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Anti Patriarcado :: 07/03/2019

El feminismo será no-capitalista o no vencerá

Nekane Jurado
Yo, como mujer blanca y europea, no quiero los mismos privilegios que los hombres blancos y europeos, quiero un mundo SIN privilegios

Para SAGRA LOPEZ. En su memoria, en su lucha.

La biopolítica del poder ha tomado el 8 de marzo. La huelga laboral y de consumo es coreada por todos los medios de comunicación, los mismos que nos empujan a abarrotar las tiendas los días sucesivos y a responsabilizarnos de todo el trabajo que nadie hizo el 8 de marzo. Ante esta “lucha feminista transversal” que deja el gran meollo de la cuestión bastante oculto sumando en la misma pancarta a la “explotadora” y la “explotada”, la lucha de las mujeres o mejor dicho las mujeres en lucha debemos de afrontar un profundo debate.

Un gran elenco de pensadoras feministas y anticapitalistas liderado por Nancy Fraser, con Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya, por citar a las más conocidas, han planteado las claves para un MANIFIESTO FEMINISTA que nos urge socializar y debatir.

Bajo el término de “la lucha feminista” existen “feministas” de ideologías opuestas, de clases sociales opuestas, de naciones opresoras y oprimidas.

La multimillonaria Sheryl Sandberg, una destacada exponente del feminismo liberal, llamando a la huelga del 8 de marzo de 2018 afirmaba que bastaría «que la mitad de los países y empresas estuvieran dirigidos por mujeres, y la mitad de los hogares estuvieran a cargo de hombres», para que el mundo fuera un lugar mejor, y no deberíamos cejar hasta alcanzar ese objetivo.

Sandberg no se cuestiona ni el modelo político ni el económico del capitalismo globalizado, constante concentrador de riqueza, tanto a nivel global como local. A nivel mundial 8 personas poseen la misma riqueza que la mitad del planeta, 3.600 millones de personas. En España 3 personas poseen la misma riqueza que 14 millones de personas, en Euskadi un 1% de “afortunados” acumula más riqueza que la mitad de toda la población. En todos los casos son empresarios, con una trayectoria clara, como la de Amancio Ortega, explotan el trabajo humano y los recursos naturales hasta el límite, y da igual el género de quien dirige la empresa, o el género de los politicos que legislan a favor de esa explotación, el objetivo es el mismo: extracción del máximo beneficio.

Los principales medios de comunicación todavía equiparan al feminismo como tal con el feminismo del modelo liberal. El efecto es sembrar la confusión, porque el feminismo liberal es parte del problema. Basado en las mujeres de las capas profesionales y de gestión, el feminismo liberal se centra en «avanzar» y «romper el techo de cristal». Dedicado a permitir que unas pocas privilegiadas suban en la escala empresarial en la política institucional o en el rango como parte de las fuerzas armadas y de represión, suscribiendo una visión de la igualdad centrada en el mercado que encaja con el entusiasmo corporativo por la «diversidad». El feminismo liberal, hablando de la no discriminación y de la libertad de elección, se niega a abordar las restricciones socioeconómicas que pesan sobre las mujeres; restricciones que encierran en sí mismas la carencia de elección y la desigualdad. Este feminismo aliado del neoliberalismo, no beneficia a la mayoría de las mujeres, sino que en realidad les hace daño.

El objetivo del feminismo liberal es la meritocracia, no la igualdad. En lugar de abolir la jerarquización social, su objetivo es feminizarla, asegurando que las mujeres en la cima puedan alcanzar la paridad con los hombres de su propia clase. Por definición, sus beneficiarias serán aquellas que ya poseen considerables ventajas sociales, culturales y económicas. El feminismo liberal, compatible con la creciente desigualdad de riqueza e ingresos, proporciona un brillo progresista al neoliberalismo, ocultando sus políticas regresivas con una quimera de emancipación; aliado con la islamofobia en Europa y las finanzas globales en Estados Unidos, permite a las mujeres profesionales y gestoras «lanzarse» porque pueden apoyarse en mujeres mal pagadas, migrantes y de clase trabajadora, a las que subcontratan los cuidados y el trabajo doméstico. En definitiva se quiere romper el techo de cristal obligando a otras mujeres (que son mayoría) a recoger y limpiar los cristales rotos.

Por otra parte millones de manifestantes de la huelga mundial del 8 de marzo de 2018, pedían «una sociedad libre de opresión, explotación y violencia sexista», y proponían «la rebelión y la lucha contra la alianza del patriarcado y el capitalismo que nos quiere obedientes, sumisas y silenciosas».  En definitiva sus aspiraciones se enfrentan a una crisis estructural de modelo civilizatorio: la caída en picado de los niveles de vida y el inminente desastre ecológico; guerras y desposesiones; migraciones masivas recibidas con alambre de púas; el racismo y la xenofobia envalentonados; el desmantelamiento de derechos ganados con mucho esfuerzo. Este es el feminismo que nos puede liberar, porque capta la magnitud de estos desafíos y aspira a hacerles frente No se limita a los «temas de la mujer» tal como se definen tradicionalmente. Defendiendo a todes los explotades, dominades y oprimides, puede ser una fuente de esperanza para la mayoría de la humanidad, un feminismo para el 99 por 100.

Y las diferencias son claras, una vía conduce a un planeta en el que la vida de la mayoría se ve condenada a la miseria, si es que le quedan posibilidades de supervivencia. La otra apunta al tipo de mundo que siempre ha figurado en los sueños de la humanidad: un mundo cuya riqueza y recursos naturales son compartidos por todes, donde la igualdad y la libertad son premisas, no aspiraciones. En esas condiciones las feministas, como todes les demás, debemos tomar postura. ¿Continuaremos persiguiendo la «dominación con igualdad de oportunidades» mientras arde el planeta? ¿O reformularemos la justicia de género en forma no capitalista, que lleve más allá de la actual carnicería a una nueva sociedad?

En el descrédito actual de la hegemonía liberal, y de la política pactista, tenemos la oportunidad de construir otro feminismo y de redefinir lo que cuenta como “asuntos feministas”, desarrollando una orientación de clase diferente y un espíritu radical-transformador. No se trata de esbozar utopías imaginadas, sino para aclarar el camino que se debe recorrer para alcanzar una sociedad justa e igualitaria. Las mujeres en lucha debemos elegir el camino de las huelgas feministas que deseamos hacer por nosotras mismas, sin dictados de los medios de comunicación punta de lanza de la bio-política desarrollada desde el poder; solamente la unión con los movimientos anticapitalistas mal llamados antisistémicos, convertirá nuestra lucha en un «feminismo para el 99 por 100».

El capitalismo no inventó la subordinación de las mujeres, que ha existido de forma diferente en todas las sociedades de clase anteriores; pero el capitalismo estableció nuevas formas de sexismo, característicamente modernas, respaldadas por nuevas estructuras institucionales. La innovación clave fue separar la creación de personas de la obtención de ganancias, asignando el primero de esos trabajos a las mujeres y subordinándolo al segundo. La lucha de clases no atañe únicamente a las ganancias económicas en el lugar de trabajo; incluye asimismo las luchas por la reproducción social. Aunque éstas siempre han sido fundamentales, las luchas por la reproducción social son especialmente explosivas hoy día, ya que el neoliberalismo exige más horas de trabajo asalariado por hogar al tiempo que retira el apoyo estatal para el bienestar social, exprime a las familias, las comunidades y, sobre todo a las mujeres, hasta el agotamiento. En esas condiciones, las luchas en torno a la reproducción social se han desplazado al centro del escenario, con el potencial de alterar todos los aspectos de la sociedad.

La reproducción social es, por tanto, una cuestión feminista. Pero también se filtra a través de las grietas de clase y raza, sexualidad y nación. Un feminismo empeñado en resolver la crisis actual debe comprender la reproducción social a través de una perspectiva que comprenda y conecte esos múltiples ejes de dominación, captando la magnitud de estos desafíos para hacerles frente. No se limita a los «temas de la mujer» tal como se definen tradicionalmente. Defendiendo a todes los explotades, dominades y oprimides, puede ser una fuente de esperanza para la mayoría de la humanidad, un feminismo para el 99 por 100.

En muchos puntos el feminismo de las huelgas de mujeres ha estallado en un momento en que los sindicatos se han debilitado notablemente. La resistencia contra el neoliberalismo se ha desplazado desde la industria a otros ámbitos: salud, educación, pensiones, vivienda...; esto es, el trabajo y los servicios necesarios para reproducir a los seres humanos y las comunidades sociales. Desde la oleada de huelgas de las docentes estadounidenses hasta la lucha contra la privatización del agua en Irlanda y las protestas de las trabajadores dalit del saneamiento en la India, es ahí donde encontramos las luchas más militantes, lideradas y potenciadas por mujeres. Quieren valorizar el trabajo necesario para reproducir nuestras vidas, al tiempo que se oponen a su explotación.

Y en la explotación entroncamos con la violencia. La violencia de género tiene raíces estructurales profundas en un orden social que entrelaza la subordinación de las mujeres con la organización del trabajo basada en el género y la dinámica de la acumulación de capital. La violencia sexual bajo el capitalismo no es una alteración del orden regular de las cosas, sino una parte constitutiva de éste: una condición sistémica, no un problema criminal o interpersonal. No se puede entender al margen de la violencia biopolítica de las leyes que niegan la libertad reproductiva, la violencia económica del mercado, la violencia estatal de la policía y los guardias de fronteras, la violencia interestatal de los ejércitos imperiales, la violencia simbólica de la cultura capitalista y la lenta violencia ambiental que corroe nuestros cuerpos, comunidades y hábitats. En las zonas de procesamiento de exportaciones y otros sectores que dependen en gran medida de las trabajadoras, la violencia de género se aplica comúnmente como una herramienta de disciplina laboral: los capataces utilizan violaciones, abusos verbales y registros corporales humillantes para imponer un ritmo de trabajo acelerado y aplastar la organización de las trabajadoras. Esas dinámicas se han acentuado en esta descomposición de valores del capitalismo, ya que los gobiernos han recortado los fondos públicos, han comercializado los servicios públicos y han vuelto a descargar sobre las familias la carga de los cuidados a niñes, enfermes y ancianes. En estas circunstancias, las repetidas exhortaciones a ser una «buena» madre o una «buena» esposa pueden convertirse en justificaciones de la violencia contra quienes no se someten a los roles de género.

Resumiendo, la violencia en todas sus formas es parte integral de la sociedad capitalista, que se sostiene mediante una combinación de coerción y consentimiento construido. No se puede detener una forma de violencia sin detener las demás. Nosotras debemos de estar decididas a erradicarlas todas, conectar la lucha contra la violencia sexual con la lucha contra todas las formas de violencia en la sociedad capitalista y contra el sistema social que las sostiene.

Unirnos de forma transnacional el 8 de marzo, no es para hacer una fiesta en las calles, que es lo que llega a nuestro entorno más inmediato. Es para situarnos en pie de lucha contra todas las manifestaciones del poder patriarcal, y como ya he desarrollado en mi libro “Lucharon contra la hidra del patriarcado: Mujeres Libres”, este poder se sostiene en cuatro cabezas de la hidra: opresión, explotación, dominación y colonización. Solamente cortando las cuatro cabezas garantizaremos que los valores de las matrias, sustentados en la igualdad y solidaridad acaben con los valores de las patrias sustentados en la acumulación y exclusión ejercidos a través de la violencia.

Yo, como mujer blanca y europea, no quiero los mismos privilegios que los hombres blancos y europeos, quiero un mundo SIN PRIVILEGIOS.

Nekane Jurado. Economista, Psicóloga Clínica, investigadora de género

 

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