cristianos de España” por el
triunfo de quienes, con una sublevación contra el poder legítimamente
constituido, llevaron al país a una guerra entre españoles sembrando,
muerte, terror y lágrimas. Después de muchas dudas y desgarros don
Marino, fiel a sí mismo, terminó secularizándose. Se hizo traductor
de latín y griego y aprendió un oficio humilde, el de barbero, para
poder sobrevivir. Se casó y tuvo dos hijas. Murió en 1988 en
Argentina. Nunca más volvió a España.

En la católica Pamplona no se mencionaba nunca a don Marino Ayerra
nunca por su nombre, él era el apóstata y así se le nombraba cuando
ocasionalmente se hablaba de él”.
*
Los católicos eran su obispo Olaechea y los legionarios de Cristo y
Franco.
Marino Ayerra apostató de una Iglesia que le destruyó el alma y la
vida.

 

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