La violencia machista es infinita bajo el capital
25 de noviembre, 2020|ACTUALIDAD
Ya hemos visto muchas veces el famoso iceberg sobre los tipos y niveles de violencia que sufren las mujeres. Pero lo que no muestra este iceberg, es que la violencia machista es mucho más profunda de lo que nos plantea el feminismo más hegemónico y liberal.
Decimos que la violencia machista es infinita porque existe un un modelo de producción económico concreto, con un entramado ideológico y un tipo de relaciones sociales determinadas que mantiene la explotación y la violencia sobre las mujeres.
La situación que ha generado la pandemia del Covid-19 ha puesto de manifiesto de forma mucho más clara que la precariedad y la inestabilidad son compañeras de vida de las mujeres. Durante el confinamiento muchas de ellas se han visto forzadas a convivir con maridos y parejas agresoras (durante el confinamiento aumentó a casi un 44% el número de llamadas al 016) sin poder salir de casa más que para acudir a sus puestos de trabajo, en los cuales destacaban las pocas medidas de seguridad, y hacia los que se desplazaban en un transporte público masificado. Y las que no fueron al trabajo y teletrabajaron, tuvieron que soportar jornadas laborales interminables, con horarios que no se han respetado, jornadas a las que se sumaban las tareas reproductivas y domésticas.
Pero la realidad actual de las mujeres trabajadoras no es fruto de la casualidad, ni tampoco de la pandemia. Es producto del funcionamiento de este modelo de producción capitalista que nos gobierna, que posibilita que las empresas obtengan beneficio a través de la precariedad y la explotación de la clase trabajadora en general y de las mujeres trabajadoras en particular, aplastadas por la explotación laboral y la interminable servidumbre doméstica. Y es que, lo que ofrece a las mujeres la dinámica capitalista en el mercado laboral son empleos precarios en sectores de baja cualificación, bajos salarios, sistemáticas jornadas parciales (3 de cada 4 asalariadas parcialmente son mujeres) y encadenamiento de contratos temporales fraudulentos, como ocurre en sectores como la limpieza, el telemarketing, el empleo doméstico (9 de 10 son mujeres), el cuidado personal de mayores, niños y enfermos, la hostelería y las camareras de piso. Empleos todos ellos en los que además muchas mujeres tienen que soportar acoso sexual tanto por parte de clientes como por parte de compañeros de trabajo y sus propios jefes, por no hablar de las amenazas de expulsión del país de los empleadores a las mujeres migrantes si denuncian estas situaciones de maltrato y acoso.
La falta de empleos estables y bien remunerados impide la independencia económica de las mujeres, y unida a la dificultad en el acceso a la vivienda en las grandes ciudades, intensifican la dependencia personal de las mujeres respecto de sus parejas, pues necesitan los ingresos y recursos de éstas para cuidar a su familia y sobrevivir. Esta realidad desgraciadamente favorece que las mujeres tengamos que soportar la violencia de nuestras parejas, una violencia que llega incluso a agresiones físicas y asesinatos, una violencia que no sólo está promovida por los valores, las ideas y la educación machistas, sino que también se nutren de la incapacidad económica que tenemos para organizar y dirigir nuestras vidas. La continua situación de asfixia doméstica y laboral de las mujeres es sin duda una clara ventaja para las propias empresas que se aprovechan de su desesperación económica para ofrecer empleos con salarios y condiciones de miseria. Una ventaja para las empresas que facilita el propio Estado, con sus leyes e instituciones. El Gobierno socioliberal no está paliando esta situación. Evita la derogación de las reformas laborales e impide a las mujeres más vulnerables el acceso a la vivienda, no ofrece alternativas ni ayudas, pues el Ingreso Mínimo Vital solo lo ha recibido el 10% de la población que lo ha solicitado. El sistema judicial, la policía y en general todas las administraciones públicas han demostrado que nunca están de nuestro lado, pues siguen cuestionando nuestras declaraciones cuando denunciamos violencia machista y fomentando campañas en las que se culpa y se responsabiliza a las mujeres por sufrir esta violencia.
Si nuestra situación ya era desastrosa antes de la pandemia, ahora todavía se recrudece con más paro, más precariedad laboral y más violencia promovida también por el altavoz institucional de discursos fascistas que buscan reforzar nuestro papel doméstico y destruir los avances del movimiento feminista y de las mujeres trabajadoras. ¡Pero hay que pasar a la acción! Nosotras soportamos todo el peso del funcionamiento del capital, antes, durante y después de la pandemia, y estamos llamadas a ser motor de cambio revolucionario en la destrucción del sistema capitalista, en la organización revolucionaria, en el Partido Comunista.
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