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Euskal Herria :: 25/09/2006

Iñaki de Juana, hospitalizado en algeciras [su protesta, en el espejo de otras largas huelgas]

La Haine.
«Al final de la huelga de hambre, parecía un cadáver, no hay otra palabra para calificar su estado». Con esa rotundidad describe Xantal Aranbel cómo vio a su compañero Daniel Dergi tras 63 días sin comer. «¿Qué debemos hacer para que ningún preso más arriesgue su vida?», se pregunta Juan Kruz Aldasoro, que en 1997 ayunó durante 37 días en el Seminario de Iruñea. «Hay que hacer fuerza para que no se repita un caso así», insiste David Pla.

David PLA | 39 días en el Seminario y varios ayunos en prisión

David Pla, junto a Juan Kruz Aldasoro, fue uno de los huelguistas en el Seminario de Iruñea en 1997. Tras 39 días sin comer, fue trasladado en ambulancia al hospital, adonde llegó pesando sólo 38 kilos. Pero ésa no fue su única huelga de hambre. En los seis años en los que ha estado preso ha hecho varios ayunos.

«Hubo diferentes momentos. Recuerdo el apoyo de la gente pero también los días de debilidad y cómo, a medida que pasaban los días, sentías una mayor debilidad. La legitimidad de nuestra reivindicación era lo que nos daba fuerza», destaca con la mirada puesta en aquellos días en el Seminario de Iruñea.

«Cada persona lo vive de un modo diferente. Las primeras semanas invertimos todas nuestras fuerzas en difundir lo máximo posible las razones de nuestra huelga y en exigir la repatriación de los presos. Poco a poco, fuimos sintiendo una mayor debilidad física y síquica y, por ello, en un momento determinado decidimos reducir el número de visitas porque ya no éramos capaces de absorber todas esas muestras de apoyo», detalla. Insiste en que la fuente de energía era «nuestro pleno convencimiento en que la huelga merecía la pena».

Al igual que Aldasoro, remarca que hay un abismo entre las condiciones en las que ellos estuvieron y las de prisión. «Cuando ya nos sentíamos realmente débiles, llamábamos a la ambulancia y nos llevaban al hospital, y allí recibíamos el tratamiento adecuado, cosa que para nada ocurre en la cárcel. Estando preso, no tienes ese apoyo tan cercano que tuvimos ni la posibilidad de controlar las condiciones ambientales que te rodean, como por ejemplo la temperatura. Y ni que decir cuando dejas la huelga... La recuperación no es la misma», relata. «No hay una dieta especial y te dan lo que toca ese día, así sean alubias. Tienes que buscarte tus propias alternativas», añade.

La soledad también se acentúa ya que «cuando vuelves a tu celda únicamente estás contigo, con tus pensamientos y tu debilidad física».

Pla anima a la gente a denunciar la situación por la que está atravesando Iñaki de Juana y, en general, el Colectivo de Presos Políticos Vascos. Aboga por que esas muestras de solidaridad se transformen en iniciativas concretas. «La lucha de Iñaki es de todos y tenemos que hacer fuerza junto a él para que no se repita un caso así». -

Xantal ARANBEL | Compañera del preso Daniel Dergi, 63 días en huelga de hambre

El recuerdo que tengo es el de un sentimiento de gran tensión ya antes de empezar la huelga. Después, la afrontas e intentas apoyar y ayudar en lo que puedes porque sabes por qué lo hace. Pero, al mismo tiempo, eso no te quita las ganas de decirle "para, estás poniendo tu vida en juego". Son un montón de sentimientos contradictorios que se mezclan», manifiesta Xantal Aranbel al recordar la huelga de hambre de 63 días que llevó a cabo su compañero Daniel Dergi hace seis años. Subraya que no saber cómo estaba, «sobre todo cuando las semanas y los días iban pasando, es muy duro de sobrellevar».

«Le ves media hora durante la visita pero, al no estar cualificada para valorar su estado, no sabes cómo está en realidad», añade Aranbel.

La situación empeoró cuando Daniel Dergi fue trasladado al hospital penitenciario de Fresnes. «No me permitían acceder al locutorio-habitaciones y le obligaban a bajar a los locutorios normales si quería realizar la visita. Llevaba ya 55 días sin comer y los médicos decían que podía hacerlo pero, al mismo tiempo, le advertían del riesgo de sufrir un paro cardíaco o un accidente cerebral», destaca.

A la preocupación por las posibles consecuencias de la huelga, Aranbel añade la presión que recibió por parte del personal sanitario y penitenciario. «Este tipo de protestas les fastidian mucho, más aún cuando saltan a los medios de comunicación», señala.

«Al final de la huelga íremarcaí, parecía un cadáver andante, no hay otra palabra para describir su estado».

«Ya no podía tenerse en pie. El personal del hospital civil al que fue trasladado desde Fresnes intentaba ayudarle, pero su cuerpo ya no aceptaba ni el agua. No podían extraerle sangre porque las venas se rompían... Nunca imaginé verlo en ese estado y, a pesar de ello, seguía teniendo las ideas muy claras. Su determinación y energía mental estaban intactas y explicaba a las enfermeras las razones de su acción», subraya.

Todavía le aguardaban momentos difíciles. «Lo que no imaginaba es que después de la huelga iba a ser peor, ya que no tuvo ningún seguimiento médico o tratamiento específico pese a que había perdido el cabello, había perdido también varios dientes y sufría de incontinencia. El mismo decía que fue peor que la propia huelga».

Aunque parezca increíble y en contra de toda lógica, el primer alimento que le dieron a Dergi tras 63 días en huelga de hambre fue pollo frito. «El único tratamiento que utilizan en la cárcel es atiborrarles de pastillas para que estén semi-sedados. Le hizo falta entre un año y medio y dos años para recuperarse», denuncia Aranbel seis años más tarde de todo aquello, pero con el recuerdo de los detalles todavía muy fresco.

Viendo la situación actual en las cárceles, asegura que le da «terror» pensar que pueda volver a ocurrir algo semejante. «Me da terror porque te debates entre el raciocinio de comprender su decisión, ya que llega un punto en el que no les queda más que esa vía para hacerse oír, y tus sentimientos. Para él y la familia, una huelga de hambre es algo muy duro de soportar y cuando no puedes estar cerca es aún más difícil», manifiesta.

«Todos los días pienso en lo que estarán pasando ahora Iñaki de Juana y su familia íconcluyeí. Espero con todas mis fuerzas que todo acabe bien para él y ésta sea la última huelga de hambre que tengan que hacer los presos». -

«Esto nos exige a todos especial responsabilidad»
Juan Kruz ALDASORO | 37 días de huelga en el Seminario de Iruñea

Juan Kruz Aldasoro fue una de las ocho personas que en 1997 realizaron una huelga de hambre en el Seminario de Iruñea por la repatriación de los presos. Formaba parte de una amplia dinámica cuyo máximo exponente fue el ayuno rotatorio durante meses en la Catedral del Buen Pastor de Donostia.

«Fue una iniciativa muy especial. El apoyo en la calle fue enorme. Nuestro objetivo era ser altavoz de la lucha que los presos estaban realizando en prisión y de sus reivindicaciones», recuerda nueve años después. Esa labor de «altavoz» les llevó a entrevistarse con partidos políticos y una larga lista de agentes, incluido el Parlamento navarro.

«Hacer en esas condiciones una huelga de hambre no tiene absolutamente nada que ver con hacerla en prisión, en la soledad de una celda y ante la mirada de los carceleros. Aunque nuestra huelga tuvo su valor, no es comparable con las que llevan a cabo los presos», matiza.

Preguntado sobre la protesta de Iñaki de Juana, subraya que le produce «escalofrío y respeto». «Aun sabiendo las graves consecuencias que le puede acarrear, ha decidido poner su vida en peligro en defensa de su dignidad y de sus derechos. Indudablemente, cuando un preso es capaz de hacer una protesta semejante en esas condiciones es porque tiene razones de peso y no ve otra salida. Muchas veces la sociedad no es realmente consciente de que están arriesgando sus propias vidas por sus derechos», manifiesta Aldasoro, al tiempo que lanza la siguiente reflexión: «¿Qué debemos hacer para que nadie más arriesgue su vida? No tendríamos que permitir que un preso muera en su celda. Esto nos exige a todos una especial responsabilidad».

Gara

 

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